por Enrique Sarradell Pascual, 1948
CARTA PRIMERA
De como no es tan fácil aunque lo parezca, opinar, en un solo pliego de papel, sobre materias, que en lo concerniente, requieren un libro.
Muy apreciado amigo:
Me haces favor inmerecido al considerarme leído y enterado.
Si conjeturas ser leído, el leer todo aquello que para poder ser leído cae en mis manos, llevas razón, y si estar enterado, lo conceptúas, equivalente, por la consecuencia de haber leído mucho, estás equivocado.
No es defecto mío, sino de muchos. El leer en demasía no aprovecha, las más de las veces indigesta, se te produce una confusión tal de ideas, que si tenias una de clara, antes de leer, no das pie en bola después de leer mucho, aunque sea despacio.
Me parece que es Marden en su tratado de la educación del carácter que dice algo respecto de los peligros del leer demasiado sin discernir, aquilatar y seleccionar aquello que, constituyendo materia opinable, es leído.
Ya ves que cito a Marden, con todo y ser un heterodoxo que a mí, particularmente, no me interesa no más que como ejemplar a clasificar en la antología de los indeseables perturbadores de la inquietud espiritual y racial de nuestro momento, trascendental, no ya histórico, sí que también profundamente revolucionario por su estilo de belleza creadora.
Excmo. Sr. D. Antolín López Peláez (1866-1918) |
Qué de cosas te diría, mi buen amigo, si me dejase llevar a mano de la doctrina, al respecto, del venerable maestro Dr. López y Peláez cuando discurre sobre el arte de leer. Ya sabes, porque no eres un zoquete, que el arte de leer, no es deletrear, sino mascar, en sentido figurado, una idea escrita, una teoría escrita en letras de molde, que no es lo mismo digerir y asimilar aquella idea y aquella teoría.
¡Estar enterado! ¡Psé! Si llamas estar enterado, poseer el privilegio deja información o el snobismo de la profecía, no aciertas.
Ni una cosa ni otra están a mi alcance. No poseo información porque soy el «solitario» impertérrito de siempre, y no fantaseo en la invención porque leal a ultranza, como me has conocido siempre, a mis principios católico-patrióticos, puedo opinar, equivocado o no, en relación con todas las materias, que, exceptuadas las que constituyen dogma y principios científicos de fe, son libres a la disputa de los hombres y aún así, para mi, tienen un limite, que no haya, en mi opinión contradicción ni oposición en lo católico y en lo patriótico.
A falta de otros méritos, en el discernimiento y en el discurso de la exégesis, sí que modestamente, puedo aportar una mediocre ventaja en ese orden complejo de la especulación de las ideas; la de observar y meditar. ¿Con acierto y provecho? Dios lo sabe, mi buen amigo. Pero si debo decirte, que en veinticinco años de lucha por la Religión y por España, puedo haber tenido miles de contradictores que, no sé por qué ley humana, han sido mis enemigos, pero ni uno solo ha podido decirme, con razón, ¡te has colado amigo!, ¡eres un impostor!, ¡tus augurios, te han desmentido!
Y es que, amigo mío, si puse calor, vehemencia, combatividad y acritud, en mis inolvidables campañas, nunca dejó de ser mi hada madrina, la convicción y por tanto, la buena fe.
No es por demás este exordio, por lo que tus requerimientos verbales y escritos me obligan. Quieres que diga cosas, las diré, y las diré porque, y no te incomodes, no eres tu solo quien me obliga. Tu lo escribes y lo preguntas a quien sabes que en justa correspondencia te contestará en forma pública. Es que olfateo el ambiente, capto expresiones y aquilato actitudes. Para ti, y para otros, voy a escribir este epistolario que no tiene otro mérito que la sinceridad.
Me haces muchas preguntas, que sugieren vastos problemas psicológicos, y planteas cuestiones que no son más que meras interpretaciones.
Quieres que hable, que escriba mi parecer. ¡Lo haré! Aunque no tenga otra trascendencia que la anécdota escrita, ni otra autoridad que la mía exclusiva, que, en realidad, ni es mía ni es exclusiva, sino eco, simple eco de esa mística española secular, ahincada en millones de pechos que, silenciosos en la paz, saben batir el cobre cuando los clarines del combate, por la Religión y por España, al conjuro de algo sublime que no perece jamás en esta tierra fecunda de fe y bravura, convoca a los escogidos en los parapetos del deber.
Atentamente.
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