divendres, 19 de juny del 2020

Cristóbal Colón y el carlismo catalán

Cristóbal Colón, aquel gran marino cuyo descubrimiento hizo grande a España, el que permitió la evangelización de un continente, el que hizo posible el dominio de los mares de nuestra Civilización, es hoy víctima del odio sectario de los enemigos de Dios y de España, aquende y allende del mar océano.

Los mismos revolucionarios que antaño hubieran desatado su furor contra los templos, haciendo de Barcelona una gran llamarada sacrílega, no creen ya necesario hacer tal cosa —al menos de momento—, pues saben que desde los púlpitos de la mayoría de las parroquias no se oye más la voz autorizada que debería propagar la verdadera doctrina cristiana. Por eso se contentan hoy con atacar los símbolos y monumentos en que está inscrita con letras de oro la epopeya de nuestra historia española, católica y monárquica.

El monumento a Colón de Barcelona, símbolo emblemático de la ciudad, corre peligro. Podrá parecer inimaginable que la izquierda separatista logre su demolición, pero torres más altas han caído y los monumentos no se defienden solos, como hemos visto infinidad de veces.

Construido en 1888, durante la Exposición Universal de Barcelona, este bello conjunto escultórico fue obra del arquitecto y militante carlista Cayetano Buigas, combatiente por Don Carlos VII en la cruzada española de 1872-1876 y primer jefe de los Requetés de la provincia de Barcelona en el año 1919. Representa el momento en que nuestro navegante fue recibido por los Reyes Católicos en la ciudad condal tras su regreso de las Indias.

Su inauguración tuvo lugar en el marco de los actos por el IV centenario del descubrimiento de América. Precisamente el día en que se conmemoraba tan gloriosa efemérides, el 12 de octubre de 1892, el diario carlista EL CORREO ESPAÑOL publicó un número especial con la colaboración de las principales personalidades de la Causa. El entonces jefe regional de la Comunión Tradicionalista en Cataluña, Luis María de Llauder, firmaba las siguientes líneas:


¡HABLA, COLÓN! 

Y diles á este menguado siglo XIX y á esta desmedrada generación lo que fueron los siglos XV y XVI, y los hombres que hicieron de España la primera nación del mundo.

Desde lo alto del monumento que la historia y el voto de todas las generaciones te han levantado, diles que sólo pensando en Dios, pidiéndole luces y esfuerzo, amando á los hombres como hermanos, es como se acometen las grandes obras que marcan un paso de gigante en la empresa de la civilización de los pueblos.

Pídeles cuenta de tus conquistas y de los beneficios que produjo tu atrevido pensamiento; muéstrales con mirada severa el resultado de su nefasta rebelión contra Dios, y señala con el dedo los dos siglos, el de oro, en que viviste, y el de barro, en que han convertido á la España moderna borrando el nombre de Dios de la civilización actual para sustituirlo con el culto del hombre con todas sus malas pasiones...

Pero tranquilízate, ¡oh gran Colón!; la España católica que tú conociste vive todavía, aunque esclavizada por los que hoy dicen festejarte, cuando lo que buscan á la sombra de tu nombre es la ostentación, el placer y el negocio; y esta España católica volverá á ser dueña de sí misma.

Y acepta los homenajes que esos hombres funestos te dedican como tributo que á la verdad y á la virtud prestan el error y el remordimiento.

El Correo Español, 12 de octubre de 1892
(edición especial por el IV centenario del descubrimiento de América)

dimecres, 17 de juny del 2020

Caballeros del Ideal: D. Esteban Isern Serret y su hijo D. Joaquín Isern Fabra

Vivió como ferviente católico y abnegado tradicionalista... Así entregaba su alma a Dios tal día como hoy, 17 de junio de 1930 con la serenidad de los escogidos, a los setenta y dos años de edad, nuestro entusiasta correligionario don Esteban Isern Serret.

Esteban Isern Serret (1858-1930)
Había nacido en Prullans (Lérida), enclavada en la Cerdaña española, el 10 de febrero de 1858.

A los diez años ingresó en el Seminario de Seo de Urgel, a la sazón bajo los auspicios del eximio Caixal, de tan gloriosa memoria para los Cruzados de la Tradición. Hallábase en el cuarto curso de sus estudios cuando estalló la guerra carlista en Cataluña.

Él —hijo y nieto de quienes habían luchado en la defensa de Puigcerdá contra el Ejército realista, durante la primera campaña— se abrazó con tanta fe y abnegación a la Bandera católico-monárquica que, dejándolo todo, se sumó a las fuerzas leales del Principado. Alistóse en febrero de 1872 como soldado en el primero de Lérida, siendo el más joven de su compañía, y fue destinado a la frontera con objeto de recibir a S. A. R. el Infante Don Alfonso de Borbón y de Austria-Este cuando pasó a la Península en compañía de su augusta Esposa. Incorporóse al nuevo Batallón de Zuavos y en él militó hasta que se extinguió, llegando a obtener los galones de Sargento. Cuando el general Cabrinety lanzó el ultimátum a los Infantes, intimándoles a que repasasen la frontera, si no querían ser perseguidos a muerte, nuestro biografiado les siguió por el territorio, sufriendo con ellos todo género de calamidades, hasta que la victoria de Alpens disipó las bravatas enemigas; asistió al solemne acto de la jura de los Fueros de Olot; pasó el Ebro; tomó parte en el asalto de Cuenca, y luchó en las gloriosas jornadas de Vich, de Igualada, de Manresa, de Caserras, de Castellar, de Vendrell y de otras muchas reñidas acciones.

Retirados los Infantes de Cataluña, pasó al quinto de Lérida, en cuyas filas hizo el resto de la campaña. En los días aciagos de diciembre de 1875 penetró en Andorra y emigró a Francia con algunos compañeros de aquella epopeya que puede contar las victorias por el número de sus batallas. Como dato curioso, digno de mención, apuntaremos que mientras él sostenía tan valerosamente la Causa tradicionalista, un hermano suyo defendía ideas contrarias desde las filas de los cipayos.

En Francia, vivió recluido en lugar fronterizo a fin de no ser internado, pues, al presentarse al lar hogareño, no se le quiso recibir (*); mas, al fin, vuelto a los suyos, se dedicó a la vida del agro, cuando apenas contaba diecisiete años de edad, hasta que, al cumplir la del servicio de las armas, las tomó con entereza, no sin antes rogar a su familia que no le desviase del camino que la Providencia le señalaba. Terminado el servicio, obtuvo con extraordinario aprovechamiento y calificaciones de sobresaliente los títulos de Maestro superior y normal.

Fue maestro de Ribas de Freser a los veintiséis años y dos más tarde, tras reñidas oposiciones, de Barcelona, desde donde habiéndola ganado en brillante lid, pasó a la plaza de Regente de la Escuela Práctica de la Normal de Gerona en cuya ciudad contrajo nupcias con la virtuosísima dama doña Patrocinio Fabra. Fue también Profesor del Instituto de aquella población en las asignaturas de Caligrafía y Teoría práctica de Lectura.

Más adelante pasó, mediante concurso, a la Regencia de la Escuela Normal de Burgos, en donde se captó el aprecio de las primeras autoridades de la provincia con su caballerosidad, su virtud y su amor a la enseñanza; pero el cariño a su país natal le hizo volver a Barcelona, en cuya ciudad se jubiló a principios de 1930 después de cuarenta y cinco años consagrados por entero, con vocación de apóstol, a la enseñanza, en cuyo fecundo magisterio sembró la fe y la ciencia en la mente de numerosas generaciones.

Dios probó el temple de su espíritu varonilmente religiosa, privándole en su ancianidad de la vista para que así, con los ojos del alma, viese más claramente las eternas verdades y dándole una larga y penosa enfermedad para que, soportándola con heroísmo cristiano, hiciese méritos que le conquistasen la vida que no acaba.

La suya en el mundo fue ejemplar. Dejó aureola inextinguible de su bondad, de su virtud y de su competencia entre sus discípulos que, sin excepción, le querían. No conoció enemigos y recorrió el tránsito de esta fugaz existencia predicando la verdad y difundiendo el bien.

Su hijo Joaquín Isern Fabra (1902-1988), entregado carlista al igual que su padre, fue combatiente requeté en la Cruzada de Liberación y alcalde de Parets del Vallés entre 1962 y 1966. Farmacéutico de profesión y piadoso católico, fue además autor de los libros Jesucristo, su proceso ante el sanedrín judío y el tribunal romano (1956), publicado por la Editorial Católica Española de Sevilla (vinculada a la Comunión Tradicionalista), Ponç Pilat. Governador de provincies (1974) y de la tesis doctoral Tutela por los cetros de los Reyes que fueron de la Corona de Aragón y Castilla (1985), sobre la muerte de Fernando el Católico. En sus últimos años fue también impresor, poniendo su imprenta al servicio de la Causa.

¡Dichosos los que así viven! ¡¡Bienaventurados los que mueren así!!...


(*) Para comprender bien esto, debe tenerse muy presente que su comarca nativa fue rabiosamente liberal, sobre todo su capital Puigcerdá, en donde reinaba un odio terrible al Carlismo. Así ocurrió que de toda ella sólo salieron siete voluntarios de la Causa, los cuales fueron objeto de inexplicable hostilidad al regresar a su país y aun hubo pueblo en que se les recibió a pedradas.

Tomado en su mayor parte de El Cruzado Español (4/7/1930), pp. 5-6

divendres, 12 de juny del 2020

Nunca existió la "coalición carlo-progresista" en la Guerra dels Matiners

La Batalla del Pasteral en la guerra dels matiners o montemolinista
(26-27 de enero de 1849)

Los falsarios de la historia del carlismo han escrito hasta la saciedad acerca de una supuesta "coalición carlo-progresista" durante la Guerra dels Matiners o Segunda Guerra Carlista (1846-1849). Según esta teoría, carlistas y revolucionarios progresistas o republicanos habrían hecho una alianza para combatir a Isabel (II). Pensamos que esto no es cierto. Si bien hubo casos puntuales de revolucionarios acogidos en partidas carlistas (en las que aquellos debían obedecer al jefe carlista y no viceversa), dos autores de peso nos inducen a creer que jamás existió una coalición general de esas características.

El primero de ellos vivió los hechos y, como director del único diario declaradamente carlista de la época, LA ESPERANZA, estaba en contacto permanente con los dirigentes del partido montemolinista y hablaba con conocimiento de causa. Nos referimos al periodista Pedro de la Hoz, quien al concluir la guerra en 1849, escribió lo siguiente (destacamos en negrita las frases que demuestran la animadversión que los carlistas sentían por los progresistas):

Si de alguna manera pudo el ataque dado proporcionar el triunfo al Conde de Montemolín, fué concurriendo con él una de las dos circunstancias con que á juzgar por las proclamas de los primeros caudillos carlistas, contaron sin duda los consejeros del Príncipe, á saber: el pase de las tropas de la Reina Isabel al lado de los agresores, y una cooperacion directa ó indirecta, pero fuerte ó poderosa del bando revolucionario ó progresista. Pero ¿debieron de esperarse estos dos sucesos? Aun supuesta la voluntad de las tropas y de los progresistas, decimos redondamente que no. No el primero, porque, al principio, la repugnancia que naturalmente tienen tropas regladas para unirse á la bandera que llevan cuerpos poco numerosos, sin brillo esterior, y precisados á andar errantes, y después, el compromiso y el acaloramiento que nacen de los combates, le hacian de todo punto improbable: no el segundo, porque los progresistas serán, si se quiere, elocuentísimos, bizarros y virtuosos, pero si no ganaban el ejército, en cuyo caso podian hacer instantáneamente una revolucion completa no menos perjudicial á los carlistas que á la Situacion, eran para la cuenta una suma insignificante ó negativa: insignificante en cuanto, solos, no se sostendrían nada, por su corto número; negativa en cuanto, juntos con los partidarios del Conde de Montemolin, por cada auxiliar que dieran al príncipe proscrito, alejarian de sus filas dos ó diez.

El segundo autor es nada menos que el historiador Melchor Ferrer, quien compuso la magna obra de 30 tomos "Historia del Tradicionalismo Español" (1941-1979), y sobre este asunto arrojó las siguientes consideraciones (las negritas son nuevamente nuestras):

Los sucesos de Madrid y la persecución que sufrieron los progresistas exaltaron a éstos, dispuestos a combatir por todos los medios la Dictadura de Narváez. Tal fué el origen de la campaña, muy corta, que realizaron los republicanos en Cataluña a impulsos del coronel Atmeller (1). Los progresistas, aunque no republicanos, les favorecieron. En Londres, don Salustiano de Olózaga, donde habia llegado expatriado, se puso en contacto con los elementos carlistas. Don Patricio de la Escosura, refugiado en el Mediodía de Francia, buscó también relacionarse con los montemolinistas. Esto fué el origen de que se creyera que existia una coalición carlo-progresista. En efecto, en Londres hubo reuniones a las que asistieron Olózaga y representantes de Don Carlos Luis. En algunas de ellas asistió también el ex-representante inglés en Londres, H. Bulwer, que había sido pasaportado de Madrid, porque Narváez le acusó de ingerencias en la vida interior de España y protección de los progresistas sublevados, y, aunque no se diga, en represalias de la actitud tomada por Inglaterra, favorable a Carlos VI y a los montemolinistas. Pero nada de ello llegó a cuajar. Así dice bien un autor, que justamente en estos detalles demuestra que era progresista, que no existió la coalición carlo-progresista, aunque estos últimos "no esperaban del carlismo mayores persecuciones que los que les agobiaban entonces" (1), de los moderados. Más tarde sí que hubo un convenio tácito que autorizaba a los jefes carlistas el que auxiliaran y protegieran a los que mandaban partidas republicanas y progresistas, ya que al fin y al cabo, todos combatían al mismo enemigo.

Fuentes: