por José Monllaó Panisello «Llaonet»
CAPÍTULO IV
¡Hay que desaparecer!
En la mañana del día 20 se presentaron en la redacción varios amigos y correligionarios de la ciudad y de los pueblos comarcanos a cambiar impresiones respecto a la marcha del movimiento. Recordamos, entre otros, a D. Enrique Mur Brull, Director de «Correo de Tortosa» y Secretario del Comité Político Tradicionalista; D. Antonio Marca, que había sido detenido el día anterior en Reus, donde se hallaba accidentalmente, pudiendo escapar y venirse a Tortosa; D. José Baiges, D. José Marín; D. Ramón Ortiz; de La Cenia; D. Ramón Accensi Ferré, de Santa Bárbara; D. José Vandellós, de Villalba de los Arcos; don Pedro Delgado, de Horta de San Juan; D. Joaquín Beltri, de La Cava; D. Luis Llasat, jefe de la minoría Tradicionalista del Ayuntamiento de Tortosa; D. Enrique Gavaldá, de Horta; don Andrés Gironés, de Fatarella, y otros que sentimos no recordar en estos momentos.
Los acontecimientos, por lo que se desprendía de las noticias que se iban recibiendo, no se desarrollaban con la satisfacción que los amantes de la Patria ansiábamos. La mayoría de capitales de España estaban en poder de los elementos marxistas. Los atropellos y las detenciones estaban a la orden del día. Se habían producido ya asaltos de moradas de caballeros católicos y de tradicionalistas. La fiera estaba demostrando ansias de venganza y de sangre. El rumor de que había que acabar con los frailes, con los curas y con los fascistas, circulaba, va con insistencia. Había, pues, que tornar medidas de seguridad personal desde el momento que la fuerza pública se mostraba pasiva, más bien, acobardada, atemorizada, cuando no parte de esa fuerza a las órdenes de los elementos marxistas revolucionarios que querían arreglarlo todo a sangre y fuego.
Cambiamos impresiones con los amigos y expuso cada cual su opinión. No podríamos defendernos porque éramos pocos en comparación con los elementos marxistas y fuerzas armadas, y desarticulados, sin cohesión, con nuestros correligionarios y afines de la provincia y de la Región. No podíamos, pues, hacer nada. Más bien, no debíamos hacer nada; pues de intentarlo, era correr a un inútil sacrificio. Sería un suicidio seguro, estéril. Era cuestión de esperar a un mejor desarrollo de los acontecimientos para ofrecer nuestro esfuerzo a los caballeros del Ideal que desde la auténtica España se disponían a reconquistar la totalidad del suelo patrio.
Y expusimos a nuestros amigos y correligionarios nuestro leal y sincero parecer, dado como se estaban produciendo los sucesos.
—¡Hay que desaparecer inmediatamente —les dijimos—pues estarnos más de convencidos que de no hacerlo, nos detendrán a todos y seremos asesinados! Los directivos marxistas no tardarán muchos días en no ser dueños de la situación y serán impuestos por las masas. Fijaos que han armado a toda la escoria de sus partidos y a esos no habrá autoridad ni ascendiente humano que les detenga en sus fechorías.
Algunos de estos amigos casi se burlaron de nuestros temores. Creían sí, que la chusma cometería asaltos, detenciones, atropellos sin fin, pero que respetarían las vidas.
—Nosotros nada hemos hecho —respondieron algunos— y nada podemos temer. Si nos detienen que nos detengan. Ya nos soltarán.
No compartimos ni un momento de su optimismo. Y aducimos varias razones para disipar su crédula confianza.
Algunos aceptaron nuestro criterio. Y procuraron desaparecer de la escena. Esperaron, no obstante, algunos días, pero al ver como los milicianos practicaban las más vergonzosas razzias de personas dignísimas, se escondieron definitivamente y salvaron sus vidas. Y más tarde pudieron, con su esfuerzo, encuadrados en Tercios de Requetés, en Banderas de Falange y en los cuadros del Ejército Nacional, coadyuvar a la salvación de la Patria.
Otros, más confiados en que la sangre no llegaría al río —como alguno insinuó cándidamente— dejaron de escuchar nuestros consejos. Fueron prendidos por la chusma roja y villanamente asesinados en la carretera de Tortosa a Barcelona. ¡Que Dios les tenga en su santa gloria!
¡Cuántos de estos queridos hermanos debieron recordar en las últimas horas de su cruento martirio nuestra última entrevista y nuestro sincero consejo en este valle de lágrimas! ¡Su excesiva confianza y valor, había malogrado unas vidas que tanto necesitaban unos hogares y la redención de España!
Los bárbaros en Tortosa: 1936-39 (José Monllaó Panisello, 1942)
I - El dolor de España
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada