divendres, 23 de juliol del 2021

Los bárbaros en Tortosa (1936-39) V - Asalto del Círculo Tradicionalista ¡Se han perdido las llaves!

CAPITULO V 

Asalto del Circulo Tradicionalista ¡Se han perdido las llaves! 

El terror se había apoderado ya, el día 21, de todas las personas de orden de la localidad. Los mozalbetes mal educados de las sindicales rojas y de los partidos marxistas se paseaban por nuestras calles con ridícula marcialidad y armados hasta los dientes. Ya no había poder humano que pudiera detenerles en sus ínfulas de matasietes. No sabían por donde empezar sus tropelías. De pronto parece partió de los directivos de un partido izquierdista la orden de asalto e incautación —robo— de todo lo perteneciente al Círculo Tradicionalista. 

Y allí se dirigió un grupo numeroso de escopeteros junto con unos cuantos Guardias de asalto del retén destacado en esta ciudad. 

Personados en el local del Círculo el cabo o jefe que mandaba la fuerza de asalto, pidió —y queremos consignarlo así porque es de justicia— con buenos modales al conserje las llaves de las estanterías, del despacho y de los cajones de las mesas del mismo. 

El conserje, D. Ramón González, les dijo que no las poseía. pues creía estaban en poder del Presidente o Vicepresidente del Comité Político. 

La turba que acompañaba a los guardias creyó que era un pretexto para eludir el registro, y empezó a vociferar, dando varios gritos destemplados y exigiendo de los guardias procedieran al registro violentando las cerraduras. Los guardias no accedieron, momentáneamente, a esta pretensión y pidieron serenidad a la turba. 

Se exigió al conserje fuera en busca de las llaves, ya que de lo contrario procederían a violentar todo lo que estuviera cerrado. 

Ante la contestación del señor González de que no poseía las llaves pedidas, la chusma se afirmó más en la creencia de que en las mesas del despacho del Círculo estaba toda la documentación del complot fascista en esta comarca y unas listas en las que se señalaban los nombres de las personas izquierdistas que habían de ser fusiladas. Este rumor hiciéronle correr unos cuantos miserables que pocos días después más se significaron en la delación de personas derechistas que no tardaron en ser detenidas y asesinadas. 

El señor González, ante el requerimiento del jefe de las fuerzas de asalto, vino en mi busca a la Redacción de «Heraldo de Tortosa», donde me encontraba. Serían las once de la mañana. 

—Sr. Monllaó —me dijo—: ¿tiene Vd. por casualidad las llaves de los cajones del despacho de Secretaría? 

—No; las entregué al señor Mur hace unos días —le contesté. 

—¿No sabe si las tiene el señor Gordon? —me preguntó de nuevo. 

—No lo creo, pues el señor Gordon hace unos días marchó a Mallorca a descansar y reponerse de su última enfermedad. 

—No; no está en Palma de Mallorca, está aquí, pues regresó anteayer. 

—¿Que está aquí el señor Gordon? 

—Sí, señor.

Me quedé sorprendido y lamenté muy de veras el regreso del querido correligionario, pues temía, dado el odio que le profesaban los marxistas, lo detuvieran y le hicieran víctima de sus iras, como así ocurrió efectivamente, ya que no transcurrieron muchas horas sin que la detención del buen amigo se llevara a efecto, siendo villanamente asesinado el día 5 de agosto de 1936. 

El conserje se fué a ver al señor Gordon por si tenía las llaves, a fin de que los muebles del Círculo no fueran violentados. No las tenía tampoco, según me vino a comunicar de nuevo el señor González. 

En vista de ello, el conserje volvió al Círculo, donde le aguardaban con impaciencia los guardias y los escopeteros. 

—¡Las llaves se han perdido! —les dijo. 

Y como si con esta contestación se les hubiera inferido una grave ofensa, engañándoles, la emprendieron a golpes con las culatas de las pistolas y de los fusiles contra las cerraduras de las mesas y contra todos los muebles, causándoles graves destrozos. 

