dissabte, 14 de juny del 2025

España, brazo armado de la Iglesia

por José María Gibernau

Nunca desde el tiempo de Judas Macabeo, hubo un pueblo que con tanta razón pudiera creerse el pueblo escogido para ser la espada y el brazo de Dios. (Menéndez y Pelayo. Heterodoxos. Tomo V.)

Y el Pueblo Español, el pueblo predestinado, recibe de ellos (los primeros apóstoles) el principio sublime de la fe católica que constituirá para siempre la esencia inmortal de su nacionalidad.” (La Hora de España. Navasal.) 

Desde la venida a España de Santiago el Mayor y San Pablo, con sus siete discípulos, Torcuato, Ctesifonte, Segundo, Indalecio, Cecilio, Hesichio y Eufrasio, hasta el tercer Concilio Toledano en el que con la solemne abjuración de Recaredo consolídase la unidad católica en nuestra Patria, el pueblo ibero en lucha de personalidad racial, brava y heroica, tanto como en singular combate de caridades, persuasión y ciencia, que perfila San Leandro y remata San Isidoro, forja su recia personalidad nacional, definitivamente integrada por tres básicos elementos: Religión, Cultura y Lengua. 

El avance desbordado del arrianismo, llevado por los cascos de hierro de los bárbaros del Norte, choca violentamente con el ser y sentir cristiano del pueblo español y de nada sirve que Amalarico llegue, en su ensañamiento, hasta torturar a su propia esposa. La superioridad moral del pueblo español se impone y San Leandro, el gran prelado de Sevilla, triunfa sobre Hermenegildo dando el primer paso para la rotunda y solemne victoria del cristianismo consumada en el precitado Tercer Concilio Toledano.

En España ¡oh españoles que vencisteis las tinieblas con la luz de los toledanos concilios! la Iglesia salvó de la barbarie la cultura de Roma. Punto final de carreras desenfrenadas por el imperio del error, es España dique gigante que detiene el poder embravecido que violento arrasa de Norte a Sur. Más tarde campo abonado donde las Etimologías florecen y después, nuevamente, dique que contiene el terrible alud que impulsa de Sur a Norte.

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En esta gruta nacieron España y su Monarquía sobre un altar y el escudo de un guerrillero cántabro... por cetro la Cruz que forman dos astillas de roble atadas con la correa de una espada.” (Vázquez de Mella.) 

La invasión árabe —desbordamiento de una cultura que en su ambición sueña con valores de universalidad— al impulso de un motivo religioso fundamental que, en el aniquilamiento del cristianismo, ve la sola posibilidad de su imperio universal, al dominar España desde Cádiz a Covadonga plantea la lucha con un signo positivo de valor absoluto que la herejía arriana no tenía ni de mucho. 

Frente a ella, la nacionalidad hispana, en la plenitud de su formación moral y material, se encarna en las monarquías que nacen en Covadonga, Borunda, San Juan de la Peña y en la Marca Hispánica. ¡Arroyuelos de sangre y agua —en frase de Mella— que se juntan formando un remanso de gloria en Las Navas de Tolosa, se detienen en la vega de Granada para acrecentarse y penetran triunfantes en el mar océano, rindiendo sus olas y corvirtiéndole en inmenso espejo que tendrá por marco las costas de todos los continentes. En él miró España la grandeza de Dios y su grandeza propia y para alejar las sombras y verle y verse mejor, redujo a cautiverio la luz convirtiendo al sol en lámpara de su Alcázar! 

Comienza la reconquista. La península es el inmenso palenque en el que el caballero español lucha en justa singular con el árabe llevando en su escudo la Cruz, emblema de la Iglesia, señora de sus altos pensamientos, ofendida y en peligro por la ambiciosa invasión. Guerra de Religión. En Clavijo y en Las Navas los ejércitos de España son ejércitos de Dios. Ramiro I y Alfonso VIII, campeones de la Cruz, merecen la intervención divina y con ella, gloriosos vencen. Santos y Reyes luchando unidos. Más tarde, es ya un Rey Santo quien asegura en su reinado la reconquista española, y por fin, la historia conoce con la calificación de católicos a los reyes triunfantes del último reducto musulmán, ¡Con el triunfo de España había triunfado el cristianismo. Porque España era el brazo armado de Dios! 

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En aquel duelo terrible entre Cristo y Belial, España bajó sola a la arena; y si al fin cayó desangrada y vencida por el número, no por el valor de sus émulos, menester fué que estos vinieran en tropel y en cuadrilla a repartirse los despojos de la amazona del mediodía, que así y todo, quedó rendida y extenuada, pero no muerta para levantarse más heroica que nunca cuando la revolución atea llamó a sus puertas y ardieron las benditas llamas de Zaragoza.” Menéndez y Pelayo. Heterodoxos.) 

Ya se oían los “claros clarines” que anunciaban al Mundo el suceso. Ya se hundía en ocaso absoluto la altiva media luna del señorío musulmán. España, brazo de Dios, aun sin concluir la tarea, buscó ya a su alrededor espacio para sus fervores... y cabalgando en tres carabelas marchó a la aventura llevando una Cruz forjada por los frailes de la Rábida que clavó sobre la tierra de un mundo nuevo. La Cruz antes que la espada y la espada con el puño dispuesto en forma de cruz. De terciopelo negro bordado en oro con una cruz roja en el centro la inscripción del Lábaro de Constantino: “Vincimus hoc signo”, era el pendón de Hernán Cortés. Y Vera Cruz se llamó la primera ciudad que fundaron. 

