divendres, 18 de juliol del 2025

Cuadro de Honor: Los catalanes del Bando Nacional que recibieron la Medalla de la Ciudad de Barcelona

Reproducimos hoy, 18 de Julio —fecha en que se conmemora el Alzamiento Nacional de 1936 contra la tiranía y barbarie rojo-separatista—, el cuadro de honor que el diario LA VANGUARDIA ESPAÑOLA dedicó el 27 de enero de 1952 a los combatientes catalanes de la España nacional que se cubrieron de gloria en la defensa de Codo, en la batalla del Ebro y en el alzamiento de Barcelona del 19 de Julio de 1936. 

La mayoría de ellos pertenecieron al laureado Tercio de Requetés Nuestra Señora de Montserrat. En 1952 el Ayuntamiento de Barcelona les entregó merecidísimamente, a muchos a título póstumo, la Medalla de la Ciudad.


CUADRO DE HONOR

Ni falta de espacio, ni agobios de original, ni pretexto o justificación alguna, nos indultarían hoy de no dedicar, no ya una página, sino un número entero de LA VANGUARDIA, si preciso fuera, a dejar grabados en un cuadro de honor los nombres de los heroicos inmolados o supervivientes que ayer fueron galardonados por el Ayuntamiento de Barcelona con la Medalla de la ciudad, en justa recompensa a su actuación en la Cruzada.

Lo hacemos, no para honor suyo, sino para nuestro propio honor y para nuestro orgullo. Pero lo hacemos también por un sentimiento de primaria gratitud. Porque, sin la inmolación de los que cayeron o sin el sacrificio de los que perviven y que figuran en las listas que a continuación recogemos, entre otras infinitas cosas que no podrían hacerse en España, una de ellas sería este periódico. Hacerse con honor, claro está. Cuadro de honor, pues, a quienes nos rescataron el de nuestra españolidad.


♰ RELACIÓN DE LOS REQUETÉS PERTENECIENTES AL TERCIO DE NTRA. SRA. DE MONTSERRAT CAÍDOS EN LA DEFENSA DE LA PLAZA DE CODO

Julio Abad Filera
Jacinto Algans Caulá
Pedro Alier Giró
Mauricio Alós de Bobadilla
Antonio Alujo Ramonatjo
Luis Amat Badrinas
Luis Amat Pascual
Juan Amils Carbonell
Juan Amiell Vaquería
José Alsina Vilaregut
Estanislao Aranalot Casanovas
José Bach de Fontcuberta
Isidro Badosa Costa
Luis Bañeres Albano
José Blasi Martí
Alberto Blasco Tusquets
Francisco Bonet Bosch
Francisco Borras Escoda
Pedro Bosch Bosch
Joaquín Bosch Duch
Eudaldo Breda Moya
José Bugeda Plá
Tomás Carbonell Corominas
José Carbonell Batlle
Francisco Cardell Nicolau
Ramón Carreras Iglesias
Francisco Carrut Tuca
Luis Casals Pladelasala
Miguel Casals Pladelasala
Tomás Casas Varea
José Casellas Esteve
Marcelino Castany Cabrera
Juan Castell Costanza
Tomás Castells Mir
José Centellas Pagés
José Ciurana Latorre
Narciso Ciurana Campmol
Luis Codina Puig
Enrique Coll Canut
Juan Coma Cunill
Ramón Cortacans Perarnau
Joaquín Cros Llistosella
Juan Domingo Aranau
Ramón Elías Casals
José Elosa Puscató
Antonio Escolá Prim
Francisco Escolá Pastó
Ramón Espel Suñol
Ignacio Estivill Cot
Emilio Estany Hosta
José Fatjó Xiprera
Jacinto Ferrer Avellana
Juan Figa Torrens
Joaquín Figa Torrens
Emilio Font Aleix
Agustín Freixas Ponts
José Gelabert Sancho
Francisco Gifré Llansá
José Gobau Santamaría
Manuel Guasch Padrós
Francisco Gubau Juanhuix
Francisco Guiu Riger
Enrique Guiu López
José Gimbernat Prim
Francisco Guiou Bayona
Luis Gutiérrez Guinart
Sebastián Irla Solana
Jaime Laplana
Salvador Llorens Castellví
Juan Llovet Bruel
José Mané Algueró
Ramón Marcé Juncá


Luis Massana Piñol
Luis Morales Garcés
Lorenzo Mir Colomer
José Navarro Cava
Paulino Nogareda Doménech
Juan Nogués Soler
Gaspar Noguer Puig
José Nuviola Utrilla
Ramón Olives Plana
Manuel Padrós Orovitg
José Pallaoro
Miguel Pascual Pomar
José María Pau Figueras
Francisco Pelach Feliu
José Ramón Pella Vallés
Eleuterio Pérez Losada
Fulgencio Perich Pujol
Juan Perramón Torras
Joaquín Pía Mole
Luis Planadecursach Plana
Esteban Planadecursach Plana
Ramón Planas Vila
Hermán Plasa Giralt
Ramón Pons Colomer
José Pons Fortuny
Luis Pont Coll
José Pradell Gut
Ramón Puig Pujal
Luis Puig Rodó
Eduardo Puig Guerri
Carlos Pujol Galcerán
Pedro Pujol Pons
Lorenzo Recasens Orpinell
Daniel Regat Vila
Antonio Ribas Guasch
Leopoldo Riera Cros
José Riera Riera
José Riera Cornellá
Daniel Rigat Vila
Francisco Roca Llopis
José Roca Roig
Luis Rodríguez Plo
Miguel Roger Puigdevall
José Roma Vilalta
José Sábat Arnau
Carlos Sábat Arnau
Luis Sábat Arnau
Jaime Sala Collell
Francisco Sala Collell
Delfín Sala Perpiñá
Esteban Sanquirgo Perot
Francisco Sanquirgo Perot
Luciano Sans Antich
Javier Sans Sans
José Sardá
José Sabi de la Sala
Martín Seguer Batlle
Juan Sendra Batlle
Anselmo Soldevila Ferrando
Juan Soy Gurt
Francisco Surrallés Balet
José Tarrés Matas
Francisco Torra Pujol
José Valles Prats
José Vidal Guifreu
Juan Vila Más
José Vila Dalmau
José Villarasa Noguer
Ramón Vives Romans
Francisco Vives Julsa
José Vivó Sistaré


REQUETÉS SUPERVIVIENTES DE LA DEFENSA DE LA PLAZA DE CODO

Antonio Alemany Torner
Jaime Amat Badrinas
Jesús Amiell Vaquería
Joaquín Blanch Sala
José Boix Heras
Jaime Casellas Castelló
Francisco Cardell Nicolau
Ramón Codina Puig
Miguel Coll Montañé
José María Costa Velasco
Antonio Cunill Mataró
Vicente Ferrer Cantalloch
Carlos Font Martí
Francisco Font Noguer
Esteban Gassó Felipó
José Gimbernat Prim
Nazario Gíol Casellas
Domingo Gros Florido
Benjamín Guixá Boixader
Juan Guixó Costa
Fermín Hostench Basil
Roberto de Llanza y de Bruguera
Pedro Manén Mainou
Juan Mercader Coloma
Miguel Mimvacas Nonavía


Manuel Navarro Garriga
Moisés Pagés Lagrera
Ricardo Pagés Raventós
Luis Peramiguel Esquius
Juan Planadecursach Plana
Alberto Presas Abreda
Miguel Pujol Planas
Luis Renard Buenaventura
Ángel Ribas Casafont
Jaime Ripoll Gasset
Alberto Roquert Puigdevall
José María Sacrets Montsalvatge
Jaime Sala Lloveras
Clemente Saurí Prats
Guillermo Serra Bardolet
Francisco Serra Bonafé
José Soler Falguera
Juan Soler Soler
Ramón de la Torre Barruel
Eduardo Torrent Martra
José Torrens Ayuso
Ramón Valls Graell
José Vila Dalmau
José María Vilaseca Bas

CAÍDOS POR DIOS Y POR ESPAÑA QUE PERTENECIERON A LA GLORIOSA «1.ª CENTURIA CATALANA VIRGEN DE MONTSERRAT»

Pablo Arola Grau
Álvaro Borrás Marimón
Pedro Borrallo Vadillo
Santiago Martín Busutil Clivillés
Juan Carreras Medalla
José María Cusi García
Luis Delcor Civit
Carlos Farfán de los Godos Macías
Manuel Figuerola Grau
Óscar Forgas Rosell
José Iglesias Torrome
Joaquín Larrosa Coscojuela
Pablo Ledesma Escorza
Manuel de Llanza de Albert
Ignacio Lobet de Fortuny
Aurelio Llorens Aubach
Antonio Martí Puntas
José Martí Sensat


Fausto Martínez Buruejo
Juan Morali Ademan
Jaime Mussons Clararnunt
José María Ortoll Vintró
Pedro Pelfort Pons
Raimundo Pérez Sala
Marcelino Presa Lordan
Antonio Quijada Guerrero
Francisco Romero Romero
Pedro Sanvicens Servos
Sergio Sanz Manzanedo
Manuel Sintes Coscojuela
Amado Serraller Lucia
Rafael Solé Farré
Juan Solé Vidal
Leoncio Soler de Puig
Carlos Varenne Chardac
Juan Vidal Vidal


SUPERVIVIENTES DE LA GLORIOSA «1.ª CENTURIA CATALANA VIRGEN DE MONTSERRA

Rvdo. Ramón Grau Ramoneda
Juan Armet Castellví
Alberto Avilés Cucurella
Francisco Batllevell Archs
Julio Benito Juer
José María Biel Casas
Manuel Borrás París
José Calbetó Barra
Daniel Camañes
Luis de Caralt Borrell
José Carrasco Lordan
Francisco Carretas Arañó
Francisco Castanys Ferrer
Manuel Cols Ubach
Juan Clasca
Francisco Corbella Esteller
Ramón Delcor Civit
Justo Despujol Mahony
José Oriol Despujol Margarolas
Víctor Despujol Margarolas
Tomás Duro Argerich
Joaquín Encuentra Morer
Andrés Figueras Atmetlla
Francisco Foret Giordano
Jorge Foret Giordano
Jorge Garzolini Ziffer.
Antonio Geis Salvans
Vicente Giner Tomás
José González Blanch
Jaime Gurri Mora
Arturo Ibar Fradera
Tomás Ketterer García
Manuel Masriera Vergés
Nonito Mateu Mir
José Minguell Jordi
Fernando Moragas Elías


José V. Muntadas Claramunt
Antonio Muñoz Catalá
Pedro Nequi Solsa
Carlos Oliveras de la Riva
Eduardo Ollé Pinell
Carlos Pastor Maco del Valle
Ramón Pedret de Falgas
Miguel Peñacoba Manzano
Pedro Pere Parera
Ernesto Perelló Serra
José María Plantalamor Rovira
Luis Plantalamor Rovira
Pablo Puig Griera
José Ramis Vergés
Pedro Riba Doménech
José Ribó Mayol
Rosendo Riera Sala
Cleto Rocha Sandro
Francisco Rodríguez López
Guillermo Roger Pujadas
Esteban Roldán Vicente
Roberto Rosés Carbonell
Jorge Roura Rosich
Manuel Rozas Espiñeira
José María Serrallach Juliá
Ramiro C. de Sobregrau Jubert
José María Utrero de la Orden
Andrés López Bertrán
Vicente Lleó Royo
Fernando de Llanza Albert
José María Martínez Torres
Renato Viader Sitges
Francisco Vidal Casas
Ángel Vila Aulí
Carl Von Haartman


♰ 
RELACIÓN DE LOS REQUETÉS DE NTRA. SRA. DE MONTSERRAT CAÍDOS EN EL EBRO

Antonio Abel Puig
Pedro Altés Escribá
Joaquín Areni Navarro
Agustín Ariñó Soldevila
Ramón Arisó Moix
Juan Aulet Martí
Zacarías Avila Huguet
Tomás Badía López
José Bernabé Civernat
Lorenzo Baiget Remón
José Bacardí Serra
Serafín Bertomeu Royo
Juan Batlle Blanch
Juan Batlle Farrerons
José Beotas Franco
Rosendo Badaso Puigmitjá
Ramón Bosch Moner
José Bover Capdevila
Antonio Caminals Navosell
Ramón Camps Nogués
Ramón Canela Queralt
José Casadella Vilasá
Pedro Casademunt Torres
Buenaventura Casas Barbut
José Castell Pino
Esteban Clavé Planas
Francisco Climent Ferrer
Pedro Colmo Ventura
Pompeyo Cortés Castañar
Domingo Cots Arós
Estanislao Cerviller Alemany
Juan Cristófol Padreny
Guillermo Crutad Caballé
Manuel de Dalmases y de Gomis
José Díaz Conde
Luis Espoy y de Delás
Joaquín Espuny Masdeu
José Figueras Pla
Luis Franch Lleopart
Eudaldo Freixas Mercader
Miguel Galito Vilalta
Eugenio Gay Rich
Francisco Giménez Martorell
Carlos Ginés Paou
Carlos Goday Rollens
Francisco Gómez Quintana
Félix Graell Garriga
Ramón Graell Vilasa
José Grau Adroer
José María Grau Pons
José Grau Rabasa
José Grau Sabater
José María Guardia Font
Saturnino Guardia Font
Ángel Guitart Niubó
Pedro Guitart Oriol
Pedro Guitart Pujol
Manuel Hors Visiego
José Emilio Huarte Cuesta
Francisco Llach Sellés
Antonio Martí Reñé
José Martín Calvo
José Masana Serra


Juan Mascaró Mascarell
Pablo Mercader Ferrer
Juan Mercader Badosa
José Miró Ferrer
Juan Moles Ferrer
Juan Molist Marmaneu
Manuel Molina Gómez
Marcelino Monell Matafred
José Navarro Ribas
Juan Oliveres Pont
Sebastián de Ordal Viladegut
Juan Oromí Rubiol
José María Padura y de Bizmanos
José Palau Siura
Pío Palmarola Aregall
Vicente Pallarols Brunet
Juan Panella Solsona
Ramón Pei Deslau
Pablo Piñol Juliá
Jaime Plana Fábregas
Fernando Plana Luis
Pedro Pujol Barniol
Narciso Pumarola Culubert
Miguel Quintana Batalla
Juan Raspau Riera
Miguel Regás Castells
Narciso Roca Carreras
Luis Rosas Villadrich
José Rusiñol Rubill
José Rubio Aragués
José Rubiola Planas
José Sagalés Cortina
Vicente Samper Samper
Francisco Sanahuja Martín
José Sánchez Casals
Andrés Sánchez Ortega
Joaquín Sanmartín Boix
Luis Santacan Llopis
Miguel Sarri Clotet
Juan Sellar Roma
Francisco Serra Grau
Onofre Serra Cantarell
Aurelio Setó Petons
Felipe Solá Font
Manuel Solá Díaz
Luis Soler Balaguer
José Soler Coll
Martín Subirana Tuneu
Juan Torras Llopart
Ernesto Torras Elías
Francisco Torre Fotxá
Enrique Torras Fulguerolas
Antonio Tromoleda Bolas
Antonio Vaqué Altás
Antonio Verges Capella
Jaime Vert Ferrer
Juan Vigatá Gabau
Cosme Vila Dalmau
Luis Vila Perpiñá
Martín Vila Quedo
Nicolás Villar Ferrero
Pedro Xicot Viñas


RELACIÓN DE ALZADOS EN ARMAS EN ESTA CIUDAD EL DÍA 18 DE JULIO DE 1936

 CAÍDOS POR DIOS Y POR ESPAÑA Y FALLECIDOS

Lorenzo Ciscar Casanovas
Luis Moncal Casanovas
Manuel Alegret Rodríguez
Alberto Alegría Mayoral
Ismael Alegría Mayoral
José Arguelles Coello
José Bosch Sanchiz
Eloy Castarlena Calvero
Enrique Castillo Merino
Carlos Civit Sanvicente
José Colom Vidal
Fernando Dasi Hernández
José Daza Fernández
Arturo Díaz Garcerán
Manuel Díaz Ruiz
Claudio Domingo Vecino
José Escuín Navarro
Carlos Fernando López
Marcelino González Giménez
Joaquín Gómez Gómez
Francisco Gómez Pagán
José María Gutiérrez González
José Hurtado Mateo
Francisco de P. Jornet Juncadella
Francisco Lacasa Burgos
Guillermo Lambruchini Paricio
Fernando Lizcano de la Rosa
José López Amor Giménez
Alfonso López Mayor
Luis López Varela
Juan Bautista Marlés Bacardit
Santiago Martín Busutil
Vicente Martínez Esparza
Jacinto Mayol Arpí
Antonio Mestres Dalmau


José Miquel Fernández
Federico Miquel Fernández
Fernando Miquel Fernández
Ignacio de Miquel Fernández
José Moga Pascuet
Gregorio Moreras Satué
Antonio Morera de la Val
Julio Muntaner Rosa
Jesús Navarro Martínez
Luis Navarro Miguel
Antonio Moya Ainsa
Ignacio Moya Ainsa
Serafín Plaza Hernández
Pedro Ponce de León
José María Pons Escoda
Adolfo Porras Baos
Manuel Quintana Barragán
Antonio Rebolledo Meinet
Agustín Recas Marcos
Francisco Riba
Juan Riera Guardiola
José Rodríguez Jaumá
Eudoro Rodríguez Pardo
Enrique Rodríguez Pardo
Francisco Roig Gabriel
Ramón Ros Martínez
Liberato Rupérez Martínez
Luis Serra Molins
José Subirats Lletja
Vicente Vázquez Delace
Santiago Ventura Mallafré
Fernando Vidal-Ribas Torres
Santos Villalón Pérez
Eduardo Yuste Martín

SUPERVIVIENTES

José Cadafalch Ballvé
Gumersindo Estrada Calvet
Sebastián Font Comas
Francisco García Guillemot
Jacinto Mallol Urbi
Evaristo Montserrat Costa
José Tavioles Castellet
Fernando Adán San Andrés
Francisco Adriá Coronice
Antonio Aguiar Ladevece
Cristóbal Agustín García
Francisco Alba Álvarez
José Antonio Alonso Pedemonte
Valentín Alsina Boschi
Juan Alsina Melis
Marcelino Asens Porta
Eduardo Balada Mestre
Mariano Barberán Valios
Guillermo Bosque Lacoma
Manuel Calduch Legido
Ladislao Calvo Izquierdo
Joaquín Callejón Berruego
Alfonso Canicio Sánchez
Luis Carballo Contreras
Eloy Castarlenas Clavero
Juan Indalecio Castillo Suárez
Manuel Castro Davis
Rafael Codina Alonso
Ramón Colom Vidal
Antonio Civit Sanvicente
Juan Espejo Martínez
Juan Espín Muñoz
Manuel Estévez Martín
Francisco Eyre Fernández
Carmelo Ezpeleta Sánchez
Francisco Fernández Arregul
Joaquín Fernández Pérez
Juan Antonio de Ferrater Dueay
José de Ferrater Ducay
Luis de Ferrater Ducay
José Ferreiro Puig
Lorenzo Ferrer Brerol
Manuel Francitorra Calvo
Arsenio Gallego Sánchez
Isabel García de la Asunción
Luis Manuel García Dagas
José García Triay
Luis' Garriga Lacayo
Juan J. Jimeno Monferrer
Miguel Gómez Benet
Manuel Gómez Giner
Joaquín Gómez Gómez
José González Selma
Manuel Gotarredona Hernández
Alfredo García Estern
Vicente Granero Ciscar
Constantino Graña Díaz
Demetrio Grijalbo Prieto
Amadeo Guillén Ibáñez
Francisco Hernández Sáez
Emilio Ibars Asenjo
Luis Yndart Villarreal
Eduardo Izquiana Rodríguez
Fernando Lacasa Puiggrós
Luis Laforet Altolaguirre
Camilo Lazaga Larrión
José López Amor Ayensa
Víctor López García
Francisco Luque Recio

María de los Ángeles Madariaga de la Viña
Isabel Madariaga de la Viña
José Maluquer Cueto
Ramón Manzanares Barba
Manuel María Tobed
Santiago Marín Zarraga
Andrés Marroig Fontseré
Víctor Martín García
Jesús Martínez Lage
Jaime Masaguer Mateu
Mateo Mensión Maña
Antonio Moncusí Soler
Luis Moreno Mayordomo
Florencio Morales Ramón
Francisco Mut Ramón
Fernando Ocho Urrutia
Enrique de Olano Barandiarán
José María Ortega Costa
Gabino Ovejer Rodríguez
Enrique Pardo Blázquez
Julio Pardo Blázquez
Pedro Parra Abad
Mariano Parrilla Atienza
Javier Pelegrín Collado
José Lázaro Pérez Serrano
José Pina Valls
Pedro Prieto Ozcoz
Francisco Porcell Sancho
José Pud Fergnani
Gonzalo Puig Fernández
Pedro Regalado Sanz
Ramón Requena López
José Ribas Camarasa
Miguel Ribas Beltrán
Ramón Riera Riu
Francisco Riera Guardiola
Ramón Riera Guardiola
Juan Riera Bartra
Luis Riera Bartra
Fabriciano Rodríguez Fernández
Antonio Rodríguez Toquero
Pedro Roig Llopart
Anselmo Roig Salas
Ramón Ros Grau
Jaime Rovira Badosa
Manuel Ruiz Navarro
Benito Ruiz Ruiz
Fernando Sacrasa Puiggrós
Manuel Sánchez Mas
Ramón Sanz Gasió
Juan Sanz Reixach
Gregorio Serrano Miguel
Juan Solano Latorre
Francisco Soler Mestres
José Soto Sancho
José Surrallés Balet
Clemente Tarré Prat
Homero Teixidó Sanz
Francisco Tena Guimerá
Luis Torres Marty
Eduardo Unceta Fernández
Jaime Valldeperas Juliá
Carlos Vázquez de Acosta
Arturo Vázquez Ruiz
Manuel Vela Giménez
Luis Vilaplana Guirifau
Ramiro Vizán Revilla



CAÍDOS A LOS QUE SE IMPUSO LA MEDALLA DE LA CIUDAD
(2.ª Centuria de F. E.)

Fernando Morales Rodríguez
Luis Morales Fraile
Francisco Roger Pujadas
Ricardo Riera Artigas
Guillermo Zambuchini Paricio
Valentín Alsina Boschi

En representación de los supervivientes se impuso la Medalla a:

Fernando Luque Recio
Néstor Beauregard


Cuadro de Honor en LA VANGUARDIA (27/1/1952)

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dissabte, 14 de juny del 2025

España, brazo armado de la Iglesia

por José María Gibernau

Nunca desde el tiempo de Judas Macabeo, hubo un pueblo que con tanta razón pudiera creerse el pueblo escogido para ser la espada y el brazo de Dios. (Menéndez y Pelayo. Heterodoxos. Tomo V.)

Y el Pueblo Español, el pueblo predestinado, recibe de ellos (los primeros apóstoles) el principio sublime de la fe católica que constituirá para siempre la esencia inmortal de su nacionalidad.” (La Hora de España. Navasal.) 

Desde la venida a España de Santiago el Mayor y San Pablo, con sus siete discípulos, Torcuato, Ctesifonte, Segundo, Indalecio, Cecilio, Hesichio y Eufrasio, hasta el tercer Concilio Toledano en el que con la solemne abjuración de Recaredo consolídase la unidad católica en nuestra Patria, el pueblo ibero en lucha de personalidad racial, brava y heroica, tanto como en singular combate de caridades, persuasión y ciencia, que perfila San Leandro y remata San Isidoro, forja su recia personalidad nacional, definitivamente integrada por tres básicos elementos: Religión, Cultura y Lengua. 

El avance desbordado del arrianismo, llevado por los cascos de hierro de los bárbaros del Norte, choca violentamente con el ser y sentir cristiano del pueblo español y de nada sirve que Amalarico llegue, en su ensañamiento, hasta torturar a su propia esposa. La superioridad moral del pueblo español se impone y San Leandro, el gran prelado de Sevilla, triunfa sobre Hermenegildo dando el primer paso para la rotunda y solemne victoria del cristianismo consumada en el precitado Tercer Concilio Toledano.

En España ¡oh españoles que vencisteis las tinieblas con la luz de los toledanos concilios! la Iglesia salvó de la barbarie la cultura de Roma. Punto final de carreras desenfrenadas por el imperio del error, es España dique gigante que detiene el poder embravecido que violento arrasa de Norte a Sur. Más tarde campo abonado donde las Etimologías florecen y después, nuevamente, dique que contiene el terrible alud que impulsa de Sur a Norte.

* * *

En esta gruta nacieron España y su Monarquía sobre un altar y el escudo de un guerrillero cántabro... por cetro la Cruz que forman dos astillas de roble atadas con la correa de una espada.” (Vázquez de Mella.) 

La invasión árabe —desbordamiento de una cultura que en su ambición sueña con valores de universalidad— al impulso de un motivo religioso fundamental que, en el aniquilamiento del cristianismo, ve la sola posibilidad de su imperio universal, al dominar España desde Cádiz a Covadonga plantea la lucha con un signo positivo de valor absoluto que la herejía arriana no tenía ni de mucho. 

Frente a ella, la nacionalidad hispana, en la plenitud de su formación moral y material, se encarna en las monarquías que nacen en Covadonga, Borunda, San Juan de la Peña y en la Marca Hispánica. ¡Arroyuelos de sangre y agua —en frase de Mella— que se juntan formando un remanso de gloria en Las Navas de Tolosa, se detienen en la vega de Granada para acrecentarse y penetran triunfantes en el mar océano, rindiendo sus olas y corvirtiéndole en inmenso espejo que tendrá por marco las costas de todos los continentes. En él miró España la grandeza de Dios y su grandeza propia y para alejar las sombras y verle y verse mejor, redujo a cautiverio la luz convirtiendo al sol en lámpara de su Alcázar! 

Comienza la reconquista. La península es el inmenso palenque en el que el caballero español lucha en justa singular con el árabe llevando en su escudo la Cruz, emblema de la Iglesia, señora de sus altos pensamientos, ofendida y en peligro por la ambiciosa invasión. Guerra de Religión. En Clavijo y en Las Navas los ejércitos de España son ejércitos de Dios. Ramiro I y Alfonso VIII, campeones de la Cruz, merecen la intervención divina y con ella, gloriosos vencen. Santos y Reyes luchando unidos. Más tarde, es ya un Rey Santo quien asegura en su reinado la reconquista española, y por fin, la historia conoce con la calificación de católicos a los reyes triunfantes del último reducto musulmán, ¡Con el triunfo de España había triunfado el cristianismo. Porque España era el brazo armado de Dios! 

* * *

En aquel duelo terrible entre Cristo y Belial, España bajó sola a la arena; y si al fin cayó desangrada y vencida por el número, no por el valor de sus émulos, menester fué que estos vinieran en tropel y en cuadrilla a repartirse los despojos de la amazona del mediodía, que así y todo, quedó rendida y extenuada, pero no muerta para levantarse más heroica que nunca cuando la revolución atea llamó a sus puertas y ardieron las benditas llamas de Zaragoza.” Menéndez y Pelayo. Heterodoxos.) 

Ya se oían los “claros clarines” que anunciaban al Mundo el suceso. Ya se hundía en ocaso absoluto la altiva media luna del señorío musulmán. España, brazo de Dios, aun sin concluir la tarea, buscó ya a su alrededor espacio para sus fervores... y cabalgando en tres carabelas marchó a la aventura llevando una Cruz forjada por los frailes de la Rábida que clavó sobre la tierra de un mundo nuevo. La Cruz antes que la espada y la espada con el puño dispuesto en forma de cruz. De terciopelo negro bordado en oro con una cruz roja en el centro la inscripción del Lábaro de Constantino: “Vincimus hoc signo”, era el pendón de Hernán Cortés. Y Vera Cruz se llamó la primera ciudad que fundaron. 

Ardía en misiones el mundo nuevo cuando en Europa el Turco y la Reforma quisieron dar batalla a la catolicidad y Carlos I de España, V de Alemania, no rehuyó el envite. Frente a la Reforma declara noblemente: “Estoy firmemente resuelto a consagrar todo mi poder, mi imperio, y mi vida misma, a mantener íntegro e ileso el dogma católico y las doctrinas de la Iglesia Romana...”; y frente al turco, conquista Túnez y doblega la altivez del soberbio Barbarroja combatiendo como alférez —como él dijera— del Cristo crucificado que llevaba como Capitán General de sus Ejércitos. . 

Y no hay ambición en el César, no. Es España que le impulsa. España que sigue su lucha con Felipe II mientras el señor don Carlos V reza en los claustros de Yuste. 

¡Felipe II! España, recobrada, impone hoy al Mundo las verdades de su historia y asombra y confunde, de entre todas, la gran verdad de Felipe II. “Más quiero perder cien vidas y dejar de ser Rey que mandar sobre hereges.” “Principalmente os encomiendo las cosas de la Religión, pues veis cuanto es menester y cuán pocos hay en el Mundo que curen de ella y así, los pocos que quedamos es menester que tengamos más cuidado de la cristiandad y si fuere menester lo perdamos todo por hacer en esto lo que debemos.” Así hablaba Felpe II y así, sólo pudo hablar un gran rey de España, capitán de los ejércitos de Dios. 

Propagación en Indias, defensa en Europa. Lucha sin descanso en la que España se desangró hasta caer sin fuerzas. No importa. La España de Lepanto había oído pronunciar aquellas palabras de don Juan de Austria: “Peleando con fe en el santo nombre de Dios, muerto y victorioso, gozarás de la inmortalidad.” No se trataba de vivir, se trataba de vencer. Y los españoles murieron pero vencieron. 

¡Alba, Requesens, Juan de Austria, Farnesio!... ¡Flandes, Lepanto! ¡Dios, que orgullo da, siendo español y católico, que mal pudiera ser lo uno sin lo otro, revivir esta época de nuestra historia! Qué orgullo y qué terrible responsabilidad.

Juráis, valientes y leales soldados de Aragón, defender vuestra Santa Religión, vuestro Rey y vuestra Patria, sin consentir jamás el yugo del infame Gobierno francés, ni abandonar a vuestros jefes y esta bandera protegida por la Santísima Virgen del Pilar?” (Juramento de los Voluntarios aragoneses de la Guerra de la Independencia.) 

Dos siglos duró el letargo del coloso. Declinadas las armas victoriosas, encaramóse la humanidad, a la par que sobre España, sobre el Imperio de la cristiandad. Pero, si Dios dijo un día que el Infierno no prevalecerá sobre la Iglesia, mal podía prevalecer sobre sus ejércitos antaño victoriosos. La antorcha de la libertad alumbró una nueva era y la enciclopedia dió su grito de guerra, triunfante y orgiástica en la noche de aquelarre de la plaza de la revolución en París. Ahito de sangre y lodo disfrazó el monstruo su faz repugnante bajo el paletó gris del César Napoleón I y los ejércitos del pecado se lanzaron sobre el Mundo en apocalíptica cabalgata. Un día, sus pisadas resonaron sobre la tierra de España y a su eco despertó don Pelayo en Covadonga y Ramiro I y Alfonso VIII y Fernando el Santo y Gonzalo de Córdoba y Hernán Cortés y Pizarro y don Juan, de Austria... su espíritu se perfiló un momento sobre el cielo de la Patria y a su conjuro, en soberbia rebeldía, cayeron en un Dos de Mayo triunfal sobre el césped de un parque madrileño los cuerpos jóvenes de Daoiz y Velarde, recios capitanes de los ejércitos de España Estaba en lucha la independencia sí, pero la religión se lo jugaba todo en aquella batalla sin cuartel frente al liberalismo audaz, vanguardia del más grosero materialismo. Y el ejército de Dios se lanzó nuevamente al combate. Sucesivamente prendieron hogueras en Zaragoza y Gerona, en Bailén y San Marcial, en Jaca y Arapiles, y el resplandor de sus llamas anunció al Mundo que el brazo armado de la Iglesia estaba nuevamente en pie. 

José María Gibernau Bertrán
(1916-1995)
requeté, procurador en Cortes
y directivo del F.C. Barcelona.
Foto: Archivo Municipal de Bcn
Mucho puede el enemigo cuando abandona la lucha franca y emprende la guerra cruel de falsías y traiciones. Vencido Napoleón y despierta España, en Madrid se pudo cantar: 

Muera Cristo
Viva Luzbel
Muera Don Carlos
Viva Isabel. 

Pero ¡ah! es que España no se hallaba en Madrid. Corría desalentada por las breñas de Navarra oyendo misa primera en un altar de campaña. Tenía por capitán a otro señor Don Carlos, esta vez, V de España. 

Y ha triunfado. Los últimos estertores del monstruo agitan la nieve que cubre los campos de Rusia. El Ejército de España —el brazo armado de Dios— combate en primera fila presintiendo los laureles del vencedor. Pronta a culminar la empresa, España mira a su alrededor buscando una nueva gesta donde emplear sus fervores... 

¡Señor, Señor! No dejéis vuestro ejército. Mucho luchó y sufrió mucho. Pero el descanso, abandono tras la batalla, tiene abismos de lujuria y presagios de derrota. Y tu ejército, Señor —España— más bien quiere batallar... 

JOSE M.ª GIBERNAU 
(Dibujos de Piñana.)

Barcelona, 8 diciembre 1941.


La Prensa (8/12/1941), pág. 4

dijous, 5 de juny del 2025

La represión rojo-separatista en Batea (1936-1938)

Nuestro buen amigo y colaborador José María de Sanjuan nos ha hecho llegar el siguiente escrito que ha dejado para la historia su padre, Francisco de Sanjuan Barrachina (bisnieto del veterano de la tercera guerra carlista Esteban Barrachina, a quien Don Jaime premiara con la medalla de la Lealtad). 

Esta familia de acrisolada lealtad tradicionalista sufrió en sus carnes los estragos de la revolución atea que asoló España en 1936. Y como bien dice, los católicos españoles sabemos perdonar, pero por el bien de la Religión y de la Patria no podemos ni debemos olvidar. 


ESCRITO PARA LA HISTORIA

En el día de hoy, 29 de julio del año 2018, yo, Francisco de Sanjuan Barrachina, natural y vecino de Batea, en la provincia catalana de Tarragona y de 67 años de edad, me siento con el deber moral de relatar los hechos sangrientos y de terror de la Persecución Religiosa más grande que ha habido en el mundo y que también se ejecutó en mi pueblo durante los años 1936, 1937,… estando Batea y media España bajo el dominio Rojo del Gobierno del Frente Popular y la Generalidad de Lluís Companys.

En primer lugar, quiero decir que no lo hago a gusto, preferiría que no se hubiese llegado a esto, más viendo que hasta las familias que lo vivieron en sus propias carnes, son ahora,… sus propios nietos y bisnietos que reniegan del pasado y se suben al carro del odio y el rencor de los cuales fueron víctimas sus propios antepasados, y ya cansado de oír tantas mentiras sobre los acontecimientos ocurridos en Batea en la guerra, me pongo a contrarrestar dichas grandes mentiras.

Tengo en mi poder abundante información de los que fueron sus verdugos, y aunque se haya querido por parte de “gente” que dicen saber todas las cosas, lo único que han hecho es “contar mentiras” de que lo que ocurrió en Batea, fue obra de “incontrolados”.

Nada más lejos de la realidad. Entonces díganme que hacían los miembros del Comité formado en mi pueblo; “de los cuales tengo todos los nombres y de las casas que pertenecían”, al confeccionar las listas “negras” de los que tenían de ser detenidos y preparaban o se inventaban los cargos para que la acusación en el Tribunal Popular que ellos mismos se habían montado con la aprobación de un decreto de “Lluís Companys” (del cual también poseo la documentación), y que acompañaban y también participaban a detener y luego asesinar, y además, con ensañamiento, a toda persona sospechosa de no simpatizar con la Revolución anarco-sindicalista-comunista y separatista, siendo esto así, no solo en mi pueblo, sino en todas las localidades de Cataluña, demostrando así, que no fue esta época de Terror Revolucionario obra de “incontrolados”, sino obra de una perfecta organización y planificación criminal de exterminio del adversario a la Revolución.(Véase el libro. Los (des)controlados de Companys, de Javier Barraycoa o el “L´Omnibus de la mort: Parada a Falset” de Toni Orensanz).

En mi familia nunca se quiso hacer ningún comentario que pudiera crear odio a nadie, de hecho yo me crie jugando con todos los niños por igual; en la escuela nunca supe si sus familias eran “rojos” o “blancos”. De joven, todos nos juntábamos para ir de juerga. En la Hermandad, bailábamos con todas las chicas, y nadie nos dijo nunca con las que teníamos que bailar.

Los acontecimientos que yo aquí relataré, ya los había escrito mi padre Dn. JOSÉ MARÍA DE SANJUAN SUÑE, aunque bastante resumidos y que están en el libro “MIS MEMORIAS”, que en su día escribió Ms. ANTONIO MASCARÓ.

A continuación paso a describir lo que todavía no completaba estos hechos:

PROFANACIONES SACRÍLEGAS.

¡Fecha de tristes y muy amargos recuerdos aquél 24 de Julio de 1936!

No sólo fue la detención descrita de los patriotas lo que, en la historia de este pueblo dejaba ya a las generaciones venideras estigmatizada su memoria. ¡Cuántas más cosas habían ocurrido!

Mientras eran ejecutadas las detenciones, otros elementos del Frente Popular, con escalofriante y vergonzoso cinismo, procedieron a profanar, en el lugar sagrado, las antiguas sepulturas del templo parroquial, levantaron sus losas, desenterraron sus cadáveres, y con alevosía malicia, para hacer execrable y odiosa la memoria del clero, al estilo de las grandes ciudades, los dejaron expuestos en la plazoleta de la iglesia, obligando por un pregón a todo el vecindario, a que fuese a visitar aquella macabra exposición (bajo pena de muerte si no acudía), con el objeto de que se convencieran de los grandes crímenes perpetrados por los sacerdotes, y que así pretendían ocultar a los ojos del pueblo.

¡Que satanismo y que ceguedad, oh Señor!

Pero es más: Ya apareció con todo su descaro el odio a Dios y a la Religión, de los marxistas.

De aquella misma fecha fue el bando, el bando hecho público, para que todos los particulares en sus casas guardasen imágenes o estampas u otros objetos religiosos, los hiciesen desaparecer en la hoguera, conminándolo bajo la pena de muerte.

De aquel mismo día, la profanación sacrílega de todos los edificios religiosos anejos al templo parroquial, la casa abadía, la Santa Capilla del Portal, las de San Roque y San Hipólito, en las respectivas calles de su nombre, habilitadas para el Santo Sacrificio; las hornacinas de San Blas, en la calle del centro y la del Pilar en el extremo oeste de la misma calle.

Todo fue profanado. Todo fue devastado y robado. Los altares destrozados. Las imágenes derribadas, muchas de ellas arrastradas por las calles, y después destruidas y quemadas. Incluso las de las capillitas del calvario, habilitadas para la celebración del Santo Sacrificio y las catorce estaciones de Vía Crucis situadas en la pendiente y la cumbre del montículo, las que no lo habían sido en los días de la República.

La misma suerte corrieron la Capilla de San Juan del Castillo del rio Algars y la Parroquia de Piñeras.

Esta era su tesis y su meta: Hacer desaparecer totalmente de los ojos del pueblo, todo lo que pudiera recordarle a Dios y a la Religión.

¡Que engañados e ilusos! Con el labriego de Nantes, durante la Revolución francesa, se les podía decir: “Mientras en el firmamento continúe el sol, la luna y las estrellas, escrito queda, y con rasgos inconfundibles, el Santo Nombre de Dios.”

¿EXECRABLE PROFANACIÓN DEL SAGRARIO?

Acaso por muchos años, acaso para siempre, permanecerá oculto a los ojos de los hombres, la realidad de este horrendo y sacrílego crimen. No se conocen detalles ningunos acerca de su existencia. Pero son desgraciadamente todos los indicios en favor de la presunción de haber sido perpetrado tan horroroso sacrilegio.

De ninguno se sabe, entre los simples fieles, que hubiese puesto a salvo las Sagradas Especies.

Por otra parte, fácil es que se viesen sorprendidos los reverendos sacerdotes, por la actuación rápida e inesperada de los revolucionarios.

Lo único que se sabe es que ellos fueron quienes rezaron, aquella tarde el Santo Rosario en la Capilla, ante la bendita imagen de la Patrona, la Santísima Virgen del Portal. Y que aquella misma tarde, se adueñaron de las llaves, los elementos del comité, quienes desde entonces, conservaron enteramente el control sobre los edificios religiosos, y bajo su única custodia se encontraron ya en adelante, dichas llaves.

¿Pudieron los sacerdotes medir, en toda realidad, la terrible tormenta que se echaba encima y proceder a la sunción de las Sagradas Formas? ¿Tuvieron tiempo de hacerlo?

No lo sabemos; Pero ante la probabilidad de que fuese consumado tan horrendo y execrable crimen de profanación, no queda más que exclamar con el más vivo dolor y sentimiento: Perdona a tu pueblo Señor.

INCENDIO EN LA IGLESIA PARROQUIAL

Con risas, algazara turbulenta, burlas sarcásticas y soeces de gente beoda y satánica, arrastrando imágenes por las calles y vistiendo ellos sagrados ornamentos sacerdotales, había sido perpetrado el crimen de la profanación, devastación y saqueo del suntuoso y bello templo parroquial, hogar de la fe del pueblo y gloria de las pasadas generaciones.

Por fin, la noche trágica del citado día 24 de julio de 1936, de tan amargos recuerdos para esta villa, fue consumado el gran crimen religioso.

A primeras horas de la noche, prendióse fuego a la Iglesia Parroquial.

Brilló el cielo de Batea con los siniestros resplandores de las llamas, que escapadas por las altas ventanas del edificio parecían más vivas, al proyectarse sobre el fondo de la negra humareda, que se esparcía por todo el contorno.

Durante largas horas, mantúvose vivo el fuego destructor que redujo a cenizas todo el combustible que en el Sagrado recinto se encerraba, y calcinó y requemó gran parte de su decoración. Todo desapareció bajo las llamas; altares, imágenes, asientos, confesionarios, cómodas, ropas, etc.

Solo ante la amenaza de fácil propagación, a causa de los vientos reinantes, a las vecinas casas, que se estaban desalojando a toda prisa, dieron orden rápida de proceder a sofocarlo los miembros del Comité.

¡Providencia del buen Dios! Acaso sin ello, hubiera terminado el incendio, destruyendo la bóveda y asolando el edificio.

( También citamos aquí la destrucción de toda la historia de Batea, ya que fueron quemados los archivos parroquiales y municipales, que contenían entre otras cosas todo lo relativo a las personas que habían vivido en Batea, donde estaban enterrados, casamientos, bautizos y hechos históricos de la organización antigua del pueblo y de sus avatares históricos al largo del tiempo. Hoy no queda prácticamente, nada…)

LA IMAGEN Y CAPILLA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DEL PORTAL

Destacadísima mención, entre los vandálicos hechos de profanación y sacrilegio perpetrados, durante aquellos días, en esta parroquia, merece la destrucción y el bárbaro ensañamiento con que fue ejecutada, de la bendita imagen de la Patrona, y la devastación y saqueo de su preciosa capilla, que, durante muchos siglos, había sido el sostén y el alimento de la fe y de la piedad bateanas.

Testigos presenciales han facilitado sus detalles.

Eran ya casi las horas de la madrugada del día 25. Una noche de tantas y tan terribles emociones pasadas, mantenía en vigilante insomnio y constante tensión nerviosa a todos.

Una noche sin pegar ojo, en expectante y atenta vigilia.

Bajaban las turbas…Gritos, risotadas, alaridos, cantos soeces acompañaban su paso de triunfo, por la calle mayor, hacia abajo, de regreso de su hazaña de vergüenza, después de prender fuego a la Iglesia Parroquial.

¿A dónde se dirigían? ¿Qué harán? Pronto se salió de duda. La mano briosa de un descamisado mete la llave en el cerrojo de las puertas de la Capilla del Portal. Una vuelta a la misma. Rechinan los hierros. Las puertas quedan abiertas de par en par…

Cuantas otras veces se habían abierto también, para dar paso a muchedumbres devotas de hijos amantes de la Santísima Virgen… Su aparición en el trono de su rico retablo, hacía sentir a cada uno su voz de cariñosa Madre ¿Qué quieres de mí? ¿Qué deseas? Pide hijo mío estoy de gracia. Y ¡cuantos y cuantos habían sido consolados y remediados de su presencia!

¿Era posible que muchos de estos mismos —¡hijos desnaturalizados!— formasen ahora en aquellas masas, ebrias de satánico furor, para insultar y blasfemar a María y destruir su Santa imagen?

Así fue no obstante.

Como una turba insana, penetraron todos en la Capilla Santuario.

Enorme griterío y voces confusas, mezcladas con blasfemias imprecatorias y soeces, tiros con simulacro de fusilamiento de la Sagrada imagen, que solo de pensarse crispa los nervios y las carnes, golpes y martillazos, batahola de objetos que rodaban per el suelo, pasos y ruidos de gente que iban y venían, que entraban y salían, con imágenes y objetos llevados a la hoguera que en medio de la plaza se había encendido…

Por fin, unos momentos de mayor algazara…Era arrastrada por la calle, camino de la hoguera, la bendita imagen de la Madre, nuestra Patrona, la Santísima Virgen del Portal…

¡Cómo al martirio!

Llega al lugar de su suplicio… Es echada a las llamas…Estas más consideradas, como si por última vez quisieran advertir a los sacrílegos, se apartan un poco, llevadas por una ráfaga de viento…Una blasfemia soez…Y un puntapié enorme, que la tira al propio centro de la hoguera…Son la respuesta….¡El crimen quedaba consumado!

¡Batea sin su Virgen del Portal! ¡Un pueblo sin María! ¡Una familia sin su Madre! ¡Que soledad!

¡Temblad ya, hijos buenos de Batea! ¡Va desatado el infierno! Si esto se ha hecho con la Madre ¿Qué se hará con los hijos?

Y temblaron los hijos de Batea, y sufrieron, sobre todo aquellas familias que perdieron algún miembro de sus seres queridos; esposas, madres, hijos, hermanos.

RECUENTO DE PERSONAL.

Por fin, el día 2 de Abril de 1938, entraba victorioso el Ejército Nacional que liberó Batea del dominio Rojo.

A medida que transcurrieron los días de la liberación, aparecía agrandado, en sus sombras la tristeza, el amargo cuadro de dolor, que 20 meses de calvario habían proyectado.

Se hizo del recuento de personas que faltaban. ¡Que desolador!

Ya con seguridad y certeza conocían la muerte de familiares directos:

Dª Rosa Pallarés Genís, la de su hermano, D, Angel acaecida el 29 de Julio de 1936.

Dª Teresa Altés Llorens, también la de su hermano reverendo, D Manuel ocurrida el 6 de Agosto.

Dª Carmen Cabré Vallespí, la de su hijo Rvd. D. Conrado Davos Cabre, asesinado con el anterior.

Dª Esperanza Tarragó, la de su esposo D. Manuel Vallespí Vilanova, que corrió la misma suerte.

Dª Eugenia Ferré Bés, la de su hijo, D. Arcadio Escoda Ferré, Que dejaba dos hijos menores huérfanos de padre y de madre, que fue agregado a los tres nombrados.

Dª Josefa Grau Aguiló, la de su esposo, D. Pablo Aguilo Vaquer, acaecida el 11 de Noviembre, ante las mismas puertas del cementerio de Torredembarra.

Dª Teresa y Dª Amparo Vilanova Vaquer, la de su hermano D. Santiago, Sacado con el anterior de su prisión en el barco “ Rio Segre” y asesinado en las mismas circunstancias.

Así como Dª Constanza Mullerat Marti, y Dª Mariana Sole Montlleó, la de sus respectivos esposos, D.Miguel Freixes Montlleo y D. Baldomero Vaquer Peris, que sufrieron la misma suerte.

Por otro lado, Dª Teresa Altes, madre del Rvd. D. Amadeo Monge Altes, había visto arrancársele de su lado al referido hijo, a quien supo asesinado, a unos tres Kms. De Gandesa el 16 de Agosto.

Quedaban en la incertidumbre, pero sospechando de su trágica acerca de sus familiares, los 27 detenidos el 24 de Octubre y, según noticias, asesinados a la mañana siguiente en el cementerio de Montcada:

Dª Candida Peig Llop, de su esposo Dn. Joaquin Llop Aguiló, y de si hijo D. Elias Llop Peig.

Dª Emilia Altes, también de su esposo, D. Salvador Peris Aguiló y de su hijo, D. Fernando Peris Altes.

Dª Maria Escoda Ferrer, de su esposo, D. Francisco Borrás Vaquer

Dª Eugenia Ferrer Bés, madre de la anterior, de su otro hijo D. Tomas Escoda Ferrer

D. Mariano Piñol Villarroya, de su hijo D. Anastasio Piñol Suñe.

Dª Cinta Vaquer Peris, de su esposo D. Jose Ventura Altes.

Dª Mª Teresa Masiá, también del suyo D. Bautista AguilóFerrús.

Los hermanos menores Joaquin y Luis Vaquer Suñe, ya huérfanos de madre, de su padre, D. Luis Vaquer Martí.

Dª Mª Freixes Montlleó, de su esposo D. Serapio Ripollés Beltran.

Dª. Joaquina Aguiló, asimismo del suyo, D. Bautista Tramunt Riba.

D. Bautista Aguiló y Dª Mª Marti, de su hijo y esposo respectivamente, D. Miguel Aguiló Simó.

Dª Mª Riba, de su esposo, D. Diego Maijo Martí.

Dª Mª Tobia, de su esposo D. Francisco Bes Marti y de su hijo D. Miguel Bes Tobia, participando también de esta angustiosa preocupación, Dª Encaranción Marti Marti, esposa de este último.

Dª Mª Llop Peris, de su esposo D. Miguel Suñé Peris, sintiendo asimismo una punzante inquietud por el paradero y la suerte de su padre, D. Jose Llop Gasull, de su hermano, D. Jose Llop Peris, así como la de su padre, y hermano políticos, D. Joaquin Suñé Paladella y D. Joaquin Suñé Peris.

Dª Mª Altés Borrás, de su hijo José Alvarez Altés.

D. Joaquin Vaquer Pons, de su hijo D. Angel Vaquer Barrachina.

Dª Magdalena Llop, de su esposo, D. Antonio Soler Maijo.

Dª Rita Pubill, de su esposo, D. Miguel Soler Maijo, hermano del anterior, así como sus padres, D. Juan Soler, y Dª Pilar Maijo.

Dª Joaquina Bondia, de su esposo, D. Francisco Marti Montlleó.

Dª Mª Teresa Vaquer, también del suyo, D. Miguel Altés Aros.

D. Miguel Amado, de su hijo, Antonio Amado Canalda.

Dª Tomasa Marti, de su esposo D. Manuel Llop Simó.

Y Dª Rosa Suñé, asimismo del suyo, D. Francisco Suñé Ferré.

Nada se sabía en concreto ni a punto fijo de la situación real y verdadera de los nombrados. Aun en muchos casos, los miembros del comité, pasaban por las casas de los infortunados pidiendo dinero para los que decían que estaban presos, con la excusa de que estaban bien, cuando sabían ellos que ya los habían ejecutado ( el colmo del cinismo y la maldad).

Pero las noticias y conjeturas, coincidían todas en darlos por muertos y precisamente en las circunstancias referidas, cosa que fue más tarde confirmada, desgraciadamente.

¡Amarga y dolorosa situación la de todas estas familias!

¡Terrible página ésta de la historia del pueblo, orlada de sangre y de luto!

¿Cómo empezar de nuevo, con esta losa que pesaba sobre estas viudas, huérfanos, y familias enteras destrozadas por el odio y la sinrazón?

Solamente se podía asumir dicha tragedia desde la enseñanza cristiana del perdón y la misericordia (Esto es de santas personas), frente al deseo de venganza; y esto es lo que hicieron: Perdonar y convivir con aquellos que habían participado y comulgado con estas ideologías endemoniadas.

¡GLORIA A NUESTROS MARTIRES!


Aun después de éstas, otras familias quedaban en angustiosa duda sobre el paradero de los suyos.

D. Francisco Roca Oriol, acerca de sus dos hijos Manuel y Jose Roca Sanjuan, y de su hermano Jose Roca Oriol, llevados detenidos a Tarragona el 28 de Agosto, y trasladados después a diversas cárceles.

Dª Magdalena Suñé Vaquer, acereca de su padre D. Bautista Suñé Paladella, y de su hermano, D. Jose Mª Suñé Vaquer, detenidos con los anteriores.

Dª Miguela Cabes Suñe, Acerca de su esposo, D. Diego Navarro Martinez.

Dª. Mª Rosa Peris Aguiló, acerca del suyo D. Jose Llop Gasull y de su hijo D. Jose Llop Peris, así como Dª Cinta Sole Maijo, esposa de éste último.

Dª. Dolores Suñé Bes, acerca de su esposo D. Jose Mª de Sanjuán Aguiló y de la suerte de sus dos hijos Francisco y Miguel de Sanjuan Suñé también perseguidos y encuadrados; Francisco en la zona nacional, y Miguel encuadrado en los filas rojas.

Dª Mª Llop Peris, según ya queda indicado.

Y Dª Serafina Marques Creixenti, acerca de su esposo D. Tomás Martí Montlleó, llevado juntamente con todos los anteriores a Tarragona al barco- prisión Rio Segre.

Mas, todos éstos por los designios de Dios, humanamente más afortunados, al volver después de casi tres años de doloroso martirio, pudieron volver a ver a sus queridos, retornar a sus hogares ¡Bendito sea el Señor!

Mis Memorias. Rev. P. Antonio Mascaró. Ediciones Altés. 1948


En una ocasión, un señor de este pueblo, y que había pertenecido a los Comités, ya viejo, cual voy a omitir su nombre por respeto “ yo a este hombre lo admiraba por su talento y valentía, y el a mí me tenía mucho cariño”; me contaba lo que él había vivido en el tiempo que perteneció al comité y que se salió de él al ver los crímenes que se querían cometer, y me decía:

“Francisco, yo estoy muy agradecido al pueblo de Batea, y en especial a tu familia, ya que después de la guerra, nadie declaró contra mí; si bien yo ya sabía que no me pasaría nada porque yo no había hecho nada malo, pero al haber pertenecido a los Comités, alguien hubiera podido declarar contra mí y no lo hicieron. Un ejemplo de que no eran iguales los unos y los otros: Los nuestros mataban, y los tuyos perdonaban. Menos mal que la guerra la ganó Franco, porque si no, tú no hubieras nacido, porque en las listas de los que teníamos que matar, entre muchos más del pueblo, estaban también miembros de tu familia”.

Y yo pienso en los que no han nacido; como los hijos que hubiera podido tener ELIAS LLOP PERIS, de casa Rams, ya que fue asesinado con su padre Dn. Joaquin Llop Aguiló; o como Fernando Peris Altes, que también como su padre Dn. Salvador Peris Aguiló fueron asesinados, como Angel Vaquer Barrachina, que era joven soltero, y todos aunque ya eran padres de familia, hubieran podido tener más hijos. En fin, una barbaridad que se intenta borrar creando una leyenda negra de esta historia real, queriendo que la gente ahora crea que los malos eran los buenos y viceversa. Otros que sí pudieron nacer, porque el camión que debía llevárselos a la muerte, se averió y no pudo llevárselos” aunque ya estaban detenidos con la sentencia marcada por el Tribunal Popular de este pueblo”, entre los cuales estaba don Felipe Frisach Huguet y otras diez personas más, que así salvaron su vida de una muerte segura.

Dando finalizado mi relato, doy fe, de que todo lo que aquí he expuesto se atiene a la verdadera historia de los hechos que ocurrieron en mi Batea, y que por mucho que me pese me tengo en la obligación y el deber de contarlos como así sucedieron.


También tengo que decir, que la parte afectada que fue víctima del Terror Rojo i que después resultó vencedora de la guerra, actuaron como buenos cristianos, y a pesar de que hubiesen podido usar la venganza para con sus perseguidores; todos perdonaron a sus verdugos. Así

Batea convivió en paz, prosperó en el trabajo, y se creó un pueblo en la verdadera armonía como debe ser en nuestra querida BATEA.

Francisco de Sanjuan Barrachina

Retablo del altar mayor de la Capilla
de la Virgen del Portal en Batea antes
de su destrucción en el agosto de 1936

DATOS DE LOS MÁRTIRES DE LA CRUZADA 1936/1939 Y DEMÁS ACONTECIMIENTOS IMPORTANTES OCURRIDOS EN BATEA

Escrito en su tiempo por mi padre José Mª de Sanjuan Suñé después de haber pasado por el trance de la guerra.

DOMINIO ROJO, DÍAS DE ANGUSTIA

Según todos los dato, no ocurrió aquí nada hasta el 21 de Julio.

Aún en éste dia,celebraron la Santa Misa ,los dos reverendos sacerdotes que aquí se encontraban; su última Santa Misa sobre la tierra (con sacrificio incruento).

D. Manuél Altés Lloréns, de habitual residencia en el pueblo, y ya retirado, y el Rdo. D. Amadeo Monge Altés, sacerdote Operario residente en el Seminario de Barcelona (hijos los dos de Batea).

El Rbo. D. Miguel Galindo Alqueza, cúra ecónomo, se encontraba en Calaceite junto a su madre anciana ya que era su pueblo natal; Aún por la tarde del 21 martes, se rezó el habitual Santo rosario en la Capilla del Portal. Que pronto habían de cambiar las cosas su rumbo.

Una de las primeras medidas del comité, fue incautarse las llaves de la Iglesia, capilla del Portal, etc con violencia y amenazando de muerte; días 22 y 23 transcurrieron para la población en relativa calma.

PRIMERAS DETENCIONES DE CATOLICOS Y PATRIOTAS

El día 24 de Julio hacia las 9 de la mañana, comenzó la detención y encarcelamiento que duró hasta el atardecer; más de 40 hombres encerrados ¡Terribles horas!

De pronto sonó una terrible voz. Van a ser Uds. pasto de las bestias y adobo de los viñedos.

Allí no faltaban escopetas, fusiles, ametralladoras, etc.

Anochecido ya, desde la torre del campanario, un prolongado toque de campanas semejante al toque de muertos, y otras manos sacrílegas a su vez tocaban por las calles la conocida campanita de los Viáticos, sembrando así el espanto. Por fin, comienzan los interrogatorios, un tiro disparaban al aire después de ser interrogados, después los mandaban a sus casas ¿Una detención sin consecuencias? Pero ya la fiera había elevado su primer zarpazo. Mientras, profanaciones sacrílegas en el templo, capilla del Portal y ermitas todas, después incendiaron la Iglesia; bancos, confesionarios, imágenes, ropas, todo fue quemado. Seguidamente, abrieron las puertas de la Capilla del Portál, fusilaron la Imagen de la Virgen y arrastrandola la quemaron en una hoguera que encendieron en la plaza.

La noche del 3 de Agosto, fuertes aldabonadas en las puertas de las casas. Por orden del comité, que se presenten inmediatamente. ¿Qué cosa querían? La vuelta al hogar de cada uno de ellos, era casi inmediata; dentro de unas horas debían traer en metálico: 2000,10.000, 20.000 pts. Según asignaban. ¡cuántos apuros se pasaron también aquella noche!

Pero la fiera no estaba saciada.

A 39 ascienden en él pueblo las víctimas de la revolución; asesinados a mansalva en los recodos de caminos y ante las tapias de los cementerios. Comienza en el pueblo el capítulo sangriento de la historia.

El 29 de Julio, a pocos Kms. de la población fue asesinado D, Angel Pallarés Genís, guardia civil retirado y según voces, rociado con gasolina y quemado su cadáver.

El 6 de Agosto fueron detenidos en la población los Rvos sacerdotes, D.Manuél Altés Lloréns y D. Conrado Davós Cabré, naturales de ésta villa y coadjutor de Mora de Ebro el segundo, que fue apresado por su propio hermano (El muy canalla), que con su párroco el Rvdo. Conrado Santapau, aquí habían llegado la noche antes pensando estar aquí más seguros. También los seglares D. Manuél Vallespí Vilanova y D Arcadio Escoda Ferré, siendo todos asesinados a unos 3 Kms. De Mora de Ebro.

El día 15, lo fue en la carretera de Gandesa a Corbera,el que fue secretario del ayuntamiento de ésta villa D.Rafaél Solér Gili.

El día 16, se perpetraba el mismo crimen a pocos Kms. de Gandesa con el Rvdo. D. Amadeo Mónge Altés, también hijo de Batea quién espontaneamente se habia entregado al Comité para salvar así las vidas amenazadas de su madre y hermano; Mientras cruzaba las calles iba bendiciendo.

De la misma manera, se tuvo conocimiento de que en Calaceite y a 4 Kms. de la población y en la carretera de Alcolea del Pinár, fue asesinado bárbaramente al pie de un olivo, con los genitales cortados y puestos en la boca lo cual le produjo la muerte por desangramiento, el Rvdo. cura ecónomo de ésta parroquia D. Miguel Galindo Alqueza natural de aquélla villa,

El día 28, otros 15 fueron detenidos y llevados a Tarragona. Por el camino sucedió que al parar el camión pensando lo peor, bajaron los desalmados, y el chofer aprovecha para decirles que no temieran porque tenía orden de llevarlos a Tarragona; Primero en el barco Rio Segre, y en diferentes cárceles, después sufrieron largas condenas,

conmutada que se les hubo la pena de muerte, dictada contra ellos por él Tribunal Popular.

Cuatro de ellos, no obstante: D.Pablo Aguiló Vaquér, D. Santiago Vilanova Vaquér, D. Miguel Freixes Monlleó y D. Baldomero Vaquér Péris, el día 11 de Noviembre, fueron también asesinados en las mismas puertas del cementerio de Torredembarra, y enterrados en una fosa común.

Finalmente el 24 de Octubre, tuvo lugar en ésta villa la última detención de patriotas. Otros 23 fueron aquí detenidos a los que se juntaron después 4 más que lo fueron en Barcelona; los cuales todos encerrados de momento en la prisión del Convento de San Elias fueron trasladados a Montcada y a la madrugada siguiente y ejecutados según las conjeturas e indicios más seguros, después confirmados.


NOMBRES DE TODOS LOS ASESINADOS POR DIOS Y POR ESPAÑA

D. Angel Pallarés Genís

D. Manuel Altés Lloréns Rvdo.

D. Conrado Davós Cabré Rvdo.

D. Manuel Vallespí Vilanova

D. Aracadio Escoda Ferré

D. Rafael Soler Gili

D. Amadeo Monge Altés Rvdo.

D. Miguel Galindo Alqueza Rvdo.

D. Pablo Aguiló Vaquer

D. Santiago Vilanova Vaquer

D. Miguel Freixa Monlleó

D. Baldomero Vaquer Peris

D. Joaquín Llop Aguiló

D. Elias Llop Peris, hijo

D. Salvador Peris Aguiló

D. Fernando Peris Altés ,hijo

D. Francisco Borrás Vaquér

D. Tomás Escoda Ferré

D. Anastasio Piñol Suñé

D. José Ventura Altés

D. Bautista Aguiló Ferrús

D. Luís Vaquer Martí

D. Serapio Ripollés Beltrán

D. Bautista Tramunt Ríba

D. Miguel Aguiló Simó

D. Diego Maijó Martí

D. Francisco Bés Marti

D. Miguel Bes Tobia, hijo

D. Miguel Suñé Péris

D. José Vela Cortiella

D. José Alvarez Altés

D, Angel Vaquer Barrachina

D. Antonio Soler Maijó

D. Miguel Soler Maijó

D. Francisco Martí Monlleó

D. Miguel Altés Aros

D. Antonio Amado Canalda

D. Manuél Llop Simó

D. Francisco Suñé Ferré

Los que después de 29 meses de penoso calvario tuvieron la dicha de salvarse y volver a sus casas.

D. Manuel Roca Sanjuan

D. José Roca Sanjuan

D. José Roca Oriol

D. Bautista Suñé Paladella

D. José Mª Suñé Vaquer

D. Joaquin Suñé Paladella

D. Diego Navarro Martinez

D. José Llop Gasull

D. José Llop Péris

D. José Mª de Sanjuan Aguiló

D. Tomás Martí Monlleó

 

Francisco de Sanjuan Barrachina.

dijous, 29 de maig del 2025

El funeral de Carlos Pío de Habsburgo y Borbón (Carlos VIII) en 1953

En septiembre de 1936, dos meses después del inicio de la Cruzada española —que fue posible gracias a la actuación de la Comunión Tradicionalista y sus gloriosos tercios de requetés—, moría en la Viena ocupada por los nazis, fatalmente arrollado por un camión militar, el augusto caudillo de la Comunión Tradicionalista, don Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este.

Don Javier de Borbón Parma —sobrino de su hermano, el gran Carlos VII— había sido nombrado su sucesor a título de regente, hasta que se dilucidase la cuestión sucesoria. En 1937 don Javier, quien se hallaba en Granada colaborando con el Ejército Nacional, fue expulsado de España. Don Javier no reclamaba por entonces derechos a la Corona. Ante las pretensiones del hijo de Alfonso XIII, don Juan, titulado «conde de Barcelona», que quiso hacer sombra al mismo General Franco, algunos carlistas, especialmente muchos de aquellos que habían permanecido leales a don Jaime entre 1919 y 1931, se precipitarían a reconocer como Rey de la legitimidad a un nieto de Carlos VII, don Carlos Pío de Habsburgo-Lorena y Borbón, archiduque de Austria, un barcelonés de adopción que había estudiado con los Hermanos de la Doctrina Cristiana (Colegio La Salle Bonanova). Conocido como «Carlos VIII», su fracción del carlismo fue conocida como «carloctavismo». 

En el longevo diario carlista El Correo Catalán, fundado al concluir la tercera guerra carlista en 1876, trabajaban algunos de sus leales, aunque no todos los redactores habían militado en la Comunión Tradicionalista, y el diario, como todos los de la época, no reconocía oficialmente a otro partido que Falange Española Tradicionalista y de las JONS. 

José Tarín-Iglesias, uno de aquellos redactores no carlistas del diario carlista barcelonés, narraría de este modo en sus memorias (1982) la trágica muerte del archiduque acaecida en 1953. 


XXI. La muerte del «rey»

Carlos Pío de Habsburgo y Borbón
(1909-1953)
Cuando llegué al mediodía —por ser la vigilia de Navidad— a la redacción de El Correo Catalán, Andrés Roselló, subdirector del periódico, me informó que don Carlos de Habsburgo y de Borbón, el «rey» más o menos de la casa, había sufrido un ataque de apoplejía que ponía en serio peligro su vida. La noticia me cogió, como a tantos otros, de sorpresa ya que la juventud de don Carlos y el no saberlo enfermo no hacía presumible semejante cosa. No le di mucha importancia. Me limité a pensar en lo desagradable del caso, y mucho más hallándonos casi en la misma Nochebuena. 

Salí tarde de la redacción, y al volver hacia las cinco y media, Roselló, que no se había movido, me dijo que el estado del enfermo era gravísimo, y que ciertamente no existían esperanzas de salvarle. Vi a José María Junyent trabajando afanosamente en la confección de una nota lacrimógena, dando cuenta de la gravedad del caso. Pero la cosa no pasó de aquí, hasta que cerca de las siete Roselló me encargó que montase una información. El desenlace, al parecer, era inminente. La cosa no me hizo ninguna gracia. Era Nochebuena y me aguardaban para ir a misa del gallo y luego a cenar en compañía de los Sariol. 

El pánico cundió en la redacción. Todos, como yo mismo, esperaban irse temprano. El señor Feliu, que me debía unas pesetillas de los gastos de la información de la lotería, no acababa de pagármelas, pero antes de irse volví a su despacho y entonces me saldó la deuda, que importaba cuarenta pesetas. Para él el dinero era cosa seria y procuraba, aunque no fuera suyo, retenerlo todo lo que podía, y cuando no tenía más remedio que soltarlo, lo hacía con cierta nostalgia. 

Al salir de su despacho —él, que era de la fracción de don Javier— me preguntó con cierta sorna: 

Diuen que és mort don Carlos! ¿Què faran, ara, tots aquells...? 

«Tots aquells» eran los partidarios del pobre archiduque moribundo, a los que su sectarismo, muy a lo carlista, no perdonaba el tacaño administrador, correligionario de los Fal y de los Sivatte. 

Me dio bastante pena el tono displicente del señor Feliu. Personalmente me importaba un bledo el don Carlos en cuestión y los «otros», pero no dejaba de comprender que se trataba de una persona humana, bastante desgraciada por cierto y que dejaba dos hijitas totalmente desamparadas, dado que la madre había huido con un violinista a los Estados Unidos. 

Poco después llamaron por teléfono a Roselló. Al otro lado del hilo estaba nada menos que Paco Garrigó, que le informaba que el «rey» había muerto. ¡Ya estaba organizada! Por unos instantes pensé que me habían dado la noche. ¿Qué hacer? ¿A quién debía encargar la información? Roselló dudó unos instantes. Insinué que quizá podríamos pensar en Sierra, pero el subdirector se opuso, diciéndome, con razón, que nos podría provocar algún incidente. La verdad es que conociendo al «loco» de José María Sierra podíamos esperarlo todo. Viendo la situación, opté que lo mejor era hacerla yo mismo, y me llevé, por si acaso, a Jesús Ruiz. 

Por la redacción merodeaba el «pillete» de Grau —flamante jefe de publicidad—, el cual me ofreció llevarnos en taxi a casa de don Carlos. Aprovechamos la ocasión, pero cuál sería nuestra sorpresa cuando al apearnos del vehículo, muy serio, me aconsejó: 

—Paga tú mismo y después pasa la cuenta al periódico. 

Para esto no necesitaba alforjas. ¿Qué le íbamos a hacer? En el trayecto hasta la calle Balmes, donde vivía el «rey», Grau nos contó a Ruiz y a mí bastantes cosas divertidas del difunto. 

José Tarín-Iglesias (1915-1996)

—Un día don Carlos me dijo que yo era su mejor amigo... 

Toqué la pierna a Jesús y naturalmente tuvimos que hacer un esfuerzo para no soltar una carcajada. ¡Pobre don Carlos! Ahora se comprendía todo... y mucho más. 

La casa donde vivía don Carlos era un edificio moderno de pisos de la calle de Balmes, muy cerca de la avenida del Tibidabo, propiedad del que después debía ser amigo mío, Martín Ribalta Urpí. Esperaba encontrarme una escalera llena de leales, de jóvenes que llorasen la muerte de su «rey». La buena portera, con su habitual mandil, nos abrió la puerta del ascensor y subimos al piso. Nueva sorpresa. La puerta estaba cerrada. ¡Tampoco había nadie! «¿Cómo —pensaba yo para mis adentros— puede vivir aquí un rey?» ¡Sí! ¡Sí! Efectivamente, allí acababa de morir aquel que pretendía ocupar el trono de san Fernando. Grau hacía de cicerone. Llamó, y una criada nos franqueó el paso. Nada daba señales de que allí había un difunto. ¿Era posible? Por fin, de una habitación sumida en la penumbra salió Bru y Jardí, quien, muy compungido, nos aconsejó que nos fuéramos con el mismo taxi a La Vanguardia, donde teníamos a nuestra disposición toda la información. 

Textualmente le dije que no disponíamos de ningún taxi, y aprovechamos la ocasión para preguntarle algunos aspectos con que poder completar la información. Al notar que hablábamos, del fondo de la habitación, como si surgieran de las propias tinieblas, salieron otros personajillos. Daba la sensación de que todo aquello era un verdadero comadreo. Estaban llorosos. Contaban las cosas con palabras entrecortadas y todos deseaban meter baza. Bru no cesaba de decirme: 

—Hemos llamado a El Pardo... 

Y añadía con cierto énfasis: 

—Naturalmente estamos esperando órdenes de El Pardo y del ministro... 

Tras decimos que los vecinos, y entre ellos el dueño de la finca, se habían portado muy bien, agregó: 

—No podemos hacer nada. Debemos esperar que desde El Pardo nos digan algo... 

Así mencionó El Pardo, por lo menos una docena de veces, en los diez minutos escasos que estuvimos allí. 

De pronto surgió la sombra de Pedro Roma. Estaba allí, también como agazapado, muy afligido. 

—¡Ya lo ve! ¡Qué desgracia! 

—¡Sí! ¡Sí! —dije tímidamente. 

Más tarde aparecieron dos niñas. Una, la pequeñita, muy mona, rubita, con un vestido azul, muy avispada. La otra, un poco más mayor, con las facciones propias de los Habsburgo. Eran las hijas de don Carlos que preparaban un belén. Sentí un verdadero escalofrío. Las pobres criaturas se quedaban, más o menos, solas en el mundo, insensibles a lo que sucedía a su alrededor. 

—Las infantitas —comentó Bru— están muy apenadas... 

Pude enterarme de unos cuantos detalles que precisaba para componer la información. Cuando tomaba notas, de una habitación contigua al vestíbulo salió una señora guapetona, muy pintarrajeada. Ojos negros impresionantes y cuerpo escultural... 

Después, ya en el taxi, pregunté a Grau quién era la señora. 

—¡Una de las secretarias de don Carlos! 

Jesús y yo no hicimos ningún comentario. Quien lo hizo fue Roselló al contarle el caso.

—Supongo que debe de ser una de aquellas «señoras» que le proporcionaba Garrigó... 

Antes de marcharnos preguntamos si se conocía la hora del entierro. 

—No sabemos nada —dijeron al mismo tiempo Bru y Roma—, esperamos órdenes de Madrid. El Pardo, el ministro, su hermana, Cora Lira, lo tienen que decidir. Y para postre —añadieron—, un día sin periódicos. Esto es terrible. ¿Lo comprende? ¡Sin periódicos! 

Bajando la voz, como si no quisiera molestar al difunto, Bru añadió: 

—Vayan a La Vanguardia y Bernabé os lo dará todo... 

Antes de despedirnos, Bru me repitió otra vez que estuviéramos al habla con él para poder saber los detalles del funeral. 

—No sabemos nada, pero habrá algo... 

A nuestro lado no sé quién hablaba de honores militares, de armones y creo que hasta de Escoriales... ¡Era el puro delirio...! 

Antes de irnos, tanto Jesús como yo sentimos curiosidad por ver el cadáver del «rey». Efectivamente, pasamos a una pequeña estancia y encima de un catre —¡Dios mío!— estaba el cuerpo exánime de don Carlos, todavía con su pijama beige y su semblante tranquilo, apacible... 

La habitación denotaba una cierta modestia. No era digna, ciertamente, de alguien que aspiraba al trono de España. 

Salimos. La calle de Balmes, a aquella hora de la noche, se nos ofreció hermosa y grande. Un taxi, viejo y desvencijado, el primero que encontramos, nos dejó en la calle de Pelayo, frente a la redacción del periódico de los Godó, convertido por unos momentos en cuartel general de la información de la muerte de don Carlos. ¿Era posible? Cuando entré en el vestíbulo pensé que estábamos en la época de los grandes absurdos. En la redacción encontré a Bemabé, quien me llevó al despacho de Garrigó. Al entrar saludé a Santiago Nadal, que era de los «otros», y después al propio don Luis de Galinsoga. a quienes les felicité las Pascuas. 

En el despacho de Garrigó estaban Sariol y Pedret. Aquello era la reoca. Estaba dando órdenes y más órdenes. Auténticamente inaudito. Era casi imposible llegar a comprender cómo aquel personaje pudiera ocupar un puesto directivo en el mejor periódico de Barcelona y uno de los primeros de España. Así se escribe la historia. 

Detrás de su mesa, con su eterno puro en los labios, continuaba impartiendo órdenes. Simulaba, porque únicamente se simulaba, estar triste. No creo que Garrigó pudiera entristecerse por nada. 

—¡Aquí lo tienes todo! Una semblanza, los datos, un folleto, una hoja... 

Me alargó una cantidad de propaganda «octavista» sin límites. Cuando salí cometí una ligereza. 

—¡Felices fiestas! 

—¡Qué día! ¡No serán felices, hijo...! ¡Nada de felices! 

Realmente había metido la pata. 

Después, Juan Sariol me dijo que tanto Garrigó como Bernabé —¡qué dos personajes!— habían llorado a «moco» tendido... 

Cuando salí de La Vanguardia evoqué mentalmente los tipos que retrata Puig y Ferrater en Servitud. No existía mucha diferencia de unos a otros. ¡Quizá todavía eran más grotescos los de ahora...! 

Llegué al periódico —a la vieja redacción de la calle de Baños Nuevos— a las nueve y media. Escribí la información. Quedó un poco cursi y ramplona. Lo suficiente para hacer llorar a las porteras y criadas del barrio. La corrigió Ángel Marsá. Al salir di gracias a Dios de que al pobre don Carlos no se le hubiera ocurrido morirse dos horas más tarde. 

La Nochebuena transcurrió tranquila y plácida, así como la fiesta de Navidad. El día de San Esteban fue el fijado para el entierro. Serían cerca de las doce cuando llegué a la casa mortuoria. En la puerta daban guardia requetés bastante mal uniformados. Gente del pueblo, en número modesto, y, en las ventanas, vecinos, aún con batín o pijama, pretendían ver el espectáculo. En un grupo de periodistas estábamos: Roselló, Sariol, mi hermano, Escofet, Sierra. Ulsamet, etc. Los comentarios eran para todos los gustos. El orden de la comitiva era divertido. Las bromas comenzaron a florecer. Cada uno decía la suya y a cuál más pintoresca y disparatada. Uno preguntó si se había recibido algún telegrama del conde de Barcelona... 

—¡No hemos abierto ningún telegrama...! 

Mi hermano contó una anécdota que acababa de suceder. Poco antes había aparecido en el domicilio del difunto el hombre del «traje negro» de la funeraria con la pretensión de cobrar 16.000 pesetas que importaba el «servicio». Hubo un momento de consternación. ¡Dieciséis mil pesetas, habían dicho...! Se miraban unos a otros. ¿Quién era el mirlo blanco que las daría...? 

—Bueno, mire —dijo alguien—, ya las pagaremos. Ahora el intendente no está. 

—¡Lo siento! Pero tengo órdenes de cobrar... 

—¡Pero hombre! ¡ Qué poca confianza! 

—¡Las pesetas! —decía ceremoniosamente el hombre del «traje negro». 

Por fin hubo la intervención de un teniente de alcalde y el buen hombre se retiró. ¡Mal negocio había realizado Pompas Fúnebres...! 

El que no apareció por ningún lado —y esto que estaba allí de chaqué y sombrero de copa— fue el «señor intendente», que era nada menos el buenazo de don Joaquín María Roger y Gallés. Juanito Sariol contó, todavía, otra anécdota más significativa si cabe. El día de la muerte acudieron varios médicos a casa de don Carlos. Uno de ellos de mucha fama —don Agustín Pedro y Pons para más detalles—, después de la consulta pidió tres mil pesetas. Los apuros fueron enormes, pero por fin alguien las facilitó y el ilustre clínico pudo cobrar. 

Por fin apareció el féretro con la bandera nacional. Una banda de cornetas y tambores interpretó «una» Marcha Real bastante doméstica y a hombros de leales inició su último viaje el pretendiente. Los tipos eran realmente de comedia. Abrían la marcha unas parejas de la Guardia Urbana de gala, y seguidamente iban cinco señores, muy serios, vestidos de etiqueta. El del centro, con gafas ahumadas y boina roja, lucía sobre su abrigo gris unos enormes cordones de ayudante de Jefe del Estado. Pregunté quién era: el ayudante mayor, conde de Vallserena, título que le había conferido don Carlos. Después iban Manuel Bartrés y Joaquín María Roger, secretario e intendente respectivamente. Cinco personajes que eran auténticas figuras del pim-pam-pum. Muy serios prosiguieron durante todo el trayecto. Después venía el féretro y un poco más atrás el ministro de Justicia, don Antonio Iturmendi, con las autoridades. 

Pepe Malagelada y Rafael Delclós nos avisaron que no hiciéramos caso de una nota que se había distribuido, ya que el ministro de Justicia iba a título personal y sin ninguna representación. Notamos que todo eran caras largas. Garrigó, a grito pelado, decía que todo era una pura pamplina, puesto que se habían portado muy mal... 

La representación del partido, asimismo, era sencillamente divertida. Iba destacado el general auditor de la Armada, Cora Lira, de uniforme y fajín un poco apolillado y con una banda descolorida. Detrás iban «todos»... Todos eran Bru, con una enorme boina y lloroso, con aspecto de cura barrigudo, Rubió, Junyent, Roma, Bernabé, Garrigó, Gassió, etcétera. Los mismos que soñaban ser, algún día, ministros, directores generales, gobernadores y que en realidad se hubieran conformado con una simple credencial, más o menos, de cualquier organismo oficial... 

Después vino la despedida del duelo. Antes se produjo un incidente un poco jocoso en la plaza de la Bonanova. En la puerta del templo guardaban el orden varios mozalbetes vestidos de requetés que se daban las manos para cortar el paso del público. Un oficial de la Policía Armada de servicio intentó cruzar el cordón y algunos de aquellos imberbes le dijeron que no podía pasar. El oficial se lo tomó a guasa. 

—¿Quién es vuestro jefe? 

Apareció otro mozalbete que se cuadró lívido ante las estrellas del capitán. 

—¡Dejadle pasar...! 

Los muchachos, con cara de retrasados, soltaron las manos y el oficial pasó. Pero cuando todavía no había dado unos pasos dijeron muy serios en voz alta: 

—¡Para machotes, nosotros! 

El oficial volvió la cabeza. Los miró fijamente. Quedaron helados y se largó, con una mirada de cierto desprecio. Todo era así de grotesco... 


Vídeo del traslado de los restos mortales de Carlos VIII
por Barcelona, pasando por el Colegio La Salle Bonanova.

Luego me contaron el secreto del enterramiento en Poblet. La archiduquesa Margarita, hermana del difunto, quería llevárselo a Italia, al panteón de Vilareggio, donde descansan sus antepasados. Entonces surgió el cursi de Pepe Bru, quien pronunció un discurso que hizo llorar, más o menos, a todos los presentes, afirmando que constituiría una verdadera vergüenza sacarlo de tierra española, y que su panteón tendría que ser Poblet. 

Por lo visto, el cardenal de Tarragona al principio se opuso, pero gracias a la intervención de Iturmendi cedió y los restos de don Carlos fueron sepultados, a las diez de la noche, en la capilla Galilea del cenobio populetano. Así terminaba una aventura que había comenzado unos años antes, cuando los ministros falangistas se sacaron de la manga a don Carlos para enfrentado al conde de Barcelona en una maniobra burda y sin estilo. Estaba de gobernador civil en Barcelona el inefable Antonio Correa, que fue en definitiva el primer empresario del «rey» que lo instaló en una suite del hotel Ritz, abonando las facturas el propio Gobierno Civil. 

Fueron los días brillantes y fastuosos de la «corte carlista». Lo paseaban, lo enseñaban, recibía a los periodistas e incluso en alguna ocasión era debidamente jaleado en los periódicos. Todo orientado desde la oficina de prensa dirigida por Pepe Bernabé Oliva siguiendo las instrucciones de Correa. Un día de aquellos vino a visitar la redacción de El Correo Catalán. ¡Vaya show que se organizó! Limpiaron la casa, sacando hasta brillo de los pocos mármoles existentes. Todos fuimos alertados de la visita. A la hora indicada se abrió la puerta de la redacción y la voz aguda de Adam anunció: 

—¡El Rey! 

Todos nos pusimos de pie y Diego Ramírez, a quien estos papeles siempre le sentaron muy bien, fue presentándonos a todos. El «rey» nos alargaba la mano, sonriéndonos con verdadera sencillez. Los envarados eran los del acompañamiento. 

Llegó un día que el habilitado del Gobierno Civil no pagó más facturas, y naturalmente don Carlos no tuvo más remedio que abandonar el hotel. Todavía existía alguna que otra subvención, procedente de inconfesables «fondos de reptiles», y el «rey» y su familia fueron alojados en una torre de Vallcarca que fue bautizada con un rimbombante nombre y en la que en la festividad de los Reyes celebróse una magna recepción en la que las señoras iban en traje de corte. Por cierto que Diego Ramírez tenía una sobrina, muchacha muy sencilla y modosita que desempeñaba el puesto de telefonista en El Correo Catalán y que al paso de los días ingresó en una orden religiosa, que en aquel señalado y carnavalesco día la vistieron de largo para que pudiera asistir a la fiesta en cuestión... 

Desde aquel día, la inefable Isabel fue para todos nosotros la señora marquesa de la Clavija, según la bautizaron López Dolz o Busquets, no sé quién de los dos. 

La broma del palacio de Vallcarca todavía duró algunos meses más. Pero las cosas iban de mal en peor. Ya no se cubrían los gastos de los desplazamientos por tierras de España y las asignaciones cada día eran menores. 

Antonio Correa fue sustituido en el Gobierno Civil y el entrante no quiso saber nada del pobre «rey», que no tuvo otro remedio que dejar el palacio de Vallcarca e instalarse en un piso de la calle de Balmes, en una casa propiedad de la madre del industrial Martín Ribalta, a quien dudo que jamás le dieran una peseta. 

En esta casa le ocurrieron al «rey» infinitas desgracias. La mayor fue la deserción de la «reina», que se largó con un violinista a los Estados Unidos, dejando incluso a las «infantitas». El pobre monarca, que no llegó a ser «rey» ni por un día, las pasó moradas, puesto que la mayoría de sus leales, aparte de ser muy tacaños, no tenían ni un real. Supongo que debió de soñar con los días felices de los años treinta, cuando se dedicaba con su avioneta a dar vueltas por el cielo de Barcelona a un precio módico, asequible a muchos bolsillos. 

La última vez que le vi fue en la plaza de la Universidad, frente a los almacenes El Águila. Era un mediodía e iba confundido entre los viandantes. Sin ayudantes, ni secretarios, ni guardaespaldas. Habían pasado los tiempos de las vacas gordas y ahora el «rey» paseaba su nostalgia y también su tristeza como un ciudadano más. 

Había terminado la «broma» y nadie le hacía puñetero caso...

José Tarín-Iglesias: Vivir para contar. Medio siglo entre la anécdota y el recuerdo (1982), págs. 123-129

dijous, 22 de maig del 2025

Balmes y la unidad de España

Transcribimos a continuación el artículo «Balmes y la unidad gubernamental» que escribió José Félix de Lequerica para el diario bilbaíno El Nervión en 1928. 

Hemos titulado esta entrada «Balmes y la unidad de España», ya que, a fin de cuentas, trata de eso. Jaime Balmes despreciaba el provincialismo, inexistente en nuestro país a principios del siglo XIX, que apareció de la mano del liberalismo y que décadas después derivaría en nacionalismos y separatismos. 

Animamos a nuestros lectores a leerlo de principio a fin, pues el autor da en el clavo y no tiene desperdicio. Así pensaba el inmortal filósofo de Vic y así era nuestra España antes del romanticismo decimonónico tardío. Las negritas y el entrecorchetado son nuestros.

⚜ ⚜ ⚜

Balmes y la unidad gubernamental

José Félix de Lequerica
(Bilbao, 1890-✝Guecho, 1963)
Cada vez nos parece más oportuna la excitación de "El Debate" a conocer y aplicar el pensamiento político de Balmes. Ninguna realidad española escapó a su penetración; son de hoy, de este minuto, sus reflexiones, seguras y definitivas. 

¿Cómo ha podido olvidarse hasta un punto increíble la doctrina del gran político catalán? Leemos a cada paso cosas incluso bien intencionadas —a veces meramente maquinales— sobre la unidad nacional y las personalidades regionales y locales en España. Durante algún tiempo —también maquinalmente— se ha solido pensar en las descentralizaciones y los localismos como remedios a nuestras dificultades públicas. El clérigo catalán insigne, no se dejó alucinar por esta fraseología ya iniciada en su época. 

«Así nacionales como extranjeros, hablan muy a menudo del espíritu de provincialismo que domina en España, lo que, según ellos, es un obstáculo a la centralización administrativa, a toda organización uniforme —escribe en "El Pensamiento de la Nación" el 28 de febrero de 1844—. Si esto fuera verdad, debiéramos inferir que la Monarquía propiamente dicha no tiene en nuestra sociedad raíces profundas, pues que, estando personificada en el trono la unidad gubernativa, le repugna esencialmente la multiplicidad». «Y si esto fuera así —añade— la causa (del mal de España) estaría en las entrañas de la sociedad».

¿Pero es efectivamente de ese modo? ¿No han ido formando las provincias españolas a lo largo de los siglos, un mismo imperio, viviendo íntimamente unidas luego en él? 

«El decir que tiene vida en España el espíritu federal, precisa Balmes, que el provincialismo es más poderoso que la Monarquía —la Monarquía entendida por Balmes como emblema de la unidad gubernativa— es aventurarse a sostener lo que a primera vista está desmentido por la historia; es suponer un fenómeno extraño de cuya existencia deberíamos dudar, por grandes que fuesen las apariencias que lo indicasen». Los hechos culminantes de nuestra historia, lo están diciendo. En 1808, después de la invasión napoleónica y las abdicaciones de Bayona «todo brindaba para que si la Monarquía hubiera sido en España una institución postiza o endeble, se denegase y se hiciera trizas, presentándose el provincialismo federal como su carácter propio y sus naturales tendencias». Pero «la aparición de innumerables juntas en todos los puntos del reino, lejos de indicar el espíritu de provincialismo, sirvió para manifestar el arraigo de la unidad monárquica... prestándose los pueblos a reconocerla y respetarla (la junta central) como poder soberano. Este solo hecho es bastante a desvanecer todas las vulgaridades sobre la fuerza del provincialismo en España y a demostrar que las ideas, los sentimientos y las costumbres estaban en favor de la unidad en el gobierno». «Ni en Cataluña, ni en Aragón, ni en Valencia, ni en Navarra, ni en las Provincias Vascongadas se alzó el grito en favor de sus antiguos fueros». «Cuando la Monarquía había desaparecido, natural era que se presentasen las antiguas divisiones, si es que en realidad existían; pero nada de eso; jamás se mostró más vivo el sentimiento de nacionalidad, jamás se manifestó más clara la fraternal unidad de todas las provincias... españoles y nada más que españoles eran, así el catalán que cubría su torva frente con la gorra encarnada, como el andaluz que se contoneaba con el airoso calañés». 

Jaime Balmes (Vic, 1810-1848)

¿Y durante la guerra civil [la primera guerra carlista]? Balmes escribe a los cinco años del Convenio de Vergara: ha seguido personalmente al día con su visión única la terrible contienda de siete años. ¿Influyeron en ella los sentimientos locales? «Es falso —escribe Balmes siempre en el mismo número de "El Pensamiento"— que haya verdadero provincialismo, pues que ni los aragoneses, ni los valencianos, ni los catalanes recuerdan sus antiguos fueros, ni el pueblo sabe de qué se le habla cuando estos se mencionan, si los mencionan alguna vez los eruditos aficionados a antiguallas. Hasta en las provincias del norte no es cierto que el temor de perder los fueros causara el levantamiento y sostuviese la guerra; los que vieron las cosas de cerca saben muy bien que el grito dominante en Navarra y las provincias Vascongadas era el mismo que resonaba en el Maestrazgo y las montañas de Cataluña. Si alguien nos objetase el convenio de Vergara, el mágico efecto de la garantía de los fueros para terminar la guerra civil y otras cosas por ese tenor, nada le replicaremos: porque creeríamos inútil entrar en discusiones para convencerle, supuesto que tiene la bienaventurada candidez de formar sus opiniones sobre los documentos oficiales de una sola parte y los artículos de los periódicos que la defendían».

Treinta años más tarde, el 26 de julio de 1874, otro pretendiente, nieto del contemporáneo de Balmes, Carlos VII, concedía fueros a Cataluña nombrando una Diputación a guerra. El general Tristany vio en ello los cimientos de la legislación de nuestros pasados. Lo recuerda en un libro muy curioso publicado estos días en Barcelona —"La guerra civil en Cataluña, 1872 a 1876"— don Joaquín de Bolós y Saderra, veterano carlista catalán, quien no puede hablar tampoco con mayor frialdad del supuesto provincialismo catalán: 

«A pesar de su desconocimiento (el de Cataluña) de lo que era el fuerismo, —escribe— del poco entusiasmo del país y de los mismos propietarios de valía que fueron consultados por Don Carlos, algo se quiso intentar. Tengo a la vista un ejemplar de los Fueros; lo más agradable de ello y lo más impracticable era no tener quintas, ni papel sellado... Poco levantó todo aquello el espíritu decaído cansado del país».

La guerra civil en Cataluña (1872 a 1876),
edición en papel de la Asociación
Editorial Tradicionalista,
adquirible en Amazon.
¿Qué ha pasado, entonces, desde Balmes, desde la segunda guerra misma, para que aparezcan, se vivifique y coticen una porción de sentimientos hace todavía medio siglo tradicionalmente ajenos a la manera de ser de nuestro país? ¿Cómo la cuestión del idioma, por ejemplo, en Cataluña, no es mencionada, según creo, ni siquiera una vez en los escritos políticos de Balmes, a pesar de hablarse entonces tanto catalán como hoy, y ahora acabamos de leer sin un exceso de estupor comparar a los snobs que en Barcelona hablan castellano con los snobs que en Madrid hablan inglés? 

Yo creo que Miguel Artigas acertaba en su conferencia, tan trascendental, al señalar —sin perjuicio de otros motivos— el romanticismo como origen de estas deformaciones de las personalidades locales españolas con evitación de la auténtica fisonomía nacional. Mientras el admirable clérigo de Vich servía diáfanamente la causa de la razón, una escuela poderosa comprometía el buen juicio público, usurpaba con la pasión y la sensibilidad desbordada el puesto del razonamiento, y llenaba de fantasmas amorales y sin seso todos los órdenes de la actividad humana. Mil caminos de menor esfuerzo y evasiones del deber fue descubriendo el romanticismo a su paso, entre bellas creaciones y aciertos de reconstitución innegables. Los comarcalismos fuera de medida han sido, sin duda, de sus creaciones directas. 

Balmes no cedía, no podía ceder a la obscuridad de tales "nubes" aristofanescas. Pero muchos que, al parecer en lo fundamental, debían coindicir con él, aceptaron ingenuamente el lenguaje y la sugestión adversa. No se hablaba lo preciso, no so habla aun, en el tono firme y cortante de Balmes, de mantener la fuerte unidad gubernativa de España, nuestro mayor bien político. No basta tampoco percibir el sentido patriótico unitario, si se presta ligeramente asenso a pretensiones condenadas fatalmente a debilitarlo. Balmes, político certero, no emplea nunca la fraseología generalizadora, capaz de comprometer luego y de contribuir involuntariamente a verdaderas anarquías. No hay en los artículos de este autoritario cuidadoso del poder del Estado al tratar de sus problemas, esas referencias a las autonomías espontáneas de ciertos círculos sociales, expuestas, si no se precisa bien, a gravísimas explotaciones en el campo del daño social. No sufre tal deslumbramiento frecuente en escritores tradicionalistas. Así, por ejemplo frente al Municipio, del que muchos hablan olvidando lo que ha sido mil veces el Municipio de elección individualista, libre para estas o las otras determinaciones, en la práctica inevitablemente políticas. Balmes no se enternece sobre su pasado. 

«¿Qué eran los Ayuntamientos?—se pregunta en el mismo articulo—. Lo que el Rey quería y nada más; es falso que conservaran algo de aquella altivez que los distinguiera en otros tiempos; cuando el Monarca hablaba, ya fuera por sí mismo o su Consejo, la Municipalidad más respetable no se hubiera atrevido a replicar». 

Ni se le ocultan los daños que puede causar en el presente su utilización como medio revolucionario contra la precisa fuerza del Poder central que, llegado el caso, debe reprimirlo. Comentando en "El Pensamiento de la Nación", de 14 de diciembre de 1846, el municipalismo de los progresistas, escribe:

«Un sistema de suyo inquieto ha menester de auxiliares en todos los puntos del reino, que transmitan en breves instantes hasta el último rincón de la península el movimiento que arranca del centro agitador. Un Gobierno progresista sin Ayuntamientos democráticos, no puede sostenerse».


Tomado de: «Balmes y la unidad gubernamental», por José Félix de Lequerica (El Nervión, 24/12/1928)