Los muchachos de las juventudes marxistas pusiéronse afanosamente a buscar y rebuscar papeles para encontrar algún documento sensacionalista y poder lanzar un grito de triunfo, a la vez que de acusación, contra los tradicionalistas. No lo encontraron... pero lo inventaron.

No tardó en circular por la ciudad la versión de que en el Circulo Carlista se habían encontrado unas listas acotadas con unas cruces. Eran los nombres de las personas destinadas al sacrificio poros reaccionarios... 

Evidentemente, se encontraron unos ficheros y unas listas acotadas con unos signos. Eran el fichero y las listas electorales que habían servido en las últimas elecciones, con los signos convencionales hechos por los interventores de los electores que habían emitido el voto. Bien lo comprendieron así los que dieron con el fichero y las listas... pero les convenía lanzar la vil infamia que favorecía sus satánicos planes de persecución de los elementos tradicionalistas, y particularmente de los directivos del Comité político, la mayoría de los cuales sucurnbieron a la ferocidad de los marxistas, vilmente asesinados. Eran éstos D. Manuel Gordon, Vicepresidente; D. Enrique Mur, Secretario; D. Luis Llasat, D. Ramón Cruells y D. Antonio de Wenetz, Vocales. Pudiendo sobrevivir a la persecución D.ª Josefa Noguerón de Llop, que estuvo escondida durante veintidós meses junto con su esposo D. José Llop; D. Antonio Aleixendri, detenido varios meses en un buque-prisión; y el cronista, que ostentaba la Presidencia; así como casi la totalidad de la Junta Directiva del Círculo, que la formaban: D. Julián Falomir, Presidente, escondido durante treinta y dos meses; D. Antonio Juncosa, Vicepresidente, escondido igualmente en un pueblo de la provincia durante treinta y dos meses; D. Juan Gisbert, Secretario, detenido varios meses en un buque-prisión y escondido después; D. Francisco Ferrando y D. José Ibáñez, escondido también en Barcelona, Vocales; fué asesinado D. Antonio Marca, Vocal. Otros ex directivos como los señores D. José Calbet Mulet, D. Sitvestre Ibáñez, D. Luis Vericat, D. José Grego y don José Valls, pudieron salvarse huyendo de la ciudad y escondiéndose en otras localidades. 

Nada importante, como hemos dicho, encontraron los asaltantes en los cajones de Secretaría, que pudiera ser motivo de acusación y persecución contra los directivos ni asociados. Hacía dos días que el inolvidable y querido Sr. Mur, temiendo un asalto de las turbas al Círculo, había puesto a salvo todas las listas y documentación, así como los nombres de los que formaban los Comités y Subdelegaciones del Partido en todos los pueblos de la comarca. El señor Mur, con su muerte, se llevó el secreto del lugar en que fueron puestos a salvo. 

Sabemos que en la Secretaría quedaron tinos libros y unas matrices de talonarios sin importancia, así como unas cuantas fotografías de algunos actos celebrados por la Comunión Tradicionalista. Uno de los muchachos que se unió a los milicianos asaltantes se dedicó a la loable tarea, según supimos más tarde, de ir rompiendo en mil pedazos las matrices de talonarios, papeles en que figuraban nombres y las fotografías, con el fin de que estos documentos no pudieran servir de pretexto a los malhechores para ensañarse con las personas en ellos anotadas. Se cometió más de un asesinato de dignísimas personas que jamás habían tenido relieve político sólo por el mero hecho de figurar retratadas al lado de algunas personalidades políticas o religiosas. Una de ellas, D. Pedro Ardit Aragonés, que, según se cuenta, fué asesinado porque figuraba en una fotografía junto con el Ilmo. Sr. Obispo y otras dignidades eclesiásticas. ¡Sólo Dios sabe el bien que hizo este joven con su plausible trabajo destructor!...

