Transcribimos a continuación el artículo «Balmes y la unidad gubernamental» que escribió José Félix de Lequerica para el diario bilbaíno El Nervión en 1928.
Hemos titulado esta entrada «Balmes y la unidad de España», ya que, a fin de cuentas, trata de eso. Jaime Balmes despreciaba el provincialismo, inexistente en nuestro país a principios del siglo XIX, que apareció de la mano del liberalismo y que décadas después derivaría en nacionalismos y separatismos.
Animamos a nuestros lectores a leerlo de principio a fin, pues el autor da en el clavo y no tiene desperdicio. Así pensaba el inmortal filósofo de Vic y así era nuestra España antes del romanticismo decimonónico tardío. Las negritas y el entrecorchetado son nuestros.
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Balmes y la unidad gubernamental
José Félix de Lequerica (Bilbao, 1890-✝Guecho, 1963) |
¿Cómo ha podido olvidarse hasta un punto increíble la doctrina del gran político catalán? Leemos a cada paso cosas incluso bien intencionadas —a veces meramente maquinales— sobre la unidad nacional y las personalidades regionales y locales en España. Durante algún tiempo —también maquinalmente— se ha solido pensar en las descentralizaciones y los localismos como remedios a nuestras dificultades públicas. El clérigo catalán insigne, no se dejó alucinar por esta fraseología ya iniciada en su época.
«Así nacionales como extranjeros, hablan muy a menudo del espíritu de provincialismo que domina en España, lo que, según ellos, es un obstáculo a la centralización administrativa, a toda organización uniforme —escribe en "El Pensamiento de la Nación" el 28 de febrero de 1844—. Si esto fuera verdad, debiéramos inferir que la Monarquía propiamente dicha no tiene en nuestra sociedad raíces profundas, pues que, estando personificada en el trono la unidad gubernativa, le repugna esencialmente la multiplicidad». «Y si esto fuera así —añade— la causa (del mal de España) estaría en las entrañas de la sociedad».
¿Pero es efectivamente de ese modo? ¿No han ido formando las provincias españolas a lo largo de los siglos, un mismo imperio, viviendo íntimamente unidas luego en él?
«El decir que tiene vida en España el espíritu federal, precisa Balmes, que el provincialismo es más poderoso que la Monarquía —la Monarquía entendida por Balmes como emblema de la unidad gubernativa— es aventurarse a sostener lo que a primera vista está desmentido por la historia; es suponer un fenómeno extraño de cuya existencia deberíamos dudar, por grandes que fuesen las apariencias que lo indicasen». Los hechos culminantes de nuestra historia, lo están diciendo. En 1808, después de la invasión napoleónica y las abdicaciones de Bayona «todo brindaba para que si la Monarquía hubiera sido en España una institución postiza o endeble, se denegase y se hiciera trizas, presentándose el provincialismo federal como su carácter propio y sus naturales tendencias». Pero «la aparición de innumerables juntas en todos los puntos del reino, lejos de indicar el espíritu de provincialismo, sirvió para manifestar el arraigo de la unidad monárquica... prestándose los pueblos a reconocerla y respetarla (la junta central) como poder soberano. Este solo hecho es bastante a desvanecer todas las vulgaridades sobre la fuerza del provincialismo en España y a demostrar que las ideas, los sentimientos y las costumbres estaban en favor de la unidad en el gobierno». «Ni en Cataluña, ni en Aragón, ni en Valencia, ni en Navarra, ni en las Provincias Vascongadas se alzó el grito en favor de sus antiguos fueros». «Cuando la Monarquía había desaparecido, natural era que se presentasen las antiguas divisiones, si es que en realidad existían; pero nada de eso; jamás se mostró más vivo el sentimiento de nacionalidad, jamás se manifestó más clara la fraternal unidad de todas las provincias... españoles y nada más que españoles eran, así el catalán que cubría su torva frente con la gorra encarnada, como el andaluz que se contoneaba con el airoso calañés».
Jaime Balmes (Vic, 1810-1848) |
¿Y durante la guerra civil [la primera guerra carlista]? Balmes escribe a los cinco años del Convenio de Vergara: ha seguido personalmente al día con su visión única la terrible contienda de siete años. ¿Influyeron en ella los sentimientos locales? «Es falso —escribe Balmes siempre en el mismo número de "El Pensamiento"— que haya verdadero provincialismo, pues que ni los aragoneses, ni los valencianos, ni los catalanes recuerdan sus antiguos fueros, ni el pueblo sabe de qué se le habla cuando estos se mencionan, si los mencionan alguna vez los eruditos aficionados a antiguallas. Hasta en las provincias del norte no es cierto que el temor de perder los fueros causara el levantamiento y sostuviese la guerra; los que vieron las cosas de cerca saben muy bien que el grito dominante en Navarra y las provincias Vascongadas era el mismo que resonaba en el Maestrazgo y las montañas de Cataluña. Si alguien nos objetase el convenio de Vergara, el mágico efecto de la garantía de los fueros para terminar la guerra civil y otras cosas por ese tenor, nada le replicaremos: porque creeríamos inútil entrar en discusiones para convencerle, supuesto que tiene la bienaventurada candidez de formar sus opiniones sobre los documentos oficiales de una sola parte y los artículos de los periódicos que la defendían».
Treinta años más tarde, el 26 de julio de 1874, otro pretendiente, nieto del contemporáneo de Balmes, Carlos VII, concedía fueros a Cataluña nombrando una Diputación a guerra. El general Tristany vio en ello los cimientos de la legislación de nuestros pasados. Lo recuerda en un libro muy curioso publicado estos días en Barcelona —"La guerra civil en Cataluña, 1872 a 1876"— don Joaquín de Bolós y Saderra, veterano carlista catalán, quien no puede hablar tampoco con mayor frialdad del supuesto provincialismo catalán:
«A pesar de su desconocimiento (el de Cataluña) de lo que era el fuerismo, —escribe— del poco entusiasmo del país y de los mismos propietarios de valía que fueron consultados por Don Carlos, algo se quiso intentar. Tengo a la vista un ejemplar de los Fueros; lo más agradable de ello y lo más impracticable era no tener quintas, ni papel sellado... Poco levantó todo aquello el espíritu decaído cansado del país».
La guerra civil en Cataluña (1872 a 1876), edición en papel de la Asociación Editorial Tradicionalista, adquirible en Amazon. |
Yo creo que Miguel Artigas acertaba en su conferencia, tan trascendental, al señalar —sin perjuicio de otros motivos— el romanticismo como origen de estas deformaciones de las personalidades locales españolas con evitación de la auténtica fisonomía nacional. Mientras el admirable clérigo de Vich servía diáfanamente la causa de la razón, una escuela poderosa comprometía el buen juicio público, usurpaba con la pasión y la sensibilidad desbordada el puesto del razonamiento, y llenaba de fantasmas amorales y sin seso todos los órdenes de la actividad humana. Mil caminos de menor esfuerzo y evasiones del deber fue descubriendo el romanticismo a su paso, entre bellas creaciones y aciertos de reconstitución innegables. Los comarcalismos fuera de medida han sido, sin duda, de sus creaciones directas.
Balmes no cedía, no podía ceder a la obscuridad de tales "nubes" aristofanescas. Pero muchos que, al parecer en lo fundamental, debían coindicir con él, aceptaron ingenuamente el lenguaje y la sugestión adversa. No se hablaba lo preciso, no so habla aun, en el tono firme y cortante de Balmes, de mantener la fuerte unidad gubernativa de España, nuestro mayor bien político. No basta tampoco percibir el sentido patriótico unitario, si se presta ligeramente asenso a pretensiones condenadas fatalmente a debilitarlo. Balmes, político certero, no emplea nunca la fraseología generalizadora, capaz de comprometer luego y de contribuir involuntariamente a verdaderas anarquías. No hay en los artículos de este autoritario cuidadoso del poder del Estado al tratar de sus problemas, esas referencias a las autonomías espontáneas de ciertos círculos sociales, expuestas, si no se precisa bien, a gravísimas explotaciones en el campo del daño social. No sufre tal deslumbramiento frecuente en escritores tradicionalistas. Así, por ejemplo frente al Municipio, del que muchos hablan olvidando lo que ha sido mil veces el Municipio de elección individualista, libre para estas o las otras determinaciones, en la práctica inevitablemente políticas. Balmes no se enternece sobre su pasado.
«¿Qué eran los Ayuntamientos?—se pregunta en el mismo articulo—. Lo que el Rey quería y nada más; es falso que conservaran algo de aquella altivez que los distinguiera en otros tiempos; cuando el Monarca hablaba, ya fuera por sí mismo o su Consejo, la Municipalidad más respetable no se hubiera atrevido a replicar».
Ni se le ocultan los daños que puede causar en el presente su utilización como medio revolucionario contra la precisa fuerza del Poder central que, llegado el caso, debe reprimirlo. Comentando en "El Pensamiento de la Nación", de 14 de diciembre de 1846, el municipalismo de los progresistas, escribe:
«Un sistema de suyo inquieto ha menester de auxiliares en todos los puntos del reino, que transmitan en breves instantes hasta el último rincón de la península el movimiento que arranca del centro agitador. Un Gobierno progresista sin Ayuntamientos democráticos, no puede sostenerse».
Tomado de: «Balmes y la unidad gubernamental», por José Félix de Lequerica (El Nervión, 24/12/1928)
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