diumenge, 14 de març del 2021

Cartas a un preguntón: Carta décimosegunda

por Enrique Sarradell Pascual, 1948

CARTA DÉCIMA SEGUNDA 

Resumen y compendio de este epistolario. - Si le ha faltado gracia al propósito, es de presumir que no está exento de razón. - Si el deber es cumplido huelga el elogio. - Envío a la juventud. 

Mi querido amigo: 

Es tiempo ya de cerrar nuestra correspondencia en un resumen que podría haberlo sido de obra de mayor extensión y mejor provecho, pero suficiente, para nuestros particulares puntos de vista, suscinta y lealmente expuestos en estas, medio figuradas y medio auténticas, interferencias espirituales. Primero creé una ficción, que prendió como la estopa de la gracia en el cuerpo social representado por esos amigos que, verbal y epistolariamente, se han puesto en el lugar de mi interlocutor legendario.

Me cabe, al final de mi trabajo, la afectuosa satisfacción de haber podido despertar reacciones espirituales y patrióticas, a las que mi fe iba en zaga. 

He removido el poso y la amnesia que cubrían de costra infecta, leales sentires y no menos sinceros presentimientos de espiritualidad, que la prueba del dolor cribó, para que descendiesen prejuicios arraigados y ascendieran aquellos valores fraternos en todo corazón subsistentes. 

Con espíritu crítico, exento —por lo menos en intención— del morbo vengativo, he tratado, a base de experiencia y contraste, una serie de te-mas a cual más actual, en razón de las circunstancias especiales en que vivimos. 

Sé la gran responsabilidad moral e histórica que contraigo en el instante mismo que escribo, ya que día vendrá, lo intuyo por anticipado, que los historiadores del momento actual, buscarán espíritu y materia en lo escrito ahora, paradójica y anecdóticamente incongruente, pero constructivo; por ello, he procurado dar a mis cartas el tono real, aún a costa de superar evocaciones más hondas, con la predisposición, adrede, de que mis futuros colegas en el examen y análisis, comprendan el auténtico sentir español en el ciclo de libertad para la expresión de la bondad, la justicia y la belleza espiritual. 

De una ficción epistolar ha nacido una comunidad de ideas y sentimientos, que presumí, no alcanzar cierta, en mi propia mediocridad.

Es el mejor éxito para un escritor, que, como yo, procura no tener en las públicas manifestaciones, ángulos obtusos, sino circunferencias lisas y claras, en el destino para la recuperación espiritual.

Mis horas de insomnio y desvelo, devorando páginas y apretando los dientes al dolor de sacrificios innúmeros, bien valen la satisfacción de creerse comprendido y estimulado. 

Como en un cortometraje he sintetizado el comentario agudo —noble y leal, empero—, de situaciones morales, espirituales y patrióticas en los tres períodos de agudización psíquica de nuestro pueblo, cuales son, los prolegómenos de la guerra, en la guerra misma y el actual momento revisionista y constructivo, en el interior, pero grave en el exterior. 

Si no he prosperado en el empeño, no ha sido por falta de voluntad, sino de méritos; la vasticidad de los puntos tratados hubieran exigido pulsaciones de artista en el telar armonioso del arpa y, no nuestro vulgar rasgueo de ciego en vihuela vieja. Carezco de la palabra rimada pero no me faltan los impulsos cerebrales. 

Al hombre de la calle no se le puede exigir más —aunque su pretensión sea osada— si logra percibir sentires y quereres y convertirlos en dolores y suspiros del alma, aunque sea sin poesía ni arquitectura en el dominio de lo bello. 

Para comprenderse, unos corazones de otros, es suficiente esta condición precisa; comprenderse superando todo obstáculo interesado.

De entre los que han logrado, con un esfuerzo de voluntad, trasponer la lectura de la penúltima carta, que te dirijo, los habrá que, rebuscadores y catadores de miel, no capten la bondad del aguijón defensivo de la abeja y osen aplastarla, aunque... les dé miel; otros no estimarán la prosa, por eso, por ser todo ello prosa vulgar auténtica; tú y el pequeño cenáculo de amigos habréis dicho: ¡Es el de siempre! 

Sí, mi querido amigo, soy el de siempre, porque por acomodo espiritual no puedo ser de otra manera. 

Cuando exaltamos virtudes o cuando afeamos defectos —sin exceptuar los nuestros propios— no nos fijamos jamás en el sujeto físico, sino en el complejo moral que entierra el individuo. Por imposición temperamental reducimos cuanto podemos aquellas situaciones que obligan decir palabras inútiles o frívolas y sonreir, o fingir que se sonríe, «Disimular atrevidamente el dolor bajo apariencias de alegre desenfado». (1)

Exaltados por el misticismo católico y español, detestamos la hipócrita enjabelgación externa, porque vivimos muy a gusto al calor de nuestra abstracción interior. Puede que estas cartas, a ti dirigidas, mi querido amigo, sean un retrato moral del autor; frío y ceñudo de rostro, pero que siente fuego en el corazón y caricias de besos en el alma, porque la posesión de los Ideales eternos de la España Católica e Imperial, son aquello, fuego y caricias. Todo lo demás, esto: bilis, asco y rencor. 

Todos los hombres, sea cual sea nuestra condición, tenemos ante Dios y la sociedad una responsabilidad proporcionada. Tu libre albedrío en lo moral y espiritual, si delinques, no tendrá atenuante ni coartada que te exima del juicio inexorable de Dios y de la moral cristiana estricta. 

En la porción de responsabilidad que me incumbe no omito, jamás, la obligación de mantener encendido el fuego sagrado de la exaltación idealista entre mis amigos y, por extensión proselitista, hasta donde alcanza mi propia acción. 

Proscriptos incluso, la voz ingrávida del alma ha hendido el tiempo y el espacio. «En la vida casi siempre, en definitiva, se impone la justicia inmanente». (2)

A nuestra veteranía luchadora, la disciplina patriótica, que se semeja, a imposición, como un magisterio emocional, le incumbe un deber que en mezquina fracción hemos cumplido, escribiéndote estas Cartas. 

Ese deber es para la juventud que actualmente se forja en la austera milicia de la nueva España. 

Los que de la juventud hicimos un haz de santas preocupaciones católicas y españolas; —tú eres testigo de excepción— los de nervios en tensión y el ansia a flor de labio con la fe puesta en un porvenir mejor, plena, nuestra vibración de apetencias providencialistas que no podían comprender los hombres de poca fe, por miopía exacerbada, tenemos derecho a exprimir sobre el alma juvenil las acideces de la experiencia, las enseñanzas de la observación y toda la gama luminosa de nuestras almas, para el triunfo virtual, que con esfuerzo solidario, hemos obtenido sobre la Anti España. 

Tú, ente de leyenda, hecho carne, hijo de la ficción, convertido en sujeto tangible, real y discerniente, has sido colaborador espontáneo y consciente de esta obra que, si carece de mérito, nadie puede discutirle empero, una virtud; la sinceridad en las apreciaciones y nobleza en la contendencia. 

Atentamente te saluda con deseo de que Dios te guarde. 


(1) José Antonio Primo de Rivera. 

(2) Conde de Romanones. 

divendres, 12 de març del 2021

Cartas a un preguntón: Carta undécima

por Enrique Sarradell Pascual, 1948

CARTA UNDÉCIMA 

Ahincando mojones, nos comprenderemos. - Preguntas sutiles pero con miga. - Si te empeñas, diré lo que siento; que no siempre es prudente, la verdad. - Casi agotado, aún resisto ¡Gracias a Dios! 

Muy apreciado amigo: 

Celebro sinceramente que mi última carta haya contribuido aclararte lo que tu llamas «puntos suspensivos». Recuerda siempre que entre masticar y digerir, hay una gran diferencia. La misma que existe entre leer y comprender. Lo primero es fácil, lo segundo ya es más difícil. 

No es inverosímil que a veces, masticando, apreciemos el gusto del bocado en el paladar, pero ignoramos sus efectos cuando vaya a parar al estómago. Leer bien, pero comprender, ¡cuánto fallamos a pesar de buenos propósitos! 

En tu contestación me pides, como final de nuestro intercambio epistolar, que te dé mi opinión sobre el comunismo y te explique el por qué me inclino por la forma institucional monárquica. 

He de confesar que estaba a punto de contestarte que la actual polémica mundial sobre el comunismo, y el discurso del Presidente de las Cortes españolas al presentar el proyecto de Ley Sucesoria en la Jefatura del Estado, son textos sabios y aleccionadores para formarse un criterio ecuánime de ambas cuestiones. 

Pero como no te darías por vencido, voy a complacerte a la medida de mis escasas luces, como hombre de la calle que soy. ¿Un descorbatado? ¡Me es igual! 

Mis cartas, en relación con los problemas trascendentes que con habilidad has planteado con tus sugerencias y preguntas, adolecen de un complejo tal de inferioridad, respecto los temas a que aludo que, de no tratarse de una simple, aunque larga conversación epistolar, si no he renunciado ya al iniciarlas, por debida cortesía, no debo ahora, iniciada la marcha, por prestigio personal, parar hasta llegar a la meta, como un marathon atlético de una ideología arraigada. 

¿Qué opino del comunismo? 

¡Como un español católico! El comunismo es, a la sociedad, semejante un foco de infección, por lo que, toda profilaxis es poca. Pero, no contentarse con la profilaxis. ¡Aplicar remedios racionales! 

Si los postulados comunistas en su programa, no en sus hechos; en su doctrina social, no en su expansión política, tienen aspectos justos, sépase que antes de Marx, Bakunin, Engels, Lenin, Trotsky y Stalin, esos aspectos estaban vinculados al conjunto de la doctrina cristiana de veinte siglos de predicación, después del sermón de la Montaña por el propio Jesucristo. 

Al comunista militante, aherrojado por una disciplina absorvente de todo el potencial humano de libertad y belleza, incluso del espíritu, que se debate en eterna tortura, lo concibo como un alma en vela permanente agitada por sueños poderosamente maléficos. 

Que la dialéctica propagandista del comunismo dice, que la doctrina cristiana no se practica lealmente en los pueblos hambrientos de pan y de justicia social... 

Que contesten sinceramente los partidarios del comunismo, exentos de pasión, si en Rusia y en las naciones satélites del comunismo, su doctrina social se aplica lealmente, si las masas obreras están manumitidas y la justicia social es norma consuetudinaria en la vida normal del pueblo productor. 

En cuanto a la doctrina política y económica, he de llevar mi intransigencia a no admitir, ni beligerancia con el comunismo. Mi doctrina es más justa, más humana, inmensamente más justiciera. 

Convengo en absoluto con el Caudillo Franco al decir, en el Palacio de El Pardo, el 29 de Marzo último, a cinco mil jóvenes de provincias liberadas, hace nueve años del yugo soviético: «Por no comprender nuestros heroicos sacrificios, doce naciones de Europa se debaten bajo el terrible yugo comunista». «Nos cabe la satisfacción de vivir con ese Mundo, más de diez años adelantados» y al referirse con nostalgia —no al oro y el ahorro de los españoles robados a España por los altos responsables, huidos al extranjero— sino a los niños que nos arrancaron para educarlos soviéticamente, dijo acertadamente: «Hoy son los niños de otros pueblos y aldeas caídos bajo el yugo ruso, los que se llevan a las estepas de la Rusia soviética, en vez de educar almas para Dios, se forjan y degeneran hombres para el mal». 

Esta es exactamente mi opinión sobre el comunismo. Por auténtica coincidencia doctrinal. 

Hay flores —mi buen amigo— que subyugan la vista y el olfato pero que envenenan con su perfume. 

Pero con el hombre de la calle, con esa sufrida clase media, como complemento, te diré más. 

¿Sabes la diferencia que existe entre los que combaten el comunismo y los comunistas? 

Pues atiende; el comunista es un doctrinario inflexible, desconoce la libertad espiritual y no concibe que el pensamiento humano pueda volar fuera de las doctrinas de Marx, Lenin y Stalin. Considera el vivir infrahumano del sovietismo como una privilegiada superación sobre la «detestable vida» del llamado, por ellos, mundo capitalista. 

En el actual campo denominado «occidental» opuesto, a la postre, al comunismo, priva una frase que aperentemente sirve de aglutinante; «la defensa de la civilización cristiana». Aquí, mi amigo, falla, según mi pobre concepto y alcance de la realidad y comprensión de las cosas, el auténtico sentido espiritual y bello de la vida. 

Ahora eres tú quien debes contestar, amigo entrañable. 

¿Qué clase de cristianismo, qué concepto del cristianismo, nos sirve a Occidente de bandera de combate contra el comunismo anticristiano? 

¿Me comprendes? Si de momento eres obtuso, ¡reflexiona! 

El comunismo es una unidad política, una filosofía primaria, un solo concepto doctrinario. Es una unidad, frente un complejo de intereses, interpretaciones, necesidades y apreciaciones dispares frente el peligro. 

No hago apologías, discrimino antecedentes y sólo lamento que la interpretación anticomunista no tenga, en el momento crucial del mundo un digno parangón del gesto español del 18 de Julio de 1936, que culminó con la derrota comunista del 1.° de Abril de 1939. 

Concluyo, cerrando este tema que no tiene soluciones prácticas en la dialéctica por apasionada y veraz que sea, con esta frase premiada en un periódico parisién, con cien francos. ¡Ya ves si resulta barato enjuiciar al comunismo! 

«El comunismo es la resultante de tres fuerzas negativas; cuerpo sin trabajo, corazón sin principios y alma sin Dios». 

* * *

¿Por qué inclino mis preferencias de convivencia social, humana y sentimental y por acomodo espiritual, a la institución monárquica tradicional? 

Si quisiera terminar, ya contestaría. Porque he leído con unción cristiana y española el tratado de buen gobierno de Santo Tomás de Aquino «De Regime Principum». Y el discurso-programa del Excmo. Sr. Don Esteban Bilbao de Eguia, al presentar a las Cortes el proyecto de Ley de Sucesión, donde se condensa el palpitar emocional de España en la hora presente. 

Porque sigo mi tradición familiar. Que supongo ya es un motivo respetable. 

Por elegancia espiritual, ¡amigo! ¡Me son incómodas las multitudes gregarias que eligen «democráticamente» un Presidente de la República por la mañana y por la tarde le «vetan» y debe dimitir. ¡Vetan la altísima representación del Estado. Juegan a pelota con el prestigio nacional representativo! ¡Se lo juegan a votos! 

Porque. ¡Atiende! 

Jaime Balmes (Vic, 1810-1848)

Escribió Balmes: «La cabeza del infortunado Luis XVI cayó en la guillotina, pero fué después de haber sustituido a la diadema de Luis XIV el gorro de la libertad»; la libertad revolucionario-demagógica. 

En el orden internacional puede ser indiferente el régimen institucional de tal o cual nación. —El Vaticano, organismo internacional por antonomasia, practica, naturalmente, ese respetuoso código.— ¡Ah! pero si del ámbito internacional; que coordina el interés de las naciones, suprafronteras, descendemos —si ello es descenso— al derecho que afecta al contenido y al continente tradicional e histórico de cada nación, considerada en si misma, la cosa varia esencialmente, conjunta y totalmente. 

En las relaciones internacionales se conjugan intereses económicos, estratégicos, suntuarios en cuanto coincidan y no se repelen, los puntos de vista respectivos de cada «parte contratante». 

En el orden puramente nacional, aceptado por inconcuso, el derecho de que cada nación «es libre de darse el régimen interior que más le acomode»; en cuanto a España, creo que después de la victoria militar del 1.° de Abril de 1939, con todos sus antecedentes y consecuentes —que alcanzan el referéndum nacional de 1947— cuando nadie es llamado a juicio de conciliación, lo más prudente y ecuánime es respetar la «libre determinación, la autodeterminación, de cada pueblo a gobernarse por si mismo». 

Me inclino por la institución monárquica por razones históricas y temperamentales. 

Si no llegaría a comprender una Monarquía en los Estados Unidos, por su historia, sus luchas y su formación corno nacionalidad independiente. 

Menos comprendo una república en España —mucho menos después de haber vivido el segundo intento catastrófico de 1931, salvadas las buenas, pero fracasadas, buenas intenciones— que tan valientemente ha enjuiciado Benavente en un artículo publicado en Abril de 1942. 

España, resultado de seculares luchas por la unidad que impone la geografía, la historia, y rige la Divina Providencia, está ligada a la institución monárquica, como la perla a una ostra. Aunque se opongan los doctrinarismos de espaldas a la Historia. 

Es muy humano probar nuevas posturas, pero también es muy práctico volver al primogenio acomodo, si se fracasa en pueriles intentos de orden multitudinario. 

Como católico y español, créelo, ¡Monarquía! por razones de razones patrióticas, que a la postre son las que mandan en el destino histórico de los pueblos. Por algo dijo Honorato de Balzac: 

«Yo escribo al resplandor de dos verdades eternas: la Religión y la Monarquía.

Porque convengo —alusión a la institución concreta, aparte— con el veterano político español Conde de Romanones, al decir en sus, por mi tan aludidas, «Notas de una vida» que «La Monarquía cayó porque no tenía más remedio que caer; como la Monarquía volverá porque no queda otro camino a seguir». 

Claudio Colomer Marqués, joven valor destacado del periodismo catalán, al comentar la obra «La Monarquía y su sistema de gobierno en el pensamiento político de Balmes (introducción y selección de textos de Jaime Carreras Pujal) (1), tiene una frase que por su fondo doctrinal y de concreción, te brindo a que la consideres en correcta exégesis: «El reconocimiento oficial de la institución monárquica como régimen normal de nuestro país, realizado por la reciente Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, hace que el tema de la Monarquía no sea en nosotros tan sólo una especulación de nostalgia histórica, sino una concreta ambición de futuro». 

Para que en el apresuramiento no se tropiece con el confusionismo tan generalizado —tu lo sabes— porque el grupo de éticos historiadores o intérpretes correctos de la Historia, por causas muy conocidas, carece aún de unidad de acción, Colomer Marqués pone este elocuente inciso aclaratorio: «Pero, además, ahora que por las Monarquías europeas, por las de los reyes sin gobierno, ha corrido la tempestad al galope, el pensador político de Vich es un remedio de urgencia. Un remedio contra las fáciles renuncias y las prisas sin causa; contra los desertores pueriles y los hipócritas conversos; pues la Monarquía que Balmes propugna, nada tiene que ver con las que se han abatido, ni con las que algunos desean con sospechoso apasionamiento». 

Ni propósito, ni lugar —una carta tiene sus límites— es este, para hablarte, en el módulo de la institución monárquica, de la importantísima cuestión que tantos obvian de buena fe, como es la cuestión fundamental del principio hereditario y la legitimidad de origen, cuestiones inobviables que el Alzamiento Nacional de 18 de Julio de 1936, descarpetó y desempolvó del fárrago de la premeditación y alevosía negativas del sistema liberal, para ensamblar con las ansias de imperio de un pueblo que cela sus derechos históricos impregnados de secular tradición: tradición que no es una palabra tan sólo, sino una sucesión de hechos, leyes, instituciones, costumbres, derechos... Hechos tangibles en la Historia y en el destino que deben posibilitar la trayectoria ecuánime de la Patria recobrada, en el reajuste internacional que reclama el momento presente. 

Estoy persuadido de que a flor de labio tienes una pregunta que, forjada en la mente, te sale del corazón: 

¿Qué concepto tiene Balmes de la Monarquía? 

Balmes, monárquico convencido, no sólo opina sino que, al respecto, profundiza mucho en sus juicios. 

«El día que los reyes sepan cumplir con su deber, aquel día terminarán las revoluciones; el día que un motín, después de arrollados y sobornados los guardias, se encuentre cara a cara con la persona del monarca que sepa decir: «No firmo, no juro, ahí está mi cabeza, tomadla si queréis», aquel día los motines quedarán vencidos para siempre». 

Por la fuerza misma de la evocación y sin ánimo ni intención de zaherir el recuerdo de figuras históricas extintas, porque son los actos, no las personas, lo que cabe enjuiciar. ¡Cuán tristes y poco edificantes para la apología de un sistema resultan estas manifestaciones del Conde de Romanones en el último capítulo de sus «Notas de una vida»!: «Sin embargo, yo que tuve el triste honor de flamear la bandera blanca pidiendo el armisticio... cuando yo en nombre del Rey y del Gobierno, reconocí que estábamos vencidos». 

Amigo mío, como que la Historia juzgará, no voy a abrumarte con mis comentarios. 

Atentamente.


(1) La Monarquía y Jaime Balmes, El Correo Catalán, edición de 30-V-48. 

dimecres, 10 de març del 2021

Cartas a un preguntón: Carta décima

por Enrique Sarradell Pascual, 1948

CARTA DÉCIMA 

Te gustan los torneos ideológicos, y los provocas. - Discrepancias de forma, pero no de fondo. - De cómo no es prudente el afectismo, si hay sensibilidad correcta. De los fabulosos campos de concentración ya juzgados, a los campos de concentración actuales, pasando por Katyn. 

Muy apreciado amigo: 

En la contestación a mi última, pones aceradas objeciones, por mi peculiar manera de decir y señalar. El concepto de interpretación que das a algunas de mis afirmaciones, tiene una importancia relativa, y digo relativa porque, lo esencial, es que coincidamos en el fondo, aunque discrepemos en la forma. 

Protestas de tu ardiente patriotismo —afirmación completamente obvia, amigo— y justificas tus preferencias durante la primera guerra mundial, en el inicio de la segunda y la evolución que se operó en ti, en las postrimerías de ésta, que aún da coletazos. 

Si tuviese tiempo y talento, cosas inapreciables en la vida, intentaría demostrarte en qué consiste la diferencia —mínima diferencia— entre tu pasión y la mía. 

Aunque soy un exaltado —tú lo sabes— ese, quizá defecto, es de tipo temperamental, no tiene nada que ver con las íntimas convicciones, fruto precisamente, no de exaltación del tipo dicho, sino de meditación y asimilación cauta, pero persuasiva. 

No obstante ello, seguiré en el examen de unas cuantas consideraciones. 

¿Estás conforme con los preceptos fundamentales sobre los cuales Vázquez de Mella proclamó los tres dogmas nacionales de España? 

Voy a repetirlos, aunque en estos momentos constituyan sólo una noble y anhelada reivindicación, porque existen preocupaciones más graves e inmediatas a resolver, que reclaman la atención de todos. 

«Dominio del Estrecho, federación con Portugal y confederación tácita con los Estados americanos». 

(Entre paréntesis, déjame recordarte que, en la actualidad, gracias a una óptima política exterior desde el vetusto caserón de Santa Cruz, el segundo y tercer puntos, implícitamente se asimilan en la práctica venturosa a los hechos). 

Pues, bien, amigo mío, si partimos del principio de que el movimiento colectivo de un pueblo o de una nación, ha de basarse sobre una «conveniencia» de orden general y no por reacción afectista de uno o varios individuos que, por sobre la «conveniencia» de orden general pudieran poner simpatías de orden personal y aún de intereses, en nuestro caso, el de España, a mi juicio en buena lógica, tenemos, en el ámbito internacional, unos intereses nacionales para airear y éstos están condensados en los postulados de Mella. 

Por lo tanto, cuando en la horrorosa pugna de naciones en que tan fácilmente se proclaman derechos y libertades, para mantener, conquistar y defender en relación a otros pueblos, razas o naciones, que toman parte, o no, en la conflagración, es incuestionable, de buena política, no olvidar los propios derechos interditos y ser más amigos de los que reconocen aquellos derechos, que no de los que a veces pueden ser causa de la conculcación de dichos derechos. 

¿Más claro? 

Bien. Otra pregunta. Supuesto que cuando dos grupos de naciones están en pugna y se destrozan, defienden sus razones. 

Sería monstruosamente inverosímil que la guerra se iniciase y continuase con el terrible galopar de los corceles del Apocalipsis, poseyendo ambos grupos de beligerantes, la razón justa, la razón basada en la justicia. ¿Vas entendiendo? 

Ahora te pregunto: ¿Al triunfar con las armas un grupo de beligerantes, triunfa con ellos la razón justa, la razón basada en la justicia? ¿No podría darse el caso de que la razón justa, la razón basada en la justicia, cayese aplastada, sin triunfar bajo las banderas destrozadas del grupo vencido? 

Amigo mío, reflexiona, dando forma tangible a mis inconcreciones. 

Estoy convencido de que llegarás a la conclusión que deseo. Que comprendas el por qué estoy ahora donde estaba antes. Pero me dirás que soy de los vencidos. ¡Vencidos! ¿Cómo? ¿En beneficio de la Humanidad y la civilización Cristiana? 

En los momentos actuales cabe pensar muy en serio ¿quién venció a quién? 

En esto —ya que no en otras cosas— estoy de acuerdo con Ramón Serrano Suñer ex-ministro de Asuntos Exteriores, «no tengo que ocultar mis simpatías cuando éstas, tanto en la adversidad, como en el triunfo, tienen por fundamento, no el interés personal, sino los ineludibles intereses de España». 

No sería muy digno para muchos españoles el gesto gregario de apresurarse colgándose de las traseras de las carrozas triunfales. 

Los hombres de convicciones saben andar a pie, peregrinos de sus ideales; a veces sucede que, por los caminos polvorientos de las rutas del mundo se encuentran carrozas destrozadas y gimiendo bajo sus restos, algunos que se colgaron de sus traseras. 

«Vivir sin sufrir, es cobardía». (1)

Espero que con estas explicaciones, que con todo el afecto te ofrezco, casi en forma de evangélico simbolismo, quedará justificada mi actitud ante tu amistad, que bendigo y ruego a Dios sea perdurable, dando así por contestada la primera parte de tu carta. 

En la segunda parte, me planteas, en verdad, un problema bastante serio. 

En gracia a tu propia curiosidad, ¡qué adivino, amiguito!, para ver como reacciono ante tus casi capciosas preguntas, voy a hacer un esfuerzo venciendo íntimas repugnancias y rebeldías que, en parte, recuerdan los días amargos y terribles de las checas, fortificaciones y cunetas de las blancas carreteras españolas, salpicadas de amapolas con la sangre de nuestros mártires. 

Escribes... «¿qué opinas de los campos de concentración alemanes? ¿Podrías decirme algo de lo que pasó en Katyn? 

Vamos por partes. En cuanto a la primera pregunta ¿qué opino de los campos de concentración alemanes? 

Sencillamente. Detesto, soy contrario, condeno los procedimientos de flagelación moral y física de todo ser humano, hágalo quien lo haga. Como cristiano debo de proclamar mi franca disconformidad con esa clase de procedimientos. 

Mas, ahora soy yo quien te pregunta: ¿Por qué sólo dices campos de concentración alemanes? ¿Estás seguro de que no los había, o los hay, en otras partes? 

Pensarás, quizá, ¡qué sofista! 

No, mi querido amigo, no. Es que se da la pícara casualidad de que en este momento me acuerdo de aquellas implacables y amenazadoras palabras de César. 

¡Vae victis! 

Es una ley fatal. El vencido no sólo es aherrojado sino que también inculpado de los desmanes propios y de los que no le pueden ser, en justicia, imputados. 

La leyenda negra de España, la no menos falsa historia de la Inquisición española, son consecuencia del hundimiento del imperio español, entre otros motivos de orden patriótico y confesional. 

¡Como si en otras latitudes no hubiese existido también la Inquisición! ¡Como si otras naciones estuvieran exentas de grandes culpas en su política colonial y de conquista! 

Si tu llegaras a opinar que no han existido, ni existen —recalco, amiguito— existen, otros campos de concentración que los de Dachau y compañía, en Alemania. Yo no estoy tan seguro y verás por qué.

Debe existir en cierto lugar de Rusia un campo de concentración llamado de Karaganda que al parecer, debe ser exclusivo para españoles, por cuanto son los propios exilados rojos los que protestan y hacen campaña contra la existencia de dicho campo. 

En cierto lugar de Francia, cercano a París, hace muy poco tiempo tuvo que tomarse al asalto un llamado «campo de refugiados», que no era otra cosa que un campo de concentración del que los rusos habían hecho desaparecer muchas personas, ¿cómo? 

En la triste Siberia gimen millones de seres; en las minas rusas de carbón trabajan como esclavos millones de prisioneros alemanes, italianos, polacos, austriacos, húngaros. etc. 

Los Cardenales y Obispos franceses piden al Presidente de la República «medidas gubernamentales que pongan fin al trágico problema de las depuraciones políticas desde la terminación de la guerra. También protestan de las inhumanas condiciones de vida en las cárceles y campos de concentración. 

El Episcopado alemán acude a los gobernadores militares de las potencias ocupantes, solicitando que puedan regresar a sus casas, para trabajar y elevar las posibilidades de la vida económica del pueblo alemán, los millones de pobres prisioneros alemanes que aún están en los campos de concentración. Acabo de oír en este momento, que escribo, por la radio, que sacerdotes católicos alemanes se ofrecen voluntarios para «misionar» en unos campos de concentración de Polonia, que supervisan los rusos. ¿Es que la maldad tiene justificaciones y disculpas? 

Podrás objetarme sobre los grados de crueldad en los campos de concentración. 

En esto te dejo libre. Ya es cuestión de sensibilidad opinar si es más cruel matar por asfixia o matar arrancando las uñas de pies y manos de una a una..., hasta las celdas frigoríficas de las prisiones políticas rusas de la Lubianka de Moscú. 

Podríamos continuar, querido amigo, pero el terreno es resbaladizo y un traspié cualquier lo da. 

Fosa de la masacre comunista de Katyn

Vamos, finalmente, al sangriento masacre de la flor de la oficialidad polaca en Katyn, en el tristemente célebre bosque de Katyn. 

Voy a contarte algunos detalles interesantes de este drama que he espigado de un escrito publicado, al lograr evadirse de Polonia, hace pocos meses, por el ex-primer ministro Polaco Estanislao Mikolajezik y comentarios de mi cosecha. 

Los 11.000 oficiales polacos asesinados por el clásico «tiro a la nuca» en el bosque de Katyn, cerca de Smolensko, eran prisioneros de los rusos de cuando aliados, rusos y alemanes, se habían partido Polonia. 

Al pasarse Rusia a los aliados, el gobierno polaco, llamado de Londres, reclamó la libertad de los prisioneros para incorporarlos a la lucha contra Alemania. Desde entonces surgieron las dificultades de información y una nubulosa se cernía sobre la suerte de los prisioneros. Como no era cuestión, ni ocasión, de enemistarse con la aliada Rusia, el resto de los aliados llegaron a la recomendación, a Polonia, de que no se informase al mundo la prolongada gestión para conocer la situación de los 11.000 oficiales. 

Ante la insistencia del gobierno polaco, el embajador ruso en Londres, Bogomolow, en nota oficial, declara que los oficiales polacos habían sido puestos en libertad en virtud de una amnistía de Julio de 1941. ¡Vaya libertad! 

Los alemanes, en 12 de abril de 1943, descubren las fosas de Katyn y divulgan al mundo el crimen soviético. La oficina de información soviética de Londres califica de «viles invenciones» la acusación. El terreno donde enterraron los 11.000 asesinados es de una composición peculiar que momificó los cadáveres y conservó la documentación que llevaban encima las víctimas. 

Lo demás ya no cuenta. Aquí tienes el caso de Katyn, monstruoso asesinato en masa, sobre el que aún pesan razones imponderables de silenciamiento. 

Atentamente. 


