Esteban Isern Serret (1858-1930) |
A los diez años ingresó en el Seminario de Seo de Urgel, a la sazón bajo los auspicios del eximio Caixal, de tan gloriosa memoria para los Cruzados de la Tradición. Hallábase en el cuarto curso de sus estudios cuando estalló la guerra carlista en Cataluña.
Él —hijo y nieto de quienes habían luchado en la defensa de Puigcerdá contra el Ejército realista, durante la primera campaña— se abrazó con tanta fe y abnegación a la Bandera católico-monárquica que, dejándolo todo, se sumó a las fuerzas leales del Principado. Alistóse en febrero de 1872 como soldado en el primero de Lérida, siendo el más joven de su compañía, y fue destinado a la frontera con objeto de recibir a S. A. R. el Infante Don Alfonso de Borbón y de Austria-Este cuando pasó a la Península en compañía de su augusta Esposa. Incorporóse al nuevo Batallón de Zuavos y en él militó hasta que se extinguió, llegando a obtener los galones de Sargento. Cuando el general Cabrinety lanzó el ultimátum a los Infantes, intimándoles a que repasasen la frontera, si no querían ser perseguidos a muerte, nuestro biografiado les siguió por el territorio, sufriendo con ellos todo género de calamidades, hasta que la victoria de Alpens disipó las bravatas enemigas; asistió al solemne acto de la jura de los Fueros de Olot; pasó el Ebro; tomó parte en el asalto de Cuenca, y luchó en las gloriosas jornadas de Vich, de Igualada, de Manresa, de Caserras, de Castellar, de Vendrell y de otras muchas reñidas acciones.
Retirados los Infantes de Cataluña, pasó al quinto de Lérida, en cuyas filas hizo el resto de la campaña. En los días aciagos de diciembre de 1875 penetró en Andorra y emigró a Francia con algunos compañeros de aquella epopeya que puede contar las victorias por el número de sus batallas. Como dato curioso, digno de mención, apuntaremos que mientras él sostenía tan valerosamente la Causa tradicionalista, un hermano suyo defendía ideas contrarias desde las filas de los cipayos.
En Francia, vivió recluido en lugar fronterizo a fin de no ser internado, pues, al presentarse al lar hogareño, no se le quiso recibir (*); mas, al fin, vuelto a los suyos, se dedicó a la vida del agro, cuando apenas contaba diecisiete años de edad, hasta que, al cumplir la del servicio de las armas, las tomó con entereza, no sin antes rogar a su familia que no le desviase del camino que la Providencia le señalaba. Terminado el servicio, obtuvo con extraordinario aprovechamiento y calificaciones de sobresaliente los títulos de Maestro superior y normal.
Fue maestro de Ribas de Freser a los veintiséis años y dos más tarde, tras reñidas oposiciones, de Barcelona, desde donde habiéndola ganado en brillante lid, pasó a la plaza de Regente de la Escuela Práctica de la Normal de Gerona en cuya ciudad contrajo nupcias con la virtuosísima dama doña Patrocinio Fabra. Fue también Profesor del Instituto de aquella población en las asignaturas de Caligrafía y Teoría práctica de Lectura.
Más adelante pasó, mediante concurso, a la Regencia de la Escuela Normal de Burgos, en donde se captó el aprecio de las primeras autoridades de la provincia con su caballerosidad, su virtud y su amor a la enseñanza; pero el cariño a su país natal le hizo volver a Barcelona, en cuya ciudad se jubiló a principios de 1930 después de cuarenta y cinco años consagrados por entero, con vocación de apóstol, a la enseñanza, en cuyo fecundo magisterio sembró la fe y la ciencia en la mente de numerosas generaciones.
Dios probó el temple de su espíritu varonilmente religiosa, privándole en su ancianidad de la vista para que así, con los ojos del alma, viese más claramente las eternas verdades y dándole una larga y penosa enfermedad para que, soportándola con heroísmo cristiano, hiciese méritos que le conquistasen la vida que no acaba.
La suya en el mundo fue ejemplar. Dejó aureola inextinguible de su bondad, de su virtud y de su competencia entre sus discípulos que, sin excepción, le querían. No conoció enemigos y recorrió el tránsito de esta fugaz existencia predicando la verdad y difundiendo el bien.
Su hijo Joaquín Isern Fabra (1902-1988), entregado carlista al igual que su padre, fue combatiente requeté en la Cruzada de Liberación y alcalde de Parets del Vallés entre 1962 y 1966. Farmacéutico de profesión y piadoso católico, fue además autor de los libros Jesucristo, su proceso ante el sanedrín judío y el tribunal romano (1956), publicado por la Editorial Católica Española de Sevilla (vinculada a la Comunión Tradicionalista), Ponç Pilat. Governador de provincies (1974) y de la tesis doctoral Tutela por los cetros de los Reyes que fueron de la Corona de Aragón y Castilla (1985), sobre la muerte de Fernando el Católico. En sus últimos años fue también impresor, poniendo su imprenta al servicio de la Causa.
¡Dichosos los que así viven! ¡¡Bienaventurados los que mueren así!!...
(*) Para comprender bien esto, debe tenerse muy presente que su comarca nativa fue rabiosamente liberal, sobre todo su capital Puigcerdá, en donde reinaba un odio terrible al Carlismo. Así ocurrió que de toda ella sólo salieron siete voluntarios de la Causa, los cuales fueron objeto de inexplicable hostilidad al regresar a su país y aun hubo pueblo en que se les recibió a pedradas.
Tomado en su mayor parte de El Cruzado Español (4/7/1930), pp. 5-6
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