dimarts, 20 de juliol del 2021

Los bárbaros en Tortosa (1936-39) II - El Ejército, esperanza del Orden y de la Patria

por José Monllaó Panisello «Llaonet»

CAPÍTULO II 

El Ejército, esperanza del Orden y de la Patria 

Sólo una esperanza alimentaba nuestra ilusión de redención en el inmenso caos en que estábamos sumidos: el patriotismo y la bizarría de los militares españoles darían un día u otro al traste con tanta decadencia y vergüenza. 

Los auténticos patriotas, los verdaderos amantes del orden y de España así lo esperábamos, y ansiosos estábamos de ponernos a su disposición y colaborar, con todos nuestros entusiasmos y con la ofrenda de nuestras propias vidas, a la loable empresa redentora de nuestros destinos. 

Los antipatrias también así lo presumían, especialmente los elementos que estaban detentando el Poder, desde el momento que hacían objeto de los más infames vejámenes a los Jefes y Oficiales más dignísimos y competentes de nuestro glorioso Ejército. Traslados, ceses, detenciones, retiros, etc., etc., estuvieron a la orden del día para dar cumplimiento a la infame promesa del sádico Azaña de que no cejaría en su empeño hasta triturar totalmente a un Ejército ya esquilmado de sí, como el español, que no contaba más que con nueve mil Oficiales y cuarenta mil soldados para la defensa de una nacionalidad de veinticuatro millones de habitantes.

Y estas esperanzas del pueblo español depositadas en sus heroicos militares se hicieron más patentes después del gran latrocinio electoral de las elecciones del 16 de febrero de 1936 en que a pesar de haber sacado de las urnas las coaliciones derechistas 4.910.000 votos contra 4.497.000 los de los conglomerados del Frente Popular, los gobernantes judaico-masónicos, presididos por el funesto Portela Valladares, dieron validez a las actas de los candidatos del conglomerado revolucionario-soviético. 

¡España está irremisiblemente perdida si no se levantan los militares! era el grito unánime de todo español honrado. 

No negaremos que los hubo no pocos que hasta en los militares habían perdido la fe. No así los que sabíamos del valor y del patriotismo de los Franco, de los Sanjurjo, de los Fanjul, de los Mola, de los Martínez Anido, de los Cavalcanti, de los Orgaz, de los Millán Astray y los de tantos y tantos centenares que preferirían mil veces perder la vida que hacer traición al juramento que hicieron un día de defender la Bandera rojo y gualda y la Patria a la que hablan consagrado sus amores. 

Y esperábamos que los acontecimientos habrían de surgir de un momento a otro. Nuestros pechos ardían en ansias de revuelta santa y salvadora. ¡Qué podía importarnos la vida si no disfrutábamos de libertad! ¡Qué nos podía importar nuestra existencia si estaban siendo hollados y vejados nuestros más caros sentimientos católicos y patriotas! 

Pasaban, no obstante, los días, y ningún indicio nos señalaba de que la ansiada hora de liberación iba a producirse. Pero de boca en boca, corría ya un nombre, la designación de un Caudillo: FRANCO era la esperanza de todos. No hay duda que los conjurados para la salvación de España supieron acertar con el Triunfador. Pocos como el joven general habían dado durante toda su vida militar tantas pruebas de virtud, de competencia, de capacidad, de valor, de prudencia y de amor a los ideales de Religión y Patria. Con él España entera —y al nombrar a España designamos a los hijos que de verdad la sienten, la estiman y la defienden, no con palabrería huera y vana, sino con hechos—se sintió esperanzada y fortalecida e hizo juramento de seguirle en la arriesgada cual magnífica empresa de rescatar la libertad y el 'honor de nuestra Patria. Y que el pueblo estimó justa la designación y que aceptó con agrado su Caudillaje bien lo demostró en el transcurso de la gloriosa cual larga Cruzada, en la que docenas de miles de jóvenes requetés, falangistas y soldados, murieron en los campos de batalla satisfechos de haber sido mandados y guiados por Capitán tan excelso. 

Tomás Caylá

No tardó el cronista en tener confirmación de estos rumores de que la gloriosa estirpe de los militares españoles dirigidos por el general Franco se preparaban para derribar el tinglado político que nos deshonraba y expulsar a los farsantes que nos esquilmaban y envilecían desde las poltronas que inmerecidamente ocupaban. Nuestro lloradísimo Jefe Regional Tradicionalista D. Tomás Caylá, vilmente asesinado en Valls, su pueblo natal, por las hordas marxistas, nos dió la orden de atención a mediados del mes de mayo de 1936. Falangistas y Requetés, con otros elementos de valía del país, estaban de acuerdo con lo más florido y aguerrido del Ejército para salvar a España. Nuestro pecho fué invadido de un gozo sin límites. ¡Por fin saldríamos de tanto vilipendio, vergüenza y esclavitud! 

Pocos días después, otro buen amigo, D. José Nofre Jesús, ex Gobernador civil de Castellón y de Canarias —de este último Gobierno civil había cesado hacía pocos días— nos ponía igualmente en antecedentes de lo que se preparaba. Nos habló de los generales Balmes y Fanjul y de otros dignísimos militares con quienes había convivido y relacionado durante su mandato en las Palmas. 

A medida que transcurrían los días nos imponíamos más de la marcha de los acontecimientos y de la certeza de que esta vez la cosa estaba mucho mejor preparada que el patriótico levantamiento del 10 de agosto de 1932. 

Pero —y creemos que no estando aún ultimados todos los detalles y pormenores para el mejor triunfo del levantamiento—vino el vil e infame asesinato del insigne estadista D. José Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936. Y este criminal hecho adelantó seguramente los acontecimientos. 

Al asesinato del glorioso estadista, indudablemente seguiría el de otros hombres beneméritos y meritísimos. 

Y el Ejército y las Organizaciones que se habían unido a él para redimir a España no podían aguardar a más. España estaba apurando el cáliz de la amargura. Debía evitarse, costare lo que costare, que se continuara derramando estérilmente la sangre de sus mejores...


Los bárbaros en Tortosa: 1936-39 (José Monllaó Panisello, 1942) 

Prólogo e introducción
I - El dolor de España
II - El Ejército, esperanza del Orden y de la Patria
III - ¡El Tercio se ha sublevado!
IV - ¡Hay que desaparecer!
V - Asalto del Círculo Tradicionalista.—¡Se han perdido las llaves!
VI - En tercer lugar
VII - Los bárbaros en acción
VIII - Un aviso oportuno
IX - Horrorosa matanza de tradicionalistas
X - Las primeras detenciones
XI - Primera providencia marxista
XII - Otra vez en los primeros lugares
XIII - Cierre de los Centros de la facción
XIV - La primera visita del coche fantasma
XV - Primer registro domiciliario
XVI - Si te cogen, te fusilan
XVII - Dos coches fantasmas sobre la pista
XVIII - Fraternidad revolucionaria
XIX - En la guarida de los monstruos
XX - Dos coches fantasmas a la vista
XXI - Gritos en la noche
XXII - Los héroes del Alcázar y de Oviedo
XXIII - El miedo a los fascistas — Detenciones a granel
XXIV - Llamadas trágicas
XXV - Las charlas del general Queipo de Llano
XXVI - El miedo a la aviación
XXVII - Jugándonos el todo por el todo
XXVIII - Visita de un coche que no es fantasma.—¡Vaya susto!
XXIX - La mala sombra de un guarda rural
XXX - Cruenta lucha entre marxistas
XXXI - Un serio contratiempo
XXXII - La sorpresa de unos payeses
XXXIII - Cambio de escondite
XXXIV - Desagradable visita.—Certificado salvador
XXXV - De todos los colores...
XXXVI - Las charlas con un republicano. — Yo, furibundo izquierdista
XXXVII - ¡Terrible amanecer!
XXXVIII - Octavillas redentoras
XXXIX - Fragores de lucha
XL - ¡Yo he visto a los moros!
XLI - Cañonazos que nos saben a repique de campanas
XLII - Unos oficiales rojos que merecían ser nacionales
XLIII - ¡Se llevan y fusilan a los hombres!
XLIV - La famosa cadena de la Aviación Nacional
XLV - En medio de la lucha.—¡Recemos!
XLVI - ¡Un comandante del Ejército Nacional!
XLVII - ¡Al servicio de la Patria!
XLVIII - ¡Honor a los Caídos!

dilluns, 19 de juliol del 2021

Los bárbaros en Tortosa (1936-39) I - El dolor de España

por José Monllaó Panisello «Llaonet»

CAPÍTULO PRIMERO

El dolor de España 

Los españoles que de verdad estimamos a la Patria y a nuestras sacrosantas tradiciones veíamos con intenso dolor de nuestro corazón, como desde que se instauró el malhadado régimen republicano, se iba desmoronando y hundiendo todo lo que nos era más querido, todo lo que era secular y consustancial con nosotros mismos... el prestigio, la Religión, la Moral, la Familia y el Orden. 

Y los mal llamados gobernantes, que lo hacían al dictado de sectas extrañas, no querían darse cuenta de que el mal se agravaba por momentos, que la revolución iba minando todos los cimientos de la Sociedad y amenazaba acabar con todo. Más que acudir con medidas urgentes a atajar la gangrena se complacían en que la terrible dolencia fuese carcomiendo y pudriendo todos los miembros de nuestra madre común: España. 

¿Estaban ciegos para no ver la rapidez vertiginosa con que se propagaba la dolencia que había de acabar con todo y con todos? No. Eran tan viles y malvados que ponían cuantos medios les eran posibles para que España sucumbiera, ya que así convenía a los elementos que desde países extraños les dirigían y pagaban. España debía dejar de ser nación independiente y libre y prestarse a ser lacaya de los deseos y designios de las democracias judaizantes a las órdenes del Komitern.

De nada valía que los españoles auténticos clamáramos uno y otro día para que se evitara la catástrofe definitiva. Éramos unos enemigos del régimen que se había dado el pueblo. Así se nos consideraba a los que queríamos impedir la ruina de nuestra Patria. Y lo malo era que incluso elementos que por su situación económica y conservadurismo, sea por cobardía, por conveniencia o por ceguera, les hacían coro. Pero tampoco hoy tienen excusa en sus lamentaciones. Los periodistas y los propagandistas que jamás hemos vendido nuestras plumas ni nuestros sentimientos, y que por nuestros ideales y creencias y por nuestro amor a España jamás hemos temido las sanciones ni las iras de los tiranos, expusimos claramente y sin eufemismos, más de una vez, en el error en que vivían todos los que comulgaban con las ruedas de molino de la masonería y de las falsedades democráticas.

Recordarnos que el día 23 de abril de 1934 escribíamos lo siguiente en las columnas de «Heraldo de Tortosa»: 

«Viviendo engañados.—El régimen se cree consolidado. El capital también se cree seguro. Bien que así sea. Pero ni para unos ni para otros están las cosas en situación tan favorable que les invite a dormir sobre los laureles. 

A pesar de que se nos diga que desde el 14 de abril de 1931 los cotizantes del socialismo se han triplicado, somos de los que creemos de que quienes en verdad se triplican son los elementos más avanzados. Y tenemos hoy por avanzados precisamente a los elementos que nada tienen de socialistas ni de republicanos. Los avanzados hoy ya no son estos partidos. Éstos han pasado ya a la categoría de burgueses.

No hay que vivir engañados. No hay que hacernos los ilusos. Quienes en verdad se triplican y multiplican son los sindicalistas y comunistas. A cada desengaño que sufren las masas en las promesas que se les hicieron en no muy remotos tiempos, se da un crecido porcentaje de adeptos a esos elementos.

No pedimos que se rectifiquen conductas. No pedimos que se rectifiquen procedimientos, puesto que parece que el pedir ciertas cosas y el exponer ciertas sinceridades es por algunos tildado de pesimismo o de derrotismo. Sólo querernos que tanto los gobernantes como los burgueses, como los patronos, como los capitalistas, se den cuenta de la realidad que vivimos. Y que no la olviden en sus comodidades y en el plano superior en que creen estar. Y que se están creando ciertos estados de opinión extremista, estados de opinión no tan ficticios como quieren dar a entender ciertos periódicos para engañar tontamente a las masas, nos lo dicen los últimos atentados.

No somos derrotistas, pero tampoco unos bobalicones que vayamos a creer a pies juntos que estamos viviendo en el mejor de los mundos y de que no existe problema serio que nos pueda cortar la digestión...—Llaonet» 

Eso decíamos. Pero ¡cualquiera hacía caso a un periodista tradicionalista! Era un enemigo del régimen que soñaba con la quimera de la implantación de un sistema y de una doctrina que no sería posible en nuestro siglo. Ellos no lo creían... pero nosotros cada día veíamos más cercano el triunfo de nuestros redentores postulados. Y lo veíamos más cercano cuanto peormente ellos gobernasen. Pero ante todo y sobre todo sentíamos el dolor de España, sentíamos el hundimiento de nuestra querida Patria, sentíamos el vilipendio y la deshonra en que la sumían los villanos que la desgobernaban. 

Y para demostrarlo arreciábamos en nuestras campañas, costare lo que costare, para que se procurara poner algo de remedio a tanta vergüenza como diariamente nos deshonraba ante el mundo entero. Y procurábamos con sinceridad, con datos, con detalles, demostrar que no era ya el desprecio y el odio que por el régimen sentíamos, sino por el sonrojo de que se nos considerase ante el mundo a todos los españoles tan viles y degenerados como los que capitaneaban los grupos o partidos de turno, ante el tétrico panorama que ofrecía nuestro desdichado país. 

Al efecto, para desmentir a las plumas mercenarias, que las hubo no pocas a las órdenes de los directores del fenecido régimen, que pretendían presentar como una Arcadia feliz lo que no era más que un páramo de fiambre, de desolación, de tragedia y de muerte, publicábamos el día 20 de agosto del año 1934 el siguiente artículo en las columnas de «El Cruzado Español» de Madrid: 

«LO QUE HA PASADO EN UN SOLO DIA. — Se nos dice cada día que reina tranquilidad, que hemos entrado ya en vías de normalidad. Es ridículo decir tales cosas, puesto que es perjudicial que tratemos de engañarnos a nosotros mismos. Creemos es más patriótico nos demos cuenta de la verdadera realidad en que vivimos y que todos, en la medida de sus disponibilidades, procuren evitar o remediar los males para que, en breve plazo, pueda llegar a ser una bella realidad esa normalidad que tantos deseamos, puesto que sin ella, el país no saldrá esa postración económica y social cuyas dolorosas consecuencias a todos nos alcanzan. A todos, sin distinción de clases ni de partidos, puesto que la crisis no distingue de rangos ni de ideologías. 

Para poder apreciar cuál es la normalidad en que vivimos, no tendremos más que hojear las páginas dedicadas a información de un periódico cualquiera, y veremos cómo en un solo día se han producido los siguientes lamentables hechos, los que son el más rotundo mentís a los que pretenden, ellos sabrán por qué interés, «no darse cuenta» de la realidad. Veamos: 

Huelga de campesinos en Baena. Anuncio de huelga general en Pedroche. Se acuartelan las tropas en Córdoba. Estallan dos bombas en Granada resultando herida una mujer. Los huelguistas destruyen un sector de la línea eléctrica del alumbrado en Granada. Los guardias de asalto disuelven una manifestación en Sevilla. En la Plaza de Toros de Valencia se descubre una bomba antes de comenzar la corrida. En Pasajes y Rentería se promueven varios incidentes. Es asaltado un Círculo político en Bilbao. Se intenta incendiar la Plaza de Toros de Algeciras. Huelgan los obreros del Salto de Mijares. Anuncian la huelga los taxistas de Valencia. Huelgan los panaderos de Almería. En Segovia se promueven varios incidentes en el curso de una conferencia. Se tirotean en Granad los huelguistas y la fuerza pública. Es asesinado un Guardia municipal en Vitoria. En Toro se promueven disturbios con motivo de la destrucción de unas hornacinas. En Baena se tirotean la Guardia civil y unos revoltosos resultando un muerto y varios heridos. En Barcelona es apuñalado un individuo al finalizar un concierto público. Hace explosión una bomba en la casa rectoral de Cabra (Tarragona). 

Y... no querernos seguir detallando más para no cansar al lector. 

¿Es eso normalidad? No. Los ciudadanos todos debernos capacitarnos que ante todo y sobre todo somos españoles y que ciertos procedimientos más que a nadie perjudican a España. Deber, pues, es de todos, procurar que esa normalidad sea una bella realidad, no una dolorosa ficción.—Llaonet.» 

¿Hablar como lo hacíamos nosotros era derrotismo? No. Era que sinceramente sentíamos a España, que la sentimos hoy, como la sentíamos ayer: como la hemos sentido siempre los que hemos sida educados en un credo que nos obliga por y sobre todo al amor a la Patria. Y a ella, a España, ayer, hoy y mañana y siempre ofrendaremos nuestros sentimientos y fervores... ¡Pero qué saben de estos amores y quereres la chusma educada con miras al vil egoísmo materialista! 

Claro que para nosotros no fué una novedad la tragedia que empezó a vivir España desde que se instauró la segunda maldita república. Sabíamos que los carrascales no podían dar manzanas. Ni los republicanos ni anarquizoides, esplendores y felicidades. Y nuestro corazón lloraba con el dolor de la Patria y nuestro espíritu saturado de santa rebeldía se sublevaba contra todas las infamias que se inferían a España y contra los insensatos políticos que considerábamos los causantes de tanta tragedia y desdicha. Al efecto publicamos no pocos trabajos que merecieron el honor y la persecución de los tiranos de turno. En 3 de agosto de 1935, y ante la perspectiva de que en las elecciones generales pudiera encaramarse el hombre más funesto que en un siglo ha producido la política española, publiblicábamos el siguiente artículo, que fué reproducido por varios queridos colegas de España, abogando por la guerra civil, antes que sentir otra vez la tiranía y la incapacidad del sádico que un año después habla de conducirnos a la tragedia más espantosa que jamás y en el transcurso de los siglos haya sufrido nuestra querida Patria: 

«POR EL BIEN DE ESPAÑA.—ANTES QUE AZAÑA...—Lo decimos muy en serio. Antes que Azaña la guerra civil. Antes que vuelva a dirigir los destinos del país el bilioso jefe de Izquierda Republicana, todos los ciudadanos que se precien de españoles y patriotas, deben hacer Causa común para impedir que la Patria vuelva a caer bajo las garras de ese hombre cuya vida política no es más que un cúmulo de desastres, de desaciertos y de desgracias. Azaña no debe gobernar nunca jamás la nave del Estado español. No debe tocar nunca jamás con sus pecadoras manos el patrimonio de la Patria. 

Todo cuanto se idee e intente para impedirlo será lícito. 

Sería cometer un atentado de lesa Patria consentir que ese funestísimo político que ayer insultaba a la opinión diciendo que «la voz de la calle no interesaba» y hoy anda por los campos de fútbol azuzando a las masas ignorantes e inconscientes, volviera a empuñar las riendas del Poder. 

Tamaña ofensa, insulto tan grave, no debe consentirlo, ni lo consentirá, la ciudadanía española. 

Ni los obreros, a quienes vejó, atropelló y asesinó; ni los patronos a quienes insultó y trituró; ni los comerciantes ni los industriales, a quienes arruinó; ni los agricultores a quienes abandonó; ni los altos ni los bajos; ni los ricos ni los pobres, pueden consentir que el bárbaro gobernante de «tiros a la barriga»; que el inhumano y déspota político sobre cuyo historial pesan tantas muertes y víctimas inocentes, pueda nunca jamás, ni en breve ni en lejano plazo, ser el dueño de nuestros destinos, de nuestras vidas y haciendas. 

Antes que su vuelta al Poder, doloroso es proclamarlo, hasta imponerse los mayores sacrificios debe llegarse. Vale más caer con dignidad defendiendo a la Patria que caer bajo la férula de un sanguinario déspota, que no sucumbir bajo los zarpazos de su tiranía o los trallazos de su látigo. El odioso bienio de su tiranía, en que se azuzaba al crimen, se amparaba el pillaje, en que el despojo era costumbre y el chulo y el analfabeto eran los amos de la cosa pública y de la libertad de los ciudadanos, fué una lección demasiado cruenta y vergonzosa para que nuevamente se deje repetir. 

Azaña, no. No puede gobernar otra vez este nobilísimo país el hombre cuyas inspiraciones son el odio y la maldad. No puede tener nuevamente el Gobierno el político que se jactaba de haber destruido el patrimonio, las instituciones, la familia, el hogar; que disfrutaba martirizando a sus semejantes; que arruinaba la Hacienda del país repartiendo sin tasa ni medida dádivas y enchufes a cuantos, carentes de talentos y virtudes, comulgaban con sus ruedas de molino. 

Azaña, no. Queda descalificado el hombre que se ha erigido en panegirista de los crímenes, de los robos e incendios del 6 de octubre. Queda incapacitado, como muy bien ha dicho el Sr. Royo Villanova, el político que se erige en defensor de las hordas que sin sentimientos ni entrañas asesinaron a mansalva a militares, civiles, religiosos y ciudadanos en general. 

Azaña, no. No puede volver a ser gobernante el funesto político mezclado en todas las fases de la rebeldía de Octubre, pues a pesar de presumir de inocente; bien se hubiera averiguado su culpabilidad y su intervención en la revolución, de no mediar en el juego político para salvarle de sus culpas, personajes influyentes que han demostrado poco interés o han hecho la vista gorda para que el tenebroso Azaña no diera con sus huesos en la cárcel. Sólo recordaremos las frases pronunciadas por el señor Lerroux en el campo de Mestalla asegurando «que era ridículo presumir de inocentes, puesto que no faltaba quien tenía la convicción y las pruebas de su responsabilidad», y que si andaban sueltos tan tranquilamente era a excesiva benevolencia de quienes estaban enterados de los manejos de los que ahora tanto gritan y amenazan con respecto a la asonada de Octubre. Y entre los que gritan y amenazan está en primer término el funestísimo autor de «los burgos podridos» y «tiros a la barriga». 

¡Pobre de nuestro país; pobre de España; pobres de todos los ciudadanos, puesto que el endiosado político de Izquierda Republicana no perdona a nadie cuando está en el pedestal, si el repugnante autor de «ahora cabalgo yo» llegara a poder empuñar las riendas del Poder! Ni las piedras podrían presumir de libertad ni de independencia. La tiranía azañista se dejaría sentir con mucha más dureza que en el bienio. Ya lo ha anunciado así últimamente en Bilbao. «El día que vuelva a gobernar —ha dicho Azaña en su osadía— han de ser muchos los que han de añorar el bienio. Hemos de introducir aún muchas más reformas». 

