diumenge, 28 de febrer del 2021

Cartas a un preguntón: Carta quinta

por Enrique Sarradell Pascual, 1948

CARTA QUINTA 

Autobiografía, no. - Bien hayan los recuerdos de actitudes patrióticas. - El santo orgullo del deber cumplido. - Digresiones intermedias y poesía. 

Muy apreciado amigo: 

No sabía que cultivaras tan cuidadosamente el anecdotario. 

Y menos, presumía, que llegaras hasta el extremo de ahondar tanto ¡tanto! que en tu ahincamiento lograras rozar aquellas fibras adormecidas del viejo luchador. Lo que tu pretendes, ahora, es una autobiografía ¿no? 

Aclaremos. 

Eso de viejo, desde luego es en razón a la cronología de los hechos, que no a la fatal contumacia de los años, empeñados —no sabemos por qué razón—  en cabalgar unos sobre otros y, en esto, aunque sea inclinación fatalista, a la influencia de fémina, hemos de oponer un reparo, por circunstancial, muy relativo. No es que vamos haciéndonos viejos, es que a cada hoja de calendario que cae ¡tenemos un día más!; eso es todo; ¿qué pasa? 

Como que en ti sucede lo mismo —¡supongo!— me cabe el consuelo de saberme acompañado por aquellos que, sería para mi una gran desilusión, pensar, tan siquiera, tuviesen el privilegio —vedado a mí— de que pasara el tiempo y, vamos, ¡que no les pasara el tiempo! porque habían encontrado el elixir de la juventud eterna. 

Pero como de todo eso nos reímos, como nos reímos estoicamente de muchas cosas de la vida, vale más que de una vez te diga. ¡Querido! los días pasan para mi, para ti y... para todos, aunque quisiéramos detener el tiempo. 

¡El tiempo no lo detiene nadie! Aunque el recuerdo sea permanente. 

¡El recuerdo puede adormecerse!, pero tu has tenido la virtud de desvelado. 

Tus insinuaciones, tus citas, han sido, para mi espíritu, como una fuerte dosis de música wagneriana. Los primeros compases, acariciadores como brisa abrileña. Aumenta la presión evocativa y se exalta la inspiración; empieza el artilugio del pentagrama al conjuro del genio evocador. La armonía asciende hasta la majestuosa vibración ordenada y, se siente, se oye y se palpa el inicio de la tragedia; tempestades de gradaciones que sólo la música, sentimiento espiritualizado, puede convertir en matices tangibles. El espíritu cultivado en la escuela del sufrir se hace tan sensible, tan —¿cómo lo diré?— sincronizador, que el arte sublime de fundir afectos y recuerdos, equivale a una asignatura de psicología que el P. Gamelli, Rector de la Universidad Católica de Milán (Italia), no rechazara para ampliación de su «Psicología experimental». 

Como si confesaras un defecto, que en el fondo no es más que falta de arrogancia, hablas de los años precursores del Movimiento; aquellos años de nuestra juventud vivida en frenesí de lucha y de peligro por y para España. ¡No! Jamás hemos de avergonzarnos de nuestro pasado, conforme, austero y viril por añadidura. 

¡No hombre, no! todas aquellas actividades nuestras, hoy son preseas, y méritos que podemos ostentar para tejer, cara a la libertad digna y mirando fijo a los más rutilantes luceros, la banda que nos consagra «vieja guardia» o «camisas viejas» ¡cómo quieren llamarnos, ¡nos es indiferente! 

No te preocupe lo más mínimo se te discutan méritos. ¡Es humano! 

Al discutirme, a mí, bien lo sabes, siempre me estimuló. No caen los audaces, sino los pusilánimes, los que no saben de convicciones invariables. 

Tu hoja de servicios, como la mía, por y para España, es el mejor exponente de que nuestras actividades juveniles —de hace veinticinco años— estaban ya al servicio de ella y que el nuevo estilo, lo presentíamos —para infundirte perseverancia— con probada fe católica y profunda pasión patriótica, frente a «jóvenes bárbaros» primero, a indiferentismos traidores, las más de las veces y, contra el separatismo —de smoking o de blusa— siempre. Pasó lo que pasó y... pase lo que pase, no hemos de rectificar principios, a lo sumo rectificaríamos procedimientos, eso sí, porque la experiencia es maestra. 

En nuestras actividades de antaño —como un presagio— rasgos de pluma, salvas de pistola, gemidos de los primeros mártires, persecuciones, encarcelamientos, desprecios, destierros, pactos de hambre, rasguños en la carne y en el espíritu, que dejan vacíos difíciles de llenar —yo no puedo olvidar un hijo, que se dobló para siempre, como un lirio tronchado, durante la persecución republicana— pero la España eterna, en la Historia que no se escribe, lo continuó en el martirologio simbólico, del libro eterno, que Dios preserva de manos pecadoras. 

En nombre de la ciudad nativa —¡ciudad querida!— forja de mi vida inquieta— se repite en tus insinuaciones, como si quisieras aprovechar el momento psicológico, para que abra mi corazón, henchido de recuerdos, de amarguras y también de alegrías, como pulpa de fruta sobre los labios.

Te equivocas, querido, cerca o lejos de mi ciudad. Desterrado o libre en su ambiente, entiendo que, precisamente, los lazos ineludibles que me unen a ella, imponen, de momento, sordina y superación —por caridad— sobre defectos, actitudes y asistencias, contrarias a nuestra espiritualidad. 

Sabadell a principios del siglo XX
Sabadell, mi ciudad nativa —como Florencia para el Dante— es para mi una pasión. Fué cuna y es urna que contiene las cenizas mortales de mis padres. Razón suprema que me impone respeto. Por mi amor patricio —expresión reducida de España— sufrí humillación y desprecio. Pero ni yo, ni mi orgullo, valen absolutamente nada comparados con la fe y el patriotismo redivivos al par que mi rehabilitación y libertad. Caí, me levanté y volví a luchar. Así es mi temple, fuerza de tradición y espíritu. 

No puedo olvidar, mientras viva, que también es sagrario y aliento de nuestra mística pasión por España y teatro de evocadoras luchas y sacrificios. 

¡Que en su seno se forjó mi espiritualidad, incomprendida hasta 1936! ¡Lo sé, amigo! El recuerdo ha de acostumbrarnos para la acción misma. 

En estas cartas, querido amigo, lo simbólico roza tan confundiblemente con lo real, que constituyen ya el exponente de una situación espiritual insuperable. 

Ya no eres tú solo —vasto concepto de la amistad y compendio de tantas almas gemelas  supervivientes, por voluntad divina, de la razzia rojo-separatista—. De la ilusión hemos pasado al contenido expresivo humano. La leyenda se ha convertido en realidad. 

Mi fantasía de escritor creó, para expansión espiritual, un supuesto amigo preguntón y han surgido los auténticos amigos que llevan su identificación al extremo de situarse en el lugar y derecho —supuestos— del interlocutor que creara, pensando en los auténticos, precisamente. 

El subconsciente, profundo, estaba en anhelo de la ilusión en ansia de tangibilidad. 

Al llegar a mis manos las primeras expresiones verbales y epistolares, no he de rectificar nada de lo escrito al momento. Para satisfacción de ellos y mía, repito públicamente lo que particularmente es constancia —creo que a satisfacción— de un criterio rectilíneo: Ratificación

Así, pues, llevado conscientemente por el ímpetu inicial, déjame, amigo, terminar, con el propósito primero —en intención subsiguiente—. En filosofía aplicada hay muchas maneras para llegar al fin propuesto. Contando con tu aquiescencia, continúo en lo simbólico, que no es más que una apariencia de lo real. 

Atentamente.

divendres, 26 de febrer del 2021

Cartas a un preguntón: Carta cuarta

por Enrique Sarradell Pascual, 1948

CARTA CUARTA 

El derecho al alzamiento nacional. - ¿Qué debe prevalecer, el hecho o el derecho? - Doctrina que acatamos. - Teoría de la legalidad. 

Muy apreciado amigo: 

Alterando algo el orden cronológico de los acontecimientos históricos que vamos examinando, a la grave cuestión que me planteas, para que te diga algo en relación con el derecho al Alzamiento Nacional, te diré que no es tema del que yo pueda opinar con autoridad, con todo y ser un convencido de aquel derecho, tanto, que no dudé un momento, cuando hube de aprestarme a secundar el Alzamiento. 

Y si digo que carezco de autoridad para tratar, como corresponde, de aquel derecho, es porque sería imperdonable petulancia, la mía, ofrecerte razones exhaustas y ligeras de contenido, cuando sobre tan delicada cuestión, clara y terminante, se ha pronunciado el Episcopado español, autoridad indiscutible, a este respecto. 

Si el Episcopado español con las luces de la teología, de humanidades, de filosofía y derecho, ha hablado en sentido afirmativo, ¿qué quieres que te diga yo, sino plagiar toscamente lo que aquellos esclarecidos varones han sentado como doctrina clara y profunda de verdades? 

Con decirte lo que precede y remitirte a la formidable obra «El derecho a la rebelión» del Dr. A. de Castro Albarrán, canónigo Magistral de la S. I. Catedral de Salamanca, entre paréntesis lo digo (—debería ser libro de texto para toda la militancia católica española y... no española—) podría dar por terminada esta carta.

«El derecho a la rebeldía» (1933)

Te conozco, no obstante, y sé que no te darías por satisfecho. Tú que conoces mi carácter impulsivo, has querido, como vulgarmente se dice, tirarme de la lengua, pues para que no quedes decepcionado, impongo a la pluma un poco más de rasgueo y, ahí van unas cuantas líneas para tu recreo espiritual. 

La doctrina del derecho a la rebelión no es nueva, existe desde que a la sociedad organizada se le planteó la cuestión de la ilegitimación del poder, por el abuso en su ejercicio. 

La ordenación de esa doctrina como postulado católico empieza cuando la preponderancia del cristianismo influye en los pueblos civilizados. Va tomando forma de precepto para dilucidar conflictos de conciencia y razonar actitudes individuales y colectivas a cada caso de concreta aplicación. 

Deducirás por ti mismo, mi buen amigo, que los problemas de orden interpretativo, no son matices surgidos ahora, sino que ha llovido mucho desde su planteamiento. 

Demos juntos un salto en el espacio del tiempo y situémonos al anteayer —el ayer es la guerra—. 

Se ha proclamado la República en España a base de una gran mayoría monárquica. —¿Lo ignorabas?—. Contradicción se llama esta figura. Lo sé, pero ni tu ni yo podemos negar la luz del sol. 

Como la República aquella, se proclamó, ya que no con votos, por el fastidio de estar demasiado bien las clases burguesas y los intelectuales, se suscitó, inoportuna e inmediata, la eterna cuestión de la legalidad —¡reconocimiento de la legalidad constituida!— y todos aquellos sectores que creían en la República de San Vicente Ferrer, porque muchos ignoraban quien fué San Vicente Ferrer, ni sabían lo que era la República en España, instaron —no entro en compromisos ni intenciones— para que se reconociese la legalidad republicana, laica que, sólo por entonces, dejaba incendiar iglesias... 

¿Sabes como define el Cardenal Mercier el concepto de la legalidad constituida? Pues, atiende. Se trata, nada más y nada menos, de la conducta de los belgas, cuando la ocupación de Bélgica por los alemanes, durante la primera gran guerra. «¿Debemos recibir y acatar el poder ocupante, o simplemente soportarlo? ¿Debemos amarlo u odiarlo? ¿Invasor injusto en su origen, habrá llegado con el tiempo, a ser una autoridad legítima? Y, en la afirmativa ¿cómo conciliar el respeto a sus órdenes con la fidelidad a nuestro Rey? ¿Qué es lo que debe prevalecer, el hecho o el derecho? 

Balmes, en el «Protestantismo...», adoctrina: «No, no es verdadera esa doctrina degradante, esa doctrina que decide la legitimidad por el resultado de la usurpación»... Es menester repetirlo; el mero hecho no crea derecho, ni en el orden privado, ni en el público; y el día que se reconociese este principio, aquel día desaparecerían del mundo las ideas de razón y de justicia. 

En el «Fuero Juzgo» se dice: «Rey serás, si fecieres derecho». 

¿Cómo estaba España cuando advino el Alzamiento? 

¿Qué sucedió inmediatamente? (1). 

Recuérdalo tu, porque así lo recordarán muchos, y, reflexiona. 

Ni orden, ni justicia, ni dignidad, ni... elegancia espiritual. 

La Religión befada, perseguida. La economía sin tensión. El crimen elevado a la categoría de «expansión popular» (Casares Quiroga). Lo peor de cada localidad, eregido en autoridad. La enseñanza en manos de los peores enemigos de la sociedad. La prensa amordazada (112 periódicos suspendidos). Los delincuentes, por delitos comunes, amnistiados. Los patriotas en la cárcel y el destierro. El Ejército triturado (palabras de Azaña). La producción en descenso. Las huelgas crónicas. La propiedad privada interdicta. El orden público intervenido por el pistolerismo. Estado, Diputaciones y Municipios en manos de las taifas políticas. 

España gimiendo y agostándose. Los jesuitas desterrados, pero los emigrados indeseables, con las fronteras abiertas. 

Ruina, desolación, angustia («Fango, sangre, lágrimas») (Martínez Barrios). 

Bonito cuadro ¿no te parece?, como para entregar España a la administración soviética de una vez. 

Mas, la porción de España que no estaba infectada, laboraba cauta y valientemente para impedir, en gesto sublime de sacrificio entero, que no se produjese el derrumbamiento total e irremediable. 

La tradición secular española recordaba, aplicándolo a aquella hora gimiente, el precepto de la 2.ª de la Ley de Partidas «En el Rey yace la justicia, pero, cuando se torna su poder en torticero, puede revelarse el súbdito contra el Rey». 

Y así la organización civil de los Requetés Carlistas se convierte en unidades castrenses (60 Tercios) bajo mandos militares. 

Las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (J. O. N. S.) al iniciarse en Valladolid exigían en sus filas «empuje elemental, violento, coraje revolucionario para combatir violentamente a las fuerzas marxistas». 

José Antonio Primo de Rivera, en su discurso famoso de presentación de Falange, dijo: «Queremos que España recobre resueltamente el sentido universal de su cultura y su historia. Y queremos, por último, que si esto ha de lograrse por la violencia no nos detengamos ante la violencia». 

Y el Ejército, el pundonoroso Ejército Español, a través de la gloriosa U. M. E. unió la vertebración española en el signo magno de la rebeldía, para salvarse y, para salvarnos. 

Así se inició la segunda reconquista. 

Que, el llorado Cardenal Primado Dr. Gomá, condensó en estas palabras: «Gesto concienzudo y heroico, de un pueblo herido en sus más vivos amores por leyes y prácticas bastardas y que suma su esfuerzo al de las armas que pueden redimirle». 

«Legis iniquae millus honor». Una ley decididamente injusta no merece respeto ni acatamiento; clama Tertuliano. 

El Dr. Pla y Deniel, hoy Primado de España, Obispo de Salamanca en 30 de Septiembre de 1936, dijo, en Pastoral magnifica: «Es para Nos clarísimo el derecho de la sociedad, no de promover arbitrarias y no justificadas sediciones, sino de derrocar un gobierno tiránico y gravemente perjudicial a la sociedad, por medios legales, si es posible, pero si no lo es, por un alzamiento armado». 

El Obispo de Oviedo, defendió esta doctrina: «qué otro sentimiento más hondo e incoercible e imperioso puede sentir una sociedad perfecta y soberana que el de reacción violenta, por la vía de las armas para recuperarla?». 

Mi querido amigo, para satisfacer tu deseo, de que escribiese cosas y cosas relacionadas con la justificación del derecho al Alzamiento Nacional, ya ves que abuso del tiempo y del espacio y aún no he pasado del exordio, aunque la primogenia debería ser suficiente para un católico. 

¿Qué no haría yo para ahincar esa doctrina en la militancia católica? ¡Emular a De Maistre y a Chateubriand, por expertos extranjeros! 

Porque ya ves, para dar satisfacción a tu curiosidad me he convertido en copista de lo que mis alcances propios no pueden ofrecer. Pero por España, la humildad exalta. 

Atentamente.


(1) Del libro Un seminario mártir (Barcelona, 1940). 

«19 de Julio de 1936. Fecha histórica. Aún recordamos todos el eco trágico del prólogo de nuestra guerra. Nuestra ciudad (Barcelona), completamente sumida en el más espantoso caos. Lucha entre hermanos, sangrienta, horrible. Odio, Cinismo, Crimen, Libertinaje. Lucha contra la Iglesia Católica, sus Ministros y contra sus hijos queridos. La ciudad presa de una espantosa hoguera. Negras y densas nubes de humo ascendían lenta y pesadamente por el espacio, ocultando el cielo con manto de muerte. Resplandores siniestros. Imagen dantesca. Sensación de infierno. Ambiente caliginoso. Hubiérase dicho que Satán dirigía personalmente, en calidad de «héroe», su gesta. 

Nuestros templos iban derrumbándose uno tras otro. Ni la piedad, ni el arte, ni la tradición, ni la cultura, nada fué respetado por la voracidad de las llamas. Gritos de alegría salvaje, blasfemias, imprecaciones de aquellos desgraciados energúmenos, coreaban los crujidos angustiosos de nuestros templos, el rumor crepitante de las llamas, y el estrépito producido al desplomarse cúpulas y techumbres. 

Rostros encendidos, embriagados; faces de gente soez, degenerada. Hombres y mujeres harapientos circulaban por nuestras calles a la caza del sacerdote, del religioso... 

Disparos de armas de fuego. Olor de pólvora. Ambulancias. Heridos, muchos heridos. Risotadas. Maldiciones. ¡El Pueblo! 

Este pueblo, ebrio de sangre, de odio feroz, de fuego, contemplaba satisfecho su obra. Gozaba. Sus ojos traslucían la alegría de su alma, viendo la gran labor destructora realizada. 

—«¡La Iglesia ha dejado de existir para siempre jamás!»— decían plenamente convencidos. 

«¡De una vez hemos acabado con Ella! ¡Lo que no pudo el Estado, lo ha conseguido el Pueblo!». 

Puños al aire; gente armada. Patrullas. Fusilamientos en masa. Tribunales revolucionarios. Pánico. Terror. Daba comienzo la persecución».

dimecres, 24 de febrer del 2021

Cartas a un preguntón: Carta tercera

por Enrique Sarradell Pascual, 1948

CARTA TERCERA 

Umbral. Ambiente durante la guerra. La fraternidad en el dolor, artífice de la unidad espiritual. Liberación física y liberación moral. 

Muy apreciado amigo: 

Es obvio te diga, que con la carta precedente hemos entrado de lleno en el examen de acontecimientos en cuanto a resultado de sí mismos. Es teoría mía, que someto desde luego a la más exigente controlación ortodoxa, combatir las ideas subversas aunque las defiendan hombres naturalmente buenos. Es difícil, pero posible, que así sea. Esa posibilidad de que un hombre bueno sostenga ideas malas, era tan corriente —y lo es— que no extraño, que un diario muy circunspecto, publicase ya en 18 de agosto de 1931, cuando la República, tan chiquitina, había demostrado que sabía andar sola, tratando de la inconciencia de determinados sectores socialmente conservadores, en relación con el marxismo, lo que vas a leer: «Porque es preciso no olvidarlo, que con dinero de elementos conservadores, algunos muy definidos como católicos, se ha hecho la labor demoledora cuyos estragos padecemos y cuyas consecuencias empezarnos a sufrir». 

«El partido socialista, hoy dominante, no ha necesitado prensa propia: nunca la ha tenido. Se la han dado los mismos burgueses a los que más tarde aquél tenía que devorar. Periódicos significativos de la plutocracia española han estado al servicio incondicional de los elementos de la revolución y el desorden». (1) 

En ese estado tan vergonzosamente lamentable, nos debatíamos en la vorágine de la revolución marxista, los que hubimos de sufrirla en la desdichada zona roja. Bien debes recordar que en la zona roja éramos muchos que no teníamos sobre nuestra conciencia, responsabilidad alguna de la catástrofe, pero, desgraciadamente los había que si, que por su situación económica, por su preponderancia social, por sus indiscutibles prestigios en todos los órdenes del saber y actividades humanas, cuando nosotros queríamos oponernos y hacer retroceder al monstruo, ellos nos zancadilleaban, e inconcientemente, limaron los hierros de la jaula donde la Bestia aullaba. 

La ola infra-humana lo invadió todo. No eran va las iglesias y conventos como antaño, hogaño fueron los Bancos, fábricas, talleres, comercios y fincas, que sufrieron el embate de la revolución. Ya no eran los curas, los frailes y las monjitas, las únicas víctimas de aquel bandidaje organizado, lo fueron también los aristócratas, los burgueses, los propietarios, los comerciantes, los productores. El terror de las revoluciones francesa y rusa fué un pálido antecedente de la revolución marxista, en sus patéticos contornos de maldad. 

Hubimos de retrotraemos a las catacumbas. Todos, todos los presuntos responsables y los que no teníamos que acusarnos de cobardes neglicencias. La revolución cumplía su destino inexorable, destruir los fundamentos raciales de España y devorar implacablemente a sus incautos domadores. 

Tienes una frase feliz, en tu carta, que recojo con unción y delicadeza extrema. 

Me dices. «¿No es verdad que era un intenso alivio pensar en la Liberación en las horas acogotantes del terror rojo?» Sí que es verdad, amigo, y lo es tanto, que deberíamos imponernos como punto de meditación, para examinar nuestra conducta patriótica de cada hora, aquellos pasajes de nuestro vivir, intensamente dramático, en la zona roja.

Ante todo y como recuerdo perenne, por su presencia espiritual entre nosotros, una oración para los inmolados por Dios y por España; su sangre, su martirio, su sacrificio total no fueron estériles, lavaron culpas, fortalecieron virtudes y rindieron a la Divina Justicia el haz de la Cruzada, con el guión de la Victoria de la Religión y de España, para que seamos dignos de ellas. 

Párate un momento, descúbrete y reza. Que yo lo hago también. 

Por ese, casi indefinido, acto de atracción que tiene la comunidad en el dolor, todas las víctimas de la persecución roja nos fundimos en una única esperanza de libertad. Borráronse diferencias sociales. Desaparecieron, espontánea y libremente, ideologías dispares, para sentir, una, una sola, ¡España! Que significaba todo lo que la España Nacional encarnaba. Religión, Justicia, Orden, Imperio. El Ejército Nacional, era nuestro Ejército. El Caudillo, nuestro Caudillo. Sus victorias, eran nuestras victorias. Los himnos, la Bandera, el saludo viril, eran nuestros himnos, nuestra Bandera, nuestro saludo. ¡Cuántas lágrimas furtivas, junto a las radios que nos alentaban, que inyectaban fortaleza al decaimiento, y enfervorizaban en la esperanza! En la tarea éramos todos unos. Cárceles, checas y escondrijos formaban un inmenso altar a la Patria. Los pechos, el sagrario patriótico que no podían franquear nuestros  verdugos.

Cuando la suerte acompañaba a los que podían huir del terror, impelía a las juventudes un deber, que rarísimas veces se omitía. Nutrir Banderas de Falange y Tercios de Requetés que, en la santa hermandad de la guerra liberadora, luchaban, codo a codo contra los enemigos de Dios y de España. 

Requetés desfilando en la plaza del Castillo
de Pamplona (1937)
Y mientras el Ejército español, bajo la égida del Caudillo providencial, reconquistaba palmo a palmo la tierra sojuzgada, y sangre y más sangre de héroes, hacía intenso el rojo de la Bandera, y los pueblos se liberaban y las multitudes incorporadas a España ensanchaban la victoria, nosotros, aquí, rezábamos y pedíamos a Dios la pronta liberación, para romper las cadenas, para recobrar la libertad, para dejar andrajos y miserias, recibir las caricias del sol y el aire puro. Sentíamos hambre de dignidad, teníamos sed de libertar nuestros pechos que anhelantes añoraban muchas cosas que la Liberación nos ofrecía y nos dió. 

Así vivíamos en plena guerra. El santo ambiente religioso y patriótico, era alimento moral de nuestras almas. Nos prometíamos perseverar en lo justamente perseverable. Nos prometíamos no reincidir en pecados de inconciencia. Nos prometíamos ¡mucho! en aquellas horas que el peligro constante y el dolor permanente, nos predisponía a los grandes gestos de bondad y de sacrificio; serena el alma y limpio el corazón.

Me parece que el cuadro te es conocido. Mis colores son débiles y mi pincel torpe; convendrás, empero, conmigo, que el parecido es bastante descriptivo para poder identificarle correctamente. 

Atentamente.


(1) «El Debate», de Madrid.

dilluns, 22 de febrer del 2021

Cartas a un preguntón: Carta segunda

por Enrique Sarradell Pascual, 1948

CARTA SEGUNDA 

Ambiente de anteguerra. La historia que no contaba. La entrega de todo por... el caos. Unidad de acción y destino. 

Muy apreciado amigo: 

Concedo. Eres un memorioso. Haces desfilar, despertando mi recuerdo, hechos y actitudes que a estas alturas consideramos, los dos, más lamentables que entonces. Hay hechos y actitudes que no pueden diluirse con el tiempo por una razón que comprenderás. Hay hechos y actitudes en los hombres y en las colectividades que se relacionan inmediatamente con la historia, por eso son permanentes los efectos. 

Con ser el factor determinante —en última instancia— en el gran proceso de la deshonra de España, el comunismo, no es el único responsable de la tragedia que hemos sufrido y superado. El comunismo marxista, no fue más que la aplicación del producto científico del Komintern a un pueblo desgajado, descompuesto por anteriores sistemas de corrosión política, social y espiritual. 

Veo que caes en el desliz de situar como punto de partida de nuestras desdichas nacionales, el advenimiento de la República. Esta, no hizo más que levantar la compuerta para que el poso social, el arribismo político y las fuerzas ocultas de la antipatria, se precipitaran sobre los restos del patriotismo espiritual y, como la manzana podrida contaminase casi todo el cuerpo social de la nación. 

Desde el descenso del Imperio español con el ocaso de los Austrias hasta la España rota que hacía vibrar de indignación el protomártir Calvo Sotelo, si repasas tus nociones de Historia recordarás los mojones negros que marcan el camino de la decadencia. Guerra de la Independencia, filtración del enciclopedismo francés. Cortes de Cádiz, acentuación del liberalismo doctrinario. Secesión de América española. Revolución de 1835. Guerras civiles, yugulación de la Santa rebeldía nacional. Primera República. Restauración. Tratado de París, arrancando de cuajo el último florón colombino de España. Y, de tumbo en tumbo, hasta el infausto 14 de Abril de 1931 que constituyó el proemio para intentar el definitivo hundimiento de España.

Proclamación de la Segunda República en 1931

Tu lo sabes igual que yo. En determinados climas en que nos asfixiábamos lentamente, se negaba la continuidad de la Historia de España o se la desfiguraba para condenar toda apetencia de libertad y prestigio secular. La gran conspiración antiespañola cautivó muchos sectores que hoy han de aprender historia para capacitarse en el destino de liberación que nos incumbe a todos. 

Precisamente ese desconocimiento o negación de la Historia de España, contribuyó al estado comatoso en que vivíamos antes del glorioso 18 de julio de 1936. 

Aquel incongruente «el pensamiento no delinque», defendido por un hombre digno de mejor elevación en la antología del pensamiento político de los últimos cincuenta años, podría constituir la fase crucial de una gran parte de la sociedad española que, sin soltar enunciados de principios políticos, propensos a derivar la fatalidad de la catástrofe, se empeñaron en crearse un acomodo ideológico, aunque se resintiera el auténtico espíritu patriótico y renunciaron a toda posible solución, porque la renuncia la impuso, como condición previa, la antipatria, solapada y artera, bajo el signo de un intelectualismo muy culto pero carente de sana ortodoxia española. 

El liberalismo, ese gran cómitre de la sociedad civilizada, fué socavando las raíces de todo lo espiritual y racial arraigado en el alma española. En lo económico, cultural, social y político, cayó la sociedad española en el cauto engaño de la democracia inorgánica. 

Hombres y partidos atraídos por la fraseología y belleza de las figuras retóricas, encontrábanse atados en el espejismo de una propaganda prometedora que era, en definitiva, el telón que ocultaba las fuerzas siniestras del comunismo marxista. 

La logia y el capitalismo judío, de consuno, procuraban, bien diestramente, conducir hombres y partidos con banderas de conservadurismo social. 

Y aquellos núcleos de inconformistas que amaban a España por encima de todo y que creían en Dios, —sin imponerle condiciones—, mantenían, no obstante, el fuego sacro que iluminó al mundo con el estruendo de las armas, por la Santa Liberación. 

Que no se te olvide, mi buen amigo. En el ambiente de anteguerra existía un complejo espiritual más doloroso aún para la secular tradición de nuestro pueblo. 

Es aquel que Luis Antonio de Vega, resalta en su «Agonía de las taifas» —«No es únicamente el marxismo quien os combate. Existen otros enemigos que se hallan tan lejos de la logia y tan próximos a Roma como vosotros mismos podáis estarlo». 

Cruel y cáustica verdad. Tú no lo ignoras, como no me acontece a mí por experiencia dolorosa. 

Era así y Dios permita ahora, que España prosiguiendo las rutas de su destino imperial, secular, como exponente de su vitalidad consagrada en el sacrificio, reemprenda su matriarcal misión de unidad histórica y cumpla el destino que Antonio Ferro propugna en su ansia de fraternidad luso-hispana. «Poblar de cruces los desiertos y de teología ortodoxa las cabezas». Signo magno de la catolicidad y destino de la España imperial y eterna. 

Ya sé que en aquel ambiente, que tanto mal produjo, «era difícil, pero posible, cierta dosis de buena fe y, en algunos casos, de patriotismo sincero y vehemente, aunque este patriotismo se hallase pésimamente encauzado». 

Date cuenta y estímalo en su justo significa do de sincera caridad cristiana, que omito, en absoluto, derivar a primer plano, todo cuanto personalmente me atañe, de lo vivido y padecido en el ambiente emponzoñado de anteguerra. Si no olvido, porque es difícil, perdono, que es más fácil y digo con Marquina: 

            Nada para mi,
        nada para vos,
        todo para España,
        y ella, para Dios. 

Atentamente.

dissabte, 20 de febrer del 2021

Cartas a un preguntón: Carta primera

por Enrique Sarradell Pascual, 1948

CARTA PRIMERA 

De como no es tan fácil aunque lo parezca, opinar, en un solo pliego de papel, sobre materias, que en lo concerniente, requieren un libro. 

Muy apreciado amigo: 

Me haces favor inmerecido al considerarme leído y enterado. 

Si conjeturas ser leído, el leer todo aquello que para poder ser leído cae en mis manos, llevas razón, y si estar enterado, lo conceptúas, equivalente, por la consecuencia de haber leído mucho, estás equivocado. 

No es defecto mío, sino de muchos. El leer en demasía no aprovecha, las más de las veces indigesta, se te produce una confusión tal de ideas, que si tenias una de clara, antes de leer, no das pie en bola después de leer mucho, aunque sea despacio. 

Me parece que es Marden en su tratado de la educación del carácter que dice algo respecto de los peligros del leer demasiado sin discernir, aquilatar y seleccionar aquello que, constituyendo materia opinable, es leído. 

Ya ves que cito a Marden, con todo y ser un heterodoxo que a mí, particularmente, no me interesa no más que como ejemplar a clasificar en la antología de los indeseables perturbadores de la inquietud espiritual y racial de nuestro momento, trascendental, no ya histórico, sí que también profundamente revolucionario por su estilo de belleza creadora. 

