por Enrique Sarradell Pascual, 1948
CARTA SÉPTIMA
Aquella porción inconformista. - De cómo place más el negocio material que la poesía del espíritu. - Dardos y lanzas sobre el materialismo. - Esperanza, sí, pero, más fe que esperanza.
Muy apreciado amigo:
Un escritor de los más discutidos contemporáneamente escribió: «Cuando más conozco a los hombres, más amo a mi perro».
Mordaz concepto de una despreocupación, hasta molesta, para sintetizar que la lealtad no es patrimonio corriente entre los hombres.
En su locuaz estilo, Santa Teresa, nos llamaría «hatillo de locos poco cuerdos».
Amigo mío, el agradecimiento y la lealtad son cosas que huyen de los ojos del espíritu, sobre el encrespamiento de los días, en un vuelo sin retorno.
En España se ha repetido el fenómeno como la cosa más corriente y vulgar en un sostenido contrasentido de los hechos mismos, como si aquí, en vez de una guerra de barbarie, con su secuela de destrucción y muerte, se hubiese disputado una competición deportista.
Los hombres que, hartos de beber felicidad tuvieron que cerrar los ojos a la luz de los incendios sacrílegos, no saben abrir su retina al sol de la libertad humana.
Aquellos de vida muelle como un suspiro, que la revolución y la guerra les convirtió en pordioseros, que hubieron de vivir de gracia, escondidos y disfrazados, hurtando su cuerpo al montón de ejecutados en las cunetas de las carreteras y, aquellos otros, que jugaban a cara y cruz su vida y su fortuna en los senderos de los contrabandistas, en las lindes fronterizas, para alcanzar la España nacional o quedarse a vegetar en tierras aparentemente tranquilas, levantando a punta de bayonetas y chorros de sangre ajena, el interdicto sobre negocios y hacienda y su buena colección de billetes de serie; como atacados de la aguda psiquis de la guerra, han caído en amnesis y lo más lamentable, el desmesurado instinto de conservación, les ha hecho ingratos, al llegar al hogar recobrado. Continúan cegados y cual nuevos Quijotes arremeten contra las palas de los molinos. La ficción andante y desconcertante.
El hito de los días lo marcó en nuestra Historia la interrumpida descarga homicida, segando la vida de los mejores.
Para algunos españoles, su historia particular se interrumpió en un aparente colapso cardiaco, pasado éste, con una inconsciencia avara y egoísta, pretenden disfrutar el privilegio antañón como si las tierras de España no fuesen un inmenso campo de tumbas de héroes y mártires, que llegaron al sacrificio con la esperanza de que los que se salvaran, comprendieran y respetaran el valor de aquella entrega total, en holocausto de un vivir más honrado, por libre.
Amigo mío, sígueme en estas obligadas consideraciones y aprenderás a discernir, en lo atañente al volumen de esa otra subversión, de tipo espiritual, que se está produciendo en la contumacia que una larga educación liberal de especie gangrenosa sigue operando en, y sobre la parte más amorfa y débil del cuerpo social español. Amorfa, porque carece de reservas vitales en lo moral y espiritual; débil, porque nunca ejercitó el saludable ejercicio de buscar la verdad, aunque fuese a codazos y contra corriente, voluptuoso ejercicio del espíritu libre.
Tú y yo, cuando se desencadenó la tempestad rojo-separatista, al ponernos a cubierto como pudimos —imposible el luchar— con un gesto negligente, exclamamos: ¡era fatal!; los otros, aquellos que rastrilleaban sobre los signos de la eufórica política republicana, sorprendidos y espantados, boquiabiertos, aún no han encontrado la palabra justa para expresar su sorpresa, su desengaño y su miedo.
Revolucionarios de la CNT y guardias de asalto, en las calles de Barcelona el 19 de julio de 1936. |
Pero como España no es ya sólo un nombre geográfico sino una verdad inconcusa, es también un hecho espiritual, cierto, sin bordes ni ángulos; nos une a todos, sin más distinción que la superación en amarla y servirla.
Cuando todo el ambiente español era una gran lágrima que quemaba los corazones de sensibilidad espiritual, había una parte de españoles refractarios a toda belleza, siquiera fuese de égloga. Para nosotros —en aquel entonces— el nombre de España se tornaba en carnales coloraciones de rosa al amanecer; para los otros, era una manifestación materialista de la naturaleza en su interpretación de fenicios retardados o de tártaros contemporáneos. De un lado, la sublimidad de los ideales, clasicismo temperamental y espiritual. Supremacía del Cristianismo sobre el calculismo de la raza maldita, espectante de bienestar y de botín. Éramos, nosotros, células de la España eterna, que un siglo de maldad y libre interpretación, no nos torció la misión patrimonial religiosa y patriótica que pudimos llevar hasta los Alcázares del Alzamiento con orgullo doliente, pero incólume.
De otra parte ese conglomerado incomprensible de los elementos de la plutocracia metalizada y la demagogia, compendio deleznable de apetitos bestiales, que se completaban y se entendían, se entrecruzaban y se respaldaban, a través de las consignas siniestras de las logias, en un programa común de apetencias materiales que, como un crucigrama malvado, daba la solución de coincidencia; ni Religión, ni Patria interesan tanto como los negocios, decían unos, y aprobaban otros, para el saqueo y el disfrute del botín.
La última consecuencia del Liberalismo, hecha carne de miliciano en acción.
Yo que siempre he sido tachado de premioso en el ímpetu, aunque, sin despegarme del agridulce temperamento combativo —mi segunda naturaleza— he siluetado el retablo español con brocha gorda, pero con más refinamiento que maldad ¿no te parece, mi buen amigo?
Te auguré ocuparme de esa porción inconformista y para hacerlo, he calzado los guantes. Concesión meritísima y extraordinaria, propia de un cristiano.
Y para terminar esta carta unas pocas consideraciones que en derecho determinaríamos como condición «a reserva de...».
Nuestra época revolucionariamente constructiva contiene dos generaciones.
La que con su educación y su esfuerzo alcanzará su destino histórico.
Y la generación que se formó y anquilosó en la inoperancia espiritual de anteguerra.
La primera, sigue su camino, impelida por un afán histórico cotidiano, movida por la fuerza de cada hora en vigilia y atención.
La segunda, compuesta generalmente por hombres de los 40 años en adelante, son incapaces, muchos, de reaccionar con libertad. Perecerán rabiando como canes. Para éstos no hay solución. No supieron, ni saben lo que es tarea religiosa y patriótica. Saben de sus anhelos particulares, de sus negocios, de sus ganancias incontroladas, de sus deseos, de sus odios, de su sinrazón iconoclasta; el rencor les mantiene en tensión de predestinados al complejo de inferioridad.
No saben lo que es bondad, virtud, libertad y justicia en compendio de belleza.
Atentamente.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada