divendres, 2 d’abril del 2021

El P. Juan María Solá

Tal día como hoy, un 2 de abril de 1937, moría cristianamente en Valencia (en aquel momento bajo dominio rojo) el íntegro y sabio padre jesuita Juan María Solá, natural de Igualada (Barcelona), aunque criado en Zaragoza.

Amigo leal de la Comunión Tradicionalista y autor de numerosas obras de gran erudición, no logró morir mártir de Jesucristo como tantos de sus hermanos en religión, pero moría en santa ancianidad y lleno de merecimientos, que atesoró con una vida intensísima de profesor de Sagrada Escritura y de Retórica, y más tarde de predicador intrépido, en que consiguió merecido renombre en toda España.

Su correligionario Juan Marín del Campo, el célebre «Chafarote» de El Siglo Futuro, que había militado como él del integrismo (cisma en la Santa Causa felizmente superado en 1931) consideraba su pluma a la altura de las principales del Siglo de Oro. He aquí la semblanza que le dedicó en una ocasión.


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Estas cartas son un verdadero panal de rica literatura católica y española; y basta y sobra este botón de muestra para que los que no conozcan al P. Juan María Solá barrunten (si algo les alcanza en achaques literarios) que no es novicio en el arte de escribir, sino padre grave y autor verdaderamente clásico, español por los cuatro costados y católico a machamartillo el que tan formidables, tan católicas, tan españolas, tan clásicas y tan gustosas epístolas escribe.

El P. Sola es poeta y gran poeta, como lo rezan y cantan sus magníficas odas y sonetos a la Inmaculada, a la batalla de Castelfidardo y al Sagrado Corazón de Jesús; su polímetro castellano a Pío IX, su himno triunfal al Sagrado Concilio Vaticano, su canción al escudo de España, su cantar de gesta o trova en castellano antiguo a la muerte del Rey de Castilla y de León San Fernando, y otras composiciones que pudiera citar fácilmente porque gran parte de ellas las sé de memoria desde que era niño.

Es también alma hebrea, como llamaba a Fray Luis de León el P. Cámara, y así lo está pregonando a voces la magnífica versión de algunos Salmos de David en rima castellana, versión hecha directamente de la sagrada lengua, versión infinitamente superior a la famosa de González Carvajal, mucho más primorosa que las del citado Fray Luis y no inferior a lo poco, pero bueno y óptimo que conocemos del gran polígrafo y humanista Amador de los Ríos.

Es políglota insigne, que amén de conocer y hablar como propias las principales lenguas europeas (sin exceptuar la lengua catalana, que estudió y aprendió para saborear a Verdaguer, de quien es devotísimo), sería capaz de terciar en los mismos Diálogos de Platón el divino, y en los muy sabrosos de Marco Tulio Cicerón, allá en las apacibles rusticaciones tusculanas de aquellos ilustres varones Quinto Mucio, Lucio Craso y Marco Antonio.

Es autor de varios folletos de propaganda católica, entre los cuales sobresalen los dedicados a León XIII y a Pío X sobre los principales errores contemporáneos, y el folleto que escribió a cuento de las Cortes de Cádiz, cuna de aquella dichosa Constitución que nos trajo las gallinas liberalescas, y que nos mandaba a todos los españoles ser justos y benéficos.

Otrosí es autor de varias obras literarias de muchísima erudición, de mucho gusto, de mucha sabiduría y de mucha enjundia católica, como las que escribió sobre los Catecismos españoles, sobre tos antiguos poetas castellanos que cantaron al Sagrado Corazón de Jesús, como las vidas de San Pedro Claver y del heroico Obispo Orberá, el mártir de Cuba, y como el Romancero y Cancionero eucaristicos, que fue la joya literaria de más erudición, de más alientos y de más quilates que publicó en Valencia el primer Congreso Eucarístico Nacional, de felicísima recordación.

Finalmente, no tienen número sus homilías, sus discursos, sus lecciones sacras, sus pláticas, conferencias y sermones de misionero.