Excmo. Sr. D. Antolín López Peláez
(1866-1918)

Qué de cosas te diría, mi buen amigo, si me dejase llevar a mano de la doctrina, al respecto, del venerable maestro Dr. López y Peláez cuando discurre sobre el arte de leer. Ya sabes, porque no eres un zoquete, que el arte de leer, no es deletrear, sino mascar, en sentido figurado, una idea escrita, una teoría escrita en letras de molde, que no es lo mismo digerir y asimilar aquella idea y aquella teoría. 

¡Estar enterado! ¡Psé! Si llamas estar enterado, poseer el privilegio deja información o el snobismo de la profecía, no aciertas. 

Ni una cosa ni otra están a mi alcance. No poseo información porque soy el «solitario» impertérrito de siempre, y no fantaseo en la invención porque leal a ultranza, como me has conocido siempre, a mis principios católico-patrióticos, puedo opinar, equivocado o no, en relación con todas las materias, que, exceptuadas las que constituyen dogma y principios científicos de fe, son libres a la disputa de los hombres y aún así, para mi, tienen un limite, que no haya, en mi opinión contradicción ni oposición en lo católico y en lo patriótico. 

A falta de otros méritos, en el discernimiento y en el discurso de la exégesis, sí que modestamente, puedo aportar una mediocre ventaja en ese orden complejo de la especulación de las ideas; la de observar y meditar. ¿Con acierto y provecho? Dios lo sabe, mi buen amigo. Pero si debo decirte, que en veinticinco años de lucha por la Religión y por España, puedo haber tenido miles de contradictores que, no sé por qué ley humana, han sido mis enemigos, pero ni uno solo ha podido decirme, con razón, ¡te has colado amigo!, ¡eres un impostor!, ¡tus augurios, te han desmentido! 

Y es que, amigo mío, si puse calor, vehemencia, combatividad y acritud, en mis inolvidables campañas, nunca dejó de ser mi hada madrina, la convicción y por tanto, la buena fe. 

No es por demás este exordio, por lo que tus requerimientos verbales y escritos me obligan. Quieres que diga cosas, las diré, y las diré porque, y no te incomodes, no eres tu solo quien me obliga. Tu lo escribes y lo preguntas a quien sabes que en justa correspondencia te contestará en forma pública. Es que olfateo el ambiente, capto expresiones y aquilato actitudes. Para ti, y para otros, voy a escribir este epistolario que no tiene otro mérito que la sinceridad. 

Me haces muchas preguntas, que sugieren vastos problemas psicológicos, y planteas cuestiones que no son más que meras interpretaciones. 

Quieres que hable, que escriba mi parecer. ¡Lo haré! Aunque no tenga otra trascendencia que la anécdota escrita, ni otra autoridad que la mía exclusiva, que, en realidad, ni es mía ni es exclusiva, sino eco, simple eco de esa mística española secular, ahincada en millones de pechos que, silenciosos en la paz, saben batir el cobre cuando los clarines del combate, por la Religión y por España, al conjuro de algo sublime que no perece jamás en esta tierra fecunda de fe y bravura, convoca a los escogidos en los parapetos del deber. 

Atentamente.

dijous, 18 de febrer del 2021

Cartas a un preguntón: Presentación y prólogo

por Enrique Sarradell Pascual, 1948

PRESENTACIÓN 

¿Se puede rehusar el escribir la presentación para el libro de un amigo y compañero de tantos y tantos años?... 

Si no supiera escribir, aprendería con la misma rapidez con que aprendió a tocar «La corneta de llaves» el protagonista de ese cuadro trágico del insigne novelista Pedro Antonio de Alarcón. 

Así entiendo yo también el deber de la amistad. 

Podrá estar mejor o peor escrito, podrá tener sus méritos o no tener mérito alguno, podrá ser la presentación deseada, débil o valiosa, pero siempre, en ambos casos, debe escribirse la presentación para que sea como una antorcha que ilumine más o menos la producción o el libro del amigo. 

Enrique Sarradell Pascual, entusiasta admirador del Dr. Balmes y discípulo del Dr. Sardá y Salvany, esgrimió sus primeras armas periodísticas en el diario de Sabadell «Gazeta del Vallés» (1908), consultando antes las cuartillas que escribía al maestro y gran apologista sabadellense, el cual dió al amigo Sarradell normas, orientaciones y sabias enseñanzas para proseguir con éxito por la senda de tan heroica como ingrata profesión cuando ésta se ejercita y cumple con lealtad, honradez y buena fe. El notable desarrollo intelectual de Sarradell reflejóse de una manera rápida y visible al fundarse la «Asociación de la Prensa de Sabadell» (1910), desde la cual irradiaron sus escritos, con el fuego y la vehemencia de su espíritu, no sólo en los diarios de la localidad, sí que también en distintas publicaciones de Barcelona, Madrid, Valencia, Orense, Bilbao y Pamplona, amparándose, a veces, con diversos seudónimos. 

En sus múltiples viajes realizados por España y casi por Europa entera, no dejó nunca la pluma ni las cuartillas, lo que para Sarradell ha sido siempre norma de conducta y uno de sus amores predilectos. En libros, discursos, conferencias y descripciones de viajes nos deja un bagaje inmenso de sana doctrina y literatura, donde destaca la suficiencia del escritor y la fina observación del viajero, siendo de admirar en la exacta pintura de los tipos, en la fiel descripción de las costumbres y en sus pintorescas narraciones.

Debido a su numen preferente, ha obtenido premios literarios en Zaragoza, Bilbao y Pamplona. y durante su exilio, en tiempos de la República, dirigió con tanto fervor como. empuje, un periódico de combate, hasta Julio de 1936. 

Actualmente es Secretario del Consejo Local de Cultura de Manresa. Tiene escrito (no publicado todavía) un libro sobre el dominio rojo en Sabadell, y publicados los opúsculos «Organización Tradicionalista del Trabajo», con un prólogo del Dr. Jesús Comín, Catedrático de la Universidad de Zaragoza; «Estadística Municipal» y «Regionalisme integral». 

A su iniciativa también debe Sabadell una de sus mejores urbanizaciones: La conversión de la Rambla en Boulevard en toda su extensión (cerca de un kilómetro), obra inmejorable y elogiada que realizóse después de haber dado Sarradell la idea en una interesante conferencia en el local de la Asociación de la Prensa. 

Enrique Sarradell Pascual, por su carácter, energía y vivacidad, es, realmente, lo que se llama hoy un ser dinámico. Patriota hasta la abnegación y defensor de los intereses religiosos hasta el sacrificio, con la fe, la verdadera fe de un cristiano. Polemista por temperamento, sus escritos dejan huellas imborrables y su conducta ha sido siempre tan rectilínea como su carácter ha sido siempre firme y austero, descollando en el anchuroso campo de su ideología, cuyo eje, sólido y robusto, circunda con precisión y perfila con toda habilidad y discernimiento. 

Este es, a grandes rasgos, Enrique Sarradell Pascual, sabadellense hasta la médula y autor del presente libro, titulado: CARTAS A UN PREGUNTÓN, las cuales encierran tantas verdades que yo resumo en esta sola: La gran verdad histórica de España, cuyo vibrante libro tengo el honor de presentar y de recomendar a mis benévolos lectores. 

Juan Bta. Vives 
Presidente de la antigua «Asociación de la Prensa»

Sabadell, Enero de 1948

Enrique Sarradell Pascual
(Sabadell, 1893-Manresa, 1963)

PRÓLOGO 

Pocos libros se escriben, en verdad, con la sinceridad del que tienes ahora en tus manos, lector. Hay en él, concentrada, toda la intensa vida de quien, en constante lucha, no ha cejado nunca en su empeño de trabajar por y para España. En cada una de las doce cartas que constituyen la obra hallarás, además, un girón de su personalidad política, recia y fuerte, hasta lo inverosímil, que de este modo se define como si necesitara de la reacción subjetiva del lector ante sus afirmaciones para recibir el espaldarazo de su comunidad espiritual, de su plena y mutua identificación 

Puedo afirmarte que no es un libro vulgar, ni tan siquiera uno más de entre los muchos que hallamos a nuestro paso. Tiene como sello distintivo una vibración entonada y tensa, en canto emocionado a los eternos valores humanos, y a las inmutables esencias patrias, como grácil «cantabile» de su sinfonía de verdad y de amor, que nos habla con mucha elocuencia de su íntima fuerza temperamental e ideológica. 

En el transcurso de este epistolario que Sarradell nos ofrece, pasan y traspasan en continuo ir y devenir, efemérides y acontecimientos de la vida política contemporánea de España y del mundo, como cangilones de esa inmensa noria que es la Historia, «maestra de la vida». Y de ellos deduce consecuencias y aquilata significaciones que tienen el subyugante poder de seducción de lo trascendental, explicadas con la valentía que dimana de los actos de los hombres fuertes. Nuestro amigo no claudica al emitir un juicio, al subrayar un período histórico con trazo indeleble.

Son sus constantes Dios y España y, alrededor de tales dos supremos intereses, el religioso y el patriótico, hace girar todo el proceso de su disertación literaria que se nos ofrece rica de matices cuando de desentrañar la desnuda verdad se trata, y apasionada, con afección meridional, cuando importa destacar una vibración de nuestro romántico temperamento.

No es extraño que vengan a nuestra memoria, luego de haber dado cima a la lectura del epistolario, aquellas exactas y precisas palabras de nuestro insigne Balmes: «La pintura, la escultura, la música, la poesía, la literatura en todas sus partes tienen deberes muy severos que se olvidan con demasiada frecuencia. La verdad y la virtud, he aquí los dos objetos a que se han de dirigir: la verdad para el entendimiento, la virtud para el corazón; he aquí lo que han de proporcionar al hombre por medio de las impresiones con que le embelesan».

Su mérito, el gran mérito de Sarradell en la obrita que consideramos, es el haber acertado plenamente en ese camino. 

R. Espelt

Manresa, Mayo de 1948 

dimarts, 16 de febrer del 2021

El canonge Montagut (ressenya d'un llibre força interessant)

Hem tingut el plaer de llegir El canonge Montagut: La contribució d'un clergue de Móra d'Ebre a la construcció del feixisme a Catalunya (Tortosa, 2019, 229 pàgs.), per Jordi Duran i Suárez, qui ha tingut la gentilesa de regalar-nos un exemplar. Es tracta de la biografia d'un personatge avui gairebé oblidat, però que va tindre una gran rellevància en la seva època: mossèn Josep Montagut i Roca (Mora d'Ebre, 1878 - Barcelona, 1956). Aquesta obra, editada per l'Associació de Veïns Jesús - Catalònia, ha estat mereixedora del XXVI Premi d'Història Enric Bayerri i Bertomeu.

El llibre fa un detallat repàs de la vida d'un personatge que qui escriu aquestes línies va descobrir l'any 2017, però que no en sabia massa. Josep Montagut i Roca (el senyor Duran prefereix dir-li sempre José) va néixer en una família humil, però profundament catòlica i sens dubte carlista, d'un poble de la Ribera d'Ebre (comarca de la qual també és natural l'autor) i va arribar a ser un home de gran rellevància dins del carlisme català, de la dictadura del General Primo de Rivera, de la Falange joseantoniana i del Movimiento Nacional del General Franco, tot això sense aparent contradicció (al menys des del seu punt de vista) i amanit amb un anticalanisme ferotge però raonat (en la nostra opinió, equivocat en part), producte d'un amor als dos ideals als quals va consagrar tota la seva vida: Déu i Espanya; dos ideals que per a ell es fonien en un de sol. 

Segons ens ha comentat el senyor Duran, periodista i filòleg català, la seva pretensió a l'hora d'escriure aquest llibre no anava més enllà de donar a conèixer Montagut principalment entre els veïns de Móra i comarca, que no sabien que existís el personatge. Tanmateix, creiem que la seva lectura pot agradar a qualsevol interessat en la història de Catalunya i d'Espanya de la primera meitat del segle XX, i especialment a aquells atrets pel tradicionalisme d'aquesta època (llavors encara molt viu i puixant a Catalunya), així com pels orígens del falangisme i d'això que s'ha vingut a anomenar «nacional-catolicisme» (terme que, d'altra banda, el règim de Franco mai va emprar). 

Des d'un primer moment crida l'atenció la facilitat amb què l'autor ha aconseguit reconstruir les diferents etapes i vicissituds de la vida d'aquest clergue amb el sol recurs de les hemeroteques de premsa històrica (avui, en bona mesura, digitalitzada i a l'abast de tothom) i els llibres que va escriure Montagut. Tot plegat, però, contextualitzat amb unes notes i explicacions històriques generalment ben adients i documentades que cobreixen l'època viscuda per aquest capellà, el qual va ser conegut per la seva condició de canonge de la catedral de Badajoz. 

