dimecres, 22 de febrer del 2017

Visita de los carlistas catalanes al Palacio Loredán (1907)

EL PALACIO LOREDÁN

El palacio Loredán

[Los habitantes de Venecia], terminada la cotidiana labor, vuelven siempre junto a los suyos, mientras en el Gran Canal queda solitario y triste un Palacio que es una leyenda; morada de la egregia estirpe que hace ya más de medio siglo lleva la cruz del destierro con dignidad y grandiosa majestad.

A través de los muros del Palacio Loredán, mansión de las grandezas dignas, en quienes toda virtud tiene su asiento, vemos vagar por los espléndidos salones, tristeza y pesadumbre que, cual eterno llanto, lamentan la forzada inacción, que hace estériles para su patria energías poderosas que podrían salvarla cuando arrecie la tormenta. Pues en la apacible calma del Gran Canal veneciano se perciben puras en el antiguo Palacio de los Módenas las palpitaciones del gran pueblo tradicionalista, al que tanto se anhela salvar, y por el cual los descendientes de cien reyes, esclavos de altísimos deberes, aguardan allí la hora de Dios, que [...] les permita decir como Jesús a Lázaro: Levántate y anda.

Y viene la noche [...] Y en el Gran Palacio sigue reinando la soledad y el silencio, [...] porque el común hogar está muy lejos, y el pueblo amado no deja de sufrir [...].

Tanta inteligencia sin aplicación al país, tanta [bondad] sin cercana correspondencia, [...] y tanta majestad en el infortunio, son la admiración de la Comunión tradicionalista, que ostenta con orgullo esos sacrificios —sublimes pruebas que Dios le mandó— que pasarán á la posteridad como hermosos ejemplos [...] que será el asombro de otras edades.

Pero el Palacio Loredán se animará en día, y saldrán de él efluvios de nueva vida, que corriéndose á occidente irán formando la brillante aurora de un amanecer esplendoroso y sin fin, que vendrá á alumbrar la resurrección del gran pueblo cobijado por la bandera inmaculada de Dios, Patria y Rey.

Después, el Palacio Loredán quedará solitario y triste, pero su soledad no será la del vacío, ni de la muerte, sino la apacible calma del descanso después de una gran obra cumplida.

Y lo que es hoy Palacio del destierro, en el cual revive la dulce poesía del [...] hogar tradicionalista, será mañana la morada de los dulces recuerdos y de las encantadoras leyendas.

JOAQUIN DE FONT Y DE BOTER
Gerente del «Fomento de la Prensa Tradicionalista»

Joaquín de Font y Boter
(Barcelona, 1857 - 1916)

EL REY

Un rey de verdad, decía un día el Sr. Duque de Madrid, debe ser el primer obrero de la monarquía en la paz y el primer soldado en la guerra.

Y es que cuando así hablaba, tenía delante de sus ojos el espejo de la España gigante, de la invencible España, dilatada por todo el mundo y reverberante de poder, sabiduría y virtud.

Sí, vuestra gallardía majestuosa, el amor sin límites que profesáis a la patria y que sentís con una intensidad de tal naturaleza que constituye vuestro supremo ideal, vuestra alma llena de poesía y despojándose de toda clase de odios en aras de una santa fraternidad donde se funden todas las voluntades, todos los alientos, todas las virtudes de los españoles, como encarnación del espíritu nacional, libre del vejamen y de la opresión, la sangre augusta que circula por vuestras venas y hace latir un corazón profundamente español y virtuoso, y las prendas personales que os adornan y que se derraman sobre el estimado pueblo en forma de cascadas del más cristalino amor, son garantía firme e irrecusable de vuestra férrea voluntad, de vuestro invariable deseo en ser el primer ciudadano en la paz y el más esforzado soldado en la guerra, el primer obrero en el desarrollo y progreso de la civilización, el último combatiente en la defensa del sagrado interés de la patria.

Reyes hay que, aunque quieran dar esplendor y excelsitud a la majestad atrofiada, siempre han de quedar al nivel de los [comu]nes, sin esperanza de mejores días y con la seguridad de siniestras desventuras. Otra cosa no puede ser cuando se eleva á dogma al [...] de la autoridad, dándose un reino al monarca y negándosele el gobierno de la nación, como si se le sujetase a forzosa tutela, bajo el amparo de una serie de reyezuelos absolutos.

Per me reges regnant, había dicho el Señor, y efectivamente, los reyes cristianos, los reyes genuinamente españoles, buscan en la autoridad el sello de su divina procedencia, quedando así obligados en conciencia á Dios y á los gobernados, porque son sus hijos, por quienes debe el Rey constantemente velar.

Esta es la idea que de la realeza tiene nuestro augusto Caudillo, este es el concepto que de la soberanía tienen sus súbditos.

En la paz el rey es el padre de todos, procura el bienestar de todos, es el primer obrero de la monarquía. En la guerra es el capitán de sus ejércitos, sin que le asuste ni el estampido del cañón, ni el áspero crujir de las espadas, cuando se trata de salvar el honor de la patria, que es la honra y la gloria de sus hijos.

Ese es el Rey que ama un pueblo digno y honrado, sediento de libertad y de justicia.

MIGUEL JUNYENT Y ROVIRA
Director de «El Correo Catalán»

Miguel Junyent
(1871-1936)

EL SALÓN DE LAS BATALLAS

Cuando por primera vez se entra en el Palacio del destierro, cierta conmoción nerviosa recorre todo el cuerpo y á medida que se penetra en sus habitaciones, la emoción va en aumento; pero donde el efecto llega a su periodo álgido es al penetrar en el Salón de las Batallas, pues se acumulan en la mente tantos recuerdos, tantos sacrificios, tantos heroísmos, que la cabeza más serena y la voluntad más templada se sienten como sobrecogidas, hasta de espanto si fuera posible cupiera en el corazón carlista y cristiano.

Las acciones de Lácar y Lorca, la acción de Montejurra, la de Abárzuza donde murió el general liberal Marqués del Duero, Somorrostro donde estuvo detenido todo el ejército liberal por varios días, las batallas de Alpens donde pereció el brigadier liberal Cabrinetty y otros, etc., de nuestra época, pero ¿que diré de las otras guerras que hemos sostenido contra la Revolución y el liberalismo?

Dijo Tertuliano que la sangre de los mártires era semilla de cristianos y podemos decir que la sangre de los carlistas ha sido y es semilla de carlistas, pues se vé la gran diferencia que hay entre el partido, ó mejor dicho Comunión, de como está ahora, á cuando estalló la Revolución de Septiembre. Entonces no teníamos ni Diputados, ni Senadores, ni Círculos, ni Juventudes, ni periódicos apenas; y á los cuatro años, al grito magno de Dios, Patria y Rey, organizamos un ejército de ochenta mil hombres, que tuvo en jaque á la Revolución por más de cuatro años, y qué no haríamos ahora si la ocasión se presentase propicia para reverdecer laureles [...]cesibles?

La última guerra fué providencial, despertando en ella la Comunión tradicionalista; pues si se mira despacio y con serenidad lo que se ha hecho después de treinta años, el ánimo se levanta y se vé que Dios no abandona nunca á los suyos. Véase si no a lo que quedó reducida la Comunión desde su malhadado Convenio de Vergara á 1868, y véase como estamos ahora; no hay paridad, pues entonces no había apenas carlistas, y los que había lo callaban por prudencia, y hoy casi es un timbre de grandeza el ser carlista, pues hasta nuestros enemigos tienen que contar con nosotros para todo, pues somos, hay que decirlo muy alto para que todo el mundo lo sepa, un factor muy importante de la política española.

Sin la Comunión carlista la Iglesia católica de España estaría cien veces peor que en Francia; ¿á qué se debe eso? pues á Lácar, á Somorrostro, Montejurra, Alpens y otros cien combates, que han hecho que la Revolución obre de muy distinta manera en España que en otras naciones, pues sabe hay muchos miles de españoles dispuestos siempre á dar su vida por Dios, la Patria y el Rey.

EL DUQUE DE SOLFERINO
Presidente del Consejo de Administración del «Fomento de la Prensa Tradicionalista»

Manuel de Llanza y Pignatelli de Aragón,
Duque de Solferino (Barcelona, 1858-1927)

EL CUARTO DE BANDERAS

Nada pudiera ser más grato á mi corazón de soldado, que la honra inmerecida que me dispensan mis correligionarios del Fomento de la Prensa Tradicionalista, dejándome un hueco, al lado suyo, en este Álbum preciosísimo, en donde, á defecto de galas literarias, pueda demostrar una vez más el culto que profeso á nuestro inolvidable Desterrado del Loredán.

Conducido en alas de mi pensamiento, desaparecen las distancias, ábrense las puertas á mi paso y me encuentro arrobado en el mágico recinto donde la piadosa mano del Rey de nuestros ideales ha sabido acumular las glorias y las grandezas de aquel brillante Ejército que, formado porheroicos voluntarios, supo escribir tan alto su renombre á costa de su sangre generosa.

Banderas, espadas, monturas, condecoraciones, proyectiles, rodean en aquel salón encantador al retrato de nuestro gran Caudillo y todo allí nos recuerda el deber en que estamos de reverdecer nuestros antiguos lauros, siendo pródigos en los sacrificios y parcos, muy parcos, en las promesas ilusorias.

El ambiente que se respira en el Cuarto de Banderas anima y refriega el alma noble del soldado de la Fé; y á la presencia de tantos y tan gloriosos trofeos acuden sólo viriles sentimientos á los corazones esforzados de los héroes de la legitimidad que, al jurar una vez y para siempre su santo lema, no retrocederán jamás en su camino.

Mirando los sagrados lienzos de las enseñas españolas con sus distintos colores, con sus leyendas varias, con sus símbolos guerreros, aparece la visión de las bravas fuerzas que las tremolaron en los campos de Cataluña y Aragón; en las montañas Vascas y en Navarra, y en manos de valientes hijos de Castilla, que fueron á guerrear al lado de su Príncipe elegido, abandonando la tranquila paz de sus hogares, sus carreras y fortunas, sin otra finalidad que la de su nobilísimo entusiasmo.

Eraul, Udave, Montejurra, Somorrostro, Portugalete, Lácar, Alpens, Aviñó, Cuenca y cien otras victorias, están representadas en los muros de aquel precioso Cuarto por el vivísimo recuerdo que despiertan sus banderas; y allí también [están] las invictas sombras de Carlos V, de Zumalacárregui, de Santos Ladrón, de Sanz y de Guergué, de Gómez, de Eguía, de Elío, de Villarreal, de Dorregaray, de Ollo, de Radica, de Lizárraga, de Argonz, de Valdespina, de Velasco, de Mogrovejo, de Tristany, de Castells, de Vilageliu, de Calderón, de Sangarrén, de Cavero, de Francesch, de Díaz de la Cortina, de Balanzátegui y de Lozano, y de otros innumerables mártires ó caudillos que, parecen levantarse en medio de los trofeos, de [los lemas] y de los proyectiles, recordando su lealtad y sus inmortales hechos para enseñanza de las generaciones venideras.

Allí tenemos á nuestra bandera capitana, con la imagen de la Virgen dolorosa, reliquia venerada que fué entregada por su abuela al tierno Príncipe don Carlos, nacido en los do[lores] del destierro, y allí también se encierran las espadas que [usó en la] campaña para reivindicar sus derechos [...].


Palacio de Loredán. Cuarto de Banderas.


EL DESPACHO DE DON CARLOS

Todos los salones del Palacio Loredán, residencia del augusto señor Duque de Madrid, están adornados con recuerdos de nuestra querida Patria, á la que Él ama con inextinguible afecto, pero entre ellos descuella, en las impresiones que yo conservo de mi visita al egregio Desterrado, el salón Despacho.

Allí, rodeado de los retratos de sus fieles servidores, se dignó recibirme el descendiente de Carlos V, y durante aquellas inolvidables entrevistas pude comprender, o vislumbrar cuando menos, los altos pensamientos y el nobilísimo corazón del señor Duque de Madrid.

Allí pude ver su alma abierta a todas las más elevadas aspiraciones, allí escuché de sus augustos labios palabras de amargura en presencia de las amarguras de España, víctima del liberalismo; allí conocí el amor que siente por Cataluña y cuanto le interesa conocer el estado de esta noble y viril región; allí, por último, escuché estas palabras que conservo fielmente en mi memoria:


Cuando por la Divina Misericordia tenga la dicha de poder ir á cumplir, como Conde de Barcelona, la solemne promesa que hace más de treinta años hice a los pueblos de la antigua Corona de Aragón, de devolverles sus fueros venerados, adaptándolos de común acuerdo á las exigencias de nuestro tiempo, espero que al implantar el sistema que ha de levantar de su actual postración, á todas las regiones españolas, Dios nos concederá ser la aurora de una época feliz y gloriosa para nuestra hoy tan desgraciada patria.


Despacho de Don Carlos

En este Despacho también escribió un día el ilustre proscripto estas frases que nunca debemos olvidar:


Tampoco necesito hablarles especialmente del Regionalismo y de la cuestión obrera, cuyos problemas se desarrollan ahora en Cataluña, pues sé que se han de inspirar en nuestro programa, que encierra soluciones eficaces, y en mis manifiestos, en los cuales he afirmado mis propósitos y mis sentimientos que también son los vuestros. Defensores de la verdad en todos los órdenes, debemos practicarla siempre. 
Y ahora réstame tan solo manifestaros mi satisfacción por la energía desplegada y por la fuerza de voluntad que en esta ocasión como en tantas otras he admirado en el carácter catalán.


Necesitaría yo varias páginas para expresar con fidelidad los altos conceptos que he oído de labios de don Carlos en aquel hermoso Despacho y las hondas impresiones sentidas por mi al oírlo y que ahora renuevo vivamente al recordarlas.

Sólo sé decir, como síntesis de mis creencias y opiniones que Don Carlos es el nombre que España necesita.

JOSÉ ERASMO DE JANER
Delegado regional

José Erasmo de Janer y de Gironella
(Barcelona, 1833-1911)

Fotografías del Palacio Loredán realizadas por los corresponsales de El Correo Catalán (1907)

Palacio Loredán
Vestíbulo

Capilla del Palacio

Secretaría
Comedor

Gran Salón

Salón denominado de Ollo y Zumalacárregui

Biblioteca y Billar

Cuarto Indio

Cuarto de la Dama

Los Sres. Duques de Madrid. 1) En su automóvil.
2) Visita a su santa madre. 3) En su embarcadero

Los Sres. Duques de Madrid en su Lancha Automóvil (Ondárroa)

Tomado del álbum LOS SEÑORES DUQUES DE MADRID EN EL PALACIO LOREDÁN (1907)

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