dilluns, 15 de maig del 2017

Sindicatos Libres, carlismo y conflictividad social en Barcelona en los años 20

Luis Argemí (1873-1950),
político tradicionalista
El estado de anarquía social en Barcelona se va extendiendo paulatinamente por todos los ámbitos de la Península. Ya no hay confianza en el Estado y los patronos se organizan para defenderse: Primeramente a las huelgas incesantes imponen su lock-out, después buscan hombres que les defiendan como guardaespaldas. Había denunciado este estado de subversión y anarquía el Senador Argemí en la Cámara Alta. Era necesario algo más, y éste algo más era imponerse al Sindicato Único, como se imponía éste en la calle, por el terror. No era propio de una nación civilizada, pero estaba impuesto por la dejación del poder, el ambiente acobardado y debilitación de todos los poderes estatales.

Así fue como en el Círculo central Tradicionalista comenzaron a organizarse los Sindicatos Libres, compuesto de obreros que no admitían la tutela del Sindicato Único. Fueron los obreros jaimistas los primeros que se alistaron en la nueva organización, que durante mucho tiempo tuvo por Sede el Círculo Tradicionalista de la Calle de la Puertaferrisa de Barcelona.

Salvador Anglada (1878-1936)
Fue su principal animador el Concejal de Barcelona don Salvador Anglada (289), a quien prestaron su concurso los jóvenes de la Juventud de Barcelona. Había además otro que auxilio e influyó notablemente en los Sindicatos Libres, pues les aportó el concurso de su pluma, batalladora siempre, Rico Ariza (290), y, así con el concurso de todos, los Sindicatos Libres comenzaron su tarea respondiendo a las pistolas, aplicando la Ley del Talión.

Tengamos en cuenta que los jaimistas de Barcelona habían entrado en el Somatén, y que esto se sabía: el jaimismo, pues, reemprendía su historia de luchas en tales momentos críticos.

Ramón Sales (1893-1936)
Hubo, eso sí, un hombre que supo dirigir a los grupos de acción del Sindicato Libre, con firmeza y con desprecio de la muerte. Era el jaimista Ramón Sales, (291) cuyo nombre fue terror de los pistoleros anarco sindicalistas. Todo Barcelona sabia que los carlistas estaban en el Sindicato Libre, y en aquellos tiempos de congoja, eran la única esperanza de los burgueses y obreros honrados de la ciudad Condal. Se hizo entonces célebre aquella frase común, que se oía, proferida por bocas de no carlistas: "El día menos pensado nos encontraremos con don Jaime en Madrid". Desgraciadamente el partido jaimista no tenía la fuerza suficiente para ello y era muy difícil hallar las asistencias necesarias. Fuera de Barcelona, sólo tuvieron los Libres una realidad eficiente en Bilbao, gracias al entusiasmo y esfuerzo de Hermógenes Rojo. (292)

Más tarde, los Sindicatos Libres atravesaron un mal momento en que volvió a recuperar su preponderancia el Sindicato Único. Fue en 1923. Sin embargo supieron replicar y la consideración que les tenía el general Primo de Rivera, (291) y el general Martínez Anido (292) demuestra que no habían perdido nada de su valor. (...)

Aunque de momento los Sindicatos Libres se habían impuesto por el terror a los anarco-sindicalistas del Único, la situación en España era cada día más grave, cada día se veía mejor que no había solución definitiva a la descomposición de un Estado y a la anarquía en la nación. (...)

Presidentes de los Sindicatos Libres (1922)

La anarquía en España

La situación de España se iba agravando, y no eran las fórmulas políticas, remiendo a un sistema político carcomido e impotente, las que podían volver a enderezar el caos social. Tampoco bastaban las pistolas de los muchachos del Sindicato Libre, que, en realidad, como hemos escrito en otra parte:

«No diriemos que todos los que estuvieron afiliados en los Sindicatos Libres fueron jaimistas, pero sí que su centro de reunión y su recluta se hizo entre obreros jaimistas. Por esto si el carlismo no puede acoger los hechos de los Sindicatos Libres como propios, sí puede y debe recordar que fueron hijos que surgieron de sus centros y que muchos de ellos se mantuvieron fieles» (331).

Pero las luchas eran sangrientas y cuando el subcabo del somatén don José Franquesa fue asesinado, la indignación de los jaimistas auguraba un estallido que sería desesperado. La lenidad de los gobernadores había llegado al extremo que en el entierro de Franquesa el día 8 de junio, los incidentes «dejaron a Barber —que presidia el duelo— en situación verdaderamente insostenible. Grupos de patronos le abuchearon, le gritaron: ¡Fuera el representante del Sindicato Único!, le silbaron; alguno llegó a zarandearle materialmente, en contraste algo expresivo con la entusiasta acogida que mereció a los concurrentes la presencia del General Primo de Rivera» ( 332). Barber no fue zarandeado por los patronos, lo fue por los jaimistas, y si librose bien de la jornada, lo debió a la presencia de Primo de Rivera. Barber ( 333) acabó su vida política en aquel acto.

Era que la situación se había hecho imposible. Era que sólo podía esperarse de una reacción muy fuerte. Oigamos a un enemigo de la dictadura, pero monárquico alfonsino:

Gabriel Maura Gamazo (1879-1963),
autor de «Al servicio de la Historia.
Bosquejo histórico de la Dictadura»

«El terrorismo anarquista o sindicalista venía siendo ya antigua plaga endémica en Barcelona. La anemia cívica española, impidió por allí, a diferencia de lo acaecido en otras naciones europeas reaccionase el cuerpo social con energía suficiente para extirpar los gérmenes morbosos. La defensa orgánica, que es ley de la biología colectiva como de la individual, se operó contraponiendo a los malhechores del sindicalismo rojo, ya que no ciudadanos en armas, individuos de su misma ralea, que, con no mayores escrúpulos mantuvieron los principios contrarios. El animador de estos Sindicatos Libres, restaurador de la paz social barcelonesa, si no absoluta lo bastante sólida para permitir a la ciudad vida normal y próspera, fue, desde el gobierno civil de la provincia, el general Martínez Anido. Rudamente atacado por las Izquierdas, muy bien quiso, en cambio de las clases conservadoras, mantenerlo en su puesto o sustituirlo por funcionarios de significación más civil, no debió haber sido asunto baladí para ningún gobierno, puesto que tantos y tan considerables intereses pendían de la resolución. 
Pues fue cabalmente, el Jefe Conservador, quien, a poco de su advenimiento al poder, a espalda de los ministros (dos de los cuales dimitieron a causa de ello) despidió secamente a Martínez Anido y restableció inoportunamente en Cataluña las suspensas garantías constitucionales. Esta política continuada por el Gobierno Alhucemas, desencadenó nuevas rachas de crímenes, que, sobreensangrentaron casi a diario las calles de Barcelona, trascendió al resto de la Península...
Menudearon también los atracos a mano armada, cada vez más audaces y fructíferos, y la impunidad de los delincuentes llegó a ser tan normal porque los pocos de entre ellos que capturaba la política escapaban después a la justicia, por obra de jurados medrosos o venales.»

Y continúa el mismo autor:

«La vida económica. no estaba menos amenazada que la humana. El miedo, paralizador de los Gobiernos, no les movía a intervenir en los conflictos sociales sino cuando creían poder hacerlo en contra del capital... el separatismo campaba donde quiera a sus anchas» ( 334).

Dejemos en Maura poner en el mismo nivel al pistolero del Sindicato Único, que asesinaba a personas honradas y decentes, con el pistolero del Sindicato Libre que mataba a los pistoleros o a sus dirigentes en defensa social. Pero Maura hablaba como buen dinástico y como buen conservador. Dios no le había llamado por esos caminos y todavía no hemos sabido cual era el camino por el que le había llamado Dios. Pero recojamos un hecho, una confesión. En Barcelona se había restaurado la paz social y la vida normal y próspera se había reanudado gracias al esfuerzo, que buena sangre les costó, de los muchachos del Sindicato Libre, no nacidos de aquellas juventudes mauristas que se entretenían en fundar partidos como el Social Popular, sino de los obreros honrados de los círculos jaimistas. Y también había los ciudadanos armados en defensa de la sociedad, burlada, encarnecida, entregada por los Ministros de la Monarquía de Alfonso XIII a los anarcosindicalistas, y también estaban entre esta gente honrada, que empuñaba el fusil, los jaimistas, que morían a traición como Franquesa.

En aquel desbarajuste, el único partido de España que sabia reaccionar virilmente fue el partido carlista. Y si nos fijamos en aquellos magistrados que al día siguiente de proclamarse la República se quitaron las caretas, diremos que no solamente había jurados cobardes o vendidos, sino que también los había vistiendo toga.
Miguel Arlegui Bayonés (1858-1924)

Un partido que no se amilanaba, que había celebrado, sin miedo, en población tan industrial como Manresa una concentración de jaimistas catalanes en el Aplec dels Tres Roures, que había reunido otra gran masa valenciana en el aplec de Alfara del Patrarca, en agosto y que el 2 de septiembre en la Diada Jaimista de Haro, ocho mil riojanos aclamaban a don Jaime en la persona del Marqués de Villores, era, para muchas gente, una esperanza en el sombrío horizonte de la Patria. Así lo comprendió el coronel Arlegui (335) cuando de acuerdo con Martínez Anido se puso en contacto con don Jaime. Arlegui entendía que no debía darse una solución transitoria al grave problema de España. Y a ello coadyuvaron las autoridades carlistas y muy especialmente el Jefe Regioal de Cataluña don Miguel Junyent. Lo lógico no es lo que se sigue muchas veces en las historia, lo que es lógico es el desarrollo cuando no existe voluntad de rectificación.

Era tal el desconcierto en Cataluña que ya no fiaba el general Primo de Rivera de los resortes oficiales en vísperas del 13 de septiembre. Fiaba más en los jaimistas del Sindicato Libre, que en la policía, no por que en esta no hubiese personal digno, sino porque dependía de gobernadores de la ideología de los Raventós y los Barber. Así su escolta lo formaban los muchachos del Sindicato Libre, unos, jaimistas de siempre, otros entrados en el Sindicato, de otras procedencias como el hijo del anarquista Pallás, el que arrojó la bomba a Martínez Campos en 1893.

El 13 de septiembre de 1923

Se esperaba una Dictadura. Se había pensado en el general Aguilera (336) y el mismo Primo de Rivera estaba dispuesto a secundarle. Una maniobra política deshizo aquella combinación. También pensó en un golpe de Estado don Alfonso XIII, para asumir el poder personal, saltando por encima de la Constitución que había jurado, y que era la razón de ser de su propia dinastía. Consultó el caso a hombres de su contianza, entre ellos a Maura, quien en nota dada en agosto le decía:

«Desenlace funesto se debe pronosticar si el Rey tomase sobre si las funciones del Gobierno para ejercerlas diariamente, asumiendo día por día las responsabilidades personales. Ni la generosidad del móvil, ni los aciertos más constantes, evitarían la consumación del suicidio. Así se ha de llamar la conversión en dictadura, de suyo transitoria, del Instituto en que se encama y vive la unidad perenne de la nación» (337).

Como se ve Maura seguía en su doctrinarismo liberal, de los Reyes constitucionalmente irresponsables, aunque la historia después los haga responsables. Mientras tanto, era necesaria una actuación rápida, pues en aquella anarquía general, los separatismos hubieran llegado a ser salvavidas para los ciudadanos. Y fue Primo de Rivera quien en la noche del 12 al 13 de septiembre rompió el nudo gordiano, con la guarnición de Barcelona y con la seguridad de otras guarniciones, tal como la de Zaragoza, donde estaba entonces de Capitán general, don José Sanjurjo ( 338) todavía unido al partido jaimista y al Rey en el destierro.

Aquella noche, los que velaron las armas en Barcelona fueron los jaimistas, con su Junta Regional reunida en sesión permanente, y fueron los muchachos del Requeté y los muchachos de los Sindicatos Libres los únicos que estuvieron patrullando por las calles de la ciudad; los patronos, los industriales, los regionalistas, las clases conservadoras y los pocos alfonsinos catalanes surgieron al día siguiente para felicitar y aclamar a Primo de Rivera, pero en la noche aquella, los únicos que empuñaban un arma en defensa de la sociedad, fueron los carlistas. Advertido a tiempo don Jaime se había personado en San Juan de Luz para seguir los acontecimientos, y quizás si la opinión de Gotari y otros navarros se hubiera seguido, cuando aconsejaban a los carlistas de Pamplona que acompañaran los piquetes que proclamaban el Estado de Guerra, aclamando al Ejército y a don Jaime, se hubiera cambiado la historia de España.



(289) Salvador Anglada Llongueras. Presidente del Círculo Tradicionalista de Sans; Concejal jaimista de Barcelona. Candidato para diputado al Parlamento catalán en 1932. Murió asesinado por los rojos cerca de Prades, en 1936.
(290) Estanislao Rico Ariza. Nació en Barcelona en 1895. Empleado del Ayuntamiento. Director de "La Protesta", de Barcelona. Durante la Dictadura siguió la orientación del Sindicato Libre, pero reingresó en la actividad de la Comunión en 1931. Dirigió el semanario "Reacción". Murió asesinado por los rojos en Barcelona, en 1936.
(291) Ramón Sales. Murió asesinado por los rojos en 1936, después de horribles torturas.
(292) Hermógenes Rojo Barona. Obrero. Vocal de la Junta Señorial en 1935. Vocal de la Junta del Distrito de Bilbao. Presidente de la Sociedad Tradicionalista de Bilbao. Candidato a diputado a Cortes por la provincia de Vizcaya en 1933.
(293) Miguel Primo de Rivera y Orbaneja. Marqués de Estella. Nació en Cádiz en 1870. Ministro de Estado en 1927 y de Marina en 1929. Dictador de 1923 a 1930. Falleció en París en 1930.
(294) Severiano Martínez Anido. Gobernador de Barcelona Ministro de la Gobernación en 1925 a 1930 y de Orden Público en 1938. Falleció en Madrid.

(331) Ferrer: «Breve historia del Legitimismo Español».
(332) Fernández Almagro: «Historia del reinado de D. Alfonso XIII»
(333) Francisco Barber. Era periodista y diputado a Cortes liberal.
(334) Maura Gamazo: «Al servicio de la Historia. Bosquejo histórico de la Dictadura». Tomo I.
(335) Miguel Arlegui y Bayones. Nació en Navarra en 1868. Fue alférez en el Ejército liberal en la Tercera Guerra, pasando a Cuba e ingresando en la Guardia Civil. General de Brigada en 1919. Jefe Superior de Policía de Barcelona y cuando la Dictadura director general de Orden Público. Falleció en Madrid en 1924.
(336) Francisco Aguilera y Egea. Nació en 1857. Ascendió a teniente general del Ejército nacional. Ministro de la Guerra en 1917. Falleció en Madrid en 1931.
(337) Maura Gamazo: «Al servicio de la Historia. Bosquejo histórico de la Dictadura».
(338) José Sanjurjo y Sacanell. Nació en Pamplona en 1872. Sirvió en Cuba y en Marruecos. Ascendió a teniente general en 1925 y recibió el titulo de marqués del Rif. Director general de la Guardia Civil en 1931. pasó a la Dirección General de Carabineros en 1932. Se sublevó en Sevilla el 10 de agosto de 1932. Condenado a muerte e indultado. pasó al Penal del Dueso, de donde salió en 1934. Emigró a Portugal y dirigió los trabajos para el Alzamiento de 1936. Murió en accidente de aviación al intentar pasar a España en 1936. Fue carlista hasta el comienzo de la Dictadura y, por una cuestión personal con Don Jaime, se separó de la Comunión. Volvió al Carlismo estando ya en Portugal y había aceptado el mando de los carlistas si fracasaba el movimiento militar.

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