(1) P. Nadal Coll, S. J. 

dilluns, 8 de març del 2021

Cartas a un preguntón: Carta novena

por Enrique Sarradell Pascual, 1948

CARTA NOVENA 

Nuestra posición internacional. - Los "Tres Dogmas Nacionales" de España. - Amigos y enemigos de nuestra misión universal. - Actitud digna de los españoles. - La "Razón de España" ante el mundo. 

Muy apreciado amigo: 

En tu última carta discurres con acierto probado, sobre los dogmas nacionales de España, en relación con. nuestra posición internacional. 

Interesante tema —en verdad— en estos momentos de transición universal, de incomprensibles y comprensibles vacilaciones. 

Porque, si bien es cierto que en la conciencia popular española radica un sentimiento de orgullo patrio permanente, que guía, propende, y, señala, cual ha de ser nuestra posición internacional, no siempre se encuentran criterios libres que, como el tuyo, acepten, sin reserva convencional, la trayectoria nacional más conveniente. 

Existe una porción de españoles que especulan entre su sentimiento y sus intereses. Como, si, por ejemplo, el triunfo de la concepción económica nacionalista, pusiese en peligro los intereses que se basan en la legitimidad del derecho y su usufructo consiguiente. 

Las relaciones internacionales de un Estado para con otros, están sujetas, igual que las de un individuo para con otro individuo, por aquellas reglas primogenias, que, siendo eficientes, seleccionan automáticamente las relaciones, según el grado de sensibilidad y de decencia, que gravitan sobre la conciencia colectiva o individual, de la comunidad o el sujeto, obligado a la opción por necesidad. 

La opción, en el caso individual, es la solución de un problema simplista en extremo. Por equis razones, puede prescindirse de una amistad no conveniente. 

Mis preferencias sociales estarán en relación directa con mi educación, al par que no repugnen la sensibilidad espiritual de mi decoro cívico, personal y al prestigio. 

Pero, mi querido amigo, cuando un Estado ha de determinar, en el concierto internacional, sus relaciones, la solución del problema ya no es tan simplista; hay razones de razones que se imponen.

En el planteamiento del problema intervienen diversos factores que, derivados de la Historia, la Geología, la Geografía, la Topografía y la Economía, imponen, en su resolución, otros factores de responsabilidad basados en la auténtica conveniencia nacional, que sólo pueden determinar, en su justa interpretación, aquellos hombres rectores que han hecho de la responsabilidad una disciplina moral y un deber patriótico. 

Estoy convencido, mi querido amigo, que con ese prolegómeno, tendrás la suficiente amplitud de visión para situarte en el caso de España. 

Nuestra posición internacional no es de sumisión ni de renunciación, sino de desagravio, pretensión de espacio vital y vindicación de reivindicaciones. Derecho ese, que, si hasta ahora no se nos negaba, no nos era reconocido por la apetencia de un lado y el rencor de otro, por los que usufructúan infecundas alianzas y se aprovechan de nuestra situación geográfica, sin olvidar la succión de la riqueza natural, geológica y el potencial económico de nuestra España. 

Vázquez de Mella, el hombre vidente, martillo del Liberalismo y forjador de esa conciencia nacional que hoy se manifiesta en diafanidad patriótica por nuestro pueblo, señaló, en su día —no muy lejano de nuestra efemérides— que los tres ideales de España, los tres objetivos de nuestra política internacional eran, «el dominio del Estrecho, la federación con Portugal y la Confederación tácita con los Estados americanos». 

Nuestros dogmas nacionales, de acuerdo entre otros factores, con la Historia y la Geografía se circunscriben a indiscutibles postulados raciales y espirituales; expansión, comprensión y fraterna unción humana; contrapartida, en lo universal, de la conquista, la rapiña y la explotación, de espacios geográficos y razas inferiores. 

Esos tres dogmas nacionales españoles en el reajuste del mundo, indudablemente, en la hora actual, exigen, por razones insuperables, oportunas modificaciones de aplicación, pero, en lo espiritual y en la finalidad estricta, conservan los ímpetus esenciales en lo histórico y geográfico, como imposición de destino, en la trayectoria, que la libertad y su propia determinación señalan a España. 

España que pese a la depresión liberal siempre ha compendiado sus nobles ambiciones de expansión, de acuerdo con la lógica y la razón de aquellos tres dogmas nacionales, en lo internacional, únicamente ha encontrado un obstáculo en sus reivindicaciones, el deseo de otros para que persistiera nuestra inferioridad. 

En el panorama de las relaciones internacionales surgen, inesperadamente, factores que operan en sentido regresivo a la trayectoria de los factores precedentes, inmediatamente precedentes.

A ti, mi querido amigo, que no te falta ese inapreciable don de la observación, sazonado de sutileza precautiva, propensa a sacar consecuencias de determinadas comparaciones, te invito a que me acompañes a un recorrido rápido pero preñado de grandes acontecimientos y transformaciones, que abarca del mes de mayo de 1945, al momento presente. 

Así como en una cinta magnetofónica quedan registradas las voces, los aplausos y todas las sonoridades, en la prensa y en los libros consta todo el proceso, desarrollo y evolución del mundo, desde la capitulación alemana hasta el reciente discurso del Presidente Truman ante los representantes de ambas Cámaras norteamericanas señalando, con expresión acusadora, a Rusia, y el anuncio de la prueba de la 6.ª bomba atómica en el atolón de Eniwetok a «profundidad intermedia», como dicen los técnicos, es decir de 600 a 1000 metros. (1)

Si procedemos a discriminar los hechos, podremos advertir inmediatamente uno de sintomático; la disparidad de interpretación de acuerdos mutuos de los aliados, adoptados durante la guerra, en Yalta principalmente, y la acción unilateral de uno de ellos —Rusia— en provecho propio; a continuación, el desarme de Inglaterra y Estados Unidos y el mantenimiento de sus efectivos por parte de Rusia; el abandono de Polonia a una directriz política diametralmente opuesta a la de los que hicieron la guerra contra Alemania al lado de los aliados por el pasillo de Danzic; desmantelamiento de la industria pesada alemana; ocupación militar y política de Hungría, Yugoeslavia, Albania, Bulgaria; anulación de las libres nacionalidades de Croacia, Eslovaquia, Ucrania; resurgimiento de los campos de concentración; depuraciones por eliminación física, destierros, incautaciones, guerras civiles, huelgas revolucionarias, elecciones «democráticas» con candidatura única, la gubernamental; golpes de Estado políticos en Rumania, Checoeslovaquia... y para no hacer interminable la relación de grandes y graves acontecimientos, la inoperancia de la O. N. U. y sus múltiples secciones y subsecciones, comités y subcomités; el reiterado ejercicio de la facultad del veto por parte de Rusia e incomprensiblemente por el presidente Truman, debelador de tal ejercicio; el problema de Palestina, el caso de Grecia, el de China, el de Manchuria, el de Corea, la obstinada obstrucción al llamado plan Marshall de ayuda a Europa y finalmente, el «caso de España». 

Tú y yo, coadyuvando, objetivamente, en la consideración de los acontecimientos que quedan relacionados, estoy seguro de que coincidiríamos, dada la «psiquis» del momento en que te escribo, con otros más sabedores que nosotros de que, cuanto he anunciado son premisas, más que suficientes, para desencadenar la tercera guerra mundial. 

Pero amigo, a pesar de la gravedad suma del momento, con todo y que la voz augusta de Su Santidad Pío XII en su mensaje de Pascua, ha dicho «La gran hora para la conciencia cristiana ha sonado. O esta conciencia despierta a la plena y viril conciencia de su misión de ayuda y salvación para la humanidad puesta en peligro en su ser espiritual, y entonces habrá salvación, o de lo contrario, y Dios no lo permita, esta conciencia despertará en parte, no se entregará valiente a Cristo y se cumplirá el veredicto, terrible veredicto, no menos solemne: «El que no está conmigo, está contra mí», yo propendo a una invariable capacidad para el optimismo que constituye mi mayor bagaje de hombre que confía en la Misericordia de Dios, pero que en definitiva acata su Voluntad. 

Así, pues, no especularé más, sobre los hechos trascendentales y graves que oscurecen el horizonte internacional y me detendré, aunque sea un momento, para terminar, en el inverosímil «caso de España», con el que, peligrosamente, juega la inconciencia. 

Al terminar nuestra Guerra de Liberación, todas las naciones, excepto Rusia y México, reconocieron al Gobierno nacional triunfante y quedaron ubicadas en Madrid las representaciones diplomáticas acreditadas. 

Durante la segunda guerra mundial, España, como en la primera, mantuvo su neutralidad, a pesar de que la evidente germanofilia de la mayoría de los españoles, tanto en una como en otra guerra, hubiera podido inclinar, en determinados momentos, su beligerancia a favor del momentáneamente vencedor. (2)

Después de la primera guerra, a pesar de la hostilidad correcta, pero evidente, de los Estados Unidos, Francia e Italia respecto a España (3) al reunirse en Versalles la Conferencia de la Paz, a nadie se le acudió acusar a España de «peligro en potencia» para la paz mundial, ni aislarla económicamente, ni retirar las Embajadas. 

¿Qué sucedió después de la segunda guerra? Pues, que como no ha podido asentarse la paz por interferencias de orden ideológico, han sido las cuestiones políticas las que plantearon el «caso de España» en la O. N. U. y esas mismas cuestiones de tipo político al servicio del imperialismo soviético, son las que han posibilitado, desgraciadamente, la actual tirantez de las relaciones internacionales, resulta ahora que, los mismos que inexplicablemente sirvieron de peones al odio soviético contra España, han tenido, por fuerza de las circunstancias, de convertir el «caso de España» en la «razón de España». ¿Por conveniencia? ¿Por necesidad? Quizá por ambas cosas. 

Y ya sabes tu, como lo saben muchos, que la España de hoy, es la misma de cuando la declararon «peligro en potencia» para la paz. Por la Paz, la Libertad cristiana y la Justicia, me alegro de la nueva situación creada por la comprensión ajena, aunque sea incomprensiblemente vetada. 

Que atinadas, sonoras y justicieras resultan para final de esta carta las siguientes palabras: «España es algo más que una tradición milenaria augusta, inseparable de la historia y de la cultura mediterránea; es una realidad política viva por su posición estratégica, por sus posibilidades económicas y su potencial humano». (4)

Atentamente. 


(1) La primera bomba atómica fué probada en los desiertos de Nueva México, la 2.ª y 3.ª produjeron las horribles hecatombes de las ciudades japonesas de Nagasaki e Hiroshima, la 4.ª y 5.ª fueron probadas en el atolón de Bikini...

(2) «Dos discursos resonantes se pronunciaron en aquellos días: el de Maura, en el Teatro Real, y el de Mella, en la Zarzuela. Maura, en períodos de soberana elocuencia, por primera vez se inclinó a los centrales, aunque recordando y razonando los motivos que le impulsaron a llegar al Convenio de Cartagena de 1907. 

El de Vázquez de Mella, fué un gran discurso, oración modelo, arrebatando al auditorio, que vibró de entusiasmo. ¡Y qué auditorio! Lo más selecto de la sociedad madrileña, ¡Palacio entero!, que se desbordaba contra los aliados». 

Conde de Romanones Notas de una vida

(3) Id., Id., el autor cuenta al respecto sus entrevistas en París, con Wilson, Clemenceau, House, Sonnino y Orlando, en diciembre de 1918. 

(4) Julio Datas, ex-ministro y presidente de la Academia de Ciencia portuguesa en el «Diario Popular», de Lisboa. Marzo de 1948. 

dissabte, 6 de març del 2021

Cartas a un preguntón: Carta octava

por Enrique Sarradell Pascual, 1948

CARTA OCTAVA 

La cuestión social. - No nos tientan las insinuaciones personales. Consideraciones generales que pueden ser provechosas. 

Muy apreciado amigo: 

Ya te esperaba en este terreno. ¡La cuestión social! 

Estás en lo cierto, nuestra ciudad ha sido durante muchos años campo experimental para la aplicación de todas aquellas doctrinas que el cuerpo social mal asimilaba y peor encajaba. Primero las teorías anarquistas de Krupotkine injertadas en nuestro temperamental belicoso e insumiso; más tarde, la sutileza de Marx y finalmente el cientificismo demoníaco, la revolución hecha ciencia por Lenin, perfilando hasta la agudeza sentimental, la torpe abstracción comunista que de utopía pasaba a sistema eficaz de la revolución universal, con inspiraciones de ghetos, en aplicación contundente de los preceptos contenidos en los «Protocolos de los Sabios de Sión»; la serpiente hebraica dando la vuelta al mundo hasta que la boca alcanzará la cola. 

Después de leer el párrafo que precede, te quedarás viendo visiones ¿verdad? 

Este lenguaje simbólico te aturde. Me crees víctima de un hartazgo de literatura polémica que me transporta hacia las mansiones de la quimera. 

Eso podían pensarlo de mí, antes de la guerra, muchos que vivían en Babia. Estaban convencidos ¡pobres ilusos! que nuestras preocupaciones por el judaísmo y la masonería eran esto: preocupaciones. Cuando nosotros —designamos nuestras campañas periodísticas en la prensa nacional— combatíamos los estratos políticos y sociales que, entre elecciones, prototipo de falsedades y, huelgas antieconómicas, preparaban el clima propicio a la «agitación armada» del comunismo, eran muchos —por desgracia— que osaban calificarme de impertinente y visionario; así fué como me aislaron por indeseable de la «conllevancia» con la revolución en marcha, que a su hora, ni a ellos respetó. En el pensamiento y en el corazón llevo los nombres de algunos incautos que «piadosamente» pugnaban por arrojarme a la fiera y... la fiera, en mal hora, se cebó con ellos. ¡Paz, paz y perdón! A ello me obliga en conciencia mi fe católica. 

Hoy, lo disculpo, pero no tolero bromas, cuando está hasta la eficiencia probada la relación íntima, cierta e incontrovertible, entre la gran conspiración universal del judaísmo y la masonería y todos los partidos de izquierda y sindicales, anarquistas y marxistas, que sumieron a nuestra ciudad y a España, en la más abyecta de las esclavitudes. 

Es un proceso tan complejo de complicidades que, escapa, su simple análisis, del reducido espacio de esta misiva. Pero basta lo apuntado para propensar en reflexión y, tú, mi querido amigo, en primer término, ¡estás obligado a ello! 

Las ideas y las teorías hay que masticarlas mucho antes de deglutirlas. 

Insinúas un gran despropósito, al impulsarme tratar del problema social. 

Aludes al bienestar económico de las clases productoras, antes del Alzamiento Nacional. ¿Qué hacemos del bienestar económico si falta la satisfacción interna y digna en justicia estricta? 

Por la boca muere el pez, amigo. Aquí radica el problema social más importante. La deserción en el cumplimiento del deber estricto. 

Al productor se le captó en las sindicales internacionalistas, arrancándole, primero, todo sentimiento religioso, nacional y moral. El odio de clases fué la suprema aspiración que se le inculcaba. ¡Ni Dios, ni amo! para consigna de combate materialista, ¡un programa estupendo! Pero el hombre y su organización gregaria topan, cuando chocan con la realidad inconcusa de los destinos de raza que tiene deberes inexorables a cumplir, por sobre y, a pesar, de todas las utopías y teorías. La empresa patriótica exige, en la hora H sus derechos y se quiebran todas las elucubraciones y espejismos. 

El hombre, la sociedad, han de vivir su destino histórico, mayormente las razas —como la nuestra— que reclaman periódicamente, por ancestralismo de destino social, un puesto al sol y una caricia de libertad. 

Todo ese comprensible proceso biológico y espiritual no supieron percibirlo los líderes de las masas gregarias, ni los directores de la economía acumulada. 

Se equivocaron conjuntamente y la exacerbación infrahumana desplazó a unos y, a otros, hacia el caos; confundidos entre defectos y condescendencias, o distracciones en el cumplimiento de obligaciones. 