Pero el P. Sola, más que nada y más que todo, y sobre todo y ante todo, es el autor insigne, el autor egregio, el autor primoroso y sabio, artista y clásico, del SÉÑERI ESPAÑOL, que vence y pasa de vuelo al original, al Cicerón cristiano, al famosísimo Séñeri de Italia. Por cierto, que entre tantos libros como en el mundo se han escrito sobre Generaciones y Semblanzas, no se encuentra una más primorosa y más perfecta que la magnífica semblanza del P. Pablo Séñeri, pintada de mano maestra por nuestro Padre, en el espléndido frontispicio de ese libro. Aquella luz (diría Menéndez y Pelayo), luz es de Rembrandt.

Desde los días y desde los libros del P. Granada y de Cervantes no se ha escrito jamás en lengua castellana libro más castizamente clásico que este libro. Y aunque a muchos les sonará a verdadera herejía literaria mi sentencia, afirmo sin recelo de engañarme que el SÉÑERI ESPAÑOL del P. Solá, tanto por el estilo como por el lenguaje (que es de la más rica cepa de Castilla), es superior a todos los libros del P. Rivadeneyra, de Malón de Chaide, de Sigüenza, de Mariana, de Martín de Roa, y de cualquier otro escritor del siglo de oro que no sea Fray Luis de Granada, Miguel de Cervantes, Fray Luis de León o el P. Luis de la Palma, que son los cuatro escritores más excelsos de nuestra espléndida literatura. A todos ellos y a ninguno se parece el P. Solá (facies non ómnibus una, nec diversa tamen), aunque más se parece a los autores ascéticos que a los profanos; pero es todavía más correcto que todos, y hay más abundancia o riqueza de frases castizas en el SÉÑERI que en cada uno de los escritores referidos, si bien es verdad que todas las frases de esa obra se encuentran en el rico tesoro de los innumerables libros de nuestros clásicos. Mas para encontrarlas todas, una por una, sería preciso revolver infinitos volúmenes del siglo de oro, todos los cuales ha leído y releído el P. Sola, y a todos sus auto-res les ha bebido, como dicen, los alientos. Gracias a la vasta lectura, a la feliz memoria y a la tenaz perseverancia del Padre en manejar y revolver día y noche los libros de aquella edad gloriosa (pues en su alma latina y clásica ha estado sonando y resonando siempre el nocturna vérsate manu, vérsate diurna, de Horacio), ha logrado enfrascarse de tal manera en los arcanos del genio de la lengua castellana y ejercitarse en el más cabal y perfecto saboreamiento de la misma, que puede habérselas ventajosamente con la mayor y más sana parte de los más clásicos y sobresalientes escritores del siglo de oro.

En fin, el P. Sola (y eso vale más que los laureles y triunfos literarios) ha peleado siempre y en todas partes las batallas del Señor opportune et importune, como decía con sublime ironía el Apóstol de las Gentes; ha predicado infinitas veces contra el Liberalismo y contra todos los errores modernos; ha sido notado de temerario o imprudente por los prudentes del mundo, del demonio y de la carne; ha sufrido persecución por la justicia; ha sido verdadero hijo de San Ignacio y buen soldado de su militante Compañía, y soldado de tan recio temple como los antiguos Padres Campiano, Personio y Canisio, como los llamaba tan españolísimamente nuestro clásico Padre Rivadeneyra.

En la escuela literaria, católica, apostólica y romana del mismo P. Sola se han criado, unos desde niños y otros desde jóvenes, algunos de los que andamos en estas andanzas de la BIBLIOTECA. Y aun alguno de nosotros, en medio de las borrascas de la vida, ha oído también, de los labios de ese discípulo y apóstol de JESUCRISTO, palabras verdaderamente celestiales, anuncios hechos solemnemente en nombre de Dios, y que luego, al pie de la letra y con mucha consolación del alma, se han cumplido. Razón será, que a ley de honrados, demos aquí fiel testimonio de verdad y de gratitud.

Juan Marín del Campo (7 de diciembre de 1923). «Semblanza literaria del Padre Solá». La Avalancha: 267-268.