diumenge, 18 de juliol del 2021

Los bárbaros en Tortosa (1936-39) - Prólogo e introducción

A guisa de Prólogo

Con sumo gusto, por satisfacer un grato deber de amistad y compañerismo, bien que con no leve molestia y contrariedad, por verme forzado a interrumpir en esta temporada de intenso trabajo de reorganización de los Archivos tortosinos, ocupaciones apremiantes e inaplazables, voy a cumplir, como pueda, la promesa que hice a mi dilecto amigo Monllaó, de prologarle sus RECUERDOS E IMPRESIONES DE UN PERSEGUIDO EN EL INFIERNO ROJO. 

Si no corriera riesgo de interpretarse a inmodestia, casi podría anticipar que el que esto escribe puede considerarse entre los mas indicados para presentar al público, apadrinándolo, este libro de azares y desventuras en pleno dominio rojo. 

Cabalmente empezó a conocer al autor, allá por los años de 1907, al tiempo en que bisoño aprendiz de impresor en la inolvidable imprenta de D. José Foguet, se preparaba Monllaó, con lecturas y observación directa de la vida, para las campañas de periodismo que pocos años después emprendía con alientos combativos tan entusiásticos y tenaces que contratiempos y persecuciones, desengaños y reveses, amarguras y deserciones, no lograron entibiar ni impedir que, a despecho de todo, tomasen a menudo osados auges de heroísmo. 

Quien con el cariño de amigo y convicción de correligionario insinuó su ruta, tomando parte en sus calvarios y en sus triunfos, bien puede merecer disculpa de que se atreva ahora a colocar una corona de siemprevivas y a esparcir flores de afecto sobre esa tumba de sus RECUERDOS que cierran el ciclo de sus campañas en el palenque de «La Tradición» y gran número de periódicos carlistas y católicos de España como «El Radical», de Reus, «El Tradicionalista», de Tarragona», «El Guerrillero», de Valencia, «El Pensamiento Español» y «El Cruzado Español», de Madrid, «La Razón», de Lérida, «Oria-mendi», de Bilbao, «Diario de Tortosa», «Heraldo de Tortosa», entre otros, y vienen a constituir en hecho de verdad el coronamiento digno de una vida sacrificada en aras de un gran ideal patriótico, que podrá acaso no ser compartido, pero nunca discutido o vilipendiado. 

Existe, además, un motivo personal que ha podido contribuir a hacerme más grata la tarea de este Prólogo. Cúmplese precisamente ahora, treinta años, día por día, en que «La Tradición», nacida al calor de los más plausibles entusiasmos, salió al palenque de la publicidad con propósitos de lucha noble y de labor abnegada, ocupando desde el primer momento el puesto de mayor peligro en la vanguardia de la prensa tortosina, con el doble programa señero de abrir paso a doctrinas redentoras y de hacer frente a la Revolución que desde «El Pueblo», marcelinero, descargaba sus furias contra todo lo más santo y sagrado de la Religión y de la Patria. ¡Quién había de predecirme entonces, que en la dirección de aquel periódico de lucha que fué, ya desde sus primeros días, «La Tradición», me sucedería a no tardar aquel enclenque obrero impresor, todo nervio y acometividad, y que desde sus columnas, de broma y de veras, con artículos-cañonazos y con reseñas humorísticas, haría popular el pseudónimo de «Llaonet» hasta convertirlo en guión representativo, no de un partido solo, sino también de un Ideal; no en el estrecho círculo local precisamente, sino ensanchando cada vez más su esfera de acción muy fuera de Tortosa! 

Pero lo inesperado fué realidad, y realidad a temporadas muy viva y culminante. Tanto, que cuando estalló la Revolución, nadie dudaba que «Llaonet», con méritos sobrados para víctima propiciatoria, figuraría entre los primeros de aquella lista macabra preparada por los rojos para liquidar cuentas y vidas de sus adversarios políticos. 

Y aquí entra muy oportunamente «Llaonet» a referirnos en sus RECUERDOS... las múltiples peripecias de su accidentada existencia en aquellos días que siguieron al 18 de julio de 1936 hasta el venturosísimo 13 de enero de 1939 en que, al liberarse Tortosa, pudo darse «Llaonet» por indultado de la pena de muerte. 

Entre una y otra fecha media un mundo de recuerdos trágicos, un trienio que semeja un siglo pasado en el Infierno, un cuadro de horrores ante los cuales palidece la fantasía más desbordada y calenturienta. 

Tortosa, por funestos destinos que pudiera reservarle el Porvenir, no verá superadas sus torturas: crímenes de los más inhumanos, incendios devoradores, angustias de agonía, coronado todo trágicamente por el odio satánico rojo, que todo lo atropellaba, todo lo pervertía, en todo se cebaba, cerrando el camino a los más elementales sentimientos de humanidad y convivencia social. 

No debo insistir descendiendo a pormenores, porque éstos cabalmente corren a cuenta de «Llaonet», que los especifica y sazona en sus RECUERDOS con precisión de reporter profesional, y con aquel garbo y desenfado a que habituado le tienen sus ya largos años de vida y ajetreos periodísticos. 

Del libro, en general, no juraría yo que va a gustar y satisfacer igualmente a todos. Los que lo censurarán por largo en demasía, tal vez será porque pierden de vista que trátase en él de la historia de más de dos años, los más movidos y arriesgados de que hay memoria en España. 

Acaso la crítica más osada se ensañará más bien contra el personalísmo de la narración. Realmente, ésta da la sensación de que lo más interesante de aquellos meses trágicos ha girado alrededor de «Llaonet», y que los demás personajes que salen a veces en escena constituyen su cortejo de satélites o de figuras secundarias de la tragedia. Pero, tal sensación, es del primer momento, y a medida que se van apurando las últimas páginas del relato, va uno convenciéndose de que sobrepuja el interés meramente personal para adquirir la prestancia de un cuadro social, cuyo fondo es Tortosa y los tortosinos, con vislumbres y lejanías que prefilan a España (...).. 

A mí se me antoja que el primer beneficio que reportarán estos RECUERDOS, será el de avivar otros recuerdos y otras ansias de recordarlos por escrito a muchos que al igual que «Llaonet», pero en diversos escenarios y en parecidas o muy desemejantes circunstancias, corrieron también como él riesgos y aventuras, y sintieron, como él sintió, tristezas y amarguras, hambre y estrecheces, viéndose en ocasiones en tantos o más peligros de muerte a manos de los rojos. 

Yo quisiera que ese contagio reporteril se propagase mucho en España. Los víctimas supervivientes de la zona roja, son muchos, y las peripecias que algunos pasaron sobrepujan, en casos dados, al interés de la más sugestiva novela de julio Verne. Y esto, naturalmente, interesa mucho; pero de mayor interés resulta que se haga un historial completo de aquellas víctimas y de aquellos mártires, porque, además del aliciente ejemplar, tendrá el de perpetuar un recuerdo de cosas que no han de olvidarse jamás. La lección de aquella guerra y de aquella tiranía roja ha de enseñarse a las futuras generaciones, con vistas a impedir que por el sanchopancismo de unos o las claudicaciones de otros, vuelvan a repetirse aquellas escenas de horror y de desventuras que por males de nuestros pecados hemos presenciado y vivido nosotros. 

Voy a concluir con un sencillo recuerdo personal, que viene aquí muy a propósito. Mientras «Llaonet» vagaba en plan de fiera , por esos montes y valles para zafarse de la persecución marxista, el que esto escribe iba de Herodes a Pilatos, de banquillo en banquillo, por los Tribunales, acusado de católico y de fascista, para acabar, condenado a veinte años de presidio, por las cárceles de Tarragona, Barcelona y Cerdañola del Vallés, esperando, como reo en capilla, la hora del martirio. 

Con los compañeros de cautiverio departíamos con frecuencia sobre nuestra deplorable situación. Pero, no todo eran pesimismos y tristezas. Más bien predominaba el optimismo, fundado en la esperanza cierta de la definitiva victoria de Franco. 

Precisamente en momentos de buen humor, coincidíamos todos en el deseo de historiar nuestro cautiverio, y aun fuí nombrado en el «Palacio de Pilatos» de Tarragona, cronista oficial de los fascistas allí encerrados. 

La lectura de RECUERDOS, de «Llaonet», me ha refrescado la memoria de aquel nombramiento y de la promesa que a la sazón hice de justificarlo con una crónica. El propósito subsiste, pero el tiempo es lo que me falta. Por lo menos, estos RECUERDOS han sido a mí a quien primero han beneficiado, recordándome la palabra empeñada. Gratitud, pues, a «Llaonet». Y que sean muchos los que puedan agradecerle beneficios parecidos.

Cronista de Tortosa 

Tortosa, 26 de julio de 1941.



Introducción 

A instancias de algunos buenos amigos me he decidido a escribir este libro. Reconozco de antemano que no tiene ningún valor histórico ni crítico. Ni hasta siquiera episódico, puesto que nuestro caso es el mismo que el de centenares de millares de españoles que sufrieron persecución en la España roja. 

Ni hemos sido héroes, ni hemos sido mártires. Y en una tan terrible epopeya como la que vivió nuestra querida Patria en el periodo 1936-1939 en la que medio millón de hermanos nuestros fueron villanamente inmolados y otros millares hicieron patente su heroísmo y su bizarría, ¿qué pueden representar la insignificancia de unos sufrimientos, de unas privaciones y de una persecución? Nada en absoluto.. 

Bien que arguyan mis amigos que nuestra modesta persona era una de las que mayormente concentraba las iras de los marxistas por haber combatido sin descanso ni tregua durante más de veinticinco años sus utopías y desvaríos doctrinarios; y que desempeñáramos, al estallar el movimiento revolucionario selvático-rojo, cargos y representaciones (1) que ellos tenían penado con la muerte. Indudablemente, que de haber tenido la desgracia de ser descubierto y detenido, mi pobre humanidad hubiera ido a parar a la cuneta de cualquier carretera. Pero ello tampoco puede dar motivo para que nuestra suerte sea objeto de un libro. No pensamos pasar a la posteridad ni hemos hecho méritos suficientes para intentarlo ni pretenderlo. 

Bien que escriban sus Memorias hombres de valía: estadistas, literatos, políticos y hombres de ciencia que con sus desvelos y trabajos han dado días de gloria y de esplendor al Estado y a la Patria, pero los infelices mortales que pasamos por la tierra sin pena ni gloria ¿qué Memorias podemos legar a la posteridad que puedan servir de enseñanza o de estímulo? ¿qué podemos contar a nuestros descendientes que sea digno de admiración o de imitación? 

¿Que cualquiera puede escribir unas Memorias? ¡Qué duda cabe! Pero servirán, sí, solamente para su sola e íntima satisfacción o para solaz o entretenimiento de los desocupados. En ellas nada se aprenderá, pero podrán matar el tiempo, como vulgarmente se dice. 

Y con todo, ni esa clase de Memorias nos atrevemos a escribir. Sentimos temor hasta de defraudar a los desocupados... 

Por eso queremos advertir a los que tuvieren la bondad de hacernos el honor de leernos. En las páginas que siguen de los RECUERDOS E IMPRESIONES DE UN PERSEGUIDO no encontrarán ni mérito científico ni literario alguno; ni elevados pensamientos, ni períodos floridos, ni párrafos elegantes: sólo sí, el detalle sincero, veraz, de la vida —si así puede denominarse— que durante veintidós meses vivió un hombre. Ya hemos dicho que nuestra odisea es la misma que la que corrieron millares y millares de hermanos en Ideal. Y encontrarán también en esos recuerdos un poco de historia contemporánea local. Que es lo que quizá, más que la estúpida vanidad humana, nos ha movido a dar satisfacción a los requerimientos de los buenos amigos que nos han obligado a acometer tan pesada, cual para mí odiosa tarea, de hablar de nuestra insignificante personalidad.

«¡Queremos que nos cuentes cómo pudiste burlar la tenaz persecución de que fuiste objeto por parte de los rojos!» — me han exigido. Pues bien, lo intentaré. Y caiga la responsabilidad sobre vosotros, si el lector no llega a ver, en el transcurso de estas páginas, satisfechos sus deseos de curiosidad. No hemos sido ni héroes ni mártires, repetimos, que son precisamente los que deben contar en la más grande de las persecuciones que ha sufrido la Religión y la Patria y la más sublime de las Cruzadas que se han librado para rescatar a la Madre España de los poderes extraños y manos mercenarias que la explotaban, envilecían y deshonraban. 

Lo nuestro es, sí, un caso, un caso más, patente, evidente, de la protección de la Divina Providencia para con uno de sus modestos y humildísimos hijos. Porque estamos seguros, segurísimos, que sin su maternal amparo no hubiéramos podido sobrevivir a tan tremenda tragedia. Bien lo podrá adivinar el amable lector en estas páginas si tiene paciencia para seguirnos... en nuestros veintidós meses de persecución.


(1) Presidente del Comité Político Comarcal Tradicionalista, Director de «La Tradición», Delegado de las Margaritas, Presidente de la Patronal de Artes Gráficas, Presidente de la Asociación de la Prensa, Redactor-Jefe de «Heraldo de Tortosa», etc., etc.


Los bárbaros en Tortosa: 1936-39 (José Monllaó Panisello, 1942) 

Prólogo e introducción
I - El dolor de España
II - El Ejército, esperanza del Orden y de la Patria
III - ¡El Tercio se ha sublevado!
IV - ¡Hay que desaparecer!
V - Asalto del Círculo Tradicionalista.—¡Se han perdido las llaves!
VI - En tercer lugar
VII - Los bárbaros en acción
VIII - Un aviso oportuno
IX - Horrorosa matanza de tradicionalistas
X - Las primeras detenciones
XI - Primera providencia marxista
XII - Otra vez en los primeros lugares
XIII - Cierre de los Centros de la facción
XIV - La primera visita del coche fantasma
XV - Primer registro domiciliario
XVI - Si te cogen, te fusilan
XVII - Dos coches fantasmas sobre la pista
XVIII - Fraternidad revolucionaria
XIX - En la guarida de los monstruos
XX - Dos coches fantasmas a la vista
XXI - Gritos en la noche
XXII - Los héroes del Alcázar y de Oviedo
XXIII - El miedo a los fascistas — Detenciones a granel
XXIV - Llamadas trágicas
XXV - Las charlas del general Queipo de Llano
XXVI - El miedo a la aviación
XXVII - Jugándonos el todo por el todo
XXVIII - Visita de un coche que no es fantasma.—¡Vaya susto!
XXIX - La mala sombra de un guarda rural
XXX - Cruenta lucha entre marxistas
XXXI - Un serio contratiempo
XXXII - La sorpresa de unos payeses
XXXIII - Cambio de escondite
XXXIV - Desagradable visita.—Certificado salvador
XXXV - De todos los colores...
XXXVI - Las charlas con un republicano. — Yo, furibundo izquierdista
XXXVII - ¡Terrible amanecer!
XXXVIII - Octavillas redentoras
XXXIX - Fragores de lucha
XL - ¡Yo he visto a los moros!
XLI - Cañonazos que nos saben a repique de campanas
XLII - Unos oficiales rojos que merecían ser nacionales
XLIII - ¡Se llevan y fusilan a los hombres!
XLIV - La famosa cadena de la Aviación Nacional
XLV - En medio de la lucha.—¡Recemos!
XLVI - ¡Un comandante del Ejército Nacional!
XLVII - ¡Al servicio de la Patria!
XLVIII - ¡Honor a los Caídos!

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