No pretendas ahora que embista en el comentario sobre el adversario reducido. Bien sabes tú que los tiros no se dirigirían precisamente el enemigo leal, sino contra esa teoría político-económica de la burguesía miope y acobardada, que, de concesión en concesión, claudicando hoy sí y, mañana también, se dejaba arrancar a la fuerza de, amenazas y huelgas, aquello que en definitiva, era de justicia dar a los productores (1). 

Con ello, la burguesía liberal no hacía otra cosa que cargar de laureles a los meneurs sindicales y acrecía el odio de clases, ya que la masa, siempre sensible a las vulgaridades, veía en sus líderes sindicales a los caudillos de las emancipaciones económicas, que, en el fondo, eran pactos de logia, impuestos y acatados a la sombra. 

¡Ah! mi querido amigo, cuan otra hubiera sido la trayectoria de los problemas sociales en nuestra ciudad, en España y... en el mundo, si la clase patronal, individualmente tan cristiana, en vez de leer el título y nada más, hubiese conocido el contenido y, practicado, la doctrina de las Encíclicas papales «Rerum Novarum» y «Quadragesimo anno». 

¡Esa desgraciada teoría del hombre dual!, católico individualmente y judío en los procedimientos colectivos. ¡Cuánto mal ha hecho a la sociedad! 

Ciertamente, mi querido amigo, que trato de problemas que, aparentemente, han pasado a lo anecdótico, pero permíteme que te diga que su fuerza evocativa, en lo histórico y en lo que de enseñanza tiene, sus rasgos generales y —sobre todo— su trabazón sectaria, tiene una consecuencia nacional y, diría —sin inmutarme— alcance universal a precaver, hoy más que nunca, dada la situación actual del mundo en tensión febril. 

El error radica, en nuestra ciudad, en España y en el orbe entero, en aquella concepción antipráctica e ineficaz, en definitiva, de confiar a la fuerza pública la solución de los conflictos sociales. ¡Gran error, créelo! Por encima de la coerción, la justicia cristiana. 

En teniendo los fusiles a su lado, la clase patronal obviaba la justicia, el fondo de justicia de las reclamaciones obreras; o se dejaba arrancar concesiones a la fuerza, cuando en estricta justicia podía haberlas implantado sin imposición, con sólo abrir las válvulas de una recta conciencia. 

A la masa obrera se la entrenó para luchar contra los fusiles, con fusiles. 

¡Justicia estricta, social y humana!, que, de haberse aplicado, hubiera hecho inoperantes a los líderes revolucionarios. Había que arrancarse a la fuerza, lo justo que ha consagrado el progreso e invoca la sociología cristiana.

¡Así llegamos a  Julio de 1936! 

Atentamente.


(1) Refiriéndose a la exacerbación social revolucionaria en Catalutia, al finalizar la primera gran guerra, escribe el Conde de Romanones en su libro Notas de una vida

«Mientras duró ésta —la guerra— la industria catalana recibió los más espléndidos beneficios, se desarrolló el egoísmo patronal en proporciones extraordinarias, satisfecho hasta la hartura, y cedió fácilmente o con escasa resistencia a las peticiones de los Sindicatos obreros, transigió con la intervención que estos fueron tomando en el trabajo y hasta dejó pasar sin protesta los más graves actos de indisciplina en fábricas y talleres, con irreparable quebranto de la autoridad técnica y la dignidad patronal, aparte de la compensación y enormes provechos que los Sindicatos recibían. Los patronos cegados por la codicia, perdieron el sentido de la previsión que debía inspirarles un serio estudio de los problemas de las postguerras en los factores de la producción». 

dijous, 4 de març del 2021

Cartas a un preguntón: Carta séptima

por Enrique Sarradell Pascual, 1948 

CARTA SÉPTIMA 

Aquella porción inconformista. - De cómo place más el negocio material que la poesía del espíritu. - Dardos y lanzas sobre el materialismo. - Esperanza, sí, pero, más fe que esperanza. 

Muy apreciado amigo: 

Un escritor de los más discutidos contemporáneamente escribió: «Cuando más conozco a los hombres, más amo a mi perro». 

Mordaz concepto de una despreocupación, hasta molesta, para sintetizar que la lealtad no es patrimonio corriente entre los hombres. 

En su locuaz estilo, Santa Teresa, nos llamaría «hatillo de locos poco cuerdos». 

Amigo mío, el agradecimiento y la lealtad son cosas que huyen de los ojos del espíritu, sobre el encrespamiento de los días, en un vuelo sin retorno. 

En España se ha repetido el fenómeno como la cosa más corriente y vulgar en un sostenido contrasentido de los hechos mismos, como si aquí, en vez de una guerra de barbarie, con su secuela de destrucción y muerte, se hubiese disputado una competición deportista. 

Los hombres que, hartos de beber felicidad tuvieron que cerrar los ojos a la luz de los incendios sacrílegos, no saben abrir su retina al sol de la libertad humana. 

Aquellos de vida muelle como un suspiro, que la revolución y la guerra les convirtió en pordioseros, que hubieron de vivir de gracia, escondidos y disfrazados, hurtando su cuerpo al montón de ejecutados en las cunetas de las carreteras y, aquellos otros, que jugaban a cara y cruz su vida y su fortuna en los senderos de los contrabandistas, en las lindes fronterizas, para alcanzar la España nacional o quedarse a vegetar en tierras aparentemente tranquilas, levantando a punta de bayonetas y chorros de sangre ajena, el interdicto sobre negocios y hacienda y su buena colección de billetes de serie; como atacados de la aguda psiquis de la guerra, han caído en amnesis y lo más lamentable, el desmesurado instinto de conservación, les ha hecho ingratos, al llegar al hogar recobrado. Continúan cegados y cual nuevos Quijotes arremeten contra las palas de los molinos. La ficción andante y desconcertante. 

El hito de los días lo marcó en nuestra Historia la interrumpida descarga homicida, segando la vida de los mejores. 

Para algunos españoles, su historia particular se interrumpió en un aparente colapso cardiaco, pasado éste, con una inconsciencia avara y egoísta, pretenden disfrutar el privilegio antañón como si las tierras de España no fuesen un inmenso campo de tumbas de héroes y mártires, que llegaron al sacrificio con la esperanza de que los que se salvaran, comprendieran y respetaran el valor de aquella entrega total, en holocausto de un vivir más honrado, por libre. 

Amigo mío, sígueme en estas obligadas consideraciones y aprenderás a discernir, en lo atañente al volumen de esa otra subversión, de tipo espiritual, que se está produciendo en la contumacia que una larga educación liberal de especie gangrenosa sigue operando en, y sobre la parte más amorfa y débil del cuerpo social español. Amorfa, porque carece de reservas vitales en lo moral y espiritual; débil, porque nunca ejercitó el saludable ejercicio de buscar la verdad, aunque fuese a codazos y contra corriente, voluptuoso ejercicio del espíritu libre. 

Tú y yo, cuando se desencadenó la tempestad rojo-separatista, al ponernos a cubierto como pudimos —imposible el luchar— con un gesto negligente, exclamamos: ¡era fatal!; los otros, aquellos que rastrilleaban sobre los signos de la eufórica política republicana, sorprendidos y espantados, boquiabiertos, aún no han encontrado la palabra justa para expresar su sorpresa, su desengaño y su miedo.

Revolucionarios de la CNT y guardias de asalto,
en las calles de Barcelona el 19 de julio de 1936.
Cuando el P. Crisógono de Jesús, carmelita descalzo, ha escrito su luminoso trabajo, sobre la armonía entre la oración y la acción, sin duda ha debido condenar en alas de su erudición sapientísima el prejuicio que nosotros afeamos desde nuestro lugar de hombre de la calle. 

Pero como España no es ya sólo un nombre geográfico sino una verdad inconcusa, es también un hecho espiritual, cierto, sin bordes ni ángulos; nos une a todos, sin más distinción que la superación en amarla y servirla. 

Cuando todo el ambiente español era una gran lágrima que quemaba los corazones de sensibilidad espiritual, había una parte de españoles refractarios a toda belleza, siquiera fuese de égloga. Para nosotros —en aquel entonces— el nombre de España se tornaba en carnales coloraciones de rosa al amanecer; para los otros, era una manifestación materialista de la naturaleza en su interpretación de fenicios retardados o de tártaros contemporáneos. De un lado, la sublimidad de los ideales, clasicismo temperamental y espiritual. Supremacía del Cristianismo sobre el calculismo de la raza maldita, espectante de bienestar y de botín. Éramos, nosotros, células de la España eterna, que un siglo de maldad y libre interpretación, no nos torció la misión patrimonial religiosa y patriótica que pudimos llevar hasta los Alcázares del Alzamiento con orgullo doliente, pero incólume. 

De otra parte ese conglomerado incomprensible de los elementos de la plutocracia metalizada y la demagogia, compendio deleznable de apetitos bestiales, que se completaban y se entendían, se entrecruzaban y se respaldaban, a través de las consignas siniestras de las logias, en un programa común de apetencias materiales que, como un crucigrama malvado, daba la solución de coincidencia; ni Religión, ni Patria interesan tanto como los negocios, decían unos, y aprobaban otros, para el saqueo y el disfrute del botín. 

La última consecuencia del Liberalismo, hecha carne de miliciano en acción. 

Yo que siempre he sido tachado de premioso en el ímpetu, aunque, sin despegarme del agridulce temperamento combativo —mi segunda naturaleza— he siluetado el retablo español con brocha gorda, pero con más refinamiento que maldad ¿no te parece, mi buen amigo? 

Te auguré ocuparme de esa porción inconformista y para hacerlo, he calzado los guantes. Concesión meritísima y extraordinaria, propia de un cristiano. 

Y para terminar esta carta unas pocas consideraciones que en derecho determinaríamos como condición «a reserva de...». 

Nuestra época revolucionariamente constructiva contiene dos generaciones. 

La que con su educación y su esfuerzo alcanzará su destino histórico. 

Y la generación que se formó y anquilosó en la inoperancia espiritual de anteguerra. 

La primera, sigue su camino, impelida por un afán histórico cotidiano, movida por la fuerza de cada hora en vigilia y atención. 

La segunda, compuesta generalmente por hombres de los 40 años en adelante, son incapaces, muchos, de reaccionar con libertad. Perecerán rabiando como canes. Para éstos no hay solución. No supieron, ni saben lo que es tarea religiosa y patriótica. Saben de sus anhelos particulares, de sus negocios, de sus ganancias incontroladas, de sus deseos, de sus odios, de su sinrazón iconoclasta; el rencor les mantiene en tensión de predestinados al complejo de inferioridad. 

No saben lo que es bondad, virtud, libertad y justicia en compendio de belleza.

Atentamente.

dimarts, 2 de març del 2021

Cartas a un preguntón: Carta sexta

por Enrique Sarradell Pascual, 1948

CARTA SEXTA 

Compendio castrense de la vida nacional. - Reminiscencias indeseables. - De cómo de lo material pasaríamos a lo espiritual. - Y que el "snobismo" no es aconsejable. 

Muy apreciado amigo: 

Valle Inclán pone en boca de uno de los personajes de «La guerra carlista. Los Cruzados de la Causa», la siguiente afirmación: 

«En la guerra, la crueldad de hoy es la clemencia de mañana. España ha sido fuerte cuando impuso una moral militar más alta que la compasión de las mujeres y de los niños. En aquel tiempo tuvimos capitanes y santos y verdugos, que es todo cuanto necesita una raza para dominar el mundo». 

Ese otro manco que no llegará a ser inmortal como el de Alcalá de Henares, porque, si eran pares en la mutilación física, eran dispares en su abolengo espiritual, arguyó así, dando vida a una concepción histórica de un tiempo de reciadumbre; sin apartarnos de la vida del destino hispano, el lenguaje seria otro, aunque la intención la misma y aún supeditada al hecho circunstancial. 

Hoy, un superviviente de la guerra de Liberación, puede decir: 

La guerra nos ahincó el derecho a la defensa. La misión del vencedor importa tanto en su aspecto físico como moral. El derecho natural coordina la mística teológica con la defensa cruenta de los principios positivamente legítimos que no sean contradictorios, en caridad y justicia; un soldado en armas y un misionero abrazado a la Cruz redentora; un ciudadano en milicia castrense y un sacerdote en milicia espiritual, son, en nuestro caso, católico y racial, en misión específica, un complemento actual en la acción de defensa de la Fe y la Hispanidad. Misión elevadísima de la catolicidad hispana en su destino ecuménico. 

Si la doctrina de la Iglesia, en última instancia, admite la justicia de la rebelión, no en un caso concreto, sino en todos los casos determinativos de la rebelión, por la misma causa de injusticia, queda completamente inadecuada la teoría liberalizante de la prudencia, procedimiento inocuo, apto sólo para prosperar la inoperancia y entregar el acervo tradicional a la trituración subversiva. 

Querido amigo, me parece que en su parte necesaria quedan contestadas tus reservas, que no son más que lamentables prejuicios de anteguerra. 

Quedan aún resabios pluriformes de aquella moral utilitaria que la política rezumaba antaño. Hemos sufrido, todos, demasiado, para no darnos cuenta de que precisamente nuestro dolor fué más agudo por el contraste de una posición política que no podía resistir —en nuestras conciencias católicas— la contradicción misma del liberalismo, por otra parte condenado por el «Syllabus» de Pio IX. 

Pío IX (1792-1878)
Nuestra madurez de luchadores se ha concatenado —y no es posible desvincularla— con la juventud católica y española que en el frente y en la retaguardia, acusó el golpe viril de la nueva España. Los viejos métodos liberales ya no pueden subsistir; un afán nuevo impulsa hoy al espíritu. Si se intenta detenerlo es un error; si torcerlo, peor. Los términos medios palidecen ante el hecho de las concreciones; vivir con dignidad o hundirse en la esclavitud del triste y rencoroso concepto materialista de la vida. 

Los juegos ideológicos no son para contumaces. El peligro de yerro es siempre inminente y si se resbala... ¡ay! del caído. 

Tú, como tantos, habías notado náuseas ante la voluble y astrada educación política de una generación que, de tanto snobismo emotivo, llegó a gozar en la morbosidad de la interpretación inversa de la vida digna. 

Tú, como tantos, percibiste el agobio asfixiante del corazón, partido, ante la genuflexión desde una prensa laica de aquellos valores que, aparentemente honesta y públicamente favorecida, callaban las reacciones patrióticas —¡si no las combatían en nombre de la ponderación, «conllevancia» que tenía más de alcahuete que de virtud prudente!— y en cambio se estremecían las rotativas y se inflaba el ditirambo para las audacias incontroladas de los apátridas y los intelectuales alimentados —sin digestión— de todos los ensayos cesionistas y comunistoides. 

¡De aquellos polvos vinieron esos lodos, mi querido amigo! 

Si el hombre, en vez de un sujeto complejo de contradicciones y de contumacias, fuese, por esa obra directa de la gracia —que nunca nos falta y que tantas veces obviamos— un ser que, por gradación ostensible y extensible, propenso a la perfección manifestada sin esperar el inescrutable misterio del trance a la vida eterna, en un arranque de gallardía humana —para la que siempre Dios nos da de la mano— plena de libertad y emulación cristiana, fuese, repetimos, un alto exponente de libertad; la inesperada, cruenta y profunda prueba de una guerra y revolución horrendas en su alcance y consecuencia, hubiesen bastado para grandes confesiones públicas como una evocación medioeval. 

¡Pero amigo! ya lo ves. A muchos, que aún les delata el sufrir, las profundas cicatrices de la guerra, sienten otra vez cosquilleos de reincidencia. ¡El hombre es el único animal que tropieza siempre con la misma piedra! 

De esta clase prometo ocuparme en otra carta, que habrás de estimar, mi querido amigo, no como requisitoria, pero sí como la expresión sincera y dolorosa de un patriota y cristiano que le duele en lo más profundo de su corazón, ver a esos grupos fatalistas, arrastrando rencores y contumacias, después de habérseles arrancado los grilletes de la depauperación y la indignidad. 

Atentamente.