dissabte, 25 de juliol del 2020

Nuestros mártires: Hno. fr. Bartolomé de la Pasión (José Olivé Vivó), carmelita descalzo y carlista

Hno. fr. Bartolomé de Jesús, de pila
José Olivé Vivó (1894-1936), mártir
Hno. fr. Bartolomé de Jesús

Compañero inseparable del P. Juan, fue en los seis últimos años de su vida, durante su estancia en Lérida, el Hermano lego Bartolomé de la Pasión. ¿Quién era este Hermano? Vamos a verlo enseguida. Nació en la villa de Plá de Cabra, de la provincia de Tarragona, el día 14 de septiembre de 1894, hijo legítimo y único de Magín Olivé Rovira y de Antonia Vivó Montagut. De pila se llamaba José; muchos le llamaban «Pep Truque», que era el apodo de su casa y otros «Pep Talaya» de su madre. Sus padres fueron muy cristianos y piadosos. No se tienen noticias de su primera niñez, pero debió tener buena instrucción primaria, porque sabía bien escribir y entendido en cuentas, que le sirvieron más tarde para el comercio que practicó con acierto.

En su adolescencia —escribe un compañero suyo— era muy animado y entusiasta en voltear las campanas de la iglesia, sobre todo en las solemnidades religiosas (...)
Durante su vida en el mundo fue un católico fervoroso y un entusiasta Requeté con los compañeros de su localidad, entre ellos era el corneta y la sonaba muy bien. Siempre acudía a los «aplechs» tradicionalistas. Su madre quería que cobrara afición con una vecina para que se casaran después —yo concurría allí por una hermana de ella con la cual me casé— pero él los ratos que allí pasaba en su compañía no eran más que para desengañarla con el fin de que tomara afición y afecto al hábito de la Virgen del Carmen y entrara a su tiempo cada uno en su claustro.

En su casa el Hermano se dedicaba al comercio de avellanas y almendras y al decir de Mossén Domingo, que lo trató mucho, era tan certero su buen juicio de comerciante que no le fallaba ninguna partida. Era muy devoto de las almas del Purgatorio; una vez —refiere dicho sacerdote— había hecho no sé que promesa de sufragios y fuese a él muy contento y desfajándose sacó del extremo monedas de a dos pesetas hasta cincuenta para otras tantas misas en sufragio de las almas del Purgatorio, y las fue poniendo una a una en manos de dicho sacerdote, muy contento y alegre. Dicho estipendio era el corriente en la diócesis.

Cuando se entró de religioso contaba ya veinticinco años de edad. Su madre se recogió en un convento de Hermanas en la ciudad de Vich, donde vivió santamente los últimos años de su vida hasta poco antes de estallar el movimiento del 36; muy resignada y conforme con la voluntad de Dios y contenta al ver a su hijo religioso.

Estando en el claustro de Tarragona nos relacionábamos —continúa el mismo compañero— explicándome sus cosas y preguntando por sus ex-amigos. Cuando ya profeso estaba en Badalona, me refería sus facecias y finalmente, al ser trasladado a Lérida, me nombró corresponsal de la revista «Lluvia de Rosas». En una de sus últimas cartas que me escribió ya me anunciaba que se acercaban días de prueba y que estuviésemos preparados.— (Salvador Pamies)

En Badalona cumplió fielmente sus deberes en la portería, en el oficio de comprar en la plaza, en la cocina y en todo cuanto le encargó la santa obediencia, siempre con el mismo carácter piadoso y alegre.

De su actividad en Lérida, cuando los Superiores le destinaron allí para ser el compañero, primero del Padre Adrián y luego del P. Juan en el trabajo de la Revista, nuestras Religiosas Carmelitas que le trataron con frecuencia y en la mayor sinceridad de hermanos, escriben:

En cuanto al Hno. Bartolomé no será fácil decir en pocas palabras los muchos ejemplos de su virtud que pudimos notar en él. Su espíritu de sacrificio y abnegación era tan grande que sabía, al par que nuestra Santa Teresita, ocultar sus cualidades e inclinaciones naturales, para hacer resaltar a los demás y esparcir buen humor y felicidad en torno suyo. Amaba en Dios muy de veras a sus hermanos y hermanas de hábito y éste era precisamente el campo de su cosecha de sacrificios y abnegaciones. Por una parte se esmeraba en complacernos, sin perdonarse nada, ya sea sacándonos de todos los apuros en que pudiéramos encontrarnos, y por otra era ingenioso en inventar mil recreaciones y piadosas sorpresas para alegrarnos las Pascuas y otras festividades, sin que por ello dejara nunca de cumplir con gran puntualidad y esmero, no sólo lo que estaba obligado por su profesión religiosa, sino mucho más por su mucho fervor. Su amor a Jesús sacramentado era tan grande que, viendo que en casa las visitas le estorbaban estarse grandes ratos con él, los domingos en que teníamos expuesto S. D. M. en nuestra iglesia, se venía a pasar la tarde arrodillado a sus pies, lo cual era para su alma la mayor de sus delicias. Sus deseos de oración y retiro eran tan notables que no pocas veces nos había asustado diciéndonos que ya no podía resistir más, y quería retirarse a algún desierto de la Orden; cosa que sentíamos en el alma, por la falta que había de hacer al P. Juan, pues era su descanso y alivio, ya para sostener la correspondencia, como para la «Lluvia de Rosas», de la cual era el alma. 
En fin, para terminar, repetiremos lo que dijo de él nuestro santo mártir, P. Lucas de San José, quién después de encomiar sus muchas virtudes, acabó con esta expresión: «Nuestro Hermano Bartolomé es una joya». No sé, si habré acertado a decir lo que V. R. deseaba. Creo que los que han vivido con él podrán decir mucho más. A nosotras, en verdad, nos tenía edificadísimas.— María T. de San Ramón. Priora.

Por el mes de agosto de 1928 el Hno. Bartolomé ya estuvo en Lérida, arreglando la casita que se compró frente al terreno, solar del Santuario de Sta. Teresita. En la planta baja, al lado de la escalera, se acomodó el local para una capillita destinada al culto público. El día 8 de septiembre de ese mismo año se dijo la primera misa para el nuevo Santuario de Santa Teresita, y el día 18 de octubre de 1942 dijo el que suscribe la última misa en esa capillita, a las siete y media de la mañana; a continuación n. m. Rdo. P. Provincial, J. Salvador de Jesús María; trasladó al Santísimo Sacramento y previa la bendición del nuevo sagrario quedó reservado. Acto seguido celebró la santa misa de comunión, con una plática preparatoria muy sentida y fervorosa y muy oportuna con gran concurrencia de fieles que casi todos comulgaron.

Como colofón a la actividad en Lérida de estos dos compañeros y fervorosos religiosos que sellaron sus vidas con la sangre de los mártires insertamos aquí este testimonio de quién los trató intimamente.

—Muy apreciado Padre: Conocí personalmente al padre Juan y al Hermano Bartolomé. Quizá mi entusiasmo y admiración por ellos me llevará a hiperbólicas alabanzas, pero intento un ligero esbozo con la mayor objetividad que me permita el apasionado recuerdo de sus personas; podría afirmar, sin temor a equivocarme, que a su preclara virtud de verdaderos santos en la tierra, unían una irresistible simpatía, destacada como uno de los mayores dones, que les permitía captarse a todos cuantos con ellos establecían relación de trato más o menos duradero.
Cuando en el aciago año de 1936 un insistente rumor me dio conocimiento de su muerte, fue ésta tan sentida que en un principio creí se trataba de «un bulo», pareciéndome imposible que hubiera habido alguien que llevase su salvajismo hasta tal extremo. Creía que aún el más perverso de los asesinos, al dirigirse a ellos, debiera haber tenido un instante siquiera de buena inspiración que le hiciese bajar el arma homicida.
El dolor experimentado, al confirmarse la noticia, fue inmenso. Murieron para los humanos, pero en el recuerdo de los que los conocimos continuarán viviendo, y en nuestras oraciones todos los días habrá un emocionado recuerdo para aquellos dos santos. 
Estoy seguro que la Santita con la bondad inagotable de su amor habrá premiado con creces los desvelos y trabajos que para su mayor gloria y veneración se impusieron. Muchas veces al venirme el recuerdo insistente de sus personas me parece que allá en la gloria eterna los dos sonríen aureolados con la palma del martirio, triunfo que les proporcionaron sus asesinos. «Mas al fin, Sta. Teresita esboza una sonrisa de amor por tener allí quienes le adoraron en la tierra y enseñaron a amarla a muchos que no la conocían. — V. Jauset.

Fueron inmolados el día 25 de julio de 1936 y luego entre innominados fueron recogidos por la Cruz Roja y llevados al Cementerio común donde reposan sus cenizas con otros veintisiete desconocidos. R. I. P. A.


Alejo de la Virgen del Carmen (Padre): "Nuestros mártires" de la Provincia de San José de Cataluña, 1944, p. 152-156