El afán con que la chusma husmeó per todos los rincones del Círculo, en busca de una prueba acusatoria, nos afirmó mucho más en el criterio de que debíamos desaparecer cuanto antes de la escena si queríamos burlar la persecución de que a no tardar se nos haría víctimas. No habían encontrado pruebas, pero bien se cuidarían de inventarlas quienes estaban interesados en perdernos... Por eso encarecí con más insistencia a mis amigos la necesidad de que cuando menos momentáneamente, no se hicieran muy visibles de las masas, que como canes rabiosos, estaban ansiosas de hacerse con alguna presa. 

Terminado el registro, los guardias de asalto se llevaron detenido al señor González, y en la Inspección, le requieren con amenazas de muerte, les diera los nombres de todos los directivos del partido. El señor González les manifestó que los ignoraba, por cuanto los mismos directivos tenían buen cuidado en no hacer públicos los cargos que respectivamente desempeñaban. ¡Y claro que el Sr. González los conocía, pero prefería morir como todos los tradicionalistas murieron, antes que revelar ni acusar a ninguno de sus jefes! 

Los hechos, desgraciadamente, no tardaron en darnos la razón. 

Nosotros procurarnos proceder con cautela, y el temor —¿por qué no confesarlo?— que nos embargaba, nos obligaba a tomar mayores precauciones. Sentíamos caer sin provecho alguno ni para la Causa ni para la Religión ni para la Patria. Ofrecer tontamente nuestra vida para sólo mera satisfacción y entretenimiento de los chacales de la revolución, era estúpido. Debíamos defenderla por cuantas argucias estuvieran a nuestro alcance para ofrecerla a Dios y al Ideal en el momento propicio. Y con la ayuda de la Divina Providencia procuramos ponernos a salvo y defendernos de la tenaz persecución que en el transcurso de los meses fuimos víctimas...


Los bárbaros en Tortosa: 1936-39 (José Monllaó Panisello, 1942) 

Prólogo e introducción
I - El dolor de España
II - El Ejército, esperanza del Orden y de la Patria
III - ¡El Tercio se ha sublevado!
IV - ¡Hay que desaparecer!
V - Asalto del Círculo Tradicionalista.—¡Se han perdido las llaves!
VI - En tercer lugar
VII - Los bárbaros en acción
VIII - Un aviso oportuno
IX - Horrorosa matanza de tradicionalistas
X - Las primeras detenciones
XI - Primera providencia marxista
XII - Otra vez en los primeros lugares
XIII - Cierre de los Centros de la facción
XIV - La primera visita del coche fantasma
XV - Primer registro domiciliario
XVI - Si te cogen, te fusilan
XVII - Dos coches fantasmas sobre la pista
XVIII - Fraternidad revolucionaria
XIX - En la guarida de los monstruos
XX - Dos coches fantasmas a la vista
XXI - Gritos en la noche
XXII - Los héroes del Alcázar y de Oviedo
XXIII - El miedo a los fascistas — Detenciones a granel
XXIV - Llamadas trágicas
XXV - Las charlas del general Queipo de Llano
XXVI - El miedo a la aviación
XXVII - Jugándonos el todo por el todo
XXVIII - Visita de un coche que no es fantasma.—¡Vaya susto!
XXIX - La mala sombra de un guarda rural
XXX - Cruenta lucha entre marxistas
XXXI - Un serio contratiempo
XXXII - La sorpresa de unos payeses
XXXIII - Cambio de escondite
XXXIV - Desagradable visita.—Certificado salvador
XXXV - De todos los colores...
XXXVI - Las charlas con un republicano. — Yo, furibundo izquierdista
XXXVII - ¡Terrible amanecer!
XXXVIII - Octavillas redentoras
XXXIX - Fragores de lucha
XL - ¡Yo he visto a los moros!
XLI - Cañonazos que nos saben a repique de campanas
XLII - Unos oficiales rojos que merecían ser nacionales
XLIII - ¡Se llevan y fusilan a los hombres!
XLIV - La famosa cadena de la Aviación Nacional
XLV - En medio de la lucha.—¡Recemos!
XLVI - ¡Un comandante del Ejército Nacional!
XLVII - ¡Al servicio de la Patria!
XLVIII - ¡Honor a los Caídos!

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