Ardía en misiones el mundo nuevo cuando en Europa el Turco y la Reforma quisieron dar batalla a la catolicidad y Carlos I de España, V de Alemania, no rehuyó el envite. Frente a la Reforma declara noblemente: “Estoy firmemente resuelto a consagrar todo mi poder, mi imperio, y mi vida misma, a mantener íntegro e ileso el dogma católico y las doctrinas de la Iglesia Romana...”; y frente al turco, conquista Túnez y doblega la altivez del soberbio Barbarroja combatiendo como alférez —como él dijera— del Cristo crucificado que llevaba como Capitán General de sus Ejércitos. . 

Y no hay ambición en el César, no. Es España que le impulsa. España que sigue su lucha con Felipe II mientras el señor don Carlos V reza en los claustros de Yuste. 

¡Felipe II! España, recobrada, impone hoy al Mundo las verdades de su historia y asombra y confunde, de entre todas, la gran verdad de Felipe II. “Más quiero perder cien vidas y dejar de ser Rey que mandar sobre hereges.” “Principalmente os encomiendo las cosas de la Religión, pues veis cuanto es menester y cuán pocos hay en el Mundo que curen de ella y así, los pocos que quedamos es menester que tengamos más cuidado de la cristiandad y si fuere menester lo perdamos todo por hacer en esto lo que debemos.” Así hablaba Felpe II y así, sólo pudo hablar un gran rey de España, capitán de los ejércitos de Dios. 

Propagación en Indias, defensa en Europa. Lucha sin descanso en la que España se desangró hasta caer sin fuerzas. No importa. La España de Lepanto había oído pronunciar aquellas palabras de don Juan de Austria: “Peleando con fe en el santo nombre de Dios, muerto y victorioso, gozarás de la inmortalidad.” No se trataba de vivir, se trataba de vencer. Y los españoles murieron pero vencieron. 

¡Alba, Requesens, Juan de Austria, Farnesio!... ¡Flandes, Lepanto! ¡Dios, que orgullo da, siendo español y católico, que mal pudiera ser lo uno sin lo otro, revivir esta época de nuestra historia! Qué orgullo y qué terrible responsabilidad.

Juráis, valientes y leales soldados de Aragón, defender vuestra Santa Religión, vuestro Rey y vuestra Patria, sin consentir jamás el yugo del infame Gobierno francés, ni abandonar a vuestros jefes y esta bandera protegida por la Santísima Virgen del Pilar?” (Juramento de los Voluntarios aragoneses de la Guerra de la Independencia.) 

Dos siglos duró el letargo del coloso. Declinadas las armas victoriosas, encaramóse la humanidad, a la par que sobre España, sobre el Imperio de la cristiandad. Pero, si Dios dijo un día que el Infierno no prevalecerá sobre la Iglesia, mal podía prevalecer sobre sus ejércitos antaño victoriosos. La antorcha de la libertad alumbró una nueva era y la enciclopedia dió su grito de guerra, triunfante y orgiástica en la noche de aquelarre de la plaza de la revolución en París. Ahito de sangre y lodo disfrazó el monstruo su faz repugnante bajo el paletó gris del César Napoleón I y los ejércitos del pecado se lanzaron sobre el Mundo en apocalíptica cabalgata. Un día, sus pisadas resonaron sobre la tierra de España y a su eco despertó don Pelayo en Covadonga y Ramiro I y Alfonso VIII y Fernando el Santo y Gonzalo de Córdoba y Hernán Cortés y Pizarro y don Juan, de Austria... su espíritu se perfiló un momento sobre el cielo de la Patria y a su conjuro, en soberbia rebeldía, cayeron en un Dos de Mayo triunfal sobre el césped de un parque madrileño los cuerpos jóvenes de Daoiz y Velarde, recios capitanes de los ejércitos de España Estaba en lucha la independencia sí, pero la religión se lo jugaba todo en aquella batalla sin cuartel frente al liberalismo audaz, vanguardia del más grosero materialismo. Y el ejército de Dios se lanzó nuevamente al combate. Sucesivamente prendieron hogueras en Zaragoza y Gerona, en Bailén y San Marcial, en Jaca y Arapiles, y el resplandor de sus llamas anunció al Mundo que el brazo armado de la Iglesia estaba nuevamente en pie. 

José María Gibernau Bertrán
(1916-1995)
requeté, procurador en Cortes
y directivo del F.C. Barcelona.
Foto: Archivo Municipal de Bcn
Mucho puede el enemigo cuando abandona la lucha franca y emprende la guerra cruel de falsías y traiciones. Vencido Napoleón y despierta España, en Madrid se pudo cantar: 

Muera Cristo
Viva Luzbel
Muera Don Carlos
Viva Isabel. 

Pero ¡ah! es que España no se hallaba en Madrid. Corría desalentada por las breñas de Navarra oyendo misa primera en un altar de campaña. Tenía por capitán a otro señor Don Carlos, esta vez, V de España. 

Y ha triunfado. Los últimos estertores del monstruo agitan la nieve que cubre los campos de Rusia. El Ejército de España —el brazo armado de Dios— combate en primera fila presintiendo los laureles del vencedor. Pronta a culminar la empresa, España mira a su alrededor buscando una nueva gesta donde emplear sus fervores... 

¡Señor, Señor! No dejéis vuestro ejército. Mucho luchó y sufrió mucho. Pero el descanso, abandono tras la batalla, tiene abismos de lujuria y presagios de derrota. Y tu ejército, Señor —España— más bien quiere batallar... 

JOSE M.ª GIBERNAU 
(Dibujos de Piñana.)

Barcelona, 8 diciembre 1941.


La Prensa (8/12/1941), pág. 4

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