Este anuncio en boca del «eximio» gobernante del bienio, ya se sabe lo que significa: la tiranía vesánica y vil contra todo y contra todos. 

Pero eso no será: ningún ciudadano consciente ha de permitir que Azaña pueda darse nuevamente el gusto de manejar el látigo. 

Antes que esta hora llegue, todos, absolutamente todos los amantes de la libertad y de la Patria, deben hacer ofrenda de sus vidas. 

Es preferible caer con dignidad que ser esclavos de político tan funesto.—Llaonet.» 


Manuel Azaña

Y mientras nosotros clamábamos por la salvación de todo cuanto más querido nos era, los elementos revolucionarios preparaban el asalto definitivo al orden y a la sociedad, los elementos republicanos podían considerarse desbordados, puesto que hasta el pérfido Azaña se pasaba con armas y bagajes a los esclavos de las sectas extranjeras. En nuestras notas hemos guardado algunos de los párrafos más salientes de discursos pronunciados por algunos malos hijos de España preparando la catástrofe: párrafos que, a pesar de haber sido divulgados oportunamente, no quisieron tener en cuenta elementos conservadores que les alentaron y se sumaron a su odiosa política... creyendo estúpidamente que toda esa verborrea mitinesca no pasaría de ser más que un juego político... mientras se estaba envenenando el espíritu de las masas ignaras: 

«Frente a estas falanges del partido socialista y de la U. G. T., frente a eso es imposible oponer nada en España. Somos los más y los más potentes. Somos quienes, al frente de la revolución, decidiremos los destinos del país.—(Indalecio Prieto, en Pardiñas, 4 febrero 1935)».

«El 14 de abril fué un estallido. Vamos a que estalle la revolución con mayor fuerza, y ya veremos lo que pasa.—(Manuel Azaña, en Pardiñas, 4 febrero 1935)».

«Cataluña no siente la unidad española. En espíritu está separada del resto del Estado español.—(Jaime Aguader y Miró, «Catalunya i la revolució»)».

«Si la revolución se hace de acuerdo conmigo, no será para traer la Monarquía, ni para defender la República burguesa, sino para instaurar la República social.—(Largo Caballero)». 

«Por eso en nuestra táctica aceptamos un período de transición, durante el cual la clase obrera, con los resortes del Poder político en sus manos, realiza la socialización. Eso es lo que nosotros llamamos «dictadura del proletariado, hacia la cual vamos resueltamente».—(González Peña)».

«Es indudable que en un momento determinado el proletariado se pondrá, corno vulgarmente se dice, en pie y «procederá violentamente contra todos sus enemigos».

«Lo primero que tendremos que hacer es desarmar al capitalismo. ¿Cuáles son las armas del capitalismo? El Ejército, la Guardia civil, los guardias de asalto, la Policía, los Tribunales de Justicia. Y en su lugar ¿qué? Esto: el armamento general del pueblo. Yo he dicho dos veces en Consejo de Ministros que era indispensable esto.—(Largo Caballero. Discurso a los trabajadores en Madrid)». 

Y a pesar de tan gráficas y rotundas afirmaciones y amenazas, nuestros conservadores continuaban en la higuera... Sólo los nuestros, los auténticos españoles, falangistas y requetés, comprendieron y adivinaron la magnitud de la tragedia que se avecinaba... Como comprendieron y adivinaron las desventuras que se cernerían sobre nuestro suelo con la instauración de la maldita República, no pocos críticos extranjeros. En nuestra cartera hemos guardado hasta hoy unos recortes de periódicos franceses, ingleses y portugueses que son verbo elocuente de pronóstico profético. Pertenecen a las ediciones correspondientes a los primeros días del mes de enero de 1931. El lector verá en ellos cómo los extranjeros comprendieron mucho mejor que los papanatas de por aquí que votaron y batieron palmas por que se encargaran del timón de la nave del Estado español los elementos profesionales del escándalo y de la revuelta. Decían, pues, estos periódicos en vísperas de instaurarse la República y con motivo de las revueltas estudiantiles y huelguísticas preparadas por los elementos acaudillados por los Largo Caballero, Prieto, Azaña, Alcalá Zamora, Maura, Ossorio y Gallardo y unos cuantos políticos despechados de la Monarquía porque no comían seguramente cuanto era de su gusto: 

«The Daily Mail:—Los enemigos del orden en España son los enemigos de España y de Europa. Con la creación de la anarquía y del caos empobrecen una comunidad, cuya desgracia es ésta: que sus productos van siendo suplantados por los de otros países». 

«The Times:—Si hay realmente aquí un sentimiento republicano, Madrid no lo ha demostrado». 

«A Voz:—¿Qué hubiera sido de la unidad española, tan amenazada por otros lados, si la revolución hubiera triunfado?». 

«Le Matin:—Nada tenemos, que decir ni a los sindicalistas españoles ni a los republicanos. Sin embargo, séanos permitido recordarles que en estos momentos desempeñan un papel peligrosísimo. Su victoria no tendría porvenir para ellos, porque habrían vencido con la ayuda de los elementos más turbulentos de España. ¡Y qué porvenir para un país que tanta necesidad tiene de calma y de orden!». 

«L'Echo de Paris:—La España republicana fué la causa inmediata de la guerra franco alemana. Desde 1875, la frontera franco española es tan tranquila como una frontera marítima. Bajo la República, podría llegar a ser una de las fronteras más peligrosas de Europa».

»Tan preparados están los cuadros revolucionarios, que los republicanos —tipo Unamuno— no comerían las castañas que sacaran del fuego». 

«La Croix:—La caída de la Monarquía sería fatal para España: ésta no tardaría, a pesar de la buena voluntad de los republicanos moderados, en convertirse en presa de las peores convulsiones». 

Y sin embargo aquí prefirieron continuar ciegos y sordos ante tan terrible realidad. Y así fué de inmensa, de pavorosa, la tragedia que vivió España hasta el 18 de julio de 1936 en que se dió la consigna redentora del Glorioso Movimiento Nacional.


Los bárbaros en Tortosa: 1936-39 (José Monllaó Panisello, 1942) 

Prólogo e introducción
I - El dolor de España
II - El Ejército, esperanza del Orden y de la Patria
III - ¡El Tercio se ha sublevado!
IV - ¡Hay que desaparecer!
V - Asalto del Círculo Tradicionalista.—¡Se han perdido las llaves!
VI - En tercer lugar
VII - Los bárbaros en acción
VIII - Un aviso oportuno
IX - Horrorosa matanza de tradicionalistas
X - Las primeras detenciones
XI - Primera providencia marxista
XII - Otra vez en los primeros lugares
XIII - Cierre de los Centros de la facción
XIV - La primera visita del coche fantasma
XV - Primer registro domiciliario
XVI - Si te cogen, te fusilan
XVII - Dos coches fantasmas sobre la pista
XVIII - Fraternidad revolucionaria
XIX - En la guarida de los monstruos
XX - Dos coches fantasmas a la vista
XXI - Gritos en la noche
XXII - Los héroes del Alcázar y de Oviedo
XXIII - El miedo a los fascistas — Detenciones a granel
XXIV - Llamadas trágicas
XXV - Las charlas del general Queipo de Llano
XXVI - El miedo a la aviación
XXVII - Jugándonos el todo por el todo
XXVIII - Visita de un coche que no es fantasma.—¡Vaya susto!
XXIX - La mala sombra de un guarda rural
XXX - Cruenta lucha entre marxistas
XXXI - Un serio contratiempo
XXXII - La sorpresa de unos payeses
XXXIII - Cambio de escondite
XXXIV - Desagradable visita.—Certificado salvador
XXXV - De todos los colores...
XXXVI - Las charlas con un republicano. — Yo, furibundo izquierdista
XXXVII - ¡Terrible amanecer!
XXXVIII - Octavillas redentoras
XXXIX - Fragores de lucha
XL - ¡Yo he visto a los moros!
XLI - Cañonazos que nos saben a repique de campanas
XLII - Unos oficiales rojos que merecían ser nacionales
XLIII - ¡Se llevan y fusilan a los hombres!
XLIV - La famosa cadena de la Aviación Nacional
XLV - En medio de la lucha.—¡Recemos!
XLVI - ¡Un comandante del Ejército Nacional!
XLVII - ¡Al servicio de la Patria!
XLVIII - ¡Honor a los Caídos!

diumenge, 18 de juliol del 2021

Los bárbaros en Tortosa (1936-39) - Prólogo e introducción

A guisa de Prólogo

Con sumo gusto, por satisfacer un grato deber de amistad y compañerismo, bien que con no leve molestia y contrariedad, por verme forzado a interrumpir en esta temporada de intenso trabajo de reorganización de los Archivos tortosinos, ocupaciones apremiantes e inaplazables, voy a cumplir, como pueda, la promesa que hice a mi dilecto amigo Monllaó, de prologarle sus RECUERDOS E IMPRESIONES DE UN PERSEGUIDO EN EL INFIERNO ROJO. 

Si no corriera riesgo de interpretarse a inmodestia, casi podría anticipar que el que esto escribe puede considerarse entre los mas indicados para presentar al público, apadrinándolo, este libro de azares y desventuras en pleno dominio rojo. 

Cabalmente empezó a conocer al autor, allá por los años de 1907, al tiempo en que bisoño aprendiz de impresor en la inolvidable imprenta de D. José Foguet, se preparaba Monllaó, con lecturas y observación directa de la vida, para las campañas de periodismo que pocos años después emprendía con alientos combativos tan entusiásticos y tenaces que contratiempos y persecuciones, desengaños y reveses, amarguras y deserciones, no lograron entibiar ni impedir que, a despecho de todo, tomasen a menudo osados auges de heroísmo. 

Quien con el cariño de amigo y convicción de correligionario insinuó su ruta, tomando parte en sus calvarios y en sus triunfos, bien puede merecer disculpa de que se atreva ahora a colocar una corona de siemprevivas y a esparcir flores de afecto sobre esa tumba de sus RECUERDOS que cierran el ciclo de sus campañas en el palenque de «La Tradición» y gran número de periódicos carlistas y católicos de España como «El Radical», de Reus, «El Tradicionalista», de Tarragona», «El Guerrillero», de Valencia, «El Pensamiento Español» y «El Cruzado Español», de Madrid, «La Razón», de Lérida, «Oria-mendi», de Bilbao, «Diario de Tortosa», «Heraldo de Tortosa», entre otros, y vienen a constituir en hecho de verdad el coronamiento digno de una vida sacrificada en aras de un gran ideal patriótico, que podrá acaso no ser compartido, pero nunca discutido o vilipendiado. 

Existe, además, un motivo personal que ha podido contribuir a hacerme más grata la tarea de este Prólogo. Cúmplese precisamente ahora, treinta años, día por día, en que «La Tradición», nacida al calor de los más plausibles entusiasmos, salió al palenque de la publicidad con propósitos de lucha noble y de labor abnegada, ocupando desde el primer momento el puesto de mayor peligro en la vanguardia de la prensa tortosina, con el doble programa señero de abrir paso a doctrinas redentoras y de hacer frente a la Revolución que desde «El Pueblo», marcelinero, descargaba sus furias contra todo lo más santo y sagrado de la Religión y de la Patria. ¡Quién había de predecirme entonces, que en la dirección de aquel periódico de lucha que fué, ya desde sus primeros días, «La Tradición», me sucedería a no tardar aquel enclenque obrero impresor, todo nervio y acometividad, y que desde sus columnas, de broma y de veras, con artículos-cañonazos y con reseñas humorísticas, haría popular el pseudónimo de «Llaonet» hasta convertirlo en guión representativo, no de un partido solo, sino también de un Ideal; no en el estrecho círculo local precisamente, sino ensanchando cada vez más su esfera de acción muy fuera de Tortosa! 

Pero lo inesperado fué realidad, y realidad a temporadas muy viva y culminante. Tanto, que cuando estalló la Revolución, nadie dudaba que «Llaonet», con méritos sobrados para víctima propiciatoria, figuraría entre los primeros de aquella lista macabra preparada por los rojos para liquidar cuentas y vidas de sus adversarios políticos. 

Y aquí entra muy oportunamente «Llaonet» a referirnos en sus RECUERDOS... las múltiples peripecias de su accidentada existencia en aquellos días que siguieron al 18 de julio de 1936 hasta el venturosísimo 13 de enero de 1939 en que, al liberarse Tortosa, pudo darse «Llaonet» por indultado de la pena de muerte. 

Entre una y otra fecha media un mundo de recuerdos trágicos, un trienio que semeja un siglo pasado en el Infierno, un cuadro de horrores ante los cuales palidece la fantasía más desbordada y calenturienta. 

Tortosa, por funestos destinos que pudiera reservarle el Porvenir, no verá superadas sus torturas: crímenes de los más inhumanos, incendios devoradores, angustias de agonía, coronado todo trágicamente por el odio satánico rojo, que todo lo atropellaba, todo lo pervertía, en todo se cebaba, cerrando el camino a los más elementales sentimientos de humanidad y convivencia social. 

No debo insistir descendiendo a pormenores, porque éstos cabalmente corren a cuenta de «Llaonet», que los especifica y sazona en sus RECUERDOS con precisión de reporter profesional, y con aquel garbo y desenfado a que habituado le tienen sus ya largos años de vida y ajetreos periodísticos. 

Del libro, en general, no juraría yo que va a gustar y satisfacer igualmente a todos. Los que lo censurarán por largo en demasía, tal vez será porque pierden de vista que trátase en él de la historia de más de dos años, los más movidos y arriesgados de que hay memoria en España. 

Acaso la crítica más osada se ensañará más bien contra el personalísmo de la narración. Realmente, ésta da la sensación de que lo más interesante de aquellos meses trágicos ha girado alrededor de «Llaonet», y que los demás personajes que salen a veces en escena constituyen su cortejo de satélites o de figuras secundarias de la tragedia. Pero, tal sensación, es del primer momento, y a medida que se van apurando las últimas páginas del relato, va uno convenciéndose de que sobrepuja el interés meramente personal para adquirir la prestancia de un cuadro social, cuyo fondo es Tortosa y los tortosinos, con vislumbres y lejanías que prefilan a España (...).. 

A mí se me antoja que el primer beneficio que reportarán estos RECUERDOS, será el de avivar otros recuerdos y otras ansias de recordarlos por escrito a muchos que al igual que «Llaonet», pero en diversos escenarios y en parecidas o muy desemejantes circunstancias, corrieron también como él riesgos y aventuras, y sintieron, como él sintió, tristezas y amarguras, hambre y estrecheces, viéndose en ocasiones en tantos o más peligros de muerte a manos de los rojos. 

Yo quisiera que ese contagio reporteril se propagase mucho en España. Los víctimas supervivientes de la zona roja, son muchos, y las peripecias que algunos pasaron sobrepujan, en casos dados, al interés de la más sugestiva novela de julio Verne. Y esto, naturalmente, interesa mucho; pero de mayor interés resulta que se haga un historial completo de aquellas víctimas y de aquellos mártires, porque, además del aliciente ejemplar, tendrá el de perpetuar un recuerdo de cosas que no han de olvidarse jamás. La lección de aquella guerra y de aquella tiranía roja ha de enseñarse a las futuras generaciones, con vistas a impedir que por el sanchopancismo de unos o las claudicaciones de otros, vuelvan a repetirse aquellas escenas de horror y de desventuras que por males de nuestros pecados hemos presenciado y vivido nosotros. 

Voy a concluir con un sencillo recuerdo personal, que viene aquí muy a propósito. Mientras «Llaonet» vagaba en plan de fiera , por esos montes y valles para zafarse de la persecución marxista, el que esto escribe iba de Herodes a Pilatos, de banquillo en banquillo, por los Tribunales, acusado de católico y de fascista, para acabar, condenado a veinte años de presidio, por las cárceles de Tarragona, Barcelona y Cerdañola del Vallés, esperando, como reo en capilla, la hora del martirio. 

Con los compañeros de cautiverio departíamos con frecuencia sobre nuestra deplorable situación. Pero, no todo eran pesimismos y tristezas. Más bien predominaba el optimismo, fundado en la esperanza cierta de la definitiva victoria de Franco. 

Precisamente en momentos de buen humor, coincidíamos todos en el deseo de historiar nuestro cautiverio, y aun fuí nombrado en el «Palacio de Pilatos» de Tarragona, cronista oficial de los fascistas allí encerrados. 

La lectura de RECUERDOS, de «Llaonet», me ha refrescado la memoria de aquel nombramiento y de la promesa que a la sazón hice de justificarlo con una crónica. El propósito subsiste, pero el tiempo es lo que me falta. Por lo menos, estos RECUERDOS han sido a mí a quien primero han beneficiado, recordándome la palabra empeñada. Gratitud, pues, a «Llaonet». Y que sean muchos los que puedan agradecerle beneficios parecidos.

Cronista de Tortosa 

Tortosa, 26 de julio de 1941.



Introducción 

A instancias de algunos buenos amigos me he decidido a escribir este libro. Reconozco de antemano que no tiene ningún valor histórico ni crítico. Ni hasta siquiera episódico, puesto que nuestro caso es el mismo que el de centenares de millares de españoles que sufrieron persecución en la España roja. 

Ni hemos sido héroes, ni hemos sido mártires. Y en una tan terrible epopeya como la que vivió nuestra querida Patria en el periodo 1936-1939 en la que medio millón de hermanos nuestros fueron villanamente inmolados y otros millares hicieron patente su heroísmo y su bizarría, ¿qué pueden representar la insignificancia de unos sufrimientos, de unas privaciones y de una persecución? Nada en absoluto.. 

Bien que arguyan mis amigos que nuestra modesta persona era una de las que mayormente concentraba las iras de los marxistas por haber combatido sin descanso ni tregua durante más de veinticinco años sus utopías y desvaríos doctrinarios; y que desempeñáramos, al estallar el movimiento revolucionario selvático-rojo, cargos y representaciones (1) que ellos tenían penado con la muerte. Indudablemente, que de haber tenido la desgracia de ser descubierto y detenido, mi pobre humanidad hubiera ido a parar a la cuneta de cualquier carretera. Pero ello tampoco puede dar motivo para que nuestra suerte sea objeto de un libro. No pensamos pasar a la posteridad ni hemos hecho méritos suficientes para intentarlo ni pretenderlo. 

Bien que escriban sus Memorias hombres de valía: estadistas, literatos, políticos y hombres de ciencia que con sus desvelos y trabajos han dado días de gloria y de esplendor al Estado y a la Patria, pero los infelices mortales que pasamos por la tierra sin pena ni gloria ¿qué Memorias podemos legar a la posteridad que puedan servir de enseñanza o de estímulo? ¿qué podemos contar a nuestros descendientes que sea digno de admiración o de imitación? 

¿Que cualquiera puede escribir unas Memorias? ¡Qué duda cabe! Pero servirán, sí, solamente para su sola e íntima satisfacción o para solaz o entretenimiento de los desocupados. En ellas nada se aprenderá, pero podrán matar el tiempo, como vulgarmente se dice. 

Y con todo, ni esa clase de Memorias nos atrevemos a escribir. Sentimos temor hasta de defraudar a los desocupados... 

Por eso queremos advertir a los que tuvieren la bondad de hacernos el honor de leernos. En las páginas que siguen de los RECUERDOS E IMPRESIONES DE UN PERSEGUIDO no encontrarán ni mérito científico ni literario alguno; ni elevados pensamientos, ni períodos floridos, ni párrafos elegantes: sólo sí, el detalle sincero, veraz, de la vida —si así puede denominarse— que durante veintidós meses vivió un hombre. Ya hemos dicho que nuestra odisea es la misma que la que corrieron millares y millares de hermanos en Ideal. Y encontrarán también en esos recuerdos un poco de historia contemporánea local. Que es lo que quizá, más que la estúpida vanidad humana, nos ha movido a dar satisfacción a los requerimientos de los buenos amigos que nos han obligado a acometer tan pesada, cual para mí odiosa tarea, de hablar de nuestra insignificante personalidad.

«¡Queremos que nos cuentes cómo pudiste burlar la tenaz persecución de que fuiste objeto por parte de los rojos!» — me han exigido. Pues bien, lo intentaré. Y caiga la responsabilidad sobre vosotros, si el lector no llega a ver, en el transcurso de estas páginas, satisfechos sus deseos de curiosidad. No hemos sido ni héroes ni mártires, repetimos, que son precisamente los que deben contar en la más grande de las persecuciones que ha sufrido la Religión y la Patria y la más sublime de las Cruzadas que se han librado para rescatar a la Madre España de los poderes extraños y manos mercenarias que la explotaban, envilecían y deshonraban. 

Lo nuestro es, sí, un caso, un caso más, patente, evidente, de la protección de la Divina Providencia para con uno de sus modestos y humildísimos hijos. Porque estamos seguros, segurísimos, que sin su maternal amparo no hubiéramos podido sobrevivir a tan tremenda tragedia. Bien lo podrá adivinar el amable lector en estas páginas si tiene paciencia para seguirnos... en nuestros veintidós meses de persecución.


(1) Presidente del Comité Político Comarcal Tradicionalista, Director de «La Tradición», Delegado de las Margaritas, Presidente de la Patronal de Artes Gráficas, Presidente de la Asociación de la Prensa, Redactor-Jefe de «Heraldo de Tortosa», etc., etc.


Los bárbaros en Tortosa: 1936-39 (José Monllaó Panisello, 1942) 

Prólogo e introducción
I - El dolor de España
II - El Ejército, esperanza del Orden y de la Patria
III - ¡El Tercio se ha sublevado!
IV - ¡Hay que desaparecer!
V - Asalto del Círculo Tradicionalista.—¡Se han perdido las llaves!
VI - En tercer lugar
VII - Los bárbaros en acción
VIII - Un aviso oportuno
IX - Horrorosa matanza de tradicionalistas
X - Las primeras detenciones
XI - Primera providencia marxista
XII - Otra vez en los primeros lugares
XIII - Cierre de los Centros de la facción
XIV - La primera visita del coche fantasma
XV - Primer registro domiciliario
XVI - Si te cogen, te fusilan
XVII - Dos coches fantasmas sobre la pista
XVIII - Fraternidad revolucionaria
XIX - En la guarida de los monstruos
XX - Dos coches fantasmas a la vista
XXI - Gritos en la noche
XXII - Los héroes del Alcázar y de Oviedo
XXIII - El miedo a los fascistas — Detenciones a granel
XXIV - Llamadas trágicas
XXV - Las charlas del general Queipo de Llano
XXVI - El miedo a la aviación
XXVII - Jugándonos el todo por el todo
XXVIII - Visita de un coche que no es fantasma.—¡Vaya susto!
XXIX - La mala sombra de un guarda rural
XXX - Cruenta lucha entre marxistas
XXXI - Un serio contratiempo
XXXII - La sorpresa de unos payeses
XXXIII - Cambio de escondite
XXXIV - Desagradable visita.—Certificado salvador
XXXV - De todos los colores...
XXXVI - Las charlas con un republicano. — Yo, furibundo izquierdista
XXXVII - ¡Terrible amanecer!
XXXVIII - Octavillas redentoras
XXXIX - Fragores de lucha
XL - ¡Yo he visto a los moros!
XLI - Cañonazos que nos saben a repique de campanas
XLII - Unos oficiales rojos que merecían ser nacionales
XLIII - ¡Se llevan y fusilan a los hombres!
XLIV - La famosa cadena de la Aviación Nacional
XLV - En medio de la lucha.—¡Recemos!
XLVI - ¡Un comandante del Ejército Nacional!
XLVII - ¡Al servicio de la Patria!
XLVIII - ¡Honor a los Caídos!

dimecres, 14 de juliol del 2021

50 aniversario de José Monllaó Panisello «Llaonet», heroico periodista carlista

Tal día como hoy, hace exactamente 50 años, moría cristianamente D. José Monllaó Panisello, prestigioso periodista tortosino, popularmente conocido como «Llaonet». 

Monllaó dedicó toda su vida al periodismo y al Tradicionalismo y legó para la posteridad dos magníficos libros que narran las atrocidades cometidas en la Tortosa —ciudad y comarca de gran historia y tradición carlista— bajo el dominio rojo-separatista: Estampas de dolor y de sangre (1941) y Los Bárbaros en Tortosa: 1936-1939. Recuerdos e impresiones de un perseguido en el infierno rojo (1942), los cuales recomendamos vivamente a todo aquel que pueda adquirirlos o leerlos en alguna biblioteca.

No compartimos el «unificacionismo» ni el carlooctavismo de nuestro autor, pero lo consideramos pecata minuta dentro de una vida ejemplar al servicio de la Santa Causa de la Tradición española, y no nos queda sino inclinarnos ante su portentosa figura. 

En tributo a su memoria, reproducimos a continuación la reseña biográfica que le dedicó su paisano y correligionario, el historiador Enrique Bayerri.

⚜️ ⚜️ ⚜️

Monllaó Panisello (José) Nació en Tortosa el 1.º de Julio de 1892. Nadie ignora su infatigable labor periodística en la prensa de Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia, Pamplona, Tarragona y, sobre todo, en su Tortosa. Pasan de treinta y cinco mil los artículos publicados que abarcan todas las modalidades periodísticas. 

José Monllaó Panisello
(Tortosa, 1892-1971)

Lleva publicadas las obras Estampas de dolor y de Sangre, 200 páginas (1941); Los bárbaros en Tortosa, 200 páginas (1942); El huelguista, 48 páginas (1918); El voluntario, 56 páginas (1922); Recull de treballs premiats en Jocs Florals y Certamens Literaris, 700 páginas, dos tomos (1929), y otras muchas tiene dispuestas para publicar. 

Ha hecho célebres los seudónimos de Llaonet, Plinio y Dertusano

Ha merecido las siguientes condecoraciones : Cruz de Caballero de la Orden de San Carlos Borromeo; Cruz de Caballero de San Raimundo de Peñafort, y Miembro de Honor del Patronato de Buenas Lecturas de Madrid. 

Ha sido galardonado con treinta y siete primeros premios en Juegos Florales y Certámenes Literarios en diferentes provincias españolas, sin contar los muchos accésits y menciones honoríficas. 

Ha sido víctima de tres atentados y varias agresiones, sufriendo heridas de pronóstico reservado, por elementos disconformes con sus campañas católicas y patrióticas. 

Ha sufrido dos destierros gubernativos. Miembro Directivo de la Junta Preparatoria del glorioso Alzamiento Nacional del 18 de Julio de 1936 en las comarcas tortosinas y provincia tarraconense. 

Condenado a muerte por los Comités antifascistas por sus actividades en la prensa y en la tribuna pública.

Incorporación a las fuerzas nacionales en 18 de Abril de 1938 en que fué liberado, siendo designado representante de Frentes y Hospitales en primera línea de fuego, durante la Batalla del Ebro, y Delegado del Decreto de Unificación en la zona del Delta del Ebro, pronunciando al efecto numerosas conferencias en varias ciudades españolas recién liberadas por las tropas del Caudillo.

El primero en entrar en Tortosa con las fuerzas nacionales, a las diez de la mañana del día 13 de enero de 1939 en que esta ciudad fué liberada. 

Teniente alcalde y concejal carlista, por elección popular, durante ocho años. 

Jefe de la Minoría de Derechas del Ayuntamiento de Tortosa en los períodos más agitados de 1917 a 1923. Presidente del Comité Tradicionalista, Vicepresidente de la Junta Provincial Carlista. Presidente de la Asociación de la Prensa, Presidente de la Federación Provincial Patronal de Artes Gráficas, Delegado Comarcal de las Margaritas y Presidente del Círculo Carlista.

Con el título Distinción a nuestro delegado en Tortosa, decía Diario Español, de Tarragona, del día 11 de Marzo de 1955:

«El Ministro de Justicia, don Antonio Iturmendi, ha concedido la Cruz de San Raimundo de Peñafort al corresponsal de la Agencia Cifra de Tortosa, don José Monllaó Panisello por sus campañas periodísticas y orales durante cuarenta años en defensa de la religión y de la Patria.—Cifra.

»La precedente noticia, que nos transmite la Agencia Cifra ha sido acogida en esta casa con la legítima satisfacción de ver distinguido a su dilecto colaborador, el querido Llaonet, jefe hoy de nuestra redacción en Tortosa y el más dinámico representante del periodismo tortosino en este medio siglo. Felicitamos muy cordialmente al señor Monllaó Panisello, cuya constante lucha en favor de la verdad y la justicia obtiene hoy este premio tan merecido.»

De él ha escrito José Querol Voltes, en Diario Español, de Tarragona, del 24 Abril 1957: 

«Es una de las mejores plumas de nuestros tiempos, tesoneras y muy batalladoras que, a lo largo de cincuenta años de ejercer el periodismo, jamás ha conocido el desánimo ni el descanso. 

»Nuestro inolvidable y eximio escritor tortosino don Francisco Mestre y Noé, refiriéndose al señor Llaonet, le oí decir como si fuera ahora, en tonos muy elogiosos, lo siguiente: Llaonet, por su propio esfuerzo, por su confianza en sí mismo, por su gran espíritu batallador y la seguridad con que estudia y trata los temas periodísticos, nos demuestra que reúne todas las cualidades que constituyen las características del buen periodista.» 


Extraído de Bayerri y Bertomeu, Enrique (1960). Historia de Tortosa y su comarca. Tomo octavo. Págs. 1016-1017.

divendres, 2 d’abril del 2021

El P. Juan María Solá

Tal día como hoy, un 2 de abril de 1937, moría cristianamente en Valencia (en aquel momento bajo dominio rojo) el íntegro y sabio padre jesuita Juan María Solá, natural de Igualada (Barcelona), aunque criado en Zaragoza.

Amigo leal de la Comunión Tradicionalista y autor de numerosas obras de gran erudición, no logró morir mártir de Jesucristo como tantos de sus hermanos en religión, pero moría en santa ancianidad y lleno de merecimientos, que atesoró con una vida intensísima de profesor de Sagrada Escritura y de Retórica, y más tarde de predicador intrépido, en que consiguió merecido renombre en toda España.

Su correligionario Juan Marín del Campo, el célebre «Chafarote» de El Siglo Futuro, que había militado como él del integrismo (cisma en la Santa Causa felizmente superado en 1931) consideraba su pluma a la altura de las principales del Siglo de Oro. He aquí la semblanza que le dedicó en una ocasión.


* * *

Estas cartas son un verdadero panal de rica literatura católica y española; y basta y sobra este botón de muestra para que los que no conozcan al P. Juan María Solá barrunten (si algo les alcanza en achaques literarios) que no es novicio en el arte de escribir, sino padre grave y autor verdaderamente clásico, español por los cuatro costados y católico a machamartillo el que tan formidables, tan católicas, tan españolas, tan clásicas y tan gustosas epístolas escribe.

El P. Sola es poeta y gran poeta, como lo rezan y cantan sus magníficas odas y sonetos a la Inmaculada, a la batalla de Castelfidardo y al Sagrado Corazón de Jesús; su polímetro castellano a Pío IX, su himno triunfal al Sagrado Concilio Vaticano, su canción al escudo de España, su cantar de gesta o trova en castellano antiguo a la muerte del Rey de Castilla y de León San Fernando, y otras composiciones que pudiera citar fácilmente porque gran parte de ellas las sé de memoria desde que era niño.

Es también alma hebrea, como llamaba a Fray Luis de León el P. Cámara, y así lo está pregonando a voces la magnífica versión de algunos Salmos de David en rima castellana, versión hecha directamente de la sagrada lengua, versión infinitamente superior a la famosa de González Carvajal, mucho más primorosa que las del citado Fray Luis y no inferior a lo poco, pero bueno y óptimo que conocemos del gran polígrafo y humanista Amador de los Ríos.

Es políglota insigne, que amén de conocer y hablar como propias las principales lenguas europeas (sin exceptuar la lengua catalana, que estudió y aprendió para saborear a Verdaguer, de quien es devotísimo), sería capaz de terciar en los mismos Diálogos de Platón el divino, y en los muy sabrosos de Marco Tulio Cicerón, allá en las apacibles rusticaciones tusculanas de aquellos ilustres varones Quinto Mucio, Lucio Craso y Marco Antonio.

Es autor de varios folletos de propaganda católica, entre los cuales sobresalen los dedicados a León XIII y a Pío X sobre los principales errores contemporáneos, y el folleto que escribió a cuento de las Cortes de Cádiz, cuna de aquella dichosa Constitución que nos trajo las gallinas liberalescas, y que nos mandaba a todos los españoles ser justos y benéficos.

Otrosí es autor de varias obras literarias de muchísima erudición, de mucho gusto, de mucha sabiduría y de mucha enjundia católica, como las que escribió sobre los Catecismos españoles, sobre tos antiguos poetas castellanos que cantaron al Sagrado Corazón de Jesús, como las vidas de San Pedro Claver y del heroico Obispo Orberá, el mártir de Cuba, y como el Romancero y Cancionero eucaristicos, que fue la joya literaria de más erudición, de más alientos y de más quilates que publicó en Valencia el primer Congreso Eucarístico Nacional, de felicísima recordación.

Finalmente, no tienen número sus homilías, sus discursos, sus lecciones sacras, sus pláticas, conferencias y sermones de misionero.

Pero el P. Sola, más que nada y más que todo, y sobre todo y ante todo, es el autor insigne, el autor egregio, el autor primoroso y sabio, artista y clásico, del SÉÑERI ESPAÑOL, que vence y pasa de vuelo al original, al Cicerón cristiano, al famosísimo Séñeri de Italia. Por cierto, que entre tantos libros como en el mundo se han escrito sobre Generaciones y Semblanzas, no se encuentra una más primorosa y más perfecta que la magnífica semblanza del P. Pablo Séñeri, pintada de mano maestra por nuestro Padre, en el espléndido frontispicio de ese libro. Aquella luz (diría Menéndez y Pelayo), luz es de Rembrandt.

Desde los días y desde los libros del P. Granada y de Cervantes no se ha escrito jamás en lengua castellana libro más castizamente clásico que este libro. Y aunque a muchos les sonará a verdadera herejía literaria mi sentencia, afirmo sin recelo de engañarme que el SÉÑERI ESPAÑOL del P. Solá, tanto por el estilo como por el lenguaje (que es de la más rica cepa de Castilla), es superior a todos los libros del P. Rivadeneyra, de Malón de Chaide, de Sigüenza, de Mariana, de Martín de Roa, y de cualquier otro escritor del siglo de oro que no sea Fray Luis de Granada, Miguel de Cervantes, Fray Luis de León o el P. Luis de la Palma, que son los cuatro escritores más excelsos de nuestra espléndida literatura. A todos ellos y a ninguno se parece el P. Solá (facies non ómnibus una, nec diversa tamen), aunque más se parece a los autores ascéticos que a los profanos; pero es todavía más correcto que todos, y hay más abundancia o riqueza de frases castizas en el SÉÑERI que en cada uno de los escritores referidos, si bien es verdad que todas las frases de esa obra se encuentran en el rico tesoro de los innumerables libros de nuestros clásicos. Mas para encontrarlas todas, una por una, sería preciso revolver infinitos volúmenes del siglo de oro, todos los cuales ha leído y releído el P. Sola, y a todos sus auto-res les ha bebido, como dicen, los alientos. Gracias a la vasta lectura, a la feliz memoria y a la tenaz perseverancia del Padre en manejar y revolver día y noche los libros de aquella edad gloriosa (pues en su alma latina y clásica ha estado sonando y resonando siempre el nocturna vérsate manu, vérsate diurna, de Horacio), ha logrado enfrascarse de tal manera en los arcanos del genio de la lengua castellana y ejercitarse en el más cabal y perfecto saboreamiento de la misma, que puede habérselas ventajosamente con la mayor y más sana parte de los más clásicos y sobresalientes escritores del siglo de oro.

En fin, el P. Sola (y eso vale más que los laureles y triunfos literarios) ha peleado siempre y en todas partes las batallas del Señor opportune et importune, como decía con sublime ironía el Apóstol de las Gentes; ha predicado infinitas veces contra el Liberalismo y contra todos los errores modernos; ha sido notado de temerario o imprudente por los prudentes del mundo, del demonio y de la carne; ha sufrido persecución por la justicia; ha sido verdadero hijo de San Ignacio y buen soldado de su militante Compañía, y soldado de tan recio temple como los antiguos Padres Campiano, Personio y Canisio, como los llamaba tan españolísimamente nuestro clásico Padre Rivadeneyra.

En la escuela literaria, católica, apostólica y romana del mismo P. Sola se han criado, unos desde niños y otros desde jóvenes, algunos de los que andamos en estas andanzas de la BIBLIOTECA. Y aun alguno de nosotros, en medio de las borrascas de la vida, ha oído también, de los labios de ese discípulo y apóstol de JESUCRISTO, palabras verdaderamente celestiales, anuncios hechos solemnemente en nombre de Dios, y que luego, al pie de la letra y con mucha consolación del alma, se han cumplido. Razón será, que a ley de honrados, demos aquí fiel testimonio de verdad y de gratitud.

Juan Marín del Campo (7 de diciembre de 1923). «Semblanza literaria del Padre Solá». La Avalancha: 267-268.