És d'agrair, a més, la considerable objectivitat amb la qual l'autor ha redactat el seu treball, sense ometre paraules o circumstàncies que podrien suavitzar el judici sobre el biografiat, o contribuir a considerar-lo menys tenebrós. A la introducció, però, se'l presenta com un quisling nostrat; es a dir, un botifler. Cal tenir present que es tracta d'un personatge extremadament polèmic que ja suscitava animadversions en la seva època i que en la enardida societat catalana d'avui (semblant, pel que fa a passions polítiques, a la dels anys 30) molts dels nostres paisans no duptarien en dedicar-li els pitjors epítets, encara més tenint en compte que va pretendre que desaparegués la llengua catalana (per molts, més sagrada que la Religió), tot i que «sense perseguir-la ni ultratjar-la». 

El reverend Josep Montagut va ser consiliari de la Junta Regional Tradicionalista de Catalunya en la dècada de 1910 i, per les seves dots oratòries en defensa de la Santa Causa, va ser comparat amb formidables tribuns de la Tradició com Rafael Díaz Aguado y Salaberry i Juán Vázquez de Mella, arribant a ser conegut com el «verbo del Tradicionalismo catalán». El seu distanciament del carlisme es va produir arran de l'escissió l'any 1919 de Vázquez de Mella, de qui va ser sempre seguidor i admirador, però mai va deixar de considerar-se carlista (a la seva manera) ni de col·laborar en els cercles tradicionalistes de Catalunya, malgrat les seves posteriors prebendes i inclinacions, sempre al servei de l'espanyolisme, l'antiliberalisme i la justícia social. No en va, Josep Bru i Jardí (1893-1983), un altre assenyalat i actiu carlista, va dedicar grans elogis a Montagut i va mantenir amb ell una estreta amistat. 

Precisament Bru, un altre personatge de gran interès, nascut a la mateixa comarca, ha merescut també el passat any 2020 una biografia per part de Jordi Duran, titulada Periodista de trinxera. Josep Bru i Jardí (Tivissa, 1893-Barcelona, 1983). Aquestes dues obres, juntament amb una tercera anomenada De missa i de dretes. Daniel Serres i Loran, política i societat a Móra d’Ebre i Móra la Nova, 1891-1939, que va publicar l'any 2017 sobre la vida d'un màrtir de la Tradició morenc assassinat l'any 1936, esdevenen com una trilogia que posa de manifest el passat carlí de la comarca.

El dialecte català de les Terres de l'Ebre que fa servir l'autor fa encara més interessants aquests llibres; només lamentem la dificultat d'adquirir-los i la seva edició limitada, ja que creiem que el seu interès va més enllà del merament local.

Val a dir que la immensa majoria dels carlins no hem compartit mai (ni de lluny) el sever judici de Montagut sobre la pluralitat de llengües a Espanya, ja que considerem que aquestes formen part del nostre patrimoni cultural i que, malgrat l'utilització política que se'n fa (com de tantes altres coses), les llengües hispàniques són nostres i molt dignes de conservar. El que sí ens sembla encertada és la definició que Montagut fa del nacionalisme català com quelcom «voluptuoso, erótico, enfermizo» i del patriotisme espanyol (que nosaltres entenem també com a patriotisme català) com «una tensión violenta para encresparse en las cumbres y descubrir incesantes horizontes, desenvuelta en una Cruzada multisecular, en la que sus teólogos escriben páginas inmortales como las de Trento, y sus guerreros se cubren de honor en epopeyas gigantescas». En aquest esperit de Croada ens hem reconegut sempre els tradicionalistes, però pensem que també es pot expressar en català.

dimarts, 2 de febrer del 2021

Paulino Alcántara, goleador del Barça y requeté

Paulino Alcántara Riestra 
(Iloílo, 1896-Barcelona, 1964)

Hijo de militar español y de nativa filipina, Paulino Alcántara Riestra nació en Ilo-Ilo (Filipinas), pero se trasladó a la Península a los tres años de edad, tras el desastre de 1898. Se afincó con su familia en Barcelona, donde desarrollaría su carrera como jugador de fútbol, defendiendo los colores azulgranas y los de la selección nacional española.

Inició su carrera futbolística en las filas del "Universitario" de Barcelona en el año 1909. En mayo del siguiente año ingresó en el F. C. Barcelona, fundado el primer equipo juvenil que tuvo el club. En 1913, después de haber militado en el tercero y segundo equipo azulgrana, pasó al primero, en el que jugó de interior derecha y conquistó el campeonato de España de la Unión Española de Clubs de Fútbol.

En 1916 regresó a Filipinas, donde actuó en el Club Bohemia de Manila y formó parte del equipo nacional filipino que jugó en la olimpiada del Japón del año 1917.

Regresó definitivamente a España en 1918, reintegrándose en las filas del Barcelona, que ya no dejó hasta su retirada en 1927. 

Como internacional, Alcántara jugó cinco veces con la selección española, enfrentándose en dos ocasiones a Bélgica, otras dos a Portugal y una a Francia.

Después no vivió del deporte, sino que ejerció su profesión de médico urólogo.

Iniciado el Movimiento Nacional de 1936, el doctor Alcántara, fiel a su sangre castrense y su espíritu patriótico, salió del infierno rojo en Barcelona, pasó a Navarra y se presentó voluntario a la Junta Carlista en Pamplona en octubre de 1936. Le concedieron el rango de alférez y le destinaron a un hospital del Requeté de Zaragoza.​ Durante la Cruzada española, Alcántara participó en numerosas operaciones militares con el Primer Batallón del Segundo Regimiento de Carros de Combate en las provincias de Huesca y Teruel en 1937.​ Desde el 13 de octubre de 1937, también fue miembro del temible Primer Batallón de la Brigada Mixta Legionaria italiano-española “Flechas Negras”.

Durante un siglo Paulino Alcántara figuró como el máximo goleador de la historia del Barça, con 369 goles en 357 partidos, desde 1912 hasta 1927. Pudo haber marcado aun más goles de no haberse retirado prematuramente de la vida del fútbol para dedicarse a su carrera de médico. Solo ha sido superado recientemente por Lionel Messi, si bien, a diferencia del jugador argentino, Alcántara jamás ganó una millonada con el fútbol y no se vendía al mejor postor, sino que le movía un amor sincero a los colores de su equipo, del que más tarde fue directivo. También fue seleccionador nacional en 1951.