por Enrique Sarradell Pascual, 1948
CARTA DÉCIMA
Te gustan los torneos ideológicos, y los provocas. - Discrepancias de forma, pero no de fondo. - De cómo no es prudente el afectismo, si hay sensibilidad correcta. De los fabulosos campos de concentración ya juzgados, a los campos de concentración actuales, pasando por Katyn.
Muy apreciado amigo:
En la contestación a mi última, pones aceradas objeciones, por mi peculiar manera de decir y señalar. El concepto de interpretación que das a algunas de mis afirmaciones, tiene una importancia relativa, y digo relativa porque, lo esencial, es que coincidamos en el fondo, aunque discrepemos en la forma.
Protestas de tu ardiente patriotismo —afirmación completamente obvia, amigo— y justificas tus preferencias durante la primera guerra mundial, en el inicio de la segunda y la evolución que se operó en ti, en las postrimerías de ésta, que aún da coletazos.
Si tuviese tiempo y talento, cosas inapreciables en la vida, intentaría demostrarte en qué consiste la diferencia —mínima diferencia— entre tu pasión y la mía.
Aunque soy un exaltado —tú lo sabes— ese, quizá defecto, es de tipo temperamental, no tiene nada que ver con las íntimas convicciones, fruto precisamente, no de exaltación del tipo dicho, sino de meditación y asimilación cauta, pero persuasiva.
No obstante ello, seguiré en el examen de unas cuantas consideraciones.
¿Estás conforme con los preceptos fundamentales sobre los cuales Vázquez de Mella proclamó los tres dogmas nacionales de España?
Voy a repetirlos, aunque en estos momentos constituyan sólo una noble y anhelada reivindicación, porque existen preocupaciones más graves e inmediatas a resolver, que reclaman la atención de todos.
«Dominio del Estrecho, federación con Portugal y confederación tácita con los Estados americanos».
(Entre paréntesis, déjame recordarte que, en la actualidad, gracias a una óptima política exterior desde el vetusto caserón de Santa Cruz, el segundo y tercer puntos, implícitamente se asimilan en la práctica venturosa a los hechos).
Pues, bien, amigo mío, si partimos del principio de que el movimiento colectivo de un pueblo o de una nación, ha de basarse sobre una «conveniencia» de orden general y no por reacción afectista de uno o varios individuos que, por sobre la «conveniencia» de orden general pudieran poner simpatías de orden personal y aún de intereses, en nuestro caso, el de España, a mi juicio en buena lógica, tenemos, en el ámbito internacional, unos intereses nacionales para airear y éstos están condensados en los postulados de Mella.
Por lo tanto, cuando en la horrorosa pugna de naciones en que tan fácilmente se proclaman derechos y libertades, para mantener, conquistar y defender en relación a otros pueblos, razas o naciones, que toman parte, o no, en la conflagración, es incuestionable, de buena política, no olvidar los propios derechos interditos y ser más amigos de los que reconocen aquellos derechos, que no de los que a veces pueden ser causa de la conculcación de dichos derechos.
¿Más claro?
Bien. Otra pregunta. Supuesto que cuando dos grupos de naciones están en pugna y se destrozan, defienden sus razones.
Sería monstruosamente inverosímil que la guerra se iniciase y continuase con el terrible galopar de los corceles del Apocalipsis, poseyendo ambos grupos de beligerantes, la razón justa, la razón basada en la justicia. ¿Vas entendiendo?
Ahora te pregunto: ¿Al triunfar con las armas un grupo de beligerantes, triunfa con ellos la razón justa, la razón basada en la justicia? ¿No podría darse el caso de que la razón justa, la razón basada en la justicia, cayese aplastada, sin triunfar bajo las banderas destrozadas del grupo vencido?
Amigo mío, reflexiona, dando forma tangible a mis inconcreciones.
Estoy convencido de que llegarás a la conclusión que deseo. Que comprendas el por qué estoy ahora donde estaba antes. Pero me dirás que soy de los vencidos. ¡Vencidos! ¿Cómo? ¿En beneficio de la Humanidad y la civilización Cristiana?
En los momentos actuales cabe pensar muy en serio ¿quién venció a quién?
En esto —ya que no en otras cosas— estoy de acuerdo con Ramón Serrano Suñer ex-ministro de Asuntos Exteriores, «no tengo que ocultar mis simpatías cuando éstas, tanto en la adversidad, como en el triunfo, tienen por fundamento, no el interés personal, sino los ineludibles intereses de España».
No sería muy digno para muchos españoles el gesto gregario de apresurarse colgándose de las traseras de las carrozas triunfales.
Los hombres de convicciones saben andar a pie, peregrinos de sus ideales; a veces sucede que, por los caminos polvorientos de las rutas del mundo se encuentran carrozas destrozadas y gimiendo bajo sus restos, algunos que se colgaron de sus traseras.
«Vivir sin sufrir, es cobardía». (1)
Espero que con estas explicaciones, que con todo el afecto te ofrezco, casi en forma de evangélico simbolismo, quedará justificada mi actitud ante tu amistad, que bendigo y ruego a Dios sea perdurable, dando así por contestada la primera parte de tu carta.
En la segunda parte, me planteas, en verdad, un problema bastante serio.
En gracia a tu propia curiosidad, ¡qué adivino, amiguito!, para ver como reacciono ante tus casi capciosas preguntas, voy a hacer un esfuerzo venciendo íntimas repugnancias y rebeldías que, en parte, recuerdan los días amargos y terribles de las checas, fortificaciones y cunetas de las blancas carreteras españolas, salpicadas de amapolas con la sangre de nuestros mártires.
Escribes... «¿qué opinas de los campos de concentración alemanes? ¿Podrías decirme algo de lo que pasó en Katyn?
Vamos por partes. En cuanto a la primera pregunta ¿qué opino de los campos de concentración alemanes?
Sencillamente. Detesto, soy contrario, condeno los procedimientos de flagelación moral y física de todo ser humano, hágalo quien lo haga. Como cristiano debo de proclamar mi franca disconformidad con esa clase de procedimientos.
Mas, ahora soy yo quien te pregunta: ¿Por qué sólo dices campos de concentración alemanes? ¿Estás seguro de que no los había, o los hay, en otras partes?
Pensarás, quizá, ¡qué sofista!
No, mi querido amigo, no. Es que se da la pícara casualidad de que en este momento me acuerdo de aquellas implacables y amenazadoras palabras de César.
¡Vae victis!
Es una ley fatal. El vencido no sólo es aherrojado sino que también inculpado de los desmanes propios y de los que no le pueden ser, en justicia, imputados.
La leyenda negra de España, la no menos falsa historia de la Inquisición española, son consecuencia del hundimiento del imperio español, entre otros motivos de orden patriótico y confesional.
¡Como si en otras latitudes no hubiese existido también la Inquisición! ¡Como si otras naciones estuvieran exentas de grandes culpas en su política colonial y de conquista!
Si tu llegaras a opinar que no han existido, ni existen —recalco, amiguito— existen, otros campos de concentración que los de Dachau y compañía, en Alemania. Yo no estoy tan seguro y verás por qué.
Debe existir en cierto lugar de Rusia un campo de concentración llamado de Karaganda que al parecer, debe ser exclusivo para españoles, por cuanto son los propios exilados rojos los que protestan y hacen campaña contra la existencia de dicho campo.
En cierto lugar de Francia, cercano a París, hace muy poco tiempo tuvo que tomarse al asalto un llamado «campo de refugiados», que no era otra cosa que un campo de concentración del que los rusos habían hecho desaparecer muchas personas, ¿cómo?
En la triste Siberia gimen millones de seres; en las minas rusas de carbón trabajan como esclavos millones de prisioneros alemanes, italianos, polacos, austriacos, húngaros. etc.
Los Cardenales y Obispos franceses piden al Presidente de la República «medidas gubernamentales que pongan fin al trágico problema de las depuraciones políticas desde la terminación de la guerra. También protestan de las inhumanas condiciones de vida en las cárceles y campos de concentración.
El Episcopado alemán acude a los gobernadores militares de las potencias ocupantes, solicitando que puedan regresar a sus casas, para trabajar y elevar las posibilidades de la vida económica del pueblo alemán, los millones de pobres prisioneros alemanes que aún están en los campos de concentración. Acabo de oír en este momento, que escribo, por la radio, que sacerdotes católicos alemanes se ofrecen voluntarios para «misionar» en unos campos de concentración de Polonia, que supervisan los rusos. ¿Es que la maldad tiene justificaciones y disculpas?
Podrás objetarme sobre los grados de crueldad en los campos de concentración.
En esto te dejo libre. Ya es cuestión de sensibilidad opinar si es más cruel matar por asfixia o matar arrancando las uñas de pies y manos de una a una..., hasta las celdas frigoríficas de las prisiones políticas rusas de la Lubianka de Moscú.
Podríamos continuar, querido amigo, pero el terreno es resbaladizo y un traspié cualquier lo da.
Fosa de la masacre comunista de Katyn |
Vamos, finalmente, al sangriento masacre de la flor de la oficialidad polaca en Katyn, en el tristemente célebre bosque de Katyn.
Voy a contarte algunos detalles interesantes de este drama que he espigado de un escrito publicado, al lograr evadirse de Polonia, hace pocos meses, por el ex-primer ministro Polaco Estanislao Mikolajezik y comentarios de mi cosecha.
Los 11.000 oficiales polacos asesinados por el clásico «tiro a la nuca» en el bosque de Katyn, cerca de Smolensko, eran prisioneros de los rusos de cuando aliados, rusos y alemanes, se habían partido Polonia.
Al pasarse Rusia a los aliados, el gobierno polaco, llamado de Londres, reclamó la libertad de los prisioneros para incorporarlos a la lucha contra Alemania. Desde entonces surgieron las dificultades de información y una nubulosa se cernía sobre la suerte de los prisioneros. Como no era cuestión, ni ocasión, de enemistarse con la aliada Rusia, el resto de los aliados llegaron a la recomendación, a Polonia, de que no se informase al mundo la prolongada gestión para conocer la situación de los 11.000 oficiales.
Ante la insistencia del gobierno polaco, el embajador ruso en Londres, Bogomolow, en nota oficial, declara que los oficiales polacos habían sido puestos en libertad en virtud de una amnistía de Julio de 1941. ¡Vaya libertad!
Los alemanes, en 12 de abril de 1943, descubren las fosas de Katyn y divulgan al mundo el crimen soviético. La oficina de información soviética de Londres califica de «viles invenciones» la acusación. El terreno donde enterraron los 11.000 asesinados es de una composición peculiar que momificó los cadáveres y conservó la documentación que llevaban encima las víctimas.
Lo demás ya no cuenta. Aquí tienes el caso de Katyn, monstruoso asesinato en masa, sobre el que aún pesan razones imponderables de silenciamiento.
Atentamente.
(1) P. Nadal Coll, S. J.
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