Mons. Pedro Lisbona Alonso (Argabieso, 5/7/1881 - Barcelona, 2/1/1955) |
Hacia 1920 fue nombrado subdirector, cargo que ostentó hasta el mismo momento del Glorioso Movimiento Nacional. Sus campañas desde las columnas del viejo órgano del Tradicionalismo barcelonés fueron numerosísimas y algunas de ellas de gran resonancia. La primera que llevó a cabo fue a raíz de la liquidación, de la famosa Semana Trágica, que valió al periódico la rotativa «Albert», por subscripción popular.
Entre otros seudónimos, monseñor Lisbona usó el de «Wifredo», que empleaba para los editoriales; el de «Víctor» y «León de Padilla», para los artículos doctrinales y de orientación católica, así como también de «Plinio», para otra clase de trabajos.
Al estallar la revolución roja fue detenido, y el día de Navidad de 1936 fue juzgado, solicitando el fiscal del «tribunal popular» la pena de muerte, por su calidad de sacerdote y de periodista. Conmutada la pena, permaneció en la cárcel hasta febrero de 1939, en que fue liberado por las tropas nacionales en la cárcel de Figueras, reincorporándose pocos días después a la Redacción de El Correo Catalán.
Con motivo de la Exposición Internacional de 1929 fue nombrado presidente del Comité y Casa de la Prensa, recibiendo y atendiendo a más de mil personas españolas y extranjeras que visitaron el certamen. Fue varias veces directivo de la Asociación de la Prensa de Barcelona y lo era [en el momento de su fallecimiento] de su Montepío.
Realizó tres viajes a Roma y varios a Francia y Suiza. El último a la Ciudad Eterna tuvo efecto en mayo de 1953, con la peregrinación organizada por El Correo Catalán con motivo de cumplirse las bodas de platino del periódico. Por la Santidad de Benedicto XV le fue otorgada la dignidad de camarero secreto de S. S. (monseñor), ratificada por los posteriores Pontífices.
Durante medio siglo participó en todos los Congresos Nacionales de Buena Prensa, siendo miembro del Comité organizador del último, en Toledo, con el obispo de Málaga, eminentísimo doctor Herrera Oria, entonces director de El Debate.
Son numerosas las conferencias pronunciadas sobre temas periodísticos, siendo quizá la más importante la que pronunció en Vich, acerca de «El Criterio», de Balmes, al cumplirse su centenario, y que publicó La Gaceta de la Prensa. Monseñor Lisbona era capellán del colegio de San Gervasio del Instituto de Religiosas de Jesús-María; profesor del Instituto Montserrat de Segunda Enseñanza y profesor de la Escuela Oficial de Periodismo.
El sacerdote y periodista D. Pedro Lisbona homenajeado por el ministro Antonio Iturmendi con la Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort (Hoja del lunes, 26/04/1954) |
Una vida de consecuencia y apostolado
Nos será muy difícil a los periodistas de Barcelona y a cuantos amigos, numerosísimos, le trataron y amaron con ocasión de sus actividades, olvidar la bondad esencial de monseñor Pedro Lisbona, sacerdote extraordinario ante todo, que convirtió la llama de su vida en vocación y ejemplo, en apostolado incesante y permanente. Pero, después de sacerdote, y como la más noble de sus dedicaciones humanas, don Pedro Lisbona fue un periodista recio, íntegro y veterano; tanto, que hace ya tiempo cumplió simultáneamente, como se sabe, sus bodas de oro con el sacerdocio y con el periodismo.
Periodista de altísimos vuelos, maestro en la doctrina; apologista extraordinario como era también predicador meritorio. Y había de serlo quien, como él, gozaba de una preparación vastísima en las ciencias divinas y humanas, convertidas en su espíritu privilegiado en convicciones firmísimas, religiosas, sociales y políticas, intransigentes con el error, aunque su corazón, esencialmente bueno, Como decimos, estuviera siempre pronto a transigir con las personas; por esto se le quiso y por este motivo no le olvidaremos con facilidad.
Pero, no sólo era un periodista doctrinario y vocacional; el doctor Lisbona era también hombre de redacción y de taller. Conocía como pocos los entresijos del oficio periodístico y fue, en la práctica, un experto redactor-jefe, un buen confeccionador y, en todo instante, un titulista agudo, como era editorialista fácil y admirable articulista. Cuando el ministro de Información le discernió el título de Periodista de Honor realizó un acto de estricta justicia, que honró a toda la clase periodística barcelonesa, orgullosa de verse tan insuperablemente representada por tan ilustre compañero y maestro.
La extraordinaria obra dispersa del doctor Lisbona a lo largo de cincuenta años de intenso trabajo (sermones, homilías, cursillos, conferencias, retiros, editoriales, artículos, colaboraciones, explicaciones en el Instituto de Segunda Enseñanza y en la Escuela de Periodismo) constituye el máximo elogio y justificación de la vida fecunda de un ministro de Dios que convirtió su existencia entera en apostolado. Un apostolado multiforme y proteico, y por ello más meritorio a los ojos del Todopoderoso y de los hombres. Nosotros, que le conocimos, le tratamos y le admiramos, en el momento de hacer precipitado balance de la personalidad de monseñor Lisbona con explicable emoción, sacamos la impresión categórica de que será difícil aventar, humanamente hablando, los tesoros que sembró su activa existencia.
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