divendres, 26 de febrer del 2021

Cartas a un preguntón: Carta cuarta

por Enrique Sarradell Pascual, 1948

CARTA CUARTA 

El derecho al alzamiento nacional. - ¿Qué debe prevalecer, el hecho o el derecho? - Doctrina que acatamos. - Teoría de la legalidad. 

Muy apreciado amigo: 

Alterando algo el orden cronológico de los acontecimientos históricos que vamos examinando, a la grave cuestión que me planteas, para que te diga algo en relación con el derecho al Alzamiento Nacional, te diré que no es tema del que yo pueda opinar con autoridad, con todo y ser un convencido de aquel derecho, tanto, que no dudé un momento, cuando hube de aprestarme a secundar el Alzamiento. 

Y si digo que carezco de autoridad para tratar, como corresponde, de aquel derecho, es porque sería imperdonable petulancia, la mía, ofrecerte razones exhaustas y ligeras de contenido, cuando sobre tan delicada cuestión, clara y terminante, se ha pronunciado el Episcopado español, autoridad indiscutible, a este respecto. 

Si el Episcopado español con las luces de la teología, de humanidades, de filosofía y derecho, ha hablado en sentido afirmativo, ¿qué quieres que te diga yo, sino plagiar toscamente lo que aquellos esclarecidos varones han sentado como doctrina clara y profunda de verdades? 

Con decirte lo que precede y remitirte a la formidable obra «El derecho a la rebelión» del Dr. A. de Castro Albarrán, canónigo Magistral de la S. I. Catedral de Salamanca, entre paréntesis lo digo (—debería ser libro de texto para toda la militancia católica española y... no española—) podría dar por terminada esta carta.

«El derecho a la rebeldía» (1933)

Te conozco, no obstante, y sé que no te darías por satisfecho. Tú que conoces mi carácter impulsivo, has querido, como vulgarmente se dice, tirarme de la lengua, pues para que no quedes decepcionado, impongo a la pluma un poco más de rasgueo y, ahí van unas cuantas líneas para tu recreo espiritual. 

La doctrina del derecho a la rebelión no es nueva, existe desde que a la sociedad organizada se le planteó la cuestión de la ilegitimación del poder, por el abuso en su ejercicio. 

La ordenación de esa doctrina como postulado católico empieza cuando la preponderancia del cristianismo influye en los pueblos civilizados. Va tomando forma de precepto para dilucidar conflictos de conciencia y razonar actitudes individuales y colectivas a cada caso de concreta aplicación. 

Deducirás por ti mismo, mi buen amigo, que los problemas de orden interpretativo, no son matices surgidos ahora, sino que ha llovido mucho desde su planteamiento. 

Demos juntos un salto en el espacio del tiempo y situémonos al anteayer —el ayer es la guerra—. 

Se ha proclamado la República en España a base de una gran mayoría monárquica. —¿Lo ignorabas?—. Contradicción se llama esta figura. Lo sé, pero ni tu ni yo podemos negar la luz del sol. 

Como la República aquella, se proclamó, ya que no con votos, por el fastidio de estar demasiado bien las clases burguesas y los intelectuales, se suscitó, inoportuna e inmediata, la eterna cuestión de la legalidad —¡reconocimiento de la legalidad constituida!— y todos aquellos sectores que creían en la República de San Vicente Ferrer, porque muchos ignoraban quien fué San Vicente Ferrer, ni sabían lo que era la República en España, instaron —no entro en compromisos ni intenciones— para que se reconociese la legalidad republicana, laica que, sólo por entonces, dejaba incendiar iglesias... 

¿Sabes como define el Cardenal Mercier el concepto de la legalidad constituida? Pues, atiende. Se trata, nada más y nada menos, de la conducta de los belgas, cuando la ocupación de Bélgica por los alemanes, durante la primera gran guerra. «¿Debemos recibir y acatar el poder ocupante, o simplemente soportarlo? ¿Debemos amarlo u odiarlo? ¿Invasor injusto en su origen, habrá llegado con el tiempo, a ser una autoridad legítima? Y, en la afirmativa ¿cómo conciliar el respeto a sus órdenes con la fidelidad a nuestro Rey? ¿Qué es lo que debe prevalecer, el hecho o el derecho? 

Balmes, en el «Protestantismo...», adoctrina: «No, no es verdadera esa doctrina degradante, esa doctrina que decide la legitimidad por el resultado de la usurpación»... Es menester repetirlo; el mero hecho no crea derecho, ni en el orden privado, ni en el público; y el día que se reconociese este principio, aquel día desaparecerían del mundo las ideas de razón y de justicia. 

En el «Fuero Juzgo» se dice: «Rey serás, si fecieres derecho». 

¿Cómo estaba España cuando advino el Alzamiento? 

¿Qué sucedió inmediatamente? (1). 

Recuérdalo tu, porque así lo recordarán muchos, y, reflexiona. 

Ni orden, ni justicia, ni dignidad, ni... elegancia espiritual. 

La Religión befada, perseguida. La economía sin tensión. El crimen elevado a la categoría de «expansión popular» (Casares Quiroga). Lo peor de cada localidad, eregido en autoridad. La enseñanza en manos de los peores enemigos de la sociedad. La prensa amordazada (112 periódicos suspendidos). Los delincuentes, por delitos comunes, amnistiados. Los patriotas en la cárcel y el destierro. El Ejército triturado (palabras de Azaña). La producción en descenso. Las huelgas crónicas. La propiedad privada interdicta. El orden público intervenido por el pistolerismo. Estado, Diputaciones y Municipios en manos de las taifas políticas. 

España gimiendo y agostándose. Los jesuitas desterrados, pero los emigrados indeseables, con las fronteras abiertas. 

Ruina, desolación, angustia («Fango, sangre, lágrimas») (Martínez Barrios). 

Bonito cuadro ¿no te parece?, como para entregar España a la administración soviética de una vez. 

Mas, la porción de España que no estaba infectada, laboraba cauta y valientemente para impedir, en gesto sublime de sacrificio entero, que no se produjese el derrumbamiento total e irremediable. 

La tradición secular española recordaba, aplicándolo a aquella hora gimiente, el precepto de la 2.ª de la Ley de Partidas «En el Rey yace la justicia, pero, cuando se torna su poder en torticero, puede revelarse el súbdito contra el Rey». 

Y así la organización civil de los Requetés Carlistas se convierte en unidades castrenses (60 Tercios) bajo mandos militares. 

Las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (J. O. N. S.) al iniciarse en Valladolid exigían en sus filas «empuje elemental, violento, coraje revolucionario para combatir violentamente a las fuerzas marxistas». 

José Antonio Primo de Rivera, en su discurso famoso de presentación de Falange, dijo: «Queremos que España recobre resueltamente el sentido universal de su cultura y su historia. Y queremos, por último, que si esto ha de lograrse por la violencia no nos detengamos ante la violencia». 

Y el Ejército, el pundonoroso Ejército Español, a través de la gloriosa U. M. E. unió la vertebración española en el signo magno de la rebeldía, para salvarse y, para salvarnos. 

Así se inició la segunda reconquista. 

Que, el llorado Cardenal Primado Dr. Gomá, condensó en estas palabras: «Gesto concienzudo y heroico, de un pueblo herido en sus más vivos amores por leyes y prácticas bastardas y que suma su esfuerzo al de las armas que pueden redimirle». 

«Legis iniquae millus honor». Una ley decididamente injusta no merece respeto ni acatamiento; clama Tertuliano. 

El Dr. Pla y Deniel, hoy Primado de España, Obispo de Salamanca en 30 de Septiembre de 1936, dijo, en Pastoral magnifica: «Es para Nos clarísimo el derecho de la sociedad, no de promover arbitrarias y no justificadas sediciones, sino de derrocar un gobierno tiránico y gravemente perjudicial a la sociedad, por medios legales, si es posible, pero si no lo es, por un alzamiento armado». 

El Obispo de Oviedo, defendió esta doctrina: «qué otro sentimiento más hondo e incoercible e imperioso puede sentir una sociedad perfecta y soberana que el de reacción violenta, por la vía de las armas para recuperarla?». 

Mi querido amigo, para satisfacer tu deseo, de que escribiese cosas y cosas relacionadas con la justificación del derecho al Alzamiento Nacional, ya ves que abuso del tiempo y del espacio y aún no he pasado del exordio, aunque la primogenia debería ser suficiente para un católico. 

¿Qué no haría yo para ahincar esa doctrina en la militancia católica? ¡Emular a De Maistre y a Chateubriand, por expertos extranjeros! 

Porque ya ves, para dar satisfacción a tu curiosidad me he convertido en copista de lo que mis alcances propios no pueden ofrecer. Pero por España, la humildad exalta. 

Atentamente.


(1) Del libro Un seminario mártir (Barcelona, 1940). 

«19 de Julio de 1936. Fecha histórica. Aún recordamos todos el eco trágico del prólogo de nuestra guerra. Nuestra ciudad (Barcelona), completamente sumida en el más espantoso caos. Lucha entre hermanos, sangrienta, horrible. Odio, Cinismo, Crimen, Libertinaje. Lucha contra la Iglesia Católica, sus Ministros y contra sus hijos queridos. La ciudad presa de una espantosa hoguera. Negras y densas nubes de humo ascendían lenta y pesadamente por el espacio, ocultando el cielo con manto de muerte. Resplandores siniestros. Imagen dantesca. Sensación de infierno. Ambiente caliginoso. Hubiérase dicho que Satán dirigía personalmente, en calidad de «héroe», su gesta. 

Nuestros templos iban derrumbándose uno tras otro. Ni la piedad, ni el arte, ni la tradición, ni la cultura, nada fué respetado por la voracidad de las llamas. Gritos de alegría salvaje, blasfemias, imprecaciones de aquellos desgraciados energúmenos, coreaban los crujidos angustiosos de nuestros templos, el rumor crepitante de las llamas, y el estrépito producido al desplomarse cúpulas y techumbres. 

Rostros encendidos, embriagados; faces de gente soez, degenerada. Hombres y mujeres harapientos circulaban por nuestras calles a la caza del sacerdote, del religioso... 

Disparos de armas de fuego. Olor de pólvora. Ambulancias. Heridos, muchos heridos. Risotadas. Maldiciones. ¡El Pueblo! 

Este pueblo, ebrio de sangre, de odio feroz, de fuego, contemplaba satisfecho su obra. Gozaba. Sus ojos traslucían la alegría de su alma, viendo la gran labor destructora realizada. 

—«¡La Iglesia ha dejado de existir para siempre jamás!»— decían plenamente convencidos. 

«¡De una vez hemos acabado con Ella! ¡Lo que no pudo el Estado, lo ha conseguido el Pueblo!». 

Puños al aire; gente armada. Patrullas. Fusilamientos en masa. Tribunales revolucionarios. Pánico. Terror. Daba comienzo la persecución».

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