CAPITULO VIII
Un aviso oportuno
Día 27 de julio de 1936. Serían aproximadamente las diez de la mañana cuando pide avistarse conmigo un entusiasta y buen correligionario, D. José Verdal Asensio, que tenía un pariente cercano en uno de los trágicos Comités de salud pública que se habían constituido aquellos días.
Me hago momentáneamente visible con él. Trae malas noticias. Había que desaparecer lo más rápidamente posible, pues algunos individuos del Comité habían sugerido la idea de asesinar a los elementos derechistas de relieve.
Su pariente izquierdista le había enterado que en el asalto al Círculo Tradicionalista había caído en su poder una lista de asociados, los cuales serían asesinados en su totalidad; que su pariente le había enviado a advertirme del peligro que yo corría, puesto que algunos del Comité abogaban por mi muerte aunque él se oponía a que se me sentenciara a la última pena; que viéndose impotente para poder lograrlo debía evitar pudiera ser detenido, pues de serlo estaba irremisiblemente perdido.
Agradecí, naturalmente, el aviso y el interés, y me decidí a buscar un mejor escondite, a fin de poder evitar caer en las garras de los que andaban buscándome.
Después de conferenciar conmigo, el buen amigo y correligionario señor Verbi, sabemos se dirigió al domicilio de otros directivos de significación, algunos pertenecientes al Comité Político y Junta Directiva. Desgraciadamente, algunos no quisieron dar crédito al aviso y al pesimismo del correligionario que exponiendo su libertad en aquellos momentos —tiempo después fué detenido dos veces, estando encarcelado cerca de sesenta días— acudió a advertirnos del inminente riesgo que corríamos. No tardaron en convencerse de la certeza del aviso. Una infinidad de milicianos rodeaba su casa y procedían a su detención. Estoicamente, valerosamente, daban pocos días después la vida por la Causa, a la que habían ofrendado sus entusiasmos y amores durante toda su existencia. Su valentía les hizo desechar todo temor. Ellos, todo bondad, todo sentimiento, todo corazón, no pudieron imaginarse que los hombres, que eran sus hermanos, debían comportarse como chacales, y no como seres civilizados.
¡Los llorados hermanos no quisieron comprender que los hombres que en aquellos momentos se habían erigido en dueños de vidas y de haciendas, habían dejado de ser seres racionales, envenenados como estaban por unas utopías y unos falsos postulados de libertad y fraternidad humana... y que en nosotros no veían sino a los enemigos de su emancipación y de su bienestar. Que no otra cosa les habían predicado los miserables de los apóstoles de guardarropía que desde el advenimiento de la malhadada República venían explotándoles!
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