En 1955 Pedro Sánchez Núñez defendió su memoria en un artículo publicado en ABC, que por su interés hemos querido reproducir a continuación:
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La reciente evocación, en estas mismas columnas, por don Federico Oliván y don Jorge Vigón, de la bella, intrigante y madura baronesa de Krüdener, inspiradora en 1815 de la Santa Alianza, en unión del mesmeriano Nicolás Bergasse, da ocasión para reivindicar la memoria de la heroína española doña Josefina Comerford, muy superior a ella en méritos y virtudes y relacionadas ambas seguramente en la Viena de aquellos días, con motivo del Congreso Diplomático que allí se celebró al ser derrotado Napoleón, y cuyo fastuoso ambiente, aunque idealizado, se reflejaba en la película “El Congreso se divierte”, hace algunos años proyectada con gran éxito.
Una afortunada investigación me ha proporcionado el hallazgo de documentos fidedignos e inéditos que rectifican y desmienten las afirmaciones erróneas y tendenciosas contenidas en la novela histórica y contemporánea de A. de Letamendi titulada “Josefina Comerford o el Fanatismo” (Madrid, 1849). Tanto este autor como don Francisco J. Orellana en la titulada “El Conde de España o la inquisición militar” (Madrid, 1856), a la que pertenece la ilustración que aquí se reproduce, dicen que nació en Tarifa en 1798. Su fe de bautismo, cuya copia autorizada poseo, prueba inequívocamente que vino al mundo en Ceuta cuatro años antes y nos da noticia clara de su filiación.
Su abuelo, padre y tíos eran jefes y oficiales del regimiento de Irlanda, integrado por descendientes de los católicos irlandeses expatriados para librarse de las sañudas y crueles persecuciones de que eran victimas por parte de los ingleses y especialmente en los tiempos de Cromwell. Su abuela paterna, doña Magdalena de Sales, marquesa de Sales, era natural de Annecy, ducado de Saboya, patria y solar de San Francisco de Sales, de quien ciertamente se sabía familiar nuestra heroína.
Este regimiento de Irlanda, del cual era coronel su abuelo paterno, y comandante o sargento mayor, como entonces se decía, su padre estaba constantemente de guarnición en las plazas cercanas al Peñón de Gibraltar, por ser la fuerza de choque que los Reyes de España tenían dispuesta para el siempre deseado ataque y rescate de esa espina clavada en el corazón de nuestra Patria. En el año 1798 fue trasladado el regimiento a Tarifa, y por esto Josefina se decía nacida aquí, quitándose cuatro años y porque le gustaba más esta ciudad legendaria y heroica, en cambio de Ceuta, que sólo era un presidio en aquella fecha. En 1805 presenció casi ante sus ojos el combate de Trafalgar.
En 1808 quedó huérfana y fue recogida, adoptada y prohijada, por su tío paterno Enrique de Comerford, conde de Bryas, quien, a consecuencia de la invasión francesa, dejó de prestar sus servicios en el Cuerpo de Guardias Walonas y marchó a Dublín con su ahijada.
En su casa-palacio fue educada esmeradísimante en un ambiente de exaltado y ardiente catolicismo, rodeada de sacerdotes, que le hablaban constantemente de la alta y transcendental misión a que estaba llamada por su linaje y situación social.
Todos prestan juramento en manos de Josefina. Ilustración de la historia-novela contemporánea "El conde de España o la Inquisición militar", original de D. Francisco J. Orellana. Barcelona, 1856. |
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Cuando en 1815 había ya florecido su espléndida belleza, fue con su tío a Viena con motivo del congreso Diplomático antes mencionado.
En aquel ambiente, fastuoso y mundano, triunfó plenamente por su belleza, juventud y educación exquisita, y se relacionó con las ilustres personalidades allí congregadas, entre ellas la citada baronesa de Krüdener.
Al morir su tío por entonces, marchó a Roma, aconsejada por sus amigos, españoles e irlandeses, quienes creían que el ambiente de la Ciudad Eterna sería un consuelo y un sedante para sus inquietudes espirituales.
