diumenge, 14 de març del 2021

Cartas a un preguntón: Carta décimosegunda

por Enrique Sarradell Pascual, 1948

CARTA DÉCIMA SEGUNDA 

Resumen y compendio de este epistolario. - Si le ha faltado gracia al propósito, es de presumir que no está exento de razón. - Si el deber es cumplido huelga el elogio. - Envío a la juventud. 

Mi querido amigo: 

Es tiempo ya de cerrar nuestra correspondencia en un resumen que podría haberlo sido de obra de mayor extensión y mejor provecho, pero suficiente, para nuestros particulares puntos de vista, suscinta y lealmente expuestos en estas, medio figuradas y medio auténticas, interferencias espirituales. Primero creé una ficción, que prendió como la estopa de la gracia en el cuerpo social representado por esos amigos que, verbal y epistolariamente, se han puesto en el lugar de mi interlocutor legendario.

Me cabe, al final de mi trabajo, la afectuosa satisfacción de haber podido despertar reacciones espirituales y patrióticas, a las que mi fe iba en zaga. 

He removido el poso y la amnesia que cubrían de costra infecta, leales sentires y no menos sinceros presentimientos de espiritualidad, que la prueba del dolor cribó, para que descendiesen prejuicios arraigados y ascendieran aquellos valores fraternos en todo corazón subsistentes. 

Con espíritu crítico, exento —por lo menos en intención— del morbo vengativo, he tratado, a base de experiencia y contraste, una serie de te-mas a cual más actual, en razón de las circunstancias especiales en que vivimos. 

Sé la gran responsabilidad moral e histórica que contraigo en el instante mismo que escribo, ya que día vendrá, lo intuyo por anticipado, que los historiadores del momento actual, buscarán espíritu y materia en lo escrito ahora, paradójica y anecdóticamente incongruente, pero constructivo; por ello, he procurado dar a mis cartas el tono real, aún a costa de superar evocaciones más hondas, con la predisposición, adrede, de que mis futuros colegas en el examen y análisis, comprendan el auténtico sentir español en el ciclo de libertad para la expresión de la bondad, la justicia y la belleza espiritual. 

De una ficción epistolar ha nacido una comunidad de ideas y sentimientos, que presumí, no alcanzar cierta, en mi propia mediocridad.

Es el mejor éxito para un escritor, que, como yo, procura no tener en las públicas manifestaciones, ángulos obtusos, sino circunferencias lisas y claras, en el destino para la recuperación espiritual.

Mis horas de insomnio y desvelo, devorando páginas y apretando los dientes al dolor de sacrificios innúmeros, bien valen la satisfacción de creerse comprendido y estimulado. 

Como en un cortometraje he sintetizado el comentario agudo —noble y leal, empero—, de situaciones morales, espirituales y patrióticas en los tres períodos de agudización psíquica de nuestro pueblo, cuales son, los prolegómenos de la guerra, en la guerra misma y el actual momento revisionista y constructivo, en el interior, pero grave en el exterior. 

Si no he prosperado en el empeño, no ha sido por falta de voluntad, sino de méritos; la vasticidad de los puntos tratados hubieran exigido pulsaciones de artista en el telar armonioso del arpa y, no nuestro vulgar rasgueo de ciego en vihuela vieja. Carezco de la palabra rimada pero no me faltan los impulsos cerebrales. 

Al hombre de la calle no se le puede exigir más —aunque su pretensión sea osada— si logra percibir sentires y quereres y convertirlos en dolores y suspiros del alma, aunque sea sin poesía ni arquitectura en el dominio de lo bello. 

Para comprenderse, unos corazones de otros, es suficiente esta condición precisa; comprenderse superando todo obstáculo interesado.

De entre los que han logrado, con un esfuerzo de voluntad, trasponer la lectura de la penúltima carta, que te dirijo, los habrá que, rebuscadores y catadores de miel, no capten la bondad del aguijón defensivo de la abeja y osen aplastarla, aunque... les dé miel; otros no estimarán la prosa, por eso, por ser todo ello prosa vulgar auténtica; tú y el pequeño cenáculo de amigos habréis dicho: ¡Es el de siempre! 

Sí, mi querido amigo, soy el de siempre, porque por acomodo espiritual no puedo ser de otra manera. 

Cuando exaltamos virtudes o cuando afeamos defectos —sin exceptuar los nuestros propios— no nos fijamos jamás en el sujeto físico, sino en el complejo moral que entierra el individuo. Por imposición temperamental reducimos cuanto podemos aquellas situaciones que obligan decir palabras inútiles o frívolas y sonreir, o fingir que se sonríe, «Disimular atrevidamente el dolor bajo apariencias de alegre desenfado». (1)

Exaltados por el misticismo católico y español, detestamos la hipócrita enjabelgación externa, porque vivimos muy a gusto al calor de nuestra abstracción interior. Puede que estas cartas, a ti dirigidas, mi querido amigo, sean un retrato moral del autor; frío y ceñudo de rostro, pero que siente fuego en el corazón y caricias de besos en el alma, porque la posesión de los Ideales eternos de la España Católica e Imperial, son aquello, fuego y caricias. Todo lo demás, esto: bilis, asco y rencor. 

Todos los hombres, sea cual sea nuestra condición, tenemos ante Dios y la sociedad una responsabilidad proporcionada. Tu libre albedrío en lo moral y espiritual, si delinques, no tendrá atenuante ni coartada que te exima del juicio inexorable de Dios y de la moral cristiana estricta. 

En la porción de responsabilidad que me incumbe no omito, jamás, la obligación de mantener encendido el fuego sagrado de la exaltación idealista entre mis amigos y, por extensión proselitista, hasta donde alcanza mi propia acción. 

Proscriptos incluso, la voz ingrávida del alma ha hendido el tiempo y el espacio. «En la vida casi siempre, en definitiva, se impone la justicia inmanente». (2)

A nuestra veteranía luchadora, la disciplina patriótica, que se semeja, a imposición, como un magisterio emocional, le incumbe un deber que en mezquina fracción hemos cumplido, escribiéndote estas Cartas. 

Ese deber es para la juventud que actualmente se forja en la austera milicia de la nueva España. 

Los que de la juventud hicimos un haz de santas preocupaciones católicas y españolas; —tú eres testigo de excepción— los de nervios en tensión y el ansia a flor de labio con la fe puesta en un porvenir mejor, plena, nuestra vibración de apetencias providencialistas que no podían comprender los hombres de poca fe, por miopía exacerbada, tenemos derecho a exprimir sobre el alma juvenil las acideces de la experiencia, las enseñanzas de la observación y toda la gama luminosa de nuestras almas, para el triunfo virtual, que con esfuerzo solidario, hemos obtenido sobre la Anti España. 

Tú, ente de leyenda, hecho carne, hijo de la ficción, convertido en sujeto tangible, real y discerniente, has sido colaborador espontáneo y consciente de esta obra que, si carece de mérito, nadie puede discutirle empero, una virtud; la sinceridad en las apreciaciones y nobleza en la contendencia. 

Atentamente te saluda con deseo de que Dios te guarde. 


(1) José Antonio Primo de Rivera. 

(2) Conde de Romanones. 

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