Se encontraba entonces en plena juventud, bella, rica e independiente, y, aunque muy solicitada, no se sentía inclinada al matrimonio ni a sus consecuencias.
Como a Don Quijote se le secaron los sesos con la lectura de sus libros de Caballerías, a ella se le secó el corazón con la de las vidas de mujeres célebres y hasta ese niño dormido que, según el poeta indio, todas llevan en él porque así Dios lo ha querido.
Se sentía por su sangre irlandesa, inclinada a la acción y la aventura y decidió venir a España, su patria, en donde por entonces, 1820, se iniciaba la guerra civil entre absolutistas y constitucionales, atizada bajo cuerda por Fernando VII, su hermano Carlos María Isidro y la esposa de este infante, María Francisca de Braganza.
Así lo hizo, dejando Roma, donde, como un amigo mío, no encontró más que muchas columnas rotas y muchos obispos parados, cosas que a ella no le interesaban, como tampoco las disertaciones eruditas de los personajes que allí trató.
Si Santa Juana de Arco escuchaba sus voces interiores y los mandatos de Santa Catalina y Santa Margarita, a nuestra Josefina la impulsaba el espíritu aventurero y el amor al peligro y a la acción de su ascendencia irlandesa y la voz íntima, mística y familiar de San Francisco de Sales.
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Se estableció en Barcelona, en contacto con la Regencia de Urgel, defensora de los derechos y prerrogativas del Rey a quien creían secuestrado por liberales y masones y hasta sospechaban que se hubiese iniciado en la masonería.
También se relacionó con los principales guerrilleros y jefes de partidas realistas, entre los cuales se destacaba “El Trapense”, llamado así por haber sido lego de la Comunidad fundada en 1671 por Armaud de Rancé, como él, calavera arrepentido y penitente.
A éste, Antonio Marañón, como el más exaltado, fanático y genial energúmeno, lo tomó a su servicio como edecán o jefe de Estado Mayor de la partida que ella financiaba y de la que se titulaba generala.
Es absurda e inverosímil la idea de que una mujer de tan sólida formación moral y religiosa y de tan exquisita educación cayera en la flaqueza de enamorarse de este tosco y montaraz soldado. Más probable es que fuera él el seducido y enamorado, ya que ella era seductora y que su altivez y dignidad tuvieran a raya al guerrillero de tan azarosa vida anterior.
Juntos asistieron a diversas acciones guerreras, la principal entre ellas, la toma de Seo de Urgel en 21 de junio de 1822, donde por entonces se instaló la Regencia y concedió a Josefina el título de condesa de Sales, distinción refrendada por Fernando VII, en premio a sus servicios a la causa realista.
También unidos entraron en España en 1823 con el duque de Angulema y los llamados Cien Mil Hijos de San Luis.
En 1824 se concedió a “El Trapense” el mando de las fuerzas que operaban en la Rioja, Navarra y Aragón; en esta campana le siguió nuestra heroína en traje de amazona, hasta que fue destituido y recluso en un convento, donde, según el anuario Lesur para 1826, murió en noviembre de ese año. Aun privada de su compañero, siguió conspirando en sentido ultrarrealista y fue vigilada y obligada a residir en Barcelona, alejada de Cervera, donde radicaba el foco de la rebelión que se fraguaba.
Para conseguir el pasaporte del capitán general de Cataluña hace que una criada suya se instale en Cervera y después que los doctores del Claustro universitario la declaren posesa o endemoniada, y con el pretexto de cuidarla logra la autorización que desea, recurriendo siempre, como exige su fogosa imaginación, a medios novelescos.
Una vez en Cervera, organiza, anima y financia el Movimiento llamado de los “malcontents”, alentado en sus comienzos por la infanta doña María Francisca, esposa de don Carlos María Isidro, y acaso también por éste y por el propio Fernando VII.
Al fracasar y ser vencido este Movimiento fueron fusilados y ahorcados los principales jefes, Rafi, Vidal, Saperes, Bussóns, etcétera, y a doña Josefina se la condenó a reclusión perpetua en un convento de Sevilla y se propaló que entre sus papeles se habían hallado recetas que probaban que no era una mujer virtuosa.
La cosa es tan burda, que trasciende a la legua a maniobra policíaca para desprestigiar a esta heroica y quijotesca mujer, que todo, hasta su honor, hubo de sacrificarlo por sus ideales.
Esta insidiosa acusación de la policía fernandina es acogida casi con fruición y regodeo por los escritores del bando enemigo tales como Letamendi, Orellana y otros, pero sobre todo por Cristóbal de Castro, quien en una lamentable novela titulada “La inglesa y el trapense”, lo que hasta el titulo es mentira, puesto que ella era española y él sólo un lego, y acaso ni eso, al final de dicho papel se presenta a esta heroica y abnegada mujer, caída en la miseria y en la abyección, borracha y explotada por chulillos de baja estofa. Este texto y otro del mismo autor titulado “La generala carlista”, o algo así, han sido los que más han contribuido por su baratura y difusión, a la difamación de tan digna y noble mujer, a quien me siento obligado a defender de tales acusaciones calumniosas.
En el convento donde fue recluida, en Sevilla, trató de imponer su voluntad, y la trasladaron de uno a otro, hasta que al morir Fernando VII, en 1833, y con motivo de la exclaustración ordenada por Mendizábal, pudo recobrar su libertad y vivió casi oculta en el Corral del Conde, enorme caserón de vecindad que aun existe en la calle Santiago, donde intentó verla don Antonio Pirala, el historiador de la guerra civil en 1853. Le dijeron que no estaba en Sevilla (*), y debió por entonces viajar por Cataluña y acaso fue a Irlanda para ordenar y recoger su hacienda abandonada. No hay noticias de ella en esta época. Únicamente en un artículo del señor Mañé y Flaquer, inserto en el almanaque para 1881 de la “Ilustración Española y Americana”, se dice que murió en Montseny haciendo penitencia, sin precisar fecha. Esto no es cierto, ya que en 1863 otorgó testamento en Sevilla y murió en esta ciudad a consecuencia de una pulmonía el día 3 de abril de 1865, en una modesta casita de su propiedad, que he logrado identificar y se conserva en el mismo estado que cuando la vivió nuestra heroína y donde murió a los setenta y un años de edad.
El día de su muerte era Lunes de Pasión y fue enterrada en el cementerio de San Fernando, en la sepultura individual número 527, junto a la pared de la quinta cuartelada.
Así terminó, digna y piadosamente, la vida novelesca y heroica de esta quijotesca y magnífica mujer, que sacrificó abnegadamente toda su vida, hacienda y hasta el honor en servicio de su exaltada fe católica, con renuncia a cuanto por su nacimiento, belleza y fortuna pudo disfrutar en su larga vida.
Un deber de hidalguía y de conciencia me impulsa a publicar este resumen o avance de la biografía documentada que preparo y espero terminar y editar en plazo no lejano con el título de drama de Echegaray “O locura o santidad”.
P. S. N.
Sánchez Núñez, Pedro: «Una heroína difamada». ABC de Sevilla (25 de febrero de 1955), pp. 5-8.
(*) Al respecto, Antonio Pirala dejó escrito lo siguiente:
“No hace mucho tiempo que en un apartado barrio de Sevilla buscábamos la calle del Corral del Conde y en una humilde casa hacia el medio de la calle preguntábamos por Josefina Comerford. Estaba a la sazón ausente de Sevilla, no regresaría en algún tiempo. Nos entristeció esta noticia y hubimos de partir de la ciudad sin haber podido ver más que la habitación de esta mujer extraordinaria, que odia hasta el recuerdo de lo pasado pero que conserva el genio, la fortaleza del alma y el varonil aliento de su primera edad a pesar de